Guénon Elemento Éter

ELEMENTOSÉTER

René Guénon: A TEORIA HINDU DOS CINCO ELEMENTOS

Debemos ahora entrar en algunos detalles sobre las propiedades de cada uno de los cinco elementos, y para comenzar estableceremos que el primero de entre ellos, akasha o el éter, es un elemento enteramente real y distinto de los demás. En efecto, como lo hemos señalado ya más arriba, algunos, y entre ellos los budistas, no reconocen el éter como tal elemento, y, bajo pretexto de que el mismo es nirûpa, es decir, sin «sin forma», en razón de su homogeneidad, le miran como una «no-entidad» y le identifican al vacío, ya que, para ellos, lo homogéneo no puede ser más que un puro vacío. La teoría del «vacío universal» (sarva-shûnya) se presenta por lo demás aquí como una consecuencia directa y lógica del atomismo, ya que, si no hay cosa ninguna en el mundo además de los átomos que tengan una existencia positiva, y si esos átomos deben moverse para agregarse los uno a los otros y formar así todos los cuerpos, ese movimiento no podría efectuarse más que en el vacío. No obstante, esta consecuencia no es aceptada por la escuela de Kanâda, representativa del Vaishêshika, pero heterodoxa precisamente en aquello de que admite el atomismo, doctrina de la cual, bien entendido, ese punto de vista «cosmológico» no es de ningún modo solidario en él mismo; inversamente, los «filósofos griegos» que no contaban el éter entre los elementos quedan lejos no obstante de ser todos atomistas, y parecen por lo demás ignorarle y rechazarle expresamente. Sea lo que ello fuere, la opinión de los budistas se refuta fácilmente haciendo observar que no puede haber en punto ninguno espacio vacío, siendo una tal concepción enteramente contradictoria: En todo el dominio de la manifestación universal, dominio del cual es espacio forma parte, no puede haber, como decimos, un punto de vacío, ya que el vacío, no puede ser concebido más que negativamente, pues que no es una posibilidad de manifestación; además, esta concepción de un espacio vacío sería la concepción de un continente sin contenido, lo que, evidentemente, está desprovisto de todo sentido. Por consiguiente, es el éter el que ocupa todo el espacio, pero por ello no se confunde con el espacio, ya que este, pues que no es más que un continente, es decir, en suma una condición de existencia y no una entidad independiente, no puede, como tal, ser el principio substancial de los cuerpos, ni dar nacimiento a los demás elementos; el éter no es pues el espacio, sino antes bien es el contenido del espacio considerado preliminarmente a toda diferenciación. Y es así que en esta indiferenciación primordial, que es como una imagen de la «indistinción» de Prakriti relativa a ese dominio especial de manifestación que es el mundo corpóreo, el éter encierra en potencia, no solamente los elementos todos, sino también todos los cuerpos, y su homogeneidad misma le vuelve apto para recibir todas las formas en sus modificaciones. Pues que es el principio de las cosas corpóreas, el éter posee la cantidad, que es un atributo fundamental común a todos los cuerpos; además, es mirado como esencialmente simple, siempre en razón de su homogeneidad, y también como impenetrable, porque es él el que todo lo penetra.

Establecida de esta manera la existencia del éter se presenta de muy diferente modo que como una simple hipótesis, y eso muestra perfectamente la diferencia profunda que separa la doctrina tradicional de todas las teorías científicas modernas. No obstante, hay lugar a considerar todavía otra objeción: El éter es un elemento real, pero eso no basta para probar que sea un elemento distinto; en otros términos, pudiera ser que el elemento que está difundido en el espacio todo (corpóreo, es decir, en el espacio capaz de contener los cuerpos) no fuera otro que el aire, y entonces, es este aire el que sería el elemento primordial. La respuesta a esta objeción está en aquello de que cada uno de nuestros sentidos nos hace conocer, como su objeto propio, una cualidad distinta de entre las que nos son conocidas por los demás sentidos; ahora bien, una cualidad no puede existir más que en algo a lo cual, la cualidad en cuestión pertenezca como un atributo pertenece a su sujeto, y, como cada cualidad sensible es atribuida así a un elemento, elemento del cual la misma es la propiedad característica, es menester necesariamente que a los cinco sentidos se les correspondan cinco elementos distintos.

La cualidad sensible que pertenece al éter es el sonido; esto necesita algunas explicaciones, las que serían fácilmente comprendidas si se considera el modo de producción del sonido por le movimiento vibratorio, lo que queda muy lejos de ser un descubrimiento reciente como algunos podrían creerlo, ya que Kanâda declara expresamente que «el sonido es propagado mediante ondulaciones, ola tras ola, u onda luego de onda, irradiando en todas las direcciones, a partir de un centro determinado». Un tal movimiento se propaga alrededor de su punto de partida mediante ondas concéntricas, uniformemente repartidas siguiendo en ello todas las direcciones del espacio, lo que da nacimiento a la figura de un esferoide indefinido y no cerrado. Es este el movimiento menos diferenciado de todos, y ello, en razón de lo que podemos denominar su «isotropismo», y es esto por lo que este mismo movimiento podrá dar nacimiento a todos los demás movimientos, los que se distinguirán de este en tanto que no se efectúen ya de una manera uniforme siguiendo todas las direcciones; y, del mismo modo, todas las formas más particularizadas procederán de la forma esférica original. Es así que la diferenciación del éter primitivamente homogéneo, diferenciación que engendra los demás elementos, tiene por origen un movimiento elemental que se produce de la manera en que lo acabamos de describir, a partir de un punto inicial cualquiera, en ese medio cósmico indefinido; pero ese movimiento elemental no es otra cosa que el prototipo de la ondulación sonora. La sensación auditiva es por lo demás la única que nos hace percibir directamente un movimiento vibratorio; y si uno admite inclusive, con la mayoría de los físicos modernos, que las demás sensaciones provienen de una transformación de semejantes movimientos, no es por ello menos verdad que los mismos difieren de aquel, cualitativamente, en tanto que se perciben mediante sensaciones diferentes, lo que es aquí la sola consideración esencial. Por otra parte, luego de lo que acaba de ser dicho, diremos también que es en el éter donde reside la causa del sonido, pero, bien entendido que esta causa debe ser distinguida de los medios diversos que pueden servir secundariamente a la propagación del sonido, y que contribuyen a hacérnosle perceptible amplificando las vibraciones etéricas elementales, y esto tanto más cuanto que los medios en cuestión sean más densos; en fin, a este propósito, añadiremos que la cualidad sonora es igualmente sensible en los otros cuatro elementos, en tanto que estos proceden todos del éter. A parte de esas consideraciones, la atribución de la cualidad sonora del éter, es decir, al primero de los elementos, tiene todavía una razón más profunda, razón que se vincula a la doctrina de la primordialidad y de la perpetuidad del sonido; pero es este un punto al cual no podemos hacer aquí más que una simple alusión de pasada.


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