La concepción misma del folklore, tal como se entiende habitualmente, responde a una idea radicalmente falsa, la idea de que existen «creaciones populares», producidas espontáneamente por la masa del pueblo; y se ve enseguida la estrecha relación de esta forma de ver las cosas con los prejuicios «democráticos». Como se ha dicho muy justamente, «el interés profundo de todas las tradiciones llamadas populares reside sobre todo en el hecho de que no son de origen popular»; (NA: Luc Benoist, La Cuisine des Anges, une esthétique de la pensée, París, 1932, p.74.) y añadiremos que, si se trata, como es casi siempre el caso, de elementos tradicionales en el verdadero sentido del término, por deformados, disminuidos o fragmentados que puedan estar a veces, y de cosas que hayan tenido un valor simbólico real, todo esto, lejos de ser de origen popular, no es ni de origen humano. Lo que puede ser popular es únicamente el hecho de la «supervivencia», en cuanto a los elementos pertenecientes a formas tradicionales desaparecidas; y, a este respecto, el término de folklore toma un sentido bastante próximo al de «paganismo», no teniendo en cuenta más que la etimología de este último, y con la intención «polémica» e injuriosa al menos. El pueblo conserva, sin comprenderlos, los vestigios de antiguas tradiciones, remontándose a veces a un pasado tan lejano que sería imposible determinarlo, y que se contenta en referir, por esta razón, al dominio oscuro de la «prehistoria»; cumple en esto la función de una especie de memoria colectiva más o menos «subconsciente», cuyo contenido es además manifiestamente legado. (NA: Esta es una función esencialmente «lunar», y es de resaltar que, según la astrología, la masa popular corresponde efectivamente a la Luna, lo que, al mismo tiempo, indica su carácter puramente pasivo, incapaz de iniciativa o de espontaneidad.) Lo que puede parecer más sorprendente es que, cuando se va al fondo de las cosas, se constata que lo que es conservado así contiene sobre todo, bajo una forma más o menos velada, una suma considerable de datos de orden esotérico, es decir, precisamente todo lo que hay de menos popular por esencia; y este hecho sugiere en sí mismo una explicación que nos limitaremos a indicar en pocas palabras. Cuando una forma tradicional está a punto de extinguirse, sus últimos representantes pueden muy bien confiar voluntariamente a esa memoria colectiva de la que acabamos de hablar, lo que de otro modo se perdería irremediablemente; en suma, es el único medio de salvar lo que puede ser salvado en cierta medida; y, al mismo tiempo, la incomprensión natural de la masa es garantía suficiente de que lo que posee un carácter esotérico no será despojado de él por esto, sino que permanecerá solamente como en una especie de testimonio del pasado, para aquellos que, en otros tiempos, serán capaces de comprenderlo. 1383 Esoterismo Cristiano: EL SANTO GRIAL
La concepción misma del “folklore”, tal como se lo entiende habitualmente, reposa sobre una idea radicalmente falsa, la idea de que haya “creaciones populares”, productos espontáneos de la masa del pueblo; y se ve en seguida la relación estrecha de esa manera de ver con los prejuicios “democráticos”. Como se lo ha dicho con mucha justeza, “el interés profundo de todas las tradiciones llamadas populares reside sobre todo en el hecho de que no son populares por origen” (Lue Benoist, La Cuisine des Anges, une esthétique de la pensée, pág. 74); y agregaremos que, si se trata, como casi siempre es el caso, de elementos tradicionales en el verdadero sentido de esta palabra, por deformados, disminuidos o fragmentarios que a veces puedan estar, y de cosas que tienen valor simbólico real, todo ello, muy lejos de ser de origen popular, no es ni siquiera de origen humano. Lo que puede ser popular es únicamente el hecho de la “supervivencia” cuando esos elementos pertenecen a formas tradicionales desaparecidas; y, en este respecto, el término de “folklore” adquiere un sentido bastante próximo al de “paganismo”, no tomando en cuenta sino la etimología de este último término, y eliminando la intención “polémica” e injuriosa. El pueblo conserva así, sin comprenderlos, los residuos de tradiciones antiguas, que se remontan a veces, inclusive, a un pasado tan remoto que sería imposible de determinar y que es costumbre contentarse con referir, por tal razón, al dominio oscuro de la “prehistoria”; cumple con ello la función de una especie de memoria colectiva más o menos “subconsciente”, cuyo contenido ha venido, manifiestamente, de otra parte (Es ésta una función esencialmente “lunar”, y es de notar que, según la astrología, la masa popular corresponde efectivamente a la luna, lo cual, a la vez, indica a las claras su carácter puramente pasivo, incapaz de iniciativa o de espontaneidad). Lo que puede parecer más sorprendente es que, cuando se va al fondo de las cosas, se verifica que lo así conservado contiene sobre todo, en forma más o menos velada, una suma considerable de datos de orden esotérico, es decir, precisamente lo que hay de menos popular por esencia; y este hecho sugiere de por sí una explicación que nos limitaremos a indicar en pocas palabras. Cuando una forma tradicional está a punto de extinguirse, sus últimos representantes pueden muy bien confiar voluntariamente a esa memoria colectiva de que acabamos de hablar lo que de otro modo se perdería sin remedio; es, en suma, el único recurso para salvar lo que puede salvarse en cierta medida; y, al mismo tiempo, la incomprensión natural de la masa es garantía suficiente de que lo que poseía un carácter esotérico no será así despojado de este carácter, sino que permanecerá solamente como una especie de testimonio del pasado para aquellos que, en otros tiempos, sean capaces de comprenderlo. 6993 SFCS: EL SANTO GRAAL
En la construcción, la forma del octógono puede realizarse, naturalmente, de diferentes modos, y especialmente por medio de ocho pilares que soportan la bóveda; encontramos un ejemplo en China en el caso del Ming-tang (Cf. La Grande Triade, cap. XVI), cuyo “techo redondo está soportado por ocho columnas que reposan sobre una base cuadrada, como la tierra, pues, para realizar esta cuadratura del círculo, que va de la unidad celeste de la bóveda al cuadrado de los elementos terrestres, es menester pasar por el octógono, que se halla en relación con el mundo intermedio de las ocho direcciones, de las ocho puertas y de los ocho vientos” (Luc Benoist, Art du monde, p. 90). El simbolismo de las “ocho puertas”, que se menciona también en ese pasaje, se explica por el hecho de que la puerta es esencialmente un lugar de paso, y representa como tal la transición de un estado a otro, especialmente de un estado “exterior” a otro “interior”, por lo menos relativamente, pues esa relación de lo “exterior” y lo “interior” es siempre comparable, por lo demás, en cualquier nivel que se sitúe, a la del mundo terreste y el mundo celeste. 7403 SFCS: EL OCTÓGONO
Con respecto a las ocho direcciones, hemos señalado una concordancia entre formas tradicionales diferentes, la cual, aunque referida a otro orden de consideraciones que el que teníamos particularmente en vista, nos parece demasiado digna de atención para abstenernos de citarla: Luc Benoist señala (Op. cit., p. 79) que “en el Scivias de Santa Hildegarda, el trono divino que rodea los mundos está representado por un círculo sostenido por ocho ángeles”. Ahora bien; ese “trono que rodea el mundo” es una traducción lo más exacta posible de la expresión árabe “el-‘Arsh el-Muhît” (‘el Trono que envuelve o engloba’, o ‘el Trono de Aquel que envuelve o engloba’), y una representación idéntica se encuentra también en la tradición islámica, según la cual ese trono está igualmente sostenido por ocho ángeles, que, según lo hemos explicado en otro lugar ( “Note sur l’angélologie de l’alphabet arabe”, en É. T., agosto-septiembre de 1938. (Texto que será incluido en la compilación póstuma Tradition primordiale et formes particulières]], corresponden a la vez a las ocho direcciones del espacio y a grupos de letras del alfabeto árabe; deberá reconocerse que tal “coincidencia” es más bien asombrosa. Aquí, ya no se trata del mundo intermedio, a menos que pueda decirse que la función de esos ángeles establece una conexión entre ese mundo y el celeste; como quiera que fuere, ese simbolismo puede vincularse, empero, en cierto respecto por lo menos, con el que precede, recordando el texto bíblico según el cual Dios “hace de los Vientos sus mensajeros” (Salmo XIV, 4. (Cf. igualmente Corán: Dios “envía los Vientos como buena nueva anunciadora de Su Misericordia”, VII, 57; XXV, 48; XXVII, 63]], y teniendo presente que los ángeles son literalmente los “mensajeros” divinos. 7405 SFCS: EL OCTÓGONO