Coomaraswamy Tolerância

Ananda Coomaraswamy — DOS CAMINOS HACIA LA MISMA CUMBRE
Tolerância
La tolerancia, llevada más allá, denota indiferencia y se hace intolerable. Nuestra propuesta no es que se toleren las herejías sino más bien que se llegue a un acuerdo con la verdad. Nuestro intento es que el objeto exacto de una educación en el estudio comparado de las religiones capacite al alumno para tratar con otros creyentes sobre la validez de las doctrinas particulares, dejando de lado el problema de la verdad o falsedad del cuerpo doctrinal, de su superioridad o inferioridad, y que al menos tengamos una oportunidad de conocer en qué aspectos difieren actualmente unas de otras y cuándo es en cosas esenciales y cuándo en cosas accidentales. Ciertamente tendrán que diferir inevitablemente en lo accidental ya que «nada puede ser conocido sino según la capacidad del que conoce». Por lo menos debe haber sido instruido para reconocer los símbolos equivalentes, por ejemplo la rosa y la flor de loto (Rosa mundi y Pâdmavâti); que Soma es «el pan y el agua de vida»; o que el Hacedor de todas las cosas no tiene un significado accidental, sino necesariamente el de un artífice, cuando el material del que el mundo está hecho es Hylis (materia). El objetivo que proponemos tiene esta ventaja inmediata y a largo plazo: que no está en conflicto ni siquiera con la más rígida ortodoxia cristiana; nunca se ha negado que algunas verdades hayan sido incorporadas a las creencias paganas, e incluso Santo Tomás de Aquino estaba atento a encontrar, y lo deseaba, en las obras de los filósofos paganos «pruebas extrínsecas y probables» de las verdades del Cristianismo. Cierto que sólo estaba familiarizado con los clásicos, los judíos y algunos árabes, pero no hay motivo para que el cristiano moderno, si está bien preparado, no pueda reconocer o ser capaz de ello en las formulaciones de los Vedas, los sufíes, los taoístas o los indios americanos, formulaciones extrínsecas y probables pruebas de la verdad que conoce. Es más que probable, sin duda, que su contacto con otros creyentes será muy beneficioso para el estudiante cristiano en su exégesis y su comprensión de su propia doctrina, ya que aunque sea creyente lo es a pesar del ambiente intelectual racionalista en que ha nacido y ha sido educado. Mientras el oriental (para el cual los milagros atribuidos a Cristo no presentan problemas) es todavía un realista, nacido y educado en un ambiente realista y está en disposición de asimilar a Platón y a San Juan, a Dante o al Maestro Eckhart, más sencilla y directamente que el estudiante occidental, que no puede menos que haber sido afectado en cierto grado por las dudas y dificultades a que están sometidos aquellos cuya educación y ambiente están en gran parte secularizados.

Un procedimiento como el que hemos sugerido nos proporciona inmediatamente una base para una comprensión y cooperación mutuas. Lo que tenemos ante la vista es una definitiva «reunión de las Iglesias» en un sentido más amplio del que esta expresión se utiliza corrientemente: que alianzas activas, por ejemplo, entre el Cristianismo, Hinduismo e Islamismo, sobre la base de los primeros principios básicos admitidos por todos y con vistas a una cooperación efectiva en la aplicación de estos principios a tareas contingentes de realizaciones prácticas y de comprensión, sustituya a lo que al presente es una guerra civil entre los miembros de la familia humana, hijos del mismo y único Dios «al que — como dice Filón — con un acuerdo unánime reconocen todos los griegos y bárbaros»[[E. R. Goodeenough, Introduction to Philo Judaeus, New York, 1940.]]. Al referirse a esta expresión nota el profesor Goodenough: «En cuanto puedo ver, Filón reflejaba sencillamente la verdad sobre el paganismo, como él la veía y no como siempre la ha deformado la propaganda cristiana».

Es necesario no disimular que esa alianza llevará inevitablemente consigo un abandono de las empresas misioneras tal como ahora existen; conferencias interconfesionales ocuparían el lugar de esas expediciones proselitistas cuyo único resultado permanente es la secularización y la destrucción de las culturas existentes y el desarraigar a los individuos. Vosotros ya habéis alcanzado el punto en el que la cultura y la religión, lo utilitario y lo ideológico se han divorciado y pueden considerarse cosas distintas, pero esto no es cierto en los pueblos que os disponéis a convertir, cuya religión y cuya cultura son una sola e idéntica cosa y ninguna de las actividades de su vida son necesariamente profanas o sin contenido espiritual. Si alguna vez tenéis éxito al persuadir a los hindúes de que sus escrituras reveladas son únicamente válidas como «literatura», los habréis rebajado al nivel de vuestros «intelectuales» que leen la Biblia, a lo sumo, como literatura. El Cristianismo en la India, como la hermana Nivedita (distinguida alumna de Patrick Geddes y autora de «La trama de la vida india») notaba una vez: «Lleváis la embriaguez a su despertar» ya que si enseñas que lo que has tenido como bueno es malo, estarás dispuesto a pensar que lo que has tenido por malo es bueno».

Todos estamos igualmente necesitados de arrepentimiento y conversión, de «un cambio de mente» y de «un retorno», pero no de una forma de creer a otra, sino de la incredulidad a la fe. No puede haber forma más viciosa de tolerancia que el acercarse a un hombre para decirle: «Ambos servimos al mismo Dios, tú según tus caminos y yo según los de El». El «recorrer el mar y la tierra para hacer un solo prosélito» puede convertirse en una institución sólo mientras persista nuestra ignorancia sobre la fe de los pueblos. El subvencionar instituciones de enseñanza o asistencia sanitaria adscritos al fin primordial de la conversión es una forma de simonía y el quebrantamiento de la consigna «Curad a los enfermos… no llevéis oro, plata o bronce en vuestro cinto, no alforjas para el camino… os envío como ovejas en medio de lobos». A donde vayáis, no debe ser como maestros o superiores, sino como huéspedes, o como podríamos decir según el estilo actual, «como profesores de intercambio» y no podéis al volver traicionar las confidencias de vuestros huéspedes en un libelo. Vuestra vocación debe purificarse de cualquier noción de misión civilizadora, pues lo que tenéis aquí «por patrimonio del hombre blanco» es allá un asunto de «fantasmas blancos en los mares del Sur».

Vuestra civilización «cristiana» está acabándose en un desastre ¡y tenéis la insolencia de ofrecerla a los demás! Daos cuenta de que, como decía el profesor Plumer, «el mejor modo de traicionar a nuestros aliados chinos es venderles, darles o prestarles nuestro modo de vida (americano)[[J. M Plumer, “China´s High Standardof Living”, Asia and the America. Feb. 1944.]] y que la más importante tarea que podéis emprender para el presente y futuro es convencer al Oriente de que la civilización de Europa es cristiana sólo en un sentido o que hay actualmente europeos razonables, justos y tolerantes, en medio esos «bárbaros» bajo el temor de los cuales vive el Oriente.


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