Para Aristóteles, «las cosas eternas ( ta d’ aidia ) no se generan ni se destruyen» ( Ética a Nicómaco 6.3.2 ): «las entidades eternas ( ta aei onta ), por el hecho de su eternidad, no están en el tiempo… la marca de lo cual es su impasibilidad… En el tiempo, todas las cosas se generan y se destruyen… El tiempo está hecho sólo del pasado y del futuro… el Ahora no es una parte del tiempo… el tiempo no puede dividirse en partes atómicas» ( Física 4.12, 221 B + 13, 222 B + 10, 218 A + 8.8, 263 B ): y esto equivale a decir que la Eternidad es Ahora, o no es en absoluto.
Por el «ahora que no es una parte del tiempo» se entiende, por supuesto, el «ahora atómico» ( atomos nun ) que marca el comienzo o el fin de un período de tiempo, fin que es también el comienzo de otro período de tiempo, «pues el tiempo es siempre en el comienzo» ( aei en arche Física 4.13, 222 B ), y, como el movimiento, es sempiterno ( ídem, 222 D ); o que, en otras palabras, separa el pasado del futuro. Así pues, el Ahora indivisible tiene la doble función de separar y de unir ( he diairesis kai he einosis ), y, en estas dos funciones, es enteramente como el Punto indimensionado ( stigme ), que, simultáneamente, separa y une las partes de una línea. En tanto que divisores, los ahoras se diferencian siempre ( aei eteron ) por su relación hacia pasados y futuros diferentes, pero en tanto que unidores siempre son el mismo ( he syndei, aei to auto ); de la misma manera que en el caso de los puntos, que en tanto que divisores son múltiples ( puesto que una línea puede ser dividida en diferentes lugares ), pero que, en el sentido en que el punto es eso que traza la línea indivisa, son «el mismo en toda ella» ( ídem 222 A ). En otras palabras, los «ahoras» son todos el mismo, pero se diferencian aparentemente por los tiempos, realmente diferentes, con los que se asocian ( Física 4.11, 219 B ); y es justamente de esta misma manera como, en los términos de la transmigración, el único «Sí mismo atómico» ( anur atman, Mund. Upanishad. ) es empíricamente muchos por la sobreimposición de las cualidades empíricas de los muchos vehículos a los cuales está presente, aunque es realmente siempre el mismo, y nunca es discontinuo consigo mismo; o, para tomar un ejemplo diferente, justamente de la misma manera en que el espacio es ilimitado, aunque se diferencia aparentemente por los límites de un jarro, pero cuando se rompe el jarro el «espacio en el que era» ya no es identificable. Es interesante que esta última ilustración la use también Aristóteles mismo en Física 4.4, 211 B, donde señala que si la entidad espacial imaginaria dejada atrás cuando la vasija rota se retira fuera realmente identificable, esto implicaría la existencia de un número infinito de «lugares» individuales existentes en uno y el mismo espacio continuo.
Entre paréntesis, aquí puede observarse que las funciones duales del ahora instantáneo, o punto indimensionado, que separa y une extensiones de tiempo o de espacio, son precisamente funciones lógicas, y que son, de hecho, las funciones del Logos, que es a la vez el Divisor ( tomeus ) y el Vínculo Unificador ( desmos ) de todas las cosas; y notablemente como lo considera Filón, quien, partiendo de Génesis 15:10 «Él las separó en el medio, y puso las partes opuestas unas a otras», describe el mundo creado como «consistiendo en una serie de opuestos casi infinita ( enantia, dvandvau ) que se mantienen juntos en armonía por el mismo impulso o agente creativo que originalmente los había separado de la materia primitiva e informada por una serie de bisecciones» ( 132 ), es decir, de de-limitaciones o de medidas. De la misma manera que para Heráclito «la realidad es una armonia de tensiones opuestas, una única naturaleza que se desarrolla a sí misma en direcciones dobles» ( 132 ), así también para Filón la «Mónada ( el “Uno” en tanto que distinto de los “otros” de Platón ) no es un número, sino una premisa ( stoicheion ) y un principio» ( arche, Heres 190, — y como tal, por supuesto, «ingenerada e indestructible» y «sin comienzo ni fin», Platón, Fedro 245 + Aristóteles, Física 8.1, 252 B, cf. 3.4, 203 B ). «La Mónada es la imagen de Dios que es simple en su unidad y al mismo tiempo un pleroma», mientras que «los otros… se mantienen juntos ( sphoiggetai ) por la Palabra Divina» ( Heres 187, 188 ), — y así, «el Logos, en tanto que Dios en relación al mundo… es a la vez el Cortador del universo y el pegamento que lo mantiene unido» ( 133, 146 ). Este «Uno» ( togar en ) se representa por la luz central del candelabro ( luchnia ) de siete brazos, cuyo material de oro es el símbolo de la extensibilidad irrompible, y así de la presencia total ( Heres 215 sig. ), mientras que en otras partes el símbolo característico del Logos es el Pilar, es decir, el Axis Mundi.
Volviendo a Aristóteles, al examinar la identidad esencial del Ahora indivisible, y la distinción accidental de los dos Ahoras que delimitan un período de tiempo dado, dice, con referencia a su diferencia, que «si la simultaneidad en cuanto al tiempo, y no ser antes ni después, implica la coincidencia, y que si esa coincidencia es en el Ahora, si el antes y el después son ambos en uno y el mismo Ahora, entonces lo que aconteció hace diez mil años sería simultáneo con lo que está aconteciendo hoy, y nada sería antes ni después de nada» ( Física 4.10, 218 A ). Y también que, ya sea Uno o accidentalmente dos, el Ahora no está él mismo en el tiempo de manera que sea una parte de él, sino sólo en el sentido en que el tiempo le rodea, algo así como el mar rodea a una isla. Si el Ahora en el tiempo, en tanto que una parte, está en un todo, «entonces el todo estaría en un algo, y el universo en un grano de mijo, debido solamente a que el grano de mijo y el universo existen ambos al mismo tiempo» ( ídem 4.12, 221 A ). Es mi parecer que el único propósito de estas difíciles expresiones es distinguir entre la simultaneidad accidental de las cosas en el tiempo y su simultaneidad esencial aparte del tiempo, en el Ahora que une el pasado y el futuro; y que debe ser la totalidad del pasado y del futuro, en ninguno de los cuales hay discontinuidad, lo que se encuentra en el Ahora que presencia ambas vías. Es difícil que Aristóteles haya tenido la intención de negar la simultaneidad del pasado y del futuro en este Ahora Único y Eterno, o de negar que hay un sentido en el cual el universo está «en un grano de mijo»; pues si el grano y el universo no se consideran en su extensión, sino en lo que concierne a su esencia común e inmutable, que insiste en el Ahora absoluto, entonces puede decirse que el universo está «en» el grano al mismo tiempo que el grano está «en» el universo, — en las palabras de William Blake, «un Mundo en un grano de arena, y la Eternidad en una hora».