¿Cómo es la Victoria que se ha de ganar en esta jihad? Nuestro sí mismo, en su ignorancia de, y en oposición a, su Sí mismo inmortal, es el enemigo que ha de ser convencido. La Vía es de preparación intelectual, sacrificio y contemplación, y presupone siempre, al mismo tiempo, una guía por precursores. En otras palabras, hay a la vez una teoría y un correspondiente modo de vida que no pueden separarse si han de ser efectivos. La preparación intelectual es filosófica, en el sentido en que la «filosofía» era comprendida por los antiguos. El objeto propio de esta filosofía se expresa en las palabras del Oráculo Délfico, «Conoce tu Sí mismo» (gnothi seauton). Por supuesto, eso significa también distinguir el Sí mismo de lo que es no-Sí mismo, puesto que la forma primaria de la ignorancia es una confusión del Sí mismo con lo que es no-Sí mismo.
La batalla se habrá ganado, en el sentido indio y en la terminología cristiana, cuando podamos decir con San Pablo, «Vivo, pero no yo, sino Cristo en mí» (Gálatas 2:20), es decir, cuando «yo» estoy muerto, y no hay nadie para partir, sino el Dios inmanente, cuando el cuerpo y el alma se desintegran. Así pues, la filosofía es el arte de morir. «Los filósofos verdaderos son practicantes del morir, y la muerte es menos terrible para ellos que para todo los demás hombres… y puesto que están siempre muy anhelantes de liberar el Alma, la liberación y separación del alma y el cuerpo es su principal cuidado» (Fedón 67DE). De aquí el mandato «Morid antes de morir» (Mathnawi VI.723 sig., y Angelus Silesius, IV.77). Pues nosotros debemos «nacer de nuevo»; y un nacimiento al que no precede una muerte es inconcebible (Fedón 77C; Bhagavad Gita II.27, etc.). Este morir es a sí mismo. Se trata a la vez de una voluntad y de un método.
En lo que concierne a la voluntad, es sumamente importante una preparación intelectual —intellige ut credas; y aquí volvemos a nuestra psicología. Toda la fuerza de esta ciencia se dirige hacia un análisis destructivo del engano animista de que este hombre, Fulano, que habla de sí mismo como «yo», es una entidad. Esta situación en ninguna parte está mejor ni más brevemente expresada que en Plutarco cuando dice, «Nadie permanece una única persona, o es una única persona» (Moralia 392D). El argumento puede seguirse en la tradición europea desde Heráclito en adelante: nuestra «vida» es una sucesión de instantes de consciencia, cada uno diferente del anterior y del siguiente, y es enteramente ilógico decir de algo que jamás se detiene a ser, que ello «es»; una cosa solo puede ser, si ella nunca cambia (Banquete 207D, Fedón 78D sig., etc.). Nuestra existencia no es un ser, sino un devenir. La demostración sistemática es típicamente budista: se analiza la personalidad, generalmente como un compuesto de cuerpo, sensación, cognición, complejos y consciencia discriminante, y se muestra sucesivamente que cada uno de estos factores del supuesto «sí mismo» es inconstante, y que ni de uno ni de todos juntos puede decirse que «eso es mi Sí mismo». La psicología tradicional no está «en busca de un alma», sino que es una demostración de la irrealidad de todo lo que el «alma», el «sí mismo» y el «yo» significan ordinariamente. Ciertamente, nosotros no podemos conocer lo que nosotros somos, pero podemos devenir lo que nosotros somos sabiendo lo que nosotros no somos; pues lo que nosotros somos es el Dios inmanente, y él mismo no puede saber lo que él es, porque él no es un qué, ni jamás deviene alguien[[Podemos conocer nuestro sí mismo, pero no nuestro Sí mismo: pues «¿con qué podría uno comprender a ese por quien uno comprende?» (Brhadaranyaka Upanishad II.4.14). «¿Cómo, entonces, venimos nosotros mismos a hablar de ello, viendo que no podemos conocerlo y que no podemos entenderlo.? Nosotros podemos afirmar y afirmamos lo que ello no es, mientras guardamos silencio encuanto a lo que ello es; ciertamente, nosotros estamos hablando de ello sólo a la luz de sus consecuencias; pero, aunque somos incapaces de definirlo, sin embargo, podemos poseerlo» (Enéadas V.3.14).]]. Nuestro fin se habrá alcanzado cuando nosotros ya no somos alguien. Por supuesto, eso no debe confundirse con una aniquilación; el fin de todo devenir está en el ser, o más bien, en la fuente de ser, más rica que el ser. «La palabra “yo” (ego), no es propia para nadie sino solo para Dios en su mismidad» (Maestro Eckhart, ed. Pfeiffer, p. 261). La noción de un ego de «nosotros» es una infatuación u opinación (abhimana, oiesis, oiema) basada en la experiencia sensitiva (Maitri Upanishad VI.10; Filón, ut infra); como hemos visto, no tiene ningún fundamento racional —«Nuestros sentidos, por ignorancia de la realidad, nos dicen falsamente que lo que parece ser, efectivamente es» (Plutarco, Moralia 392D). Y puesto que la noción de que «yo soy el hacedor» (ahamkara, karto’ham iti) es a la vez la forma primaria de nuestra ignorancia y la causa de todo el sufrimiento sentido o infligido, todo el complejo de «yo y mío» (aham ca mama ca) y la noción de un «yo» que puede sobrevivir a la disolución del vehículo psicofísico, están bajo un constante ataque. Pensar que es nuestra propia mente la que trabaja es una «doctrina penetrada y traspasada»; nada es más vergonzoso que suponer que «yo pienso» o que «yo percibo» (Filón, Legum allegoriae I.47, II.68, III.33). Inferir de los accidentes de mi existencia que «yo soy» (upadaya asmi) es ridículo, debido a la inconstancia de toda experiencia (Samyutta Nikaya III.105). «Si no fuera por la prisión, ¿quién diría “yo soy yo”? «(Mathnawi I.2449); Eithe, o teknon, kai su seauton diezelelytheis (Hermes, Lib. XIII.4). No puede haber ningún dolor más grande, que el hombre verdaderamente sabio pueda sentir, que reflexionar que «él» todavía es «alguien» (La Nube de Inconocimiento, cap. 44).
Haber sentido este dolor (una cosa bien diferente de desear no haber nacido nunca, o de un pensamiento de suicidio) completa la preparación intelectual. El tiempo para la acción ha llegado. Una vez convencidos de que el Ego «no es mi Sí mismo», nosotros estaremos preparados para buscar nuestro Sí mismo, y para hacer los sacrificios que la gesta demanda. No podemos tratar aquí la operación en su aspecto ritual (excepto para enfatizar, de pasada, el valor del ritual), sino solo en su aplicación a la vida diaria, cada parte de la cual puede ser transformada y transubstanciada. Asumiendo que nosotros somos ahora «filósofos verdaderos», inevitablemente comenzaremos a hacer una práctica del morir. En otras palabras, mortificaremos nuestros gustos, «usando los poderes del alma, en nuestro hombre exterior, no más de lo que los cinco sentidos necesitan realmente» (Maestro Eckhart, ed. Pfeiffer, p. 488); deviniendo cada vez menos sentimentales («apegados»), y cada vez más divinamente descontentos; desapegándonos de una cosa tras otra. Alimentaremos los poderes sensitivos principalmente con aquellos alimentos que nutren el Hombre Interior[[Cf. Timeo 90BC; Fedro 246E sig.; Fedón 64 sig., etc.; Bhagavad Gita XVII.7-XVIII.39.]]; un proceso de «reducción» estrictamente análogo a la reducción de la obesidad carnal, puesto que en esta filosofía es precisamente el «peso» el que arrastra hacia abajo a nuestro Sí mismo, una noción que sobrevive en el uso de la palabra «grueso» («grosero») = sensual. Quien quiere s’eternar, transumanar, debe ser «de corazón ligero»[[En la psicostasis egipcia, el corazón del decedido se pesa con una pluma, que representa a la diosa Verdad (Maat). Ver también Coomaraswamy, Hinduismo y Budismo, nota 269, sobre la levitación.
No hemos intentado tratar la psicología egipcia, pero diremos de pasada que toda la concepción del Soplo y los Soplos, o el Poder de Arriba y los «poderes del alma», tiene su paralelo en la doctrina egipcia del ka y sus asistentes los kau, los poderes de la vida que el poder divino «unce». Para los detalles ver A. Moret, The Nile and Egyptian Civilization (Londres, 1927), pp. 181-183 y 358-359; y H. Kees, Totenglauben und Jenseitsvorstellungen der alten Ægypter (Leipzig, 1926). No puede haber ninguna duda sobre la ecuación, ka = Atman, Prana.]].
Al mismo tiempo, si hemos de actuar de acuerdo con nuestro pensamiento cambiado (Leyes 803C), toda nuestra actividad debe purificarse de toda auto-referencia. Nosotros debemos —como Cristo— «no hacer nada por nosotros mismos»; debemos actuar sin ningún motivo personal, egoísta o inegoísta. Pues esto es más que un simple «altruismo», y más difícil; en la terminología de Platón, hemos de devenir «juguetes» e «instrumentos» de Dios, no movidos por ninguna inclinación nuestra propia, ya sea para bien o para mal. Esto es el Wu Wei chino, «no hagas nada y se harán todas las cosas». Esa «inacción» se interpreta mal a menudo, y a menudo deliberadamente, por una generación cuya única concepción de la holganza es la de un «estado de ocio» hecho de inutilidad. Sin embargo, la renuncia a las obras (samnyasa karmamm, Bhagavad Gita V.1), no implica ninguna connotación; significa su asignación a otro que a nosotros mismos ([…], Bhagavad Gita V.10, cf. Jaiminiya Upanishad Brahmana I.5.1-3); el hombre uncido debe pensar, «yo no estoy haciendo nada», sin importar lo que pueda estar haciendo (Bhagavad Gita V.8). Este «abandono» y «uncimiento» (yoga) son uno y lo mismo, y ninguno de ambos es un no hacer nada, sino más bien una «operación llena de pericia» (Bhagavad Gita VI.2, II.50). «La “inacción” no se alcanza no haciendo nada» (Bhagavad Gita III.4): casi con estas mismas palabras Filón dice que «Moisés no dio el nombre de “reposo” (anapausis) a un mero no hacer nada (apraxia, De cherubim 87)», y agrega, «La Causa de todas las cosas es naturalmente activa, el “reposo” de Dios (no es un no hacer nada, sino) más bien un trabajar con absoluta facilidad, sin fatiga o sufrimiento… Un estar libre de debilidad, aunque está haciendo todo (como Visvakarman), nunca cesará, por toda eternidad, de estar “en reposo”».
El mandato de no cesar de trabajar es así categórico, y acorde a la vocación. En el caso del soldado, se le dice, «Sometiendo todos los trabajos a Mí, lucha» (Bhagavad Gita III.20); y más generalmente, «Como el ignorante se afana debido a su apego a la actividad, así también debe afanarse el Comprehensor, pero sin apego, con miras a la guarda del mundo (loka-samgraha, Bhagavad Gita III.25)». Esta es, precisamente, la doctrina de la «guarda» enunciada en el Séptimo Libro de la República: el filósofo que ha hecho el escarpado ascenso y que ha visto la luz, aunque naturalmente puede querer permanecer aparte, no será gobernado por sus inclinaciones, sino que retornará a la Caverna «para cuidar y guardar a los demás ciudadanos», de modo que la ciudad sea gobernada por «mentes despiertas» y que aquellos que son menos propensos a hacerlo puedan mantener el oficio (República 519D sig.). Esta katabasis corresponde al avatarana y avasthana indios del Omni-hacedor, que está en el mundo pero que no es de él. En palabras de Krsna, «Aunque no hay nada en todo este universo que yo necesite hacer, ni nada alcanzable que yo no haya alcanzado, sin embargo, yo soy en acto, pues si yo no fuera, estos mundos se desfondarían y yo sería un agente de confusión de las funciones y un matador de mis hijos» (Bhagavad Gita III.23, 24). No debemos confundir este punto de vista con el del filántropo o el del «servidor de la sociedad»; el Comprehensor es un servidor de Dios, no de la sociedad. Es naturalmente imparcial, no un afiliado de un partido o de un interés, y jamás es el sujeto pasivo de la recta indignación; sabiendo Quien es, no ama a nadie sino a Sí mismo, el Sí mismo de todos los otros, a ninguno de quienes ama u odia como ellos son en sí mismos. No es lo que él hace, lo que quiera que ello pueda ser, sino su presencia — incluso en un monasterio, que es igualmente una parte propia de un mundo ordenado, como lo es una granja o una factoría — la que «cuida y protege» a los demás ciudadanos.
Así pues, el verdadero asceta (samnyasi), como las palabras asketes y su equivalente sánscrito sramana[[El desarrollo semántico de las palabras asketes y sramana es el mismo: ambos son primariamente «trabajador», y secundariamente, en el sentido religioso moderno, «asceta» y «caminante» o «eremita». Exactamente de la misma manera, sophia y kausalya son primariamente conocimiento técnico y pericia, y secundariamente «sabiduría» y «virtud».]] implican igualmente, es un «trabajador» pero, a diferencia del jornalero ignorante, un trabajador que «no se inquieta por el mañana» (San Mateo 6:34)[[Estas palabras, que se malinterpretan tan fácilmente desde el punto de vista moderno, no deben entenderse como implicando la recomendación irracional de una falta de objetivo por parte del trabajador; que el trabajo sea al mismo tiempo pulcher et aptus (como toda nuestra tradición mantiene) implica su utilidad, y esto implica esa misma previsión que distingue a una persona de un animal (al purusa del pasu). La frase me merimesete significa «no estar inquieto por», «no estar distraído por las esperanzas o temores debidos a» las consecuencias de lo que se ha hecho correctamente. El Comprehensor no se exalta por el éxito ni se frustra por el fracaso, sino que siempre es el mismo. El significado de «no estar inquieto por» se expone bien en las palabras de Terencio, «curae quae meam animam divorse trahunt» (The Lady of Andros (LCL), I.5.25), una reminiscencia de la marioneta de Platón, llevada en direcciones opuestas por sus pasiones contrarias (Leyes 644E).]]; «tu incumbencia es solo la acción (que sea correcta), no sus frutos» (Bhagavad Gita II.47). Por consiguiente, la psicología tradicional, aunque es práctica, es cualquier cosa menos pragmática; el juicio no es de los fines, sino de los medios. Los resultados están más allá de nuestro control y por lo tanto no son responsabilidad nuestra. Sin embargo, al uso de los medios correctos sigue inevitablemente un resultado, que es el mejor y que es el propio perfeccionamiento del trabajador. El hombre se perfecciona a sí mismo por su devoción a sus tareas propias, determinadas por su naturaleza propia (Bhagavad Gita XVIII.45, 47): y esto es también la Justicia, to eautou prattein, kata physin (Platón, República 433). Al mismo tiempo, «renunciando mentalmente a todas sus actividades, el Morador-del-cuerpo (el Hombre Interior) gobernante, reposa felizmente en la ciudad de nueve puertas del cuerpo, ni actuando ni compeliendo a la acción» (Bhagavad Gita V.13). En otras palabras, «Debes saber que el trabajo del hombre exterior puede ser tal que el Hombre Interior permanezca siempre inafectado e inmovido» (Maestro Eckhart, ed. Pfeiffer, p. 489).
Tales son los frutos inmediatos de la psicología tradicional, comprendida y practicada. Pero al mismo tiempo que un hombre tal se libera de la dominación de sus esperanzas y temores —y esto es lo que significa ser el «dueño del propio fatum de uno»— está deviniendo Quien es; y cuando parte, y un sucesor toma su lugar, lo cual está previsto en las sociedades tradicionales por la herencia y la transmigración formal de las funciones ministeriales, entonces, «habiendo hecho lo que tenía que hacerse», la personalidad psicofísica caerá como un fruto maduro de la rama, para entrar en otras combinaciones, y este otro Sí mismo, el Sí mismo inmortal del sí mismo, se habrá liberado. Y éstos son los dos fines que la psicología tradicional propone a quienquiera que pone su doctrina en práctica: estar en paz con uno mismo, sea lo que sea lo que uno pueda estar haciendo, y devenir el Espectador de todos los tiempos y de todas las cosas.