Nosotros todavía hacemos uso de expresiones tales como ser «de mente o ánimo doble», «de mente fuerte o débil», «de mente indecisa» (sobre un propósito), y «no conocer la propia mente de uno»; nosotros también «componemos nuestras mentes», y sólo cuando se ha hecho esto sabemos realmente lo que realmente «estaba en nuestra mente o ánimo hacer». Usamos estas expresiones (como tantas otras frases heredadas) sin una consciencia plena de su significado, de la misma manera que hablamos del «gobierno de sí mismo» o del «control de sí mismo» sin darnos cuenta que la «misma cosa nunca hará o sufrirá cosas opuestas en el mismo contexto y con relación a la misma cosa y al mismo tiempo. De modo que si nosotros encontramos alguna vez estas contradicciones en las funciones de la mente, sabremos que ello no era el funcionamiento de la misma cosa» (República 436B, cf. 431A, B, y Parménides 138B). De hecho, todas estas expresiones derivan su significado de la antigua doctrina de la dualidad de la naturaleza humana, expresada en los términos de una dualidad o bivalencia de mente (noûs, sánscrito manas). Es esta doctrina la que el Profesor Goodenough parece encontrar tan extraña en Filón: y sin embargo, sin ella, la noción de arrepentimiento sería ininteligible. Conocer la propia mente de uno es lo mismo que «conocerse a uno mismo» o «amarse a uno mismo», en el sentido superior de Aristóteles (Etica Nicomacos IX.8), Hermes (Lib. IV.6B), Santo Tomás de Aquino (Summa Theologica II-II.26.4), y las Upanishads (Brhadaranyaka Upanishad II.4, etc.). Filón dice que «hay dos mentes, la de todos (los seres), y la mente individual: el que escapa de su propia mente, escapa a refugiarse en la mente de todos en común». Una es no generada e inmortal, la otra generada y mortal (I.93). Puesto que el alma está «muerta» cuando está sepultada en las pasiones y vicios (I.65, y como para San Pablo), Filón señala que «Lo que muere no es la parte gobernante de nosotros, sino el sujeto lego, y mientras éste último no se arrepiente (mechris an metanoia chresamenon) y reconoce su perversión (trope), estará atrapado por la muerte» (I.80). La mente individual es la misma cosa que nuestra «sensibilidad» (aisthesis); y «siempre es justo que lo superior gobierne, y que lo inferior sea gobernado; y la Mente es superior a la sensibilidad» (I.131); «el hombre indolente se hunde en su propia mente incoherente» (I.94, cf. Bhagavad Gita II.67 y VI.34), es decir, en «el conocimiento estimativo» en los términos del «hambre y la sed».
Equivale a la misma cosa negar el nombre de «mente» a las facultades estimativas del alma sensitiva, gobernada por sus voliciones. Así, en Hermes, Lib. I.22, se pregunta, «¿No tienen todos los hombres mente?» y se responde, «la Mente viene sólo a aquellos que son devotos y buenos y puros» (katharos = suddha). En términos platónicos, el alma es sin mente (anous) al nacer y puede ser todavía inconsciente (anoetos) al morir (Timeo 44A, C); la Mente sin cambio que se contrasta con la opinión sujeta a persuasión sólo se ha encontrar en los Dioses y en un pequeño número de hombres (Timeo 51E). Sin embargo, si nosotros entendemos por «mente» meramente el instrumento del pensamiento discursivo humano, entonces participar en la manera de conocer divina será, hablando en términos humanos, estar «fuera de la mente de uno»; así, del Profeta a cuyo través habla Dios, Platón dice que «su mente no está en él» (Ion, 534B), un estado de «mania» que no debe confundirse con la «insania» (Fedro 244, 265): «la sabiduría de este mundo es necedad para Dios» (I Corintios 3:19).
Hemos visto ahora que la noción de un «cambio de mente» presupone que hay dos en nosotros: dos naturalezas, una humanamente opinionada y otra divinamente científica; dos naturalezas que han de distinguirse ya sea como mente individual y universal, o como sensibilidad y mente, o como no-mente y mente, o como mente y «locura»; donde los primeros términos corresponden al Ego empírico, y los segundos a nuestro Sí mismo real, el objeto del mandato «Conócete a ti mismo». Concluiremos anotando brevemente los equivalentes de estas formulaciones en las fuentes indias.
La formulación en los términos de dos mentes es explícita en Manu I.14: «De sí mismo el Auto-existente sacó la mente, cuya naturaleza es lo real y lo irreal» (sadasad-atmakam); la mente, es decir, eso con lo cual uno piensa «tanto el bien como el mal» (punyam ca… papam ca, Jaiminiya Upanishad Brahmana I.60.1) y que, por consiguiente, es un medio «ya sea de esclavitud o ya sea de liberación» (Maitri Upanishad VI.34.11). «Se dice que la mente es doble, pura e impura (suddhasuddham): impura, por su relación con el deseo, pura por su separación del deseo. …La dicha de quien mora en el Sí mismo es indescriptible, la polución de su mente lavada por la Auto-compostura» (samadhi-nirdhauta-malasya nivesitasya atmani, Maitri Upanishad VI.34.6, 9).
La distinción entre Mente y sensibilidad (entre noûs y aisthesis) es análoga a la que hay entre Manas, Mente y Vac, el poder o la facultad de expresión. Mente deviene un nombre o hipóstasis de Dios, puesto que no hay ningún otro que inteligiza (nanyad ato’timantr, Brhadaranyaka Upanishad III.8.11). Manas es el principio sacerdotal que conoce y quiere, Vac el poder de acción sin el que nada se efectuaría. Es función de Vac (femenino) «imitar» (kanukr) a Manas (masculino) y actuar como su seguidora y mensajera, «pues ella es con mucho la más baja y él es con mucho el superior» (Taittiriya Samhita II.5.11.5; Satapatha Brahmana I.4.4.7 y 5.11). Pero aunque la Victoria depende de su co-operación, ella puede mostrarse poco dispuesta a cumplir su oficio (Satapatha Brahmana I.4.4.12; Taittiriya Samhita II.5.11.5. etc.); a ella se la aparta fácilmente de su fidelidad a la Mente y a la Verdad hacia el servicio de lo que a ella le agrada pensar, y entonces meramente perora necedades (Satapatha Brahmana III.2.4.11, etc., cf. Filón I.94).
En los textos indios nos encontramos también con la noción de una dementación mejorativa como se señala arriba. Pues cuando se considera la «mente» sólo como una parte del organismo psíquico, entonces ser «sin mente» e «inconsciente» es la condición superior, y la operación mental consciente la inferior. Así, «Cuando la mente ha sido inmolada en su propia fuente por amor de la Verdad, entonces cesan igualmente los falsos controles de las acciones hechas cuando ella era engañada por los objetos sensibles» (Maitri Upanishad VI.34.1, 2); «Nadie cuya mente no ha sido inmolada puede llegar a Él» (Katha Upanishad II.24); a saber, a la Persona, que siendo desprovista de todo atributo limitativo es necesariamente «sin mente», aunque la fuente de la mente (Mundaka Upanishad II.1.2, 3). Dios no piensa y no conoce según nuestra manera imperfecta de conocer en los términos de sujeto y objeto; nosotros podemos decir que Dios piensa, pero no hay una segunda cosa, otra que sí mismo, de la cual pueda pensar (Brhadaranyaka Upanishad IV.3.28, etc.). En este sentido, entonces, se dice que «cuando uno alcanza el estado de dementación (amanibhava), eso es el último paso» (Maitri Upanishad VI.34.7), y nosotros reconocemos la misma doctrina en Santo Tomás de Aquino, Cum vero intellectus jam ad formam veritatis pertingit, non cogitat, sed perfecte veritatem contemplatur (Summa Theologica I.34.1 ad 2). Sólo debemos cuidarnos de no confundir esta dementación superior de lo supraracional y lo supraconsciente con la dementación de los Titanes que son todavía irracionales y subconscientes; de la misma manera que distinguimos entre el no ser de la supraesencialidad divina y el no ser de lo que todavía no ha venido al ser o no podría ser.