GRANDES Y PEQUEÑOS MISTERIOS
Las etapas de la iniciación comprenden una jerarquía variable de grados para los que resulta cómodo tomar la terminología de los misterios antiguos, porque ella es susceptible de una aplicación más general. Distinguiremos como ellos entre grandes misterios, pequeños misterios y adeptos (o Epoptie), considerados como las tres etapas de una iniciación completa.
Los misterios menores tenían por fin mostrar a los mistas las leyes del devenir que rigen la cosmología y restituyen al estado primordial. Son ellos una preparación para los misterios mayores, a quienes se reservaba el dominio metafísico. Implican sobre todo ritos de purificación por medio de los a veces llamados “viajes” o “pruebas”. El mista debía alcanzar una simplicidad semejante a la del niño, a la de la materia prima alquímica, lo que le hacía posible de recibir después la iluminación iniciática. La influencia espiritual que lleva esta luz no debe encontrar ningún inconveniente debido a preformaciones inarmónicas. En la lengua de la Qabbalah, esta purificación corresponde a la disolución de las cortezas y, en lenguaje masón, al despojo de los metales; cortezas y metales son formas figuradas de los residuos psíquicos de los estados anteriores que es conveniente superar. Las primeras pruebas permiten al iniciado escapar del dominio de lo sensible, sin por ello salir del de la naturaleza. Siguiendo el simbolismo geométrico del Islam, esta primera liberación libera al ser en el sentido horizontal de la “anchura” y tiene por efecto restaurar el estado del Hombre Primordial que se identifica al Hombre Verdadero del Taoísmo. El individuo sigue siendo un hombre, pero en su espíritu es liberado del tiempo y de la multiplicidad.
A los misterios mayores se reservaban los fines propiamente espirituales y la realización de los estados superiores informales condicionados y no condicionados, hasta la liberación de este mundo y la unión con el Principio, fin que las tradiciones denominan, con diversos nombres: visión beatífica, luz de la gloria, identidad suprema. El desarrollo de esta segunda etapa se realiza en el sentido vertical de la “exaltación”, hasta un estado que el Islam llama el del “Hombre Universal” y el Taoísmo el del “Hombre trascendente”. En tanto que el Hombre Primordial constituye la conclusión y la síntesis de los reinos de la naturaleza, el Hombre Universal puede identificarse con el Principio mismo de la manifestación completa.
Si se pregunta como puede justificarse la pretensión de comunicarse con los estados superiores, se puede responder que hay una toma de posesión de un tesoro interior, que pertenece virtualmente a todo hombre dotado. Por consiguiente, estos estados son garantizados por la existencia de dones correspondientes a lo que generalmente se llama revelación e inspiración. Lo que aparece exteriormente como revelación se manifiesta interiormente, como inspiración. Los medios eficaces se reparten en dos fases: el desprendimiento y la concentración, entendiéndose que no puede existir concentración, sin previa separación.
Volvamos a los misterios antiguos, que nos dan interesantes datos sobre el proceso iniciático. El postulante soportaba un ayuno riguroso antes de llegar a las purificaciones cuyos elementos recibía desnudo y en silencio. Las pruebas adquirían la forma de sucesivos viajes, puestos cada uno en relación con los diferentes elementos: viaje bajo la tierra, después sobre la superficie del agua, finalmente por el aire por una ascensión celeste. El viaje subterráneo representaba un descenso a los infiernos, es decir, a los estados inferiores del ser. Se conoce el sentido de esta catábasis destinada a recapitular los estados precedentes al estado humano, y que permitía al mista agotar las posibilidades inferiores que llevaba en sí, antes de pasar a la ascensión ulterior. Considerándose segundo nacimiento, este descenso infernal tenía el sentido de una muerte con respecto al mundo profano. El cambio de estado se realizaba en tinieblas, como toda metamorfosis, y simultáneamente el mista recibía un nombre nuevo que representaba a su nueva entidad. Muerte y renacimiento constituían sólo las dos fases complementarias de una misma transformación de estado desde dos lados opuestos.
Tratándose el segundo nacimiento de una regeneración psíquica, es natural que las primeras etapas del desarrollo iniciático se efectuaran en el orden psíquico. El estado crucial, el estado de transición, se colocaba en el momento del pasaje del orden psíquico al orden espiritual que realizaban los grandes misterios. Acaecía en él un tercer nacimiento que representaba una liberación fuera del cosmos y que se simbolizaba por una salida de la caverna. En los misterios de Eleusis, la unión final con la divinidad era representada por una hierogamia celebrada entre el hierofante y la diosa, personificada por una sacerdotisa. El fruto de esta unión se anunciaba bajo el nombre del mista mismo integrado en adelante en la familia de los “hijos del cielo y de la tierra” como lo proclamaban las tabletas órficas. Un año después, los mistas podían alcanzar el rango de Epopto: es decir, de contemplativo o de adepto, lo que consagraba su estado virtual de unión permanente con la divinidad.