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Obras: vía

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Pero esto no es todo: Puede decirse que el esoterismo comprende no solo la haqîqah, sino también los medios destinados a llegar a ella; y el conjunto de estos medios se llama tarîqah, «vía» o «sendero» que conduce de la shariyah hasta la haqîqah. Si nos representamos la imagen simbólica de la circunferencia, la tarîqah será representada por el radio que va de ésta al centro; y vemos entonces esto: A cada punto de la circunferencia corresponde un radio, y todos los radios, que son también en multitud indefinida, finalizan igualmente en el centro. Puede decirse que estos radios son otros tantos turuq adaptados a los seres que están «situados» en los diferentes puntos de la circunferencia, según la diversidad de sus naturalezas individuales; es por lo que se dice que «las vías hacia Dios son tan numerosas como las almas de los hombres» (et-tu-ruqu ila ’Llahi Ka-nufûsi bani Adam); así, las «vías» son múltiples, y tanto más diferentes entre ellas cuanto que se las considere más cerca del punto de partida sobre la circunferencia, pero la meta es una, ya que no hay más que un solo centro y una sola verdad. En todo rigor, las diferencias iniciales se desvanecen con la «individualidad» misma (el-inniyah, de ana, «yo»), es decir, cuando son alcanzados los estados superiores del ser y cuando los atributos (çifât) de el-abd, o de la criatura, que no son propiamente más que limitaciones, desaparecen (el-fanâ o la «extinción») para no dejar subsistir más que los de Allah (el-baqâ o la «permanencia»), siendo el ser identificado a éstos en su «personalidad» o en su «esencia» (edh-dhât). 5 Apercepciones sobre el esoterismo islámico   y el taoismo EL ESOTERISMO ISLÁMICO

El esoterismo, considerado así como comprendiendo a la vez tarîqah y haqîqah, en tanto que medios y fin, es designado en árabe por el término general et-taçawwuf, que uno no puede traducir exactamente más que por «iniciación»; volveremos por lo demás sobre este punto después. Los occidentales han forjado el término «çufismo» para designar especialmente al esoterismo islámico (cuando es que taçawwuf puede aplicarse a toda doctrina esotérica e iniciática, en cualquier forma Tradicional a que la misma pertenezca); pero este término, además de que no es más que una denominación enteramente convencional, presenta un inconveniente bastante enojoso: Es que su terminación evoca así inevitablemente la idea de una doctrina propia a una escuela particular, cuando es que nada hay de tal en realidad, y cuando es que las escuelas no son aquí más que turuq, es decir, en suma, métodos diversos, sin que pueda haber ahí en el fondo ninguna diferencia doctrinal, ya que «la doctrina de la Unidad es única» (et-tawhîdu wâhidun). Por lo que es de la desviación de estas designaciones, las mismas vienen evidentemente del término çûfî; pero, al respecto de éste, hay lugar primeramente a precisar esto: Es que nadie puede decirse jamás çûfî, si ello no es por pura ignorancia, ya que prueba por ahí mismo que no lo es realmente, siendo esta cualidad necesariamente un «secreto» (sirr) entre el verdadero çûfî y Allah; uno puede solamente decirse mutaçcawwuf, término que se aplica a quienquiera que entra en la «vía» iniciática, y ello, a cualquier grado que haya llegado, pero el çûfî, en el verdadero sentido de esta palabra, es solamente aquel que ha alcanzado el grado supremo. Se ha pretendido asignar a la palabra çûfî orígenes   muy diversos; pero esa cuestión, bajo el punto de vista en que uno se coloca lo más habitualmente, es sin duda insoluble: Diríamos de muy buena gana que la palabra en cuestión tiene demasiadas etimologías supuestas, y ni más ni menos plausibles las unas que las otras, como para tener alguna verdaderamente; en realidad, es menester ver ahí antes una denominación puramente simbólica, una especie de «cifra», si se quiere, que, como tal, no tiene necesidad de tener una derivación lingüística propiamente hablando; y este caso no es por lo demás único, sino que se los podría encontrar comparables en otras Tradiciones. En cuando a las así dichas etimologías, no son en el fondo más que similitudes fonéticas, que, por lo demás, según las leyes de un cierto simbolismo, corresponden efectivamente a relaciones entre diversas ideas que vienen a agruparse así más o menos accesoriamente alrededor del término en cuestión; pero aquí, siendo dado el carácter de la lengua árabe (carácter que le es por otra parte común con la lengua hebraica), el sentido primero y fundamental debe ser dado por los números; y, de hecho, lo que hay de particularmente sobresaliente, es que por la adición de los valores numéricos de las letras de las que está formada, la palabra çûfî tiene el mismo número que El-Hekmah el-ilahiyah, es decir, «la Sabiduría Divina». El çûfî verdadero es pues el que posee esa Sabiduría, o, en otros términos, es el-ârif bi’ Llah, es decir, «el que conoce por Dios», ya que Él no puede ser conocido más que por Él mismo; y es éste efectivamente el grado supremo y «total» en el conocimiento de la haqîqah (En una obra sobre el Taçawwuf, escrita en árabe, pero de tendencias muy modernas, a un autor sirio, que nos conoce por lo demás bastante poco como para habernos tomado por un orientalista, se le ha ocurrido dirigirnos una crítica ante todo singular; habiendo leído, no sabemos como, eç-çûfiah en lugar de çûfî (número especial de los «Cuadernos del Sur» de 1935 sobre El islam y occidente), se ha imaginado que nuestro cálculo era inexacto; ha llegado, gracias a varios errores en el valor numérico de las letras, a encontrar (esta vez como equivalente de eç-çûfî, lo que es todavía falso) el-hakîm el-ilahî, sin siquiera apercibirse de que valiendo un ye dos he, estos términos forman exactamente el mismo total que el hekmah el-ilahiyah! Sabemos bien que el abjad es ignorado por la enseñanza escolar actual, que ya no conoce más que el orden simplemente gramatical de las letras; pero, sin embargo, en alguien que tiene la pretensión de tratar estas cuestiones, una tal ignorancia rebasa los límites permitidos... Sea lo que fuere, el-hakîm el-ilahî y el ilahiyah dan efectivamente el mismo sentido en el fondo; pero la primera de estas dos expresiones tiene un carácter un poco insólito, mientras que la segunda, la que hemos indicado, es al contrario enteramente Tradicional.). 6 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo EL ESOTERISMO ISLÁMICO

Seguidamente debemos hacer observar que, contrariamente a una opinión muy difundida actualmente entre los occidentales, el esoterismo islámico no tiene nada en común con el «misticismo»; las razones de ello son fáciles de comprender por todo lo que hemos expuesto hasta aquí. En primer lugar, el misticismo parece ser en realidad algo enteramente especial al cristianismo, y no es sino por asimilaciones erróneas que se puede pretender encontrar en otras partes equivalentes más o menos exactos del mismo; algunas semejanzas exteriores, en el empleo de ciertas expresiones, están sin dudad en el origen de esta equivocación, pero de ningún modo podrían justificarla en presencia de diferencias que recaen sobre todo lo esencial. El misticismo pertenece entero, por definición misma, al dominio religioso, pues depende pura y simplemente del exoterismo; y, además, la meta hacia la cual tiene está seguramente lejos de ser de orden del conocimiento puro. Por otra parte, el místico, teniendo una actitud «pasiva» y limitándose por consecuencia a recibir lo que viene a él en cierto modo espontáneamente y sin ninguna iniciativa de su parte, no podría tener método; no puede pues haber tarîqah mística, y una tal cosa no es ni siquiera concebible, ya que es contradictoria en su mismo fondo. Además, el místico, siendo siempre un aislado, y eso por el hecho mismo del carácter «pasivo» de su «realización», no tiene ni sheikh o «maestro espiritual» (lo que, bien entendido, no tiene nada en absoluto en común con un «director de consciencia» en el sentido religioso), ni silsilah o «cadena» por la cual le sería transmitida una «influencia espiritual» (empleamos esta expresión para traducir tan exactamente como es posible la significación del término árabe barakah), siendo por lo demás la segunda de estas dos cosas una consecuencia inmediata de la primera. La transmisión regular de la «influencia espiritual» es lo que caracteriza esencialmente a la «iniciación», e incluso lo que la constituye propiamente, y es por lo que hemos empleado este término más atrás para traducir taçawwuf; el esoterismo islámico, como todo verdadero esoterismo, es «iniciático» y no puede ser otra cosa; y, sin entrar siquiera en la cuestión de la diferencia de las metas, diferencia que se resulta por otra parte de la misma de los dominios a que se refieren, podemos decir que la «vía mística» y la «vía iniciática» son radicalmente incompatibles en razón de sus caracteres respectivos. ¿Sería menester añadir todavía que no hay en árabe ningún término por el cual pueda traducirse siquiera aproximadamente el de «misticismo», de tal modo que la idea que este expresa representa algo completamente extraño a la Tradición islámica? 8 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo EL ESOTERISMO ISLÁMICO

De lo que se trata, bajo cualquier designación que sea, es siempre de lo «exterior» (ez-zâher) y de lo «interior» (el-bâten), es decir, de lo aparente y de lo oculto, que por lo demás son tales por su naturaleza misma, y no por el efecto de convenciones cualesquiera o de precauciones tomadas artificialmente, ni siquiera arbitrariamente, por los detentadores de la doctrina Tradicional. Este «exterior» y ese «interior» son figurados por la circunferencia y su centro, que puede ser considerada como la sección misma del fruto evocado por el simbolismo precedente, al mismo tiempo que somos así llevado por otra parte a la imagen, común a todas las Tradiciones, de la «rueda de las cosas». En efecto, si se consideran los dos términos en cuestión en el sentido universal, y sin limitarse a la aplicación que de los mismos se hace lo más habitualmente en una forma Tradicional particular, puede uno decir que la shariyah, la «gran ruta» recorrida por todos los seres, no es otra cosa que lo que la Tradición extremo-Oriental denomina la «corriente de las formas», mientras que la haqîqah, la verdad una e inmutable, reside en el «invariable medio» (NA: se ha de precisar, a propósito de la Tradición extremo-Oriental, que se encuentran en ella los equivalentes muy claros de estos dos términos, no como dos aspectos exotérico esotérico de una misma doctrina, sino como dos enseñanzas separadas, al menos desde la época de Confucio   y de Lao-tsen; puede decirse en efecto, en todo rigor, que el confucianismo corresponde a la shariyah y el taoísmo a la haqîqah.). Para pasar de la una a la otra, y pues de la circunferencia al centro, es menester seguir uno de los radios: Es la tarîqah, es decir, el «sendero», la vía estrecha que no es seguida más que por un pequeño número (NA: los términos shariyah y tarîqah contienen uno y otro la idea de «marcha», y por consiguiente de movimiento (y es menester notar el simbolismo del movimiento circular para la primera y del movimiento rectilíneo para la segunda); hay en efecto cambio y multiplicidad en los dos casos, debiendo adaptarse la primera a la diversidad de las condiciones exteriores, y la segunda a la diversidad de las naturalezas individuales; solo el ser que ha alcanzado efectivamente la haqîqah participa por ahí mismo de su unidad y de su inmutabilidad.). Hay por lo demás una multitud de turuq, que son todos los radios de la circunferencia tomada en el sentido centrípeto, puesto que se trata de partir de la multiplicidad de lo manifestado para llegar a la unidad principal: Cada tarîqah, partiendo de un cierto punto de la circunferencia, es particularmente apropiada a los seres que se encuentran en ese punto; pero todas, cualesquiera que sea su punto de partida, tienden de modo parecido hacia un punto único (NA: esta convergencia es figurada por la de la qiblah (orientación ritual) de todos los lugares hacia la Kaabah, que es la «casa de Dios» (Beit Allah), y cuya forma es la de un cubo (imagen de estabilidad) que ocupa el centro de una circunferencia que es la sección terrestre (humana) de la esfera de la Existencia Universal.), todas finalizan en el centro y conducen así a los seres que las siguen a la esencial simplicidad del «estado primordial». 16 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo LA CORTEZA Y EL NÚCLEO

Los seres, en efecto, desde que se encuentran actualmente en la multiplicidad, están forzados a partir de ahí para cualquier realización que sea; pero esta misma multiplicidad es al mismo tiempo, para la mayoría de entre ellos, el obstáculo que les detiene y les retiene: Las apariencias diversas y cambiantes les impiden ver la verdadera realidad, si puede decirse, como la envoltura del fruto impide ver su interior; y éste no puede ser alcanzado más que por aquellos que son capaces de penetrar la envoltura, es decir, de ver el Principio en todas las cosas, puesto que la manifestación misma entera no es ya entonces más que un conjunto de expresiones simbólicas del mismo. La aplicación de esto al exoterismo y al esoterismo entendidos en su sentido ordinario, es decir, en tanto que aspectos de una doctrina Tradicional, es fácil de hacer: Ahí también, las formas exteriores ocultan la verdad profunda a los ojos del vulgo, cuando es que las mismas la hacen al contrario aparecer a los de la élite, porque lo que es un obstáculo o una limitación para los demás deviene así un punto de apoyo y un medio de realización. Es menester comprender bien que esta diferencia resulta directa y necesariamente de la naturaleza misma de los seres, de las posibilidades y de las aptitudes que cada uno lleva en sí mismos, ello, si bien que el lado exotérico de la doctrina juega siempre también exactamente la función que debe jugar para cada uno, dando a los que no pueden ir más lejos todo lo que les es posible recibir en su estado actual, y proporcionando al mismo tiempo a los que le rebasan los «soportes», que sin ser jamás de una estricta necesidad, puesto que son contingentes, pueden sin embargo ayudarles enormemente a avanzar en la vía interior, y sin los cuales, las dificultades serían tales, en algunos casos, que equivaldrían de hecho a una verdadera imposibilidad. 17 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo LA CORTEZA Y EL NÚCLEO

Por lo que se refiere a las invenciones que no son más que aplicaciones de las ciencias naturales, han seguido igualmente la misma vía de transmisión, es decir, la mediación musulmana, y la historia del «reloj de agua» ofrecido por el Khalifa Haroun-el-Rachid al emperador Carlomagno, todavía no ha desaparecido de las memorias. 88 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo INFLUENCIA DE LA CIVILIZACIÓN ISLÁMICA EN OCCIDENTE

Este libro, como los del mismo autor que han sido ya traducidos precedentemente (La Isla mágica y Los secretos de la jungla), se distingue ventajosamente de los habituales «relatos de viajeros»; sin duda que es porque tenemos presente aquí a alguien que no lleva por todas partes con él ciertas ideas preconcebidas, y que, sobre todo, no está persuadido de ningún modo de que los occidentales sean superiores a todos los demás pueblos. Hay, en efecto, a veces algunas notas de candidez, singulares extrañamientos ante cosas muy simples y muy elementales; pero eso mismo nos parece ser, en suma, una garantía de sinceridad. A la verdad, el título es un poco equívoco ya que el autor no ha estado en Arabia propiamente dicha, sino solo en las regiones situadas inmediatamente al norte de ésta. Digamos también, para acabar pronto con las críticas, que los términos árabes están a veces bizarramente deformados, como por alguien que intentara transcribir aproximadamente los sonidos que oye sin preocuparse de una ortografía cualquiera, y que algunas frases citadas están traducidas de una manera más bien fantástica. En fin, hemos podido hacer una vez más una precisión curiosa: es la de que, en los libros occidentales destinados al «gran público», la shahâdah jamás es por así decir reproducida exactamente; ¿es puramente accidental, o no se estaría antes tentado a pensar que algo se opone a que la misma pueda ser pronunciada por la masa de los lectores hostiles o simplemente indiferentes? — La primera parte, que es la más larga, concierne a la vida entre los beduinos y casi únicamente descriptiva, lo que no quiere decir ciertamente que carezca de interés; pero, en las siguientes, hay algo más. una de ellas, donde es cuestión de los derviches, contiene concretamente declaraciones de un sheikh Mawlawi cuyo sentido está, sin ninguna duda, fielmente reproducido: así, para disipar la incomprensión que el autor manifiesta al respecto de algunos turuq, este sheikh le explica que «no hay para ir a Dios una vía única estrecha y directa, sino un número infinito de senderos»; es lastimoso que no haya tenido la ocasión de hacerle comprender también que el sufismo nada tiene en común con el panteísmo ni con la heterodoxia... Por el contrario, hay muchas sectas heterodoxas, y más pasablemente enigmáticas, de las que son cuestión en las otras dos partes: los drusos y los Yézidis; y, sobre unos y otros, hay informaciones interesantes, sin pretensión ninguna de hacer conocerlo todo y de explicarlo todo. En lo que concierne a los drusos, un punto que queda particularmente obscuro, es el culto que pasan por rendir a un «becerro de oro» o a una «cabeza de becerro»; hay ahí algo que podría quizás dar lugar a muchas aproximaciones, de las cuales el autor solo parece haber entrevisto algunas; al menos ha comprendido que simbolismo no es idolatría... En cuanto a los Yézidis, se encontrará una idea de los mismos medianamente diferente de la que daba la conferencia de que hemos hablado últimamente en nuestras reseñas de las revistas (número de noviembre): aquí, ya no es cuestión de «mazdeísmo» a su propósito, y, desde esta relación al menos es seguramente más exacto; pero la «adoración del diablo» podría suscitar discusiones más difíciles de cortar, y la verdadera naturaleza del Malak Tâwûs permanece todavía un misterio. Lo que es quizás más digno de interés, sin conocerlo el autor que, a despecho de lo que ha visto, se rehusa a creerlo, es lo que concierne a las «siete torres del diablo», centros de proyección de las influencias satánicas a través del mundo; que una de estas torres esté situada entre los Yézidis, eso no prueba un ápice que estos sean ellos mismos «satanistas», sino solo que, como muchas sectas heterodoxas, pueden ser utilizados para facilitar la acción de fuerzas que ignoran. Es significativo a este respecto, que los prestres regulares yézidis se abstienen de ir a cumplir ritos cualesquiera a esa torre, mientras que especies de magos errantes vienen frecuentemente a pasar en la misma varios días; ¿qué representan con justeza estos últimos personajes? En todo caso, en punto ninguno es necesario que la torre esté habitada de una manera permanente, si la misma no es otra cosa que el soporte tangible y «localizado» de uno de los centros de la «contra-iniciación», en los cuales presiden los awliya es-Shaytân; y estos, por la constitución de esos siete centro pretenden oponerse a la influencia de los siete Aqtâb o «Polos» terrestres subordinados al «Polo» supremo, si bien que esta oposición no pueda por lo demás ser más que ilusoria, estando el dominio espiritual como está necesariamente cerrado a la «contra-iniciación». 141 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo W. B. Seabrook. Aventuras en Arabia (Gallimard, París)

Por lo demás, está bien claro que el ambiente moderno, por su naturaleza misma, es y será siempre uno de los principales obstáculos que inevitablemente deberá encontrar toda tentativa de restauración tradicional en occidente, tanto en el dominio iniciático como en cualquier otro dominio; es cierto que, en principio, este dominio iniciático debería, en razón de su carácter «cerrado», estar al abrigo de esas influencias hostiles del mundo exterior, pero, de hecho, hace ya mucho tiempo que las organizaciones existentes se han dejado penetrar por ellas, y ciertas «brechas» están abiertas ahora demasiado ampliamente como para ser reparadas fácilmente. Así, para no tomar más que un ejemplo típico, al adoptar formas administrativas imitadas de las de los gobiernos profanos, estas organizaciones han dado pie a acciones antagonistas que de otro modo no hubieran encontrado ningún medio de ejercerse contra ellas y hubieran caído en el vacío; por lo demás, esta imitación del mundo profano constituye, en sí misma, una de esas inversiones de las relaciones normales que, en todos los dominios, son tan características del desorden moderno. Las consecuencias de esta «contaminación» son hoy tan manifiestas, que es menester estar ciego para no verlas, y sin embargo dudamos que muchos sepan atribuirlas a su verdadera causa; la manía de las «sociedades» está demasiado arraigada en la mayoría de nuestros contemporáneos como para que conciban siquiera la simple posibilidad de prescindir de algunas formas puramente exteriores; pero, por esta misma razón, es quizás contra eso contra lo que debería reaccionar en primer lugar quienquiera que quiera emprender una restauración iniciática sobre bases verdaderamente serias. No iremos más lejos en estas reflexiones preliminares, ya que, lo repetimos una vez más, no es a nós a quien pertenece intervenir activamente en tentativas de ese género; indicar la vía a aquellos que puedan y quieran comprometerse en ello, eso es todo lo que pretendemos a este respecto; y, por lo demás, el alcance de lo que vamos a decir está muy lejos de limitarse a la aplicación que se pueda hacer de ello en una forma iniciática particular, puesto que se trata ante todo de los principios fundamentales que son comunes a toda iniciación, ya sea de oriente o de occidente. En efecto, la esencia y la meta de la iniciación son siempre y por todas partes las mismas; solo las modalidades difieren, por adaptación a los tiempos y a los lugares; y agregaremos enseguida, para que nadie pueda equivocarse a este respecto, que esta adaptación misma, para ser legítima, no debe ser nunca una «innovación», es decir, el producto de una fantasía individual cualquiera, sino que, como la de las formas tradicionales en general, debe proceder siempre en definitiva de un origen «no humano», sin el cual no podría haber realmente ni tradición ni iniciación, sino solo alguna de esas «parodias» que encontramos tan frecuentemente en el mundo moderno, que no vienen de nada y que no conducen a nada, y que así no representan verdaderamente, si se puede decir, más que la nada pura y simple, cuando no son los instrumentos de algo peor todavía. 194 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN PREFACIO

Por lo demás, esta incompatibilidad no resulta de lo que implica originalmente la palabra «misticismo» misma, que está incluso manifiestamente emparentada a la antigua designación de los «misterios», es decir, a algo que pertenece al contrario al orden iniciático; pero esta palabra es de aquellas para las cuales, lejos de poder referirse únicamente a su etimología, uno está rigurosamente obligado, si se quiere hacer comprender, a tener en cuenta el sentido que le ha sido impuesto por el uso, y que es, de hecho, el único que se le atribuye actualmente. Ahora bien, todo el mundo sabe lo que se entiende por «misticismo», desde hace ya muchos siglos, de suerte que ya no es posible emplear este término para designar otra cosa; y es eso lo que, decimos, no tiene y no puede tener nada en común con la iniciación, primero porque ese misticismo depende exclusivamente del dominio religioso, es decir, exotérico, y después porque la vía mística difiere de la vía iniciática por todos sus caracteres esenciales, y porque esta diferencia es tal que resulta entre ellas una verdadera incompatibilidad. Por lo demás, precisamos que se trata de una incompatibilidad de hecho más bien que de principio, en el sentido de que, para nós, no se trata de ningún modo de negar el valor al menos relativo del misticismo, ni contestarle el lugar que puede pertenecerle legítimamente en algunas formas tradicionales; así pues, la vía iniciática y la vía mística pueden coexistir perfectamente (NA: Podría ser interesante, a este respecto, hacer una comparación entre la «vía seca» y la «vía húmeda» de los alquimistas, pero esto se saldría del cuadro del presente estudio.), pero lo que queremos decir, es que es imposible que alguien siga a la vez la una y la otra, y eso incluso sin prejuzgar nada de la meta a la cual pueden conducir, aunque, por lo demás, ya se pueda presentir, en razón de la diferencia profunda de los dominios a los que cada una se refiere, que esa meta no podría ser la misma en realidad. 202 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN VÍA INICIÁTICA Y VÍA MÍSTICA

Algunos, después de haberse librado más o menos tiempo a esta búsqueda de los fenómenos extraordinarios o supuestos tales, acaban no obstante por cansarse de ella, por una razón cualquiera, o por estar decepcionados ante la insignificancia de los resultados que obtienen y que no responden a su expectativa, y, cosa bastante digna de precisión, ocurre frecuentemente que esos se vuelven entonces hacia el misticismo (NA: Es menester decir que también ha ocurrido a veces que otros, después de haber entrado realmente en la vía iniciática, y no solo en las ilusiones de la pseudoiniciación, como aquellos de quienes hablamos aquí, han abandonado esta vía por el misticismo; los motivos son entonces, naturalmente, bastante diferentes, y principalmente de orden sentimental, pero, cualesquiera que puedan ser, es menester ver sobre todo, en parecidos casos, la consecuencia de un defecto cualquiera bajo la relación de las cualificaciones iniciáticas, al menos en lo que concierne a la aptitud para realizar la iniciación efectiva; uno de los ejemplos más típicos que se puede citar en este género es el de L. Cl. de Saint-Martin  .); es que, por sorprendente que eso pueda parecer a primera vista, éste responde también, aunque bajo una forma diferente, a necesidades o a aspiraciones similares. Ciertamente, estamos bien lejos de contestar que el misticismo tenga, en sí mismo, un carácter notablemente más elevado que la magia; pero, a pesar de todo, si se va hasta el fondo de las cosas, uno puede darse cuenta de que, bajo una cierta relación al menos, la diferencia es menor de lo que se podría creer: en efecto, ahí también, no se trata en suma más que de «fenómenos», visiones u otros, manifestaciones sensibles y sentimentales de todo género, con las que siempre se permanece exclusivamente en el dominio de las posibilidades individuales (NA: Bien entendido, eso no quiere decir en modo alguno que los fenómenos de que se trata sean únicamente de orden psicológico como pretenden algunos modernos.). Es decir, que los peligros de ilusión y de desequilibrio están lejos de haber sido rebasados, y, si revisten aquí unas formas bastante diferentes, quizás no son menos grandes por eso; y, en un sentido, están incluso agravados por la actitud pasiva del místico, que, como lo decíamos más atrás, deja la puerta abierta a todas las influencias que pueden presentarse, mientras que el mago está al menos defendido, hasta un cierto punto, por la actitud activa que se esfuerza en conservar al respecto de esas mismas influencias, lo que no quiere decir, ciertamente, que lo logre siempre y que no acabe muy frecuentemente por ser sumergido por ellas. De ahí viene también, por otra parte, que el místico, casi siempre, es demasiado fácilmente engañado por su imaginación, cuyas producciones, sin que lo sospeche, vienen frecuentemente a mezclarse a los resultados reales de sus «experiencias» de una manera casi inextricable. Por esta razón, es menester no exagerar la importancia de las «revelaciones» de los místicos, o, al menos nunca deben ser aceptadas sin control (NA: Por lo demás, esta actitud de reserva prudente, que se impone en razón de la tendencia natural de los místicos a la «divagación» en el sentido propio de esta palabra, es la que el catolicismo observa invariablemente a su respecto.); lo que constituye todo el interés de algunas visiones, es que están en acuerdo, sobre numerosos puntos, con datos tradicionales evidentemente ignorados por el místico que ha tenido esas visiones (NA: Se pueden citar aquí como ejemplo las visiones de Anne-Catherine Emmerich.); pero sería un error, e incluso una inversión de las relaciones normales, querer encontrar en eso una «confirmación» de esos datos, que, por otra parte, no tienen ninguna necesidad de ello, y que son, al contrario, la única garantía de que hay realmente en esas visiones otra cosa que un simple producto de la imaginación o de la fantasía individual. 218 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN MAGIA Y MISTICISMO

Podemos volver de nuevo ahora a la cuestión de las condiciones de la iniciación, y diremos primero, aunque la cosa pueda parecer evidente, que la primera de estas condiciones es una cierta aptitud o disposición natural, sin la cual todo esfuerzo permanecería vano, ya que el individuo no puede desarrollar evidentemente más que las posibilidades que lleva en él desde el origen; esta aptitud, que hace lo que algunos llaman lo «iniciable», constituye propiamente la «cualificación» requerida por todas las tradiciones iniciáticas (NA: Por lo demás, por el estudio especial que haremos a continuación de la cuestión de las cualificaciones iniciáticas, se verá que esta cuestión presenta en realidad aspectos mucho más complejos de lo que se podría creer a primera vista y si uno se atuviera únicamente a la noción muy general que damos aquí de ella.). Por lo demás, esta condición es la única que, en un cierto sentido, es común a la iniciación y al misticismo, ya que está claro que el místico debe tener, él también, una disposición natural especial, aunque enteramente diferente de la de lo «iniciable», e incluso, por algunos lados, hasta opuesta; pero esta condición, para el místico, si es igualmente necesaria, es además suficiente; no hay ninguna otra que deba venir a agregarse a ella, y las circunstancias hacen todo lo demás, haciendo pasar a su discreción, de la «potencia» al «acto», tales o cuales de las posibilidades que conlleve la disposición de que se trate. Esto resulta directamente de ese carácter de «pasividad» del que hemos hablado más atrás: en efecto, en parecido caso, no podría tratarse de un esfuerzo o de un trabajo personal cualquiera, que el místico nunca tendrá que efectuar, y del que incluso deberá guardarse cuidadosamente, como de algo que estaría en oposición con su «vía» (NA: También los teólogos ven de buena gana, y no sin razón, un «falso místico» en aquel que busca, por un esfuerzo cualquiera, obtener visiones u otros estados extraordinarios, aunque ese esfuerzo se limite solo al mantenimiento de un simple deseo.), mientras que, al contrario, en lo que respecta a la iniciación, y en razón de su carácter «activo», un tal trabajo constituye otra condición no menos estrictamente necesaria que la primera, y sin la cual el paso de la «potencia» al «acto», que es propiamente la «realización», no podría cumplirse de ninguna manera (NA: De eso resulta, entre otras consecuencias, que los conocimientos de orden doctrinal, que le son indispensables al iniciado, y cuya comprensión teórica es para él una condición preliminar de toda «realización», puede faltarle enteramente al místico; de ahí viene frecuentemente, en éste, además de la posibilidad de errores y de confusiones múltiples, una extraña incapacidad de expresarse inteligiblemente. Por lo demás, debe entenderse bien, que los conocimientos de que se trata no tienen absolutamente nada que ver con todo lo que no es más que instrucción exterior o «saber» profano, que aquí no tiene ningún valor, así como lo explicaremos también después, y que incluso, teniendo en cuenta lo que es la educación moderna, sería más bien un obstáculo que una ayuda en muchos casos; un hombre puede muy bien no saber leer ni escribir y alcanzar no obstante los grados más altos de la iniciación, y tales casos no son extremadamente raros en oriente, mientras que hay «sabios» e inclusive «genios», según la manera de ver del mundo profano, que no son «iniciables» a ningún grado.). 238 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LAS CONDICIONES DE LA INICIACIÓN

Primeramente, en lo que concierne al individuo, es evidente que, según lo que acaba de ser dicho, su intención de ser iniciado, incluso admitiendo que sea verdaderamente para él la intención de vincularse a una tradición de la cual puede tener algún conocimiento «exterior», no podría bastar de ninguna manera por sí misma para asegurarle la iniciación real (NA: Con eso entendemos no solo la iniciación plenamente efectiva, sino inclusive la simple iniciación virtual, según la distinción que hay lugar a hacer a este respecto y sobre la cual tendremos que volver más delante de una manera más precisa.). En efecto, en esto no se trata de «erudición», que, como todo lo que depende del saber profano, aquí no tiene ningún valor; y no se trata tampoco de sueño o de imaginación, como tampoco de aspiraciones sentimentales cualesquiera. Si, para poder llamarse iniciado, bastase con leer libros, aunque sean las Escrituras sagradas de una tradición ortodoxa, acompañadas incluso, si se quiere, de sus comentarios más profundamente esotéricos, o con pensar más o menos vagamente en alguna organización pasada o presente a la que uno atribuye complacidamente, y tanto más fácilmente cuanto peor conocida sea, su propio «ideal» (esta palabra que se emplea en nuestros días para cualquier propósito, y que, significando todo lo que se quiera, no significa verdaderamente nada en el fondo), sería verdaderamente muy fácil; y la cuestión previa de la «cualificación» se encontraría por eso mismo enteramente suprimida, ya que cada uno, al ser llevado naturalmente a estimarse «bien y debidamente cualificado», y al ser así a la vez juez y parte en su propia causa, descubriría ciertamente sin esfuerzo excelentes razones (excelentes al menos a sus propios ojos y según las ideas particulares que se haya forjado) para considerarse como iniciado sin más formalidades, y ya no vemos siquiera por qué habría de detenerse en tan buena vía, y habría de vacilar en atribuirse de un solo golpe los grados más transcendentes. Aquellos que se imaginan que uno «se inicia» a sí mismo, como lo decíamos precedentemente, ¿han reflexionado alguna vez en esas consecuencias más bien enojosas que implica su afirmación? En esas condiciones, no más selección ni control, no más «medios de reconocimiento», en el sentido en que ya hemos empleado esta expresión, no más jerarquía posible, y, bien entendido, no más transmisión de nada; en una palabra, no más nada de lo que caracteriza esencialmente la iniciación y de lo que la constituye de hecho; y sin embargo eso es lo que algunos, con una sorprendente inconsciencia, osan presentar como una concepción «modernizada» de la iniciación (bien modernizada en efecto, y ciertamente bien digna de los «ideales» laicos, democráticos e igualitarios), sin sospechar siquiera que, en lugar de haber al menos iniciados virtuales, lo que después de todo es todavía algo, así ya no habría más que simple profanos que se darían indebidamente por iniciados. 259 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LA REGULARIDAD INICIÁTICA

En todo esto, no hacemos en suma más que expresar en otros términos y más explícitamente lo que ya hemos dicho más atrás sobre la necesidad de un vinculamiento efectivo y directo y la vanidad de un vinculamiento «ideal»; y, a este respecto, es menester no dejarse engañar por las denominaciones que se atribuyen algunas organizaciones, denominaciones a las que no tienen ningún derecho, pero con las que intentan darse una apariencia de autenticidad. Así, para retomar un ejemplo que ya hemos citado en otras ocasiones, existe una multitud de agrupaciones, de origen muy reciente, que se titulan «rosacrucianos», sin haber tenido jamás el menor contacto con los Rosa-Cruz, bien entendido, aunque no fuera más que por alguna vía indirecta y desviada, y sin saber siquiera lo que éstos han sido en realidad, puesto que se los representan casi invariablemente como habiendo constituido una «sociedad», lo que es un error grosero y también específicamente moderno. Lo más frecuentemente, es menester no ver ahí más que la necesidad de adornarse con un título efectista o la voluntad de imponerse a los ingenuos; pero, incluso si se considera el caso más favorable, es decir, si se admite que la constitución de algunas de esas agrupaciones procede de un deseo sincero de vincularse «idealmente» a los Rosa-Cruz, eso no será todavía, bajo el punto de vista iniciático, más que una pura nada. Por lo demás, lo que decimos sobre este ejemplo particular se aplica igualmente a todas las organizaciones inventadas por los ocultistas y demás «neoespiritualistas» de todo género y de toda denominación, organizaciones que, sean cuales sean sus pretensiones, no pueden, en toda verdad, ser calificadas más que de «pseudoiniciáticas», ya que no tienen absolutamente nada real que transmitir, y ya que lo que presentan no es más que una contrahechura, e incluso muy frecuentemente una parodia o una caricatura de la iniciación (NA: Investigaciones que hemos debido hacer sobre este tema, en un tiempo ya lejano, nos han conducido a una conclusión formal e indudable que debemos expresar aquí claramente, sin preocuparnos de los furores que la misma puede arriesgarse a suscitar por diversos lados: si se pone aparte el caso de la supervivencia posible de algunas raras agrupaciones de hermetismo cristiano de la edad media, por lo demás extremadamente restringidas, es un hecho que, de todas las organizaciones con pretensiones iniciáticas que están actualmente extendidas en el mundo occidental, no hay más que dos que, por decaídas que estén una y otra a consecuencia de la ignorancia y de la incomprehensión de la inmensa mayoría de sus miembros, pueden reivindicar un origen tradicional auténtico y una transmisión iniciática real; estas dos organizaciones, que, a decir verdad, no fueron primitivamente más que una sola, aunque con ramas múltiples, son el Compañerazgo y la Masonería. Todo lo demás no es más que fantasía o charlatanismo, cuando no sirve incluso para disimular algo peor; ¡y en este orden de ideas, no hay invención, por absurda o por extravagante que sea, que no tenga en nuestra época alguna posibilidad de triunfar y de ser tomada en serio, desde los delirios ocultistas sobre las «iniciaciones en astral» hasta el sistema americano, de intenciones sobre todo «comerciales», de las pretendidas «iniciaciones por correspondencia»!). 267 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LA REGULARIDAD INICIÁTICA

En suma, entre este caso y el de una mezcla ilegítima de las formas tradicionales, hay toda la diferencia que hemos indicado como siendo, de una manera general, la de la síntesis y del sincretismo y es por eso por lo que era necesario, a este respecto, precisar bien ésta primeramente. En efecto, aquel que considera todas las formas en la unidad misma de su principio, como acabamos de decirlo, tiene de ellas por eso mismo una visión esencialmente sintética, en el sentido más riguroso de la palabra; no puede colocarse sino en el interior de todas igualmente, e incluso, deberíamos decir, en el punto que es para todas el más interior, puesto que es verdaderamente su centro común. Para retomar la comparación que hemos empleado hace un momento, todas las vías, partiendo de puntos diferentes, van acercándose cada vez más, pero permaneciendo siempre distintas, hasta que desembocan en ese centro único (1 En el caso de una forma tradicional devenida e incompleta como lo explicábamos más atrás, se podría decir que la vía se encuentra cortada en un cierto punto antes de alcanzar el centro, o, quizás más exactamente todavía, que es impracticable de hecho a partir de ese punto, que marca el paso del dominio exotérico al dominio esotérico.); pero, vistas desde el centro mismo, ya no son en realidad sino otros tantos radios que emanan de él y por los cuales él está en relación con los puntos múltiples de la circunferencia (NA: Entiéndase bien que, desde este punto de vista central, las vías que, como tales, no son practicables hasta el final, así como acabamos de decirlo en la nota precedente, no constituyen en modo alguno una excepción.). Estos dos sentidos, inverso uno del otro, según los cuales las mismas vías pueden ser consideradas, corresponden muy exactamente a lo que son los puntos de vista respectivos del que está «en camino» hacia el centro y del que ha llegado a él, y cuyos estados, precisamente, son frecuentemente descritos así, en el simbolismo tradicional, como los del «viajero» y del «sedentario». Este último es comparable también a aquel que, estando en la cumbre de una montaña, ve igualmente, y sin tener que desplazarse, sus diferentes vertientes, mientras que aquel que escala esa misma montaña, no ve de ella sino la parte más próxima a él; es muy evidente que sólo la visión que tiene de ella el primero es la única que puede llamarse sintética. 297 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN CONTRA LA MEZCLA DE LAS FORMAS TRADICIONALES

Por eso es por lo que quienquiera que tenga la voluntad bien decidida de seguir una vía iniciática, no sólo no debe buscar nunca adquirir o desarrollar esos famosísimos «poderes», sino que debe al contrario, caso de que ocurra que se presenten a él espontáneamente y de manera completamente accidental, apartarlos inexorablemente como obstáculos propios a desviarle de la meta única hacia la que tiende. No es que sea menester ver en eso, necesariamente, como algunos podrían creerlo muy gustosamente, «tentaciones» o «artimañas diabólicas» en el sentido literal; pero, no obstante, hay algo de eso, puesto que el mundo de la manifestación individual, tanto en el orden psíquico como en el orden corporal, cuando no quizás todavía más en el orden psíquico, parece en cierto modo esforzarse por todos los medios en retener a aquel que apunta a escapársele; así pues, en eso hay como una reacción de fuerzas adversas, que, así como muchas de las dificultades de otro orden, puede no deberse más que a una suerte de hostilidad inconsciente del medio. Bien entendido, puesto que el hombre no puede aislarse de este medio y hacerse enteramente independiente de él en tanto que no ha llegado a la meta, o al menos a la etapa marcada por la liberación de las condiciones del estado individual humano, esto no excluye de ninguna manera que estas manifestaciones sean al mismo tiempo resultados muy naturales, aunque puramente accidentales, del trabajo interior que se libra, y cuyas repercusiones exteriores toman a veces las formas más inesperadas, que rebasan con mucho todo lo que podrían imaginar aquellos que no han tenido la ocasión de darse cuenta de ello por sí mismos. 611 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN EL RECHAZO DE LOS «PODERES»

Lo más frecuentemente, los productores de «fenómenos» extraordinarios son seres bastante inferiores bajo el aspecto intelectual y espiritual, o inclusive enteramente desviados por los «entrenamientos» especiales a los que se han sometido; es fácil comprender que aquel que ha pasado una parte de su vida ejercitándose exclusivamente para la producción de un «fenómeno» cualquiera haya devenido desde entonces incapaz de otra cosa, y que las posibilidades de otro orden le estén en adelante irremediablemente cerradas. Eso es lo que les ocurre generalmente a aquellos que ceden al atractivo del dominio psíquico: aunque hubieran emprendido primeramente un trabajo de realización iniciática, se encuentran entonces detenidos en esta vía y no irán más lejos, felices todavía si permanecen ahí y no se dejan arrastrar poco a poco en la dirección que, así como lo hemos explicado en otra parte, va propiamente al revés de la espiritualidad y no puede desembocar finalmente más que en la «desintegración» del ser consciente (NA: Ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXXV. ); pero incluso dejando de lado este caso extremo, la simple detención de todo desarrollo espiritual es ya, ciertamente, una consecuencia bastante grave en sí misma y que debería hacer reflexionar a los aficionados a los «poderes», si no estuvieran completamente cegados por las ilusiones del «mundo intermediario». 615 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN EL RECHAZO DE LOS «PODERES»

Pensamos haber dicho ahora lo suficiente sobre este tema, y, si hemos insistido tanto en él, incluso demasiado para el gusto de algunos, es porque hemos tenido que constatar frecuentemente la necesidad de ello; en efecto, por poco agradable que esta tarea pueda ser a veces, es menester esforzarse en poner a aquellos a quienes uno se dirige en guardia contra los errores que corren el riesgo de encontrar a cada instante en su camino, y que están ciertamente muy lejos de ser inofensivos. Para concluir en algunas palabras, diremos que la iniciación no podría tener de ninguna manera como meta adquirir «poderes» que, lo mismo que el mundo en el que se ejercen, no pertenecen en definitiva más que al dominio de la «gran ilusión»; para el hombre en vía de desarrollo espiritual, no se trata de atarse aún más fuertemente a ésta con nuevos lazos, sino, al contrario, de llegar a liberarse enteramente de ella; y esta liberación no puede ser obtenida más que por el puro conocimiento, a condición, bien entendido, de que éste no se quede como simplemente teórico, sino que pueda devenir plenamente efectivo, puesto que es en eso solo en lo que consiste la «realización» misma del ser a todos sus grados. 623 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN EL RECHAZO DE LOS «PODERES»

Aclarado eso, nos es menester indicar también la explicación de un hecho que podría parecer, a los ojos de algunos, susceptible de dar lugar a una objeción: aunque las circunstancias difíciles o penosas sean ciertamente, como lo decíamos hace un momento, comunes a la vida de todos los hombres, ocurre bastante frecuentemente que aquellos que siguen una vía iniciática las ven multiplicarse de una manera desacostumbrada. Este hecho se debe simplemente a una suerte de hostilidad inconsciente del medio, hostilidad a la que ya hemos tenido la ocasión de hacer alusión precedentemente: parece que este mundo, queremos decir el conjunto de los seres y de las cosas mismas que constituyen el dominio de la existencia individual, se esfuerza por todos los medios en retener al que está cerca de escapársele; tales reacciones no tienen en suma nada que no sea perfectamente normal y comprehensible, y, por desagradables que puedan ser, no hay ciertamente nada de qué sorprenderse. Así pues, en eso se trata de obstáculos suscitados por fuerzas adversas, y no, como a veces parece imaginarse erróneamente, de «pruebas» queridas e impuestas por los poderes que presiden la iniciación; es necesario acabar de una vez por todas con esas fábulas, ciertamente mucho más próximas de los delirios ocultistas que de las realidades iniciáticas. 672 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LAS PRUEBAS INICIÁTICAS

Agregaremos todavía, para no omitir ninguna posibilidad, que hay otro aspecto desfavorable de la «segunda muerte», que se refiere propiamente a la «contrainiciación»; ésta, en efecto, imita en sus fases a la iniciación verdadera, pero sus resultados son en cierto modo al revés de ésta, y, evidentemente, no puede conducir en ningún caso al dominio espiritual, puesto que, al contrario, no hace más que alejarse de él cada vez más. Cuando el individuo que sigue esta vía llega a la «muerte psíquica», no se encuentra en una situación exactamente semejante a la del profano puro y simple, sino mucho peor todavía, en razón del desarrollo que ha dado a las posibilidades más inferiores del orden sutil; pero no insistiremos más en ello, y nos contentaremos con remitir a las alusiones que ya hemos hecho al respecto en otras ocasiones (NA: Ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, capítulos XXXV y XXXVIII. ), ya que, a decir verdad, ese es un caso que no puede presentar interés más que bajo un punto de vista muy especial, y que no tiene absolutamente nada que ver con la verdadera iniciación. La suerte de los «magos negros», como se dice comúnmente, no les concierne más que a ellos mismos, y sería por lo menos inútil proporcionar un alimento a las divagaciones más o menos fantásticas a las que este tema da lugar ya demasiado frecuentemente; no conviene ocuparse de ellos más que para denunciar sus desmanes cuando las circunstancias lo exigen, y para oponerse a ellos en la medida de lo posible; y, desafortunadamente, en una época como la nuestra, esos desmanes son singularmente más extensos de lo que podrían imaginar aquellos que no han tenido la ocasión de darse cuenta de ello directamente. 694 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LA MUERTE INICIÁTICA

Por lo demás, incluso en el orden profano, uno puede extrañarse de la importancia atribuida en nuestros días a la individualidad de un autor y a todo lo que le toca de cerca o de lejos; ¿depende de alguna manera de esas cosas el valor de la obra? Por otro lado, es fácil constatar que la preocupación de dar su nombre a una obra cualquiera se encuentra tanto menos en una civilización cuanto más estrechamente ligada está ésta a los principios tradicionales, de los que, en efecto, el «individualismo», bajo todas sus formas, es verdaderamente la negación misma. Se puede comprender sin esfuerzo que todo esto encaja, y no queremos insistir más en ello, tanto más cuanto que se trata de cosas sobre las que ya nos hemos explicado frecuentemente en otras partes; pero no era inútil subrayar todavía, en esta ocasión, el papel del espíritu antitradicional, característico de la época moderna, como causa principal de la incomprehensión de las realidades iniciáticas y de la tendencia general a reducirlas a los puntos de vista profanos. Es este espíritu el que, bajo nombres tales como los de «humanismo» y «racionalismo», se esfuerza constantemente, desde hace varios siglos, en reducirlo todo a las proporciones de la individualidad humana vulgar, queremos decir de la porción restringida que conocen de ella los profanos, y en negar todo lo que rebasa este dominio estrechamente limitado, y por consiguiente, en particular, todo lo que depende de la iniciación, a cualquier grado que sea. Apenas hay necesidad de hacer destacar que las consideraciones que acabamos de exponer aquí se basan esencialmente sobre la doctrina metafísica de los estados múltiples del ser, de la que son una aplicación directa (NA: Para la exposición completa de lo que se trata, ver nuestro estudio sobre Los Estados múltiples del ser.); ¿cómo podría ser comprendida esta doctrina por aquellos que pretenden hacer del hombre individual, e incluso únicamente de su modalidad corporal, un todo completo y cerrado, un ser que se basta a sí mismo, en lugar de no ver en eso más que lo que es en realidad, la manifestación contingente y transitoria de un ser en un dominio muy particular entre la multitud indefinida de los dominios cuyo conjunto constituye la Existencia universal, y a los cuales corresponden, para este mismo ser, otras tantas modalidades y estados diferentes, de los que le será posible tomar consciencia siguiendo precisamente la vía que se le abre por la iniciación? 710 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN NOMBRES PROFANOS Y NOMBRES INICIÁTICOS

Aunque la distinción entre la iniciación efectiva y la iniciación virtual pueda ser ya comprendida suficientemente con la ayuda de las consideraciones que preceden, es bastante importante como para que intentemos precisarla todavía un poco más; y, a este respecto, haremos destacar primeramente que, entre las condiciones de la iniciación que hemos enunciado al comienzo, el vinculamiento a una organización tradicional regular (que presupone naturalmente la cualificación) basta para la iniciación virtual, mientras que el trabajo interior que viene a continuación concierne propiamente a la iniciación efectiva, que es en suma, en todos sus grados, el desarrollo «en acto» de las posibilidades a las que la iniciación virtual da acceso. Por consiguiente, esta iniciación virtual es la iniciación entendida en el sentido más estricto de esta palabra, es decir, como una «entrada» o un «comienzo»; bien entendido, eso no quiere decir de ninguna manera que pueda considerarse como algo que se basta a sí mismo, sino que es sólo el punto de partida necesario de todo lo demás; cuando se ha entrado en una vía, todavía es menester esforzarse por seguirla, e incluso, si se puede, por seguirla hasta el final. Todo esto se podría resumir en estas pocas palabras: entrar en la vía, es la iniciación virtual; seguir la vía, es la iniciación efectiva; pero desafortunadamente, de hecho, muchos se quedan en el umbral, no siempre porque ellos mismos son incapaces de ir más lejos, sino también, sobre todo en las condiciones actuales del mundo occidental, debido a la degeneración de algunas organizaciones que, devenidas únicamente «especulativas» como acabamos de explicarlo, no pueden por eso mismo ayudarles de ninguna manera en el trabajo «operativo», aunque no sea más que en sus etapas más elementales, y no les proporcionan nada que pueda permitirles siquiera sospechar la existencia de una «realización» cualquiera. No obstante, incluso en estas organizaciones, se habla mucho todavía, a cada instante, de «trabajo» iniciático, o al menos de algo que se considera como tal; pero entonces uno puede plantearse legítimamente esta pregunta: ¿en qué sentido y en qué medida corresponde eso todavía a alguna realidad? 750 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN INICIACIÓN EFECTIVA E INICIACIÓN VIRTUAL

Por consiguiente, todo ser tiende, conscientemente o no, a realizar en sí mismo, por los medios apropiados a su naturaleza particular, lo que las formas iniciáticas occidentales, apoyándose sobre el simbolismo «constructivo», llaman el «plan del Gran Arquitecto del Universo» (NA: Por lo demás, este simbolismo está lejos de ser exclusivamente propio únicamente a las formas occidentales; el Vishwakarma de la tradición hindú, en particular, es exactamente lo mismo que el «Gran Arquitecto d