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Obras: tradición primordial

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Pensamos haber dicho bastante al respecto para mostrar, tan claramente como es posible hacerlo, la necesidad de la transmisión iniciática, y para hacer comprender bien que en eso no se trata de cosas más o menos nebulosas, sino al contrario de cosas extremadamente precisas y bien definidas, donde el delirio y la imaginación no podrían tener la menor parte, como tampoco todo lo que se califica hoy día de «subjetivo» y de «ideal». Nos queda todavía, para completar lo que se refiere a esta cuestión, hablar un poco de los centros espirituales de los que procede, directa o indirectamente, toda transmisión regular, centros secundarios vinculados ellos mismos al centro supremo que conserva el depósito inmudable de la tradición primordial, de la que todas las formas tradicionales particulares se derivan por adaptación a tales o a cuales circunstancias definidas de tiempo y de lugar. Hemos indicado, en otro estudio (NA: El Rey del Mundo.), cómo estos centros espirituales están constituidos a la imagen del centro supremo mismo, del que son en cierto modo como otros tantos reflejos; así pues, no vamos a volver sobre ello aquí, y nos limitaremos a considerar algunos puntos que están en relación más inmediata con las consideraciones que acabamos de exponer. 349 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LOS CENTROS INICIÁTICOS
Por otra parte, importa destacar que una organización iniciática puede proceder del centro supremo, no directamente, sino por la intermediación de centros secundarios y subordinados, lo que es incluso el caso más habitual; como hay en cada organización una jerarquía de grados, así hay también, entre las organizaciones mismas, lo que se podría llamar grados de «interioridad» y de «exterioridad» relativa; y es evidente que aquellas que son las más exteriores, es decir, las más alejadas del centro supremo, son también aquellas donde la conciencia del vinculamiento a éste puede perderse más fácilmente. Aunque la meta de todas las organizaciones iniciáticas sea esencialmente la misma, las hay que se sitúan en cierto modo a niveles diferentes en cuanto a su participación en la tradición primordial (lo que, por lo demás, no quiere decir que, entre sus miembros, no pueda haber algunos que hayan alcanzado personalmente un mismo grado de conocimiento efectivo); y no hay lugar a sorprenderse de ello, si se observa que las diferentes formas tradicionales mismas no derivan todas inmediatamente de la misma fuente original; la «cadena» puede contar un número más o menos grande de eslabones intermediarios, sin que por eso haya ahí ninguna solución de continuidad. La existencia de esta superposición no es una de las menores razones entre todas aquellas que constituyen la complejidad y la dificultad de un estudio algo profundo de la constitución de las organizaciones iniciáticas; es menester agregar aún que una tal superposición puede reencontrarse también en el interior de una misma forma tradicional, así como se puede encontrar un ejemplo de ello particularmente claro en el caso de las organizaciones que pertenecen a la tradición extremo oriental. Este ejemplo, al que no podemos hacer aquí más que una simple alusión, es quizás incluso uno de los que permitirán comprender mejor cómo la continuidad está asegurada a través de los múltiples escalones constituidos por otras tantas organizaciones superpuestas, desde aquellas que, comprometidas en el dominio de la acción, no son más que formaciones pasajeras destinadas a jugar un papel relativamente exterior, hasta aquellas del orden más profundo, que, aunque permaneciendo en el «no actuar» principial, o más bien por eso mismo, dan a todas las demás su dirección real. A este propósito debemos llamar la atención especialmente sobre el hecho de que, incluso si algunas de estas organizaciones, entre las más exteriores, se encuentra que a veces están en oposición entre ellas, eso no podría impedir en nada que la unidad de dirección exista efectivamente, porque la dirección en cuestión está más allá de esta oposición, y no en el dominio donde ésta se afirma. En suma, en eso hay algo comparable a los papeles jugados por diferentes actores en una misma obra de teatro, y que, aunque se opongan, por eso no concurren menos a la marcha del conjunto; cada organización juega del mismo modo el papel al que está destinada en un plan que la rebasa; y esto puede extenderse incluso al dominio exotérico, donde, en tales condiciones, los elementos que luchan unos contra otros, no por eso obedecen menos todos, aunque inconsciente e involuntariamente, a una dirección única cuya existencia no sospechan siquiera (NA: Según la tradición islámica, todo ser es natural y necesariamente muslim, es decir, sometido a la Voluntad divina, a la que, en efecto, nada puede sustraerse; la diferencia entre los seres consiste en que, mientras que unos se conforman consciente y voluntariamente al orden universal, otros le ignoran o incluso pretenden oponerse a él (ver El Simbolismo de la Cruz  , p. 187, ed. francesa). Para comprender enteramente la relación de esto con lo que acabamos de decir, es menester destacar que los verdaderos centros espirituales deben ser considerados como representado la Voluntad divina en este mundo; así, aquellos que están vinculados a ellos de manera efectiva pueden ser considerados como colaborando conscientemente a la realización de lo que la iniciación masónica designa como el «plan del Gran Arquitecto del Universo»; en cuanto a las otras dos categorías a las que acabamos de hacer alusión, los ignorantes puros y simples son los profanos, entre los que es menester, bien entendido, comprender a los «pseudoiniciados» de todo tipo, y aquellos que tienen la pretensión ilusoria de ir contra el orden preestablecido dependen, a uno u otro título, de lo que hemos llamado la «contrainiciación».). 353 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LOS CENTROS INICIÁTICOS
Algunos, que sin duda no se habían tomado el trabajo de leer nuestros libros, han creído deber reprocharnos haber dicho que todas las doctrinas tradicionales tenían un origen   oriental, que la antigüedad occidental misma, en todas las épocas, había recibido siempre sus tradiciones de Oriente; nos no hemos escrito nunca nada semejante, ni nada que pueda sugerir incluso una tal opinión, por la simple razón de que sabemos muy bien que eso es falso. En efecto, son precisamente los datos tradicionales los que se oponen claramente a una aserción de este género: se encuentra por todas partes la afirmación formal de que la tradición primordial del ciclo actual ha venido de las regiones hiperbóreas; hubo después varias corrientes secundarias, que corresponden a periodos diversos, y de las cuales una de las más importantes, al menos entre aquellas cuyos vestigios son todavía discernibles, fue incontestablemente del Occidente hacia Oriente. Pero todo eso se refiere a épocas muy lejanas, de las que se llaman comúnmente «prehistóricas», y no es eso lo que tenemos en vista; lo que decimos, es primero que, desde hace mucho tiempo ya, el depósito de la tradición primordial ha sido transferido a Oriente, y que es allí donde se encuentran ahora las formas doctrinales que han salido de ella más directamente; y después que, en el estado actual de las cosas, el verdadero espíritu tradicional, con todo lo que implica, ya no tiene representantes auténticos más que en Oriente. 1099 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO II
Hacíamos alusión hace un momento a la corriente tradicional venida de las regiones occidentales; los relatos de los antiguos, relativos a la Atlántida, indican su origen; después de la desaparición de este continente, que es el último de los grandes cataclismos ocurridos en el pasado, no parece dudoso que restos de su tradición hayan sido transportados a regiones diversas, donde se han mezclado a otras tradiciones preexistentes, principalmente a ramas de la tradición hiperbórea; y es muy posible que las doctrinas de los celtas, en particular, hayan sido producto de esta fusión. Estamos muy lejos de contestar estas cosas; pero que se piense bien en esto: la forma propiamente «atlantiana» ha desaparecido hace ya millares de años, con la civilización a la que pertenecía, y cuya destrucción no puede haberse producido más que a consecuencia de una desviación que era quizás comparable, bajo algunos aspectos, a la que constatamos hoy día, aunque con una notable diferencia teniendo en cuenta que la humanidad no había entrado todavía entonces en el Kali-Yuga; es así como esta tradición no correspondía más que a un periodo secundario de nuestro ciclo, y como sería un gran error pretender identificarla a la tradición primordial de la que han salido todas las demás, y que es la única que permanece desde el comienzo hasta el fin. Estaría fuera de propósito exponer aquí todos los datos que justifican estas afirmaciones; no retendremos de ellos más que la conclusión, que es la imposibilidad de hacer revivir al presente una tradición «atlantiana», o incluso de vincularse a ella más o menos directamente; por lo demás, hay mu