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Obras: servidumbres

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

El problema de las castas nos induce a abrir aquí un paréntesis; ¿cómo definir la posición o la calidad del obrero moderno? Responderemos en primer lugar que el «mundo obrero» es una creación completamente artificial, debida a la máquina y la vulgarización científica que a ésta se vincula; dicho de otro modo, la máquina crea infaliblemente el tipo humano artificial que el «proletario» es, o más bien, crea un «proletariado», pues se trata esencialmente de una colectividad cuantitativa y no de una «casta» natural, esto es, con su fundamento en una determinada naturaleza individual. Si se pudiera suprimir las máquinas y volver a introducir el antiguo artesanado con todos sus aspectos de arte y dignidad, el «problema obrero» cesaría de existir; esto es cierto incluso para las funciones puramente serviles o los oficios más o menos cuantitativos, por la sencilla razón de que la máquina es inhumana y antiespiritual en sí. La máquina no sólo mata el alma del obrero, sino el alma como tal, luego también la del explotador: la pareja explotador-obrero es inseparable del maquinismo, pues el artesanado impide esta alternativa tosca por su propia calidad humana y espiritual. El universo maquinista, en resumidas cuentas, es el triunfo de la chatarra pesada y solapada; es la victoria del metal sobre la madera, de la materia sobre el hombre, de la astucia sobre la inteligencia (NA: Hemos leído en algún lado que sólo los progresos de la técnica explican el carácter nuevo y catastrófico de la primera guerra mundial, lo cual es muy acertado. Aquí fue la máquina quien fabricó la historia, como fabrica, por otro lado, hombres, ideas, un mundo.); expresiones tales como «masa», «bloque» y «choque», tan frecuentes en el vocabulario del hombre industrializado, son del todo significativas para un mundo que está más cerca de los insectos que de los humanos. Nada hay de asombroso en el hecho de que el «mundo obrero», con su psicología «maquinista-cientificista-materialista», sea particularmente impermeable a las realidades espirituales, pues presupone una «realidad ambiente» completamente ficticia: exige máquinas, luego metal, estrépito, fuerzas ocultas y pérfidas, un ambiente de pesadilla, un vaivén ininteligible, en una palabra: una vida de insecto en la fealdad y la trivialidad; en el interior de un mundo tal, o más bien de un «decorado» tal, la realidad espiritual aparecerá como una ilusión patente o un lujo desdeñable. En cualquier ambiente tradicional, por el contrario, es precisamente el problematismo «obrero» - luego maquinista - lo que no tendría ninguna fuerza persuasiva; para hacerlo verosímil, hay que comenzar, pues, por crear un mundo de bastidores que le corresponda, y cuyas formas mismas sugieran la ausencia de Dios; el Cielo ha de ser inverosímil, hablar de Dios ha de sonar a falso (NA: El gran error de quienes quieren conducir las masas obreras al seno de la iglesia es el confirmar al obrero en su «deshumanización» aceptando el universo maquinista como un «mundo» real y legítimo, y creyéndose incluso obligado a «quererlo por él mismo». Traducir el Evangelio en argot o disfrazar la sagrada familia de proletarios, es burlarse tanto de los obreros como de la religión; es, en cualquier caso, baja demagogia o, digamos, debilidad, pues todas esas tentativas revelan el complejo de inferioridad que siente «el intelectual» ante esa especie de «realismo brutal» que caracteriza al obrero; ese «realismo» es tanto más fácil cuanto que su ámbito es más limitado y tosco, luego más irreal.). Cuando el obrero dice que no tiene «tiempo para rezar», no está tan equivocado, pues no hace sino expresar con ello todo cuanto de inhumano, o digamos de «infrahumano», tiene su condición; los oficios antiguos, eran eminentemente inteligibles, y no quitaban al hombre la calidad humana, que implica por definición la facultad de pensar en Dios. Sin duda habrá quien objete que la industria es un «hecho» y como tal hay que aceptarlo, como si ese carácter de hecho prevaleciera sobre la verdad; fácilmente se toma por valentía y «realismo» lo que es exactamente su contrario; es decir: porque nadie puede impedir una calamidad tal, se llama a ésta un «bien» y se glorifica la incapacidad de escapar de ella. El error se convierte en verdad porque «existe», lo cual es bien conforme al «dinamismo» - y al «existencialismo» - de la mentalidad maquinista; todo cuanto existe por la ceguera de los hombres se llama «nuestro tiempo», con un matiz de «imperativo categórico». Es muy evidente que la imposibilidad de salir de un mal no impide que éste sea lo que es; para encontrar un remedio, llegado el caso, hay que considerar el mal independientemente de nuestras posibilidades de salir de él o de nuestro deseo de no verlo, pues un bien no puede producirse en contra de la verdad. Es un error común - y característico para la mentalidad «positiva» o «existencialista» de nuestra época - el creer que la comprobación de un hecho depende del conocimiento de las causas o remedios, según los casos, como si el hombre no tuviese derecho a ver lo que no puede explicar ni modificar; se llama «crítica estéril» al señalar un mal y se olvida que el primer paso hacia una posible curación es advertir la enfermedad. Sea lo que fuere, toda situación ofrece, si no la posibilidad de una solución objetiva, al menos la de un aprovechamiento subjetivo, de una liberación por la mente; quien comprende la verdadera naturaleza del maquinismo, escapará por ello mismo de todas las servidumbres psicológicas de la máquina, lo que ya es mucho. Decimos esto sin ningún «optimismo», y sin perder de vista que el mundo actual es un «mal necesario» cuya raíz metafísica, después de todo, está en la infinitud de la Posibilidad divina. 1760 CASTAS Y RAZAS: EL SENTIDO DE LAS CASTAS

A fin de prevenir cualquier malinterpretación, bueno es apuntar aquí que la ausencia de castas propiamente dichas en el Islam, o incluso en la mayor parte de las otras tradiciones no hindúes, no tiene ninguna relación con un afán de «humanitarismo» en el sentido corriente de la palabra, por la sencilla razón de que el punto de vista de la tradición es el del interés global - y no del simple agrado - del ser humano; no necesita para nada una pseudocaridad que salva los cuerpos y mata las almas (NA: «No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma», dice el evangelio, y asimismo: «¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» El humanitarismo caracterizado, que es específicamente moderno - ciertamente no entendemos censurar la caridad verdadera, que procede de una visión total y no fragmentaria del hombre y el mundo -, el humanitarismo, decimos, se funda, en resumen, en el error de que «la totalidad de todos los seres vivos es el Dios personal... Con tal que pueda adorar y servir al único Dios que existe, la suma total de todas las almas» (NA: Vivekananda). Tal filosofía es dos veces falsa, primero porque niega a Dios al alterar su noción de forma decisiva, y, luego, porque diviniza el mundo y restringe así la caridad al plano más exterior; ahora bien, no se puede ver a Dios en el prójimo cuando a priori se reduce lo Divino a lo humano. Entonces ya no queda más que la ilusión de «hacer el bien», de ser indispensable, y el desprecio por aquellos que «no hacen nada», aunque sean santos cuya presencia sostiene al mundo.). La tradición está centrada sobre aquello que da un sentido a la vida, y no sobre un «bienestar» inmediato, parcial y efímero, y concebido como un fin en sí; no niega en absoluto la legitimidad - relativa y condicional - del bienestar, subordina cualquier valor a los fines últimos del hombre (NA: Cuando se cree en el purgatorio y el infierno, es por lo menos ilógico que se encuentren «bárbaras» costumbres sacrificiales tales como la cremación voluntaria de las viudas en la India de antaño o la de los monjes hindúes o budistas que morían salmodiando, y a los que a continuación se dirigían oraciones. Ciertamente, nada hay en ello de esencial; pero sería entender mal la tradición hindú el rechazar estas costumbres sacrificiales o prácticas de un carácter inverso, por ejemplo, las del tantrismo «extremo»; en todo caso, la decadencia del hinduismo no está en la tradición sino en la indigencia intelectual de sus «reformadores» más o menos modernistas.). Para la mayoría de los hombres, el bienestar espiritual es incompatible, desgraciadamente, con un bienestar terreno demasiado absoluto; la naturaleza humana tiene necesidad de «pruebas» tanto como de «consuelos». Un determinado individuo, sea rico o sea pobre, puede ser sobrio y desapegado por su propia voluntad, pero una colectividad no es un individuo y no tiene voluntad única; tiene algo de alud contenido y no se mantiene en equilibrio más que con ayuda de constreñimientos, y, en efecto, las virtudes hereditarias que pueden sorprendernos en un determinado grupo étnico se mantienen gracias a una lucha constante, sea cual fuere el plano de ésta; tal lucha también forma parte de la felicidad, en suma, con tal que se mantenga cerca de la naturaleza, que es maternal, y no se vuelva abstracta y pérfida. No olvidemos, por otra parte, que el «bienestar» es algo relativo por definición; situándose únicamente en el punto de vista material, se destruye el equilibrio normal entre espíritu y cuerpo, y se desencadenan apetitos que no tienen en sí mismos ningún principio de límite. Este aspecto de la naturaleza humana es lo que los humanitaristas propiamente dichos niegan o ignoran por un deliberado prejuicio; creen en el hombre bueno en sí, luego fuera de Dios, e imputan arbitrariamente sus defectos a condiciones materiales desfavorables, como si la experiencia no sólo probase que la malicia del hombre puede no depender de ningún factor exterior, sino además que tal malicia suele extenderse en el «bienestar» y a cubierto de las preocupaciones elementales; las desviaciones de la «cultura» burguesa lo muestran hasta la saciedad. Para las religiones, la norma «económica» es expresamente la pobreza, de la que además han dado ejemplo sus fundadores - se trata de una pobreza que se mantiene cerca de la naturaleza, y no de una inopia vuelta ininteligible y afeada por las servidumbres de un mundo artificial e irreligioso -, mientras que la riqueza se tolera puesto que es un derecho natural y no impide el desapego ni la sobriedad, pero no es el ideal como es prácticamente el caso en el mundo moderno. 1772 CASTAS Y RAZAS: EL SENTIDO DE LAS CASTAS

El imperialismo puede venir o del Cielo o simplemente de la tierra, o también del infierno; en cualquier caso, es seguro que la humanidad no puede permanecer dividida en una polvareda de tribus independientes; los malos se arrojarían inevitablemente sobre los buenos y el resultado sería una humanidad oprimida por los malos y, por tanto, el peor de los imperialismos. El imperialismo de los buenos, si esto se puede decir, constituye, pues, una especie de guerra preventiva inevitable y providencial; sin él no es concebible ninguna gran civilización (Podría parecer que la decadencia espiritual de los romanos se opuso a una misión de imperio, pero no fue así, puesto que este pueblo poseía las cualidades de fuerza y generosidad -o tolerancia- requeridas para este papel providencial. Roma persiguió a los cristianos porque éstos amenazaban todo lo que, a los ojos de los antiguos, constituía Roma; si Diocleciano hubiese podido prever el edicto de Teodosio aboliendo la religión romana, no habría actuado de modo diferente como lo hizo.). Si se nos hace la observación de que todo esto no nos hace salir de la imperfección humana lo aceptamos; lejos de preconizar un «angelismo» quimérico, levantamos acta del hecho de que el hombre siempre es el hombre desde que las colectividades con sus intereses y pasiones entran en juego; los conductores de hombres están absolutamente obligados a tener esto en cuenta, aunque ello disguste a aquellos «idealistas» que estiman que la «pureza» de una religión consiste en suicidarse. Y esto nos lleva a una verdad que está demasiado perdida de vista por los propios creyentes: que la religión como hecho colectivo forzosamente se apoya sobre lo que la sostiene de una manera o de otra, sin por ello perder nada de su contenido doctrinal y sacramental ni de la imparcialidad que resulta de ello; pues una cosa es la Iglesia como organismo social y otra el depósito divino, el cual subsiste por definición más allá de las intrigas y servidumbres de la naturaleza humana individual y colectiva. Querer modificar el arraigo terrestre de la Iglesia -arraigo que el fenómeno de la santidad compensa con creces- lleva a deteriorar la religión en lo que tiene de esencial, conforme a la receta «idealista» según la cual el medio más seguro de curación es matar al paciente. En nuestros días, en defecto de poder elevar la sociedad humana al nivel del ideal religioso, se rebaja la religión al nivel de lo que es humanamente accesible y racionalmente realizable y que nada es, tanto desde el punto de vista de nuestra inteligencia integral como de nuestras posibilidades de inmortalidad. Lo exclusivamente humano, lejos de poderse mantener en equilibrio, conduce siempre a lo infrahumano. 4587 Sobre los mundos antiguos: MIRADAS SOBRE LOS MUNDOS ANTIGUOS LA VÍA DE LA UNIDAD

¿Qué significa exacta y concretamente esta idea india de que cada cosa está «animada»? En principio y metafísicamente significa que, a partir de cada cosa y en su centro existencial, hay un rayo ontológico hecho de «ser», de «conciencia», de «vida», que vincula al objeto, a través de su raíz sutil o anímica, con su prototipo luminoso y celestial; de ello resulta que podemos alcanzar las Esencias celestiales a partir de cada cosa. Las cosas son las coagulaciones de la Substancia divina; ésta no es las cosas, pero las cosas son ella, en virtud de su existencia y sus cualidades; éste es el sentido profundo del animismo polisintético de los pieles-rojas, y esta conciencia aguda de la homogeneidad del mundo fenoménico es la que explica su naturismo espiritual y su rechazo a separarse de la naturaleza y comprometerse con una civilización hecha de artificios y servidumbres que lleva en sí misma los gérmenes de la petrificación y la corrupción; para el indio como para el extremo-oriental, lo humano está en la naturaleza y no al margen de ella. 4861 Sobre los mundos antiguos: CHAMANISMO PIEL-ROJA LA VÍA DE LA UNIDAD