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Obras: paz

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Como el mundo, el Corán es uno y múltiple a la vez. El mundo es una multiplicidad que dispersa y divide; el Corán es una multiplicidad que reúne y conduce a la Unidad. La multiplicidad del libro sagrado -la diversidad de las palabras, las sentencias, las imágenes y los relatos- llena el alma y luego la absorbe y la transfiere imperceptiblemente, mediante una suerte de «estratagema divina» (14), al clima de la serenidad y de lo inmutable. El alma, que está acostumbrada al flujo de los fenómenos, se entrega a ellos sin resistencia, vive en ellos y es dividida y dispersada por ellos, e incluso más que esto: se convierte en lo que piensa y lo que hace. El Discurso revelado tiene la virtud de acoger esta misma tendencia al tiempo que invierte su movimiento gracias al carácter celestial del contenido y el lenguaje, de forma que los peces del alma entran sin desconfianza y según sus ritmos habituales en la red divina (15). Es necesario infundir a la mente, en la medida en que puede llevarla, la conciencia del contraste metafísico entre la «substancia» y los «accidentes»; la mente así regenerada es la que piensa primero en Dios y lo piensa todo en Dios. En otras palabras: mediante el mosaico de textos, frases y palabras, Dios extingue la agitación mental al revestir Él mismo la apariencia de la agitación mental. El Corán es como la imagen de todo lo que el cerebro humano puede pensar y experimentar, y por este medio Dios agota la inquietud humana e infunde en el creyente el silencio, la serenidad y la paz. 783 CI 2

El musulmán -sobre todo el que observa la Sunna hasta en sus menores ramificaciones- (49) vive en un tejido de símbolos, participa en la realización de este tejido puesto que los vive, y disfruta por ello de otras tantas formas de acordarse de Dios y del más allá, aunque sólo fuera indirectamente. Para el cristiano, que vive moralmente en el espacio vacío de las posibilidades vocacionales, y por consiguiente de lo imprevisible, esta situación del musulmán aparecerá como formalismo superficial, y hasta como fariseísmo, pero ésta es una impresión que no tiene en cuenta en absoluto el hecho de que para el Islam la voluntad no «improvisa»; (50) está determinada o canalizada con miras a la paz contemplativa del espíritu; (51) el exterior no es más que un esquema, todo el ritmo espiritual se desarrolla en el interior. Pronunciar fórmulas a cada paso puede no ser nada, y aparece corno nada al que no concibe más que el heroísmo moral, pero desde otro punto de vista -el de la unión virtual con Dios por el «recuerdo» constante de las cosas divinas- esta manera verbal de introducir en la vida «puntos de referencia» espirituales es, al contrario, un medio de purificación y de gracia del que no cabe dudar. Lo que es espiritualmente posible es, por esto mismo, legítimo, e incluso necesario en un contexto apropiado. 964 CI 2

61. Al-Ghazalli comenta en su Durrat al-fâkhira que un hombre, cuando fue lanzado al fuego, gritaba más fuerte que todos los demás: «Y lo sacaron de allí del todo quemado. Y Dios le dijo: ¿Por qué gritas más fuerte que las demás gentes que están en el fuego? Él respondió: Señor, Tú me has juzgado, pero yo no he perdido la fe en Tu misericordia... Y Dios dijo: ¿Quién desespera de la misericordia de su Señor, sino los extraviados? (Corán, XV, 56). Ve en paz. Yo te he perdonado». Desde el punto de vista católico, se trataría aquí del «purgatorio», El Budismo conoce Bodhisattvas, como Kshitigarbha, que alivian a los condenados con el rocío celestial o les llevan otros consuelos, lo que indica que existen funciones angélicas misericordiosas que llegan hasta los infiernos. 1068 CI 2

El «recuerdo de Allâh» es al mismo tiempo el olvido de sí; inversamente, el ego es una especie de cristalización del olvido de Allâh. El cerebro es como el órgano de este olvido, (39) es como una esponja llena de imágenes de este mundo de dispersión y de pesadez y también de las tendencias a la vez dispersantes y endurecedoras del ego. El corazón, por su parte, es el recuerdo latente de Allâh, escondido en el trasfondo de nuestro «yo»; la oración es como si el corazón, subido a la superficie, viniera a tomar el lugar del cerebro, dormido, desde ahora, con un santo sueño que une y aligera, y cuyo signo más elemental en el alma es la paz. «Duermo, pero mi corazón vela». (40) 1451 CI 5

La misma palabra «signos» (âyât) designa los versículos del Libro; como los fenómenos de la naturaleza a la vez virginal y maternal, revelan a Allâh brotando de la «Madre del Libro» y transmitiéndose por el espíritu virgen del Profeta. (67) El Islam, como el antiguo judaísmo, se encuentra particularmente cerca de la naturaleza por el hecho de que está anclado en el alma nómada; su belleza es la del desierto y del oasis; la arena es para él un símbolo de pureza -se la emplea para las abluciones cuando falta agua- y el oasis prefigura el Paraíso. El simbolismo de la arena es análogo al de la nieve: es una gran paz que unifica, semejante a la Shahâda que es paz y luz y que disuelve a fin de cuentas los nudos y las antinomias de la Existencia, o que reduce, reabsorbiéndolas, todas las coagulaciones efímeras a la Substancia pura e inmutable. El Islam surgió de la naturaleza; los sufíes retornan a ella, lo cual es uno de los sentidos de este hadith: «El Islam comenzó en el exilio y acabará en el exilio». Las ciudades, con su tendencia a la petrificación y con sus gérmenes de corrupción, se oponen a la naturaleza siempre virgen; su única justificación, y su única garantía de estabilidad, es la de ser santuarios; garantía muy relativa, pues el Corán dice: «Y no hay ciudad que Nosotros (Allâh) no destruyamos o no castiguemos severamente antes del Día de la resurrección» (XVII, 60). Todo esto permite comprender por qué el Islam ha querido mantener, en el marco de un sedentarismo inevitable, el espíritu nómada: las ciudades musulmanas conservan la marca de una peregrinación a través del espacio y el tiempo; el Islam refleja en todas partes la santa esterilidad y la austeridad del desierto, pero también, en este clima de muerte, el desbordamiento alegre y precioso de las fuentes y los oasis; la gracia frágil de las mezquitas repite la de los palmerales, mientras que la blancura y la monotonía de las ciudades tienen una belleza desértica y por ello mismo sepulcral. En el fondo del vacío de la existencia y detrás de sus espejismos está la eterna profusión de la Vida divina. 1499 CI 5

(57) Esta enumeración, de la que se encontrarán diferentes versiones nuestras obras anteriores, es una síntesis que deducimos de la naturaleza las cosas. El sufismo presenta diversas clasificaciones de las virtudes y distingue en ellas ramificaciones muy sutiles; insiste, evidentemente, también e apofatismo de las virtudes sobrenaturales y ve en estas concomitancias Espíritu otras tantas «estaciones» (maqâmat). La naturaleza nos ofrece muchas imágenes de las virtudes y también de las manifestaciones del Espíritu: la paloma, el águila, el cisne y el pavo real reflejan respectivamente la pureza, la fuerza, la paz contemplativa y la generosidad espiritual o el despliegue de gracias. 1558 CI 5

Se nos podría objetar que es contradictorio hablar en público de cosas tan precarias desde el punto de vista de la inteligibilidad; responderemos una vez más con los cabalistas que vale más que la sabiduría sea divulgada que no olvidada, haciendo abstracción de que sólo nos dirigimos a aquellos que quieran leernos y comprendernos. Vivimos una época de confusión y de sed en que las ventajas de la comunicabilidad pesan más que las de la secretividad; además, sólo las tesis esotéricas pueden satisfacer las imperiosas necesidades de causalidad que suscitan las posiciones filosóficas y científicas del mundo moderno. A esto es preciso añadir que si las doctrinas esotéricas no son aceptadas como merecen serlo, no es siempre por falta de buena voluntad; esta falta puede tener causas inexcusables o causas excusables, y en este último caso - que es a menudo cuestión de imaginación - se encuentra compensada por una actitud espiritual sin duda limitada, pero sin embargo positiva y eficaz. No pretendemos convertir a cualquiera que esté en paz con Dios, si lo está realmente, es decir, según la voluntad de Dios y con un corazón puro, y queremos asimismo subrayar que, en lo que nos concierne, la noción de esoterismo evoca mucho menos la superioridad intelectual que la totalidad de la verdad y los derechos imprescriptibles de la inteligencia, siempre en el clima de una relación humana, o sea, vivida, con el Cielo. La idea de que los no-esoteristas carecen por definición de inteligencia, o de que los esoteristas de facto están necesariamente provistos de ella, no anida, en todo caso, en nuestro espíritu. 2014 El esoterismo como principio y como vía: INTRODUCCIÓN

Desapego, generosidad, vigilancia, gratitud: estas virtudes proceden de cuatro principios que podríamos caracterizar con los siguientes términos: pureza, bondad, fuerza, belleza; o frío, calor, actividad, reposo; o muerte, vida, combate, paz; también, aplicándolas a la alquimia   espiritual: abstención, confianza, cumplimiento, contento. La pureza y la belleza son estáticas; la fuerza y la bondad son dinámicas; desde otro punto de vista, la pureza y la fuerza proceden del rigor; la belleza y la bondad, de la dulzura. Es decir, que la virtud en sí misma, o la conformidad del alma, posee dos modos complementarios, uno estático y otro dinámico y, desde otro punto de vista, un modo riguroso y un modo dulce; y los cuatro principios o las cuatro virtudes derivan de estos modos o de estos polos. 2766 El esoterismo como principio y como vía: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

La cima de esta energía que es el sentimiento la constituye el amor a Dios; dicho de otro modo, esta cima es la fe o la devoción. La fe es el estímulo que nos hace vivir en Dios y por Dios; la devoción es el temor reverencial que está en relación con el sentido de lo sagrado y que de alguna manera nos encierra en un clima contemplativo de adoración y de paz. 2898 El esoterismo como principio y como vía: II NATURALEZA Y PAPEL DEL SENTIMIENTO

Estar en paz con Dios es buscar y encontrar nuestra felicidad en Él; la criatura que Él nos ha agregado puede y debe ayudarnos a conseguirlo con más facilidad o con menos dificultad, según nuestros dones y con la gracia merecida o inmerecida (NA: Según un hadîth bien conocido, «el matrimonio es la mitad de la religión».). Al decir esto, evocamos la paradoja - o más bien el misterio - del apego con vistas al desapego, o de la exterioridad con vistas a la interioridad, o aún de la forma con vistas a la esencia; el verdadero amor nos ata a una forma sacramental alejándonos del mundo, y se asemeja así al misterio de la Revelación exteriorizada con vistas a la Salvación interiorizadora (NA: Porque, como anuncia el Veda  : «En verdad, no es por el amor del esposo por lo que el esposo es querido, sino por el amor del Atmâ que está en él. En verdad, no es por el amor de la esposa por lo que la esposa es querida, sino por el amor del Atmâ que está en ella» (NA: Brihadaranyaka Upanishad  , II, 4:5).). 3090 El esoterismo como principio y como vía: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD

El hombre experimenta dos atracciones, la del mundo exterior y la del centro interior. Atraído hacia el exterior, se hunde en la concupiscencia y la inquietud; atraído hacia el interior, encuentra la certidumbre y la paz. 4525 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

¿Qué es el mundo sino un flujo de formas, y qué es la vida sino una copa que, aparentemente, se vacía entre dos noches? ¿Y qué es la oración sino el único punto estable -hecho de paz y de luz- en este universo de sueño, y la puerta estrecha hacia todo lo que el mundo y la vida han buscado en vano? En la vida de un hombre estas cuatro certezas lo son todo: el momento presente, la muerte, el encuentro con Dios, la eternidad. La muerte es una salida, un mundo que se cierra; el encuentro con Dios es como una abertura hacia una infinitud fulgurante e inmutable; la eternidad es una plenitud de ser en la pura luz; y el momento presente es, en nuestra duración, un lugar casi inasible en el que somos ya eternos -una gota de eternidad en el vaivén de las formas y las melodías-. La oración da al instante terrestre todo su peso de eternidad y su valor divino; es la santa barca que conduce, a través de la vida y de la muerte, hacia la otra orilla, hacia el silencio de luz -pero no es ella, en el fondo, quien atraviesa el tiempo repitiéndose, es el tiempo el que se detiene, por decirlo así, ante su unicidad ya celestial. 4562 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

Afirmar que las medidas del hombre antiguo eran celestiales y estáticas, equivale a decir que este hombre vivía todavía «en el espacio»: el tiempo sólo era la contingencia que consumía las cosas y frente a la cual debían imponerse siempre de nuevo los valores «espaciales» como si dijéramos, es decir, permanentes por definitivos. El espacio simboliza el origen   y la inmutabilidad; el tiempo es la decadencia que aleja del origen conduciéndonos también hacia el «Mesías», el gran Liberador, y al encuentro con Dios. Rechazando o perdiendo las medidas celestiales el hombre se ha hecho víctima del tiempo: inventando las máquinas que devoran la duración, el hombre se ha desgajado de la paz del espacio y se ha arrojado en un torbellino sin salida. 4661 Sobre los mundos antiguos: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD

En lo tocante a la cosmogonía, para el indio no hay casi creatio ex nihilo; hay más bien una especie de transformación. En un mundo celestial situado por encima del cielo visible vivían en el origen seres semidivinos, personajes prototípicos y normativos que el hombre terrestre debe imitar en todo; en este mundo celestial no había más que paz. Pero algunos de estos seres acabaron por sembrar la discordia y entonces sobrevino el gran cambio; fueron exilados en tierra y llegaron a ser los antepasados de todas las criaturas terrestres; sin embargo algunos pudieron permanecer en el Cielo y son los genios de cada actividad esencial, como la caza, la guerra, el amor, la siembra. Para el indio lo que llamamos «creación» es en consecuencia y sobre todo un cambio de estado o un descenso; es una perspectiva «emanacionista» -en el sentido positivo y legítimo de este término- que se explica en este caso por el predominio entre los indios de la idea de la Substancia y por consiguiente de la Realidad «no discontinua». Es la perspectiva de la espiral o de la estrella, no la de los círculos concéntricos aunque este aspecto de la discontinuidad nunca deba olvidarse; las dos perspectivas se completan, pero el acento se pone o sobre una o sobre la otra. 4859 Sobre los mundos antiguos: CHAMANISMO PIEL-ROJA LA VÍA DE LA UNIDAD

Un problema que preocupa a todos los que se interesan en la espiritualidad de los pieles-rojas es el de la «Danza de los Espíritus» (Ghost Dance), que jugó un papel tan trágico cuando la derrota final de esta raza. Contrariamente a la opinión habitual esta danza no era un hecho totalmente nuevo; varios movimientos del mismo género habían visto la luz mucho antes de Wovoka -el promotor de la Ghost Dance-, es decir, que se producía con bastante frecuencia en las tribus del Oeste el siguiente fenómeno: un visionario que no era necesariamente un chamán hace la experiencia de la muerte y regresando a la vida trae consigo un mensaje del más allá: profecías que afectan al fin del mundo, al regreso de los muertos y a la creación de una nueva tierra -se ha llegado a hablar de la «lluvia de las estrellas» -y después una llamada a la paz y por último una danza que debía acelerar los acontecimientos y proteger a los creyentes, en este caso a los indios; en una palabra, estos mensajes de ultratumba contenían las concepciones escatológicas y «milenaristas» que volvemos a encontrar en una u otra forma en todas las mitologías y en todas las religiones (Movimientos enteramente análogos se han producido sucesivamente en Perú y en Bolivia, a partir de la conquista española y hasta comienzos de nuestro siglo.). 4889 Sobre los mundos antiguos: CHAMANISMO PIEL-ROJA LA VÍA DE LA UNIDAD

Somos como la espuma renovada sin cesar en el océano de la Existencia, pero como Dios se ha puesto en esta espuma está destinada a hacerse un mar de estrellas, en el momento de la cristalización final de los espíritus. El ínfimo sistema de imágenes debe convertirse, más allá de su contingencia terrestre, en una estrella inmortalizada en el halo de la Divinidad. Esta estrella puede concebirse en diversos grados; los Nombres divinos son sus arquetipos; más allá de las estrellas brilla el Sol del Sí mismo, en su trascendencia fulgurante y en su paz infinita. 5033 Sobre los mundos antiguos: EL HOMBRE EN EL UNIVERSO LA VÍA DE LA UNIDAD