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Obras: curandeiros

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Después de haber hablado de los «videntes», debemos decir también algunas palabras de los «médiums curanderos»: si es menester creer a los espiritistas, ésta es una de las formas más altas de la mediumnidad; he aquí, por ejemplo, lo que escribe M. Léon Denis, después de haber afirmado que los grandes escritores y los grandes artistas han sido casi todos «inspirados» y «médiums auditivos»: «El poder de curar por la mirada, el tacto, la imposición de las manos, es también una de las formas por las que la acción espiritual se ejerce sobre el mundo. Dios, fuente de vida, es el principio de la salud física, como es el de la perfección moral y la suprema belleza. Algunos hombres, por la plegaria y el impulso magnético, atraen a ellos este influjo, esta irradiación de la fuerza divina que arroja los fluidos impuros, causas de tantos sufrimientos. El espíritu de caridad, la devoción llevada hasta el sacrificio, el olvido de sí mismo, son las condiciones necesarias para adquirir y conservar este poder, uno de los más maravillosos que Dios haya acordado al hombre... Hoy día todavía, numerosos curanderos, más o menos afortunados, cuidan con la ayuda de los espíritus... Por encima de todas las iglesias humanas, al margen de todos los ritos, de todas las sectas, de todas las fórmulas, hay un foco supremo que el alma puede alcanzar por los impulsos de la fe... En realidad, la curación magnética no exige ni pasos ni fórmulas especiales, sino solo el deseo ardiente de aliviar a otro, la llamada sincera y profunda del alma a Dios, principio y fuente de todas las fuerzas» (NA: Dans l’Invisible, pp. 453-455.). Este entusiasmo se explica fácilmente si se piensa en las tendencias humanitarias de los espiritistas; y el mismo autor dice todavía: «Como Cristo y los Apóstoles, como los santos, los profetas y los magos, cada uno de nosotros puede imponer las manos y curar si tiene amor por sus semejantes y la ardiente voluntad de aliviarlos... Recogeos en silencio, solo con el paciente; haced llamada a los espíritus benefactores que planean sobre los dolores humanos. Entonces, desde arriba, sentiréis descender los influjos en vosotros y desde ahí ganar al sujeto. Una onda regeneradora penetrará por sí misma hasta la causa del mal, y, prolongando, renovando vuestra acción, habréis contribuido a aligerar el fardo de las miserias terrestres» (NA: Dans l’Invisible, p. 199.). Aquí se parece asimilar la acción de los «médiums curanderos» al magnetismo propiamente dicho; hay no obstante una diferencia que es menester tener en cuenta: es que el magnetizador ordinario actúa por su propia voluntad, y sin solicitar la intervención de un «espíritu» cualquiera; pero los espiritistas dirán que es médium sin saberlo, y que la intención de curar equivale en él a una suerte de evocación implícita, incluso si no cree en los «espíritus». De hecho, es exactamente la inversa la que es verdad: es el «curandero» espiritista el que es un magnetizador inconsciente; ya sea que sus facultades le hayan venido espontáneamente o ya sea que hayan sido desarrolladas por el ejercicio, no son nada más que facultades magnéticas; pero, en virtud de sus concepciones especiales, él se imagina que debe hacer llamada a los «espíritus» y que son éstos quienes actúan por él, mientras que, en realidad, es únicamente de él mismo de donde provienen todos los efectos producidos. Este género de pretendida mediumnidad es menos dañino que los otros para aquellos que están dotados de él, porque, al no implicar el mismo grado de pasividad (NA: e incluso la pasividad es ahí más bien ilusoria), tampoco entraña un desequilibrio parecido; no obstante, sería excesivo creer que la práctica del magnetismo, en estas condiciones o en las condiciones ordinarias (NA: la diferencia está más bien en la interpretación que en los hechos), esté exenta de todo peligro para el que se libra a ella, sobre todo si lo hace de una manera habitual, «profesional» en cierto modo. En lo que concierne a los efectos del magnetismo, son muy reales en algunos casos, pero es menester no exagerar su eficacia: nos no pensamos que pueda curar y ni siquiera aliviar todas las enfermedades indistintamente, y hay temperamentos que le son completamente refractarios; además, algunas curaciones deben ponerse en la cuenta de la sugestión, o incluso de la autosugestión, mucho más que en la del magnetismo. En cuanto al valor relativo de tal o cual manera de operar, eso puede discutirse (NA: y las diferentes escuelas magnéticas no se privan de ello, sin hablar de los hipnotizadores que apenas están más de acuerdo) (NA: No queremos abordar la cuestión controvertida de las relaciones del hipnotismo y del magnetismo: históricamente, el primero ha derivado del segundo, pero los médicos, que habían negado el magnetismo, no podían adoptarle decentemente sin imponerle un nombre nuevo; por otra parte, el magnetismo es más extenso que el hipnotismo, en el sentido de que opera frecuentemente sobre sujetos en el estado de vigilia, y usa menos la sugestión. Como ejemplos de las discusiones a las que hacemos alusión, podemos citar, en los magnetizadores, las disputas entre partidarios y adversarios de la «polaridad»; en los hipnotizadores, la querella de las escuelas de la Salpêtrière y de Nancy; por una y otra parte, los resultados obtenidos por los experimentadores sobre sus sujetos concuerdan siempre con las teorías de cada uno, lo que prueba que la sugestión juega ahí un papel capital, aunque frecuentemente involuntario.), pero no es quizás tan totalmente indiferente como lo pretende M. Léon Denis, a menos de que no sea el caso de un magnetizador que posea facultades particularmente poderosas y que constituyan una especie de don natural; este caso, que da precisamente la ilusión de la mediumnidad (NA: suponiendo que se conozcan y que se acepten las teorías espiritistas) porque no da lugar a ningún esfuerzo voluntario, es probablemente el de los «curanderos» más célebres, salvo, bien entendido, cuando su reputación es usurpada y cuando a ello se mezcla el charlatanismo, ya que eso se ha visto algunas veces. En fin, en cuanto a la explicación de los fenómenos magnéticos, no vamos a ocuparnos aquí de ella; pero no hay que decir que la teoría «fluídica», que es la de la mayor parte de los magnetizadores, es inadmisible; hemos hecho destacar ya que es de ahí de donde ha venido, en el espiritismo, la concepción de los «fluidos» de todo tipo: no es más que una imagen muy grosera, y la intervención de los «espíritus», que agregan a eso los espiritistas, es una absurdidad.

Relativamente a los «médiums curanderos», la concepción espiritista está particularmente clara en el «fraternismo», donde los médiums de esta categoría ocupan el primer lugar; parece incluso que esta secta les deba su origen  , si se cree lo que escribía al respecto en 1913 M. Paul Pillault: «Apenas hace cinco años, ensayaba en casa, en Auby, en mi pequeña oficina y a veces en mi domicilio, sobre las cualidades de curador que nuestro buen hermano del espacio (NA: sic), Jules Meudon, me había descubierto, y que me comprometió a practicar. Logré numerosísimas curas de las más variadas, desde la ceguera al simple dolor de dientes. Feliz de los resultados obtenidos, resolví hacer aprovechar de ello al mayor número posible de mis semejantes. Es entonces cuando nuestro director Jean Béziat se asoció a mí para fundar en Sin-le-Noble (NA: cerca de Douai) el Instituto general psicósico, del cual salió el Instituto de las Fuerzas psicósicas n 1, y del cual nació (NA: en 1910) nuestro órgano El Fraternista» (NA: Le Fraterniste, 26 de diciembre de 1913.). Sin dejar de ocuparse de curaciones, pronto se llegó a tener preocupaciones más extensas (NA: no decimos más elevadas, puesto que no se trata más que de «moralismo» humanitario), como lo muestra esta declaración de M. Béziat: «Incitamos a la ciencia a intentar investigaciones en el orden espiritista, y, si determinamos finalmente a la ciencia a ocuparse de este orden, ella encontrará. Y cuando haya encontrado y probado, es la humanidad toda entera la que habrá encontrado la felicidad. Así, el Fraternista no solo es el diario más interesante, sino el más útil del mundo. Es de él de quien es menester esperar la quietud y la alegría de la humanidad. Cuando se haya demostrado el buen fundamento del espiritismo, la cuestión social estará casi resuelta» (NA: Ibid., 19 de diciembre de 1913. -Señalamos que el pacifismo y el feminismo están especialmente inscritos en el programa de este diario.). Si es sincero, es de una inconsciencia verdaderamente desconcertante; pero volvamos de nuevo a la teoría de las «curaciones fluídicas psicósicas»: fue expuesta en el tribunal de Béthune, el 17 de enero de 1914, en ocasión de un proceso por ejercicio ilegal de la medicina incoado a dos «curanderos» de esta escuela, MM. Lesage y Lecomte, que fueron absueltos porque no prescribían medicamentos; he aquí lo esencial de sus declaraciones: «Cuidan a los enfermos por imposición de las manos, pasos, e invocación mental simultánea a las fuerzas buenas de lo astral (NA: Se destacará que los «fraternistas», que son bastante «eclécticos», a veces hacen apropiaciones a la terminología ocultista.). No dan ningún remedio, ni prescripción: no hay tratamiento en el sentido médico del término, ni masaje, sino cuidados por medio de una fuerza fluídica que no es el empleo del magnetismo ordinario, sino de lo que se podría llamar magnetismo espiritista (NA: psicosismo), es decir, captación por el curandero de fuerzas aportadas por los buenos espíritus, y transmisión de estas fuerzas al enfermo que siente una gran mejoría, u obtiene su curación completa, según el caso, y en un lapso de tiempo igualmente muy variable... En el curso de los interrogatorios, el Sr. Presidente pidió explicaciones sobre el punto del laboratorio, donde se encuentran las cubetas de agua magnetizada, preparada por los curanderos... El agua magnetizada no tiene, bajo el punto de vista de la curación, más que un valor relativo: no es ella la que cura; ayuda a la evacuación de los fluidos malos, pero son los cuidados espiritistas los que arrojan el mal» (NA: Le Fraterniste, 23 de enero de 1914.). Por lo demás, se busca persuadir a los médicos mismos de que, si les ocurre curar a sus enfermos, ello se debe sin duda también a las «psicosas»; la cosa se les declara solemnemente en estos términos: «Es la psicosa la que cura, señores; el curandero es simplemente su instrumento. Ustedes también, son el objeto de las psicosas; solamente, hay utilidad para ustedes en que las buenas vayan por el lado de ustedes, como han venido por el nuestro» (NA: Ibid., 19 de diciembre de 1913.). Notemos todavía esta curiosa explicación de M. Béziat: «Podemos afirmar que una enfermedad, cualquiera que sea, es una de las numerosas variedades del Mal, con una M mayúscula. Ahora bien, el curandero, por su fluido, que infunde al paciente, por sus buenas intenciones, mata o ahoga al Mal en general. Así pues, resulta de ello que, por la misma ocasión, ahoga la variedad, es decir, la enfermedad. He ahí todo el secreto» (NA: Ibid., 19 de diciembre de 1913.). Es muy simple en efecto, al menos en apariencia, o más bien muy «simplista»; pero hay otros «curanderos» que encuentran más simple todavía negar el mal: es el caso de las sectas americanas tales como los «Mental Scientists» y los «Christian Scientists», y esta opinión es también la de los antonistas, de quienes hablaremos más adelante. Los «fraternistas» llegan hasta hacer intervenir la «fuerza divina» en sus curaciones, y es todavía M. Béziat quien proclama «la posibilidad de curar las enfermedades por el empleo de las energías astrales invisibles, por la llamada a la Gran Fuerza Dispensadora Universal que es Dios» (NA: Ibid., 10 de abril de 1914.); si la cosa fuera así, se les podría preguntar por qué sienten la necesidad de hacer llamada a los «espíritus» y a las «fuerzas de lo astral», en lugar de dirigirse a Dios directa y exclusivamente. Pero ya se ha visto lo que es el Dios en evolución en el que creen los «fraternistas»; hay todavía, a este propósito, una cosa muy significativa que tenemos que contar: el 9 de febrero de 1914, Sebastián Faure dio en Arras la conferencia sobre «las doce pruebas de la inexistencia de Dios» que repetía un poco por todas parte; M. Béziat tomó la palabra después de él, declarando «perseguir la misma meta en cuanto al fondo», dirigiéndole «sus más sinceras felicitaciones», y comprometiendo a todos los asistentes a «asociarse sinceramente a él en la realización de su programa tan humanitario». A continuación de la reseña que su diario dio de esta reunión, M. Béziat agregó estas reflexiones: «Aquellos que, como Sebastián Faure, niegan el Dios Creador de la Iglesia, se aproximan tanto más, según nosotros, al verdadero Dios que es la Fuerza Universal impulsiva de los mundos... Así, no tememos avanzar esta paradoja de que si los Sebastián Faure no creen ya en el Dios de los clérigos, es porque creen más que los demás en el Dios real. Decimos que en el estado actual de la evolución social, estas negaciones son más divinas que otras, puesto que quieren más justicia y felicidad para todos... Concluyo pues que si Sebastián Faure ya no cree en Dios, es únicamente porque ha llegado a conocerle más, o en todo caso a sentirle más, puesto que quiere practicar sus virtudes» (NA: Le Fraterniste, 20 de febrero de 1914.). Desde entonces, le han ocurrido a Sebastián Faure desventuras que muestran muy bien cómo entendía «practicar sus virtudes»; los «fraternistas», defensores de M. le Clément de Saint-Marcq, tienen decididamente amistades singulares.

Hubo muchas otras escuelas espiritistas más o menos independientes, que fueron fundadas o dirigidas por «médiums curanderos»: Citaremos por ejemplo a M. A. Bouvier, de Lyon, que unía en sus teorías el magnetismo y el kardecismo, y que tenía un órgano titulado La Paz Universal, donde fue lanzado ese extravagante proyecto del «Congreso de la Humanidad» del que hemos hablado en otra parte (NA: El Teosofismo, pp. 171-173, ed. francesa.). A la cabeza de esta revista figuraban las dos máximas siguientes: «El conocimiento exacto de sí mismo engendra el amor de su semejante. No hay en el mundo culto más elevado que el de la verdad». No carece de interés destacar que la segunda no es más que la transcripción casi textual (NA: salvo que la palabra «religión» está reemplazado ahí por «culto») de la divisa de la Sociedad Teosófica. Por otra parte, M. Bouvier, que acabó por ligarse al «fraternismo», estaba, contrariamente a lo que tiene lugar más ordinariamente, en muy buenos términos con los ocultistas; es verdad que éstos tienen hacia los «curanderos» una veneración al menos tan excesiva como la de los espiritistas. El famoso «Maestro desconocido» de la escuela papusiana, al que ya hemos hecho alusión, no era en suma nada más que un «curandero», y no tenía ningún conocimiento de orden doctrinal; pero ese aparecía sobre todo como una víctima del papel que se le impuso: la verdad es que Papus tenía necesidad de un «Maestro», no para él, ya que él no le quería, sino de alguno que pudiera presentar como tal para dar a sus organizaciones la apariencia de una base seria, para hacer creer que tenía detrás de él «potencias superiores» cuyo representante autorizado era él; toda esa fantástica historia de los «enviados del Padre» y de los «espíritus del apartamento de Cristo» no ha tenido jamás, en el fondo, otra razón de ser que esa. En estas condiciones, nada hay de sorprendente en que los ingenuos, que son muy numerosos en el ocultismo, hayan creído poder contar, en el número de los «doce Grandes Maestros desconocidos de la Rosa-Cruz», a otros «curanderos» tan completamente desprovistos de intelectualidad como el «Padre Antonio» y el Alsaciano Francis Schlatter; ya hemos hablado de ellos en otra ocasión (NA: El Teosofismo, p. 260, ed. francesa.). Hay otros todavía que, sin colocarlos tan alto, se les alaba mucho en la misma escuela; tal es ese a propósito del cual Papus ha deslizado esta nota en una de sus obras: «Al lado del espiritismo, debemos señalar a los adeptos de la teurgia y sobre todo a Saltzman como propagadores de la idea de reencarnación. En su hermoso libro, Magnetismo espiritual, Saltzman abre a todo espíritu buscador magníficos horizontes» (NA: La Réincarnation, p. 173. -Podríamos hablar también de un agrupamiento instituido bastante recientemente por un ocultista que pretende encerrarse en un misticismo «crístico», como él dice, y donde el supuesto tratamiento «teúrgico» de los enfermos parece ser igualmente una de las preocupaciones dominantes. Hay todavía, en el mismo orden de ideas, una organización auxiliar del martinismo, creada en Alemania por el Dr. Theodor Krauss (NA: Saturnus), bajo la denominación de «Orden terapéutica, alquímica y filantrópica de los Samaritanos Desconocidos»; y recordaremos, en fin, que existe una «Orden de los Curanderos» entre las numerosas filiales de la Sociedad Teosófica.). Saltzman no es en realidad más que un espiritista cualquiera un poco disidente, que no tiene nada de un «adepto» en el verdadero sentido de esta palabra; y lo que llama «teurgia» no tiene el menor punto común con lo que los antiguos entendían por el mismo término, y que él ignora totalmente. Eso nos hace pensar en un personaje más bien ridículo que fue antaño una celebridad parisiense, ese a quien se llamaba el zuavo Jacob: él también había creído bueno dar este nombre de «teurgia» a una vulgar mezcla de magnetismo y de espiritismo. En 1888, publicó una suerte de revista cuyo título, a pesar de su longitud inusitada, merece ser transcrito integralmente: «Revista teúrgica, científica, psicológica y filosófica, que trata especialmente de la higiene y de la curación por los fluidos y de los peligros de las prácticas médicas, clericales, magnéticas, hipnóticas, etc., bajo la dirección del zuavo Jacob»; eso da ya una idea bastante clara de su mentalidad. Además, nos limitaremos a reproducir, sobre este personaje, la apreciación de un autor enteramente favorable al espiritismo: «El zuavo curandero estaba en boga. Entré en relación con él, pero no tuve que felicitarme de ello por mucho tiempo. Pretendía operar por la influencia de los espíritus, y, cuando yo arriesgaba alguna objeción, se precipitaba en insultos y en groserías dignas de un batelero de pro; pobres argumentos en la boca de un apóstol. ¡Escribo “apóstol”, ya que se decía el enviado de Dios para “curar a los hombres físicamente, como Cristo había sido enviado para curarlos moralmente”! Muchas personas se acordarán de esta frase típica. Yo fui, es verdad, testigo de mejorías sorprendentes sobrevenidas instantáneamente en algunos enfermos desahuciados por los médicos. He visto, entre otros casos, un paralítico que se trajo a hombros de un comisionario porque ya no podía mover ni los brazos ni las piernas, ponerse a caminar solo, sin sostén ni muletas,... justo el tiempo de abandonar la sala del curandero, es decir, mientras permaneció en su presencia. Franqueada la puerta, el desdichado recayó inerte y debió ser vuelto a llevar como había venido. A oír decir, tanto como a ver, las curas del famoso zuavo no eran más que pseudocuraciones, y sus clientes recobraban invariablemente, al volver a su casa, todas las enfermedades de las cuales les había desembarazado en la suya, con una más: el desaliento. En todo caso, no llegó a curarme de lo que él llamaba mi “ceguera moral”, y, en la hora presente, persisto en creer que el secreto de su influencia sobre las enfermedades residía, no en la asistencia de los espíritus, como lo pretendía, sino en la educación deplorable de la que hacía muestra. Espantaba a sus clientes con miradas furibundas, a las cuales agregaba, en ocasiones, epítetos salaces. Era domador, quizás, pero no taumaturgo» (NA: Félix Fabart, Histoire philosophique et politique de l’Occulte, pp. 173-174.). En suma, había en todo eso, con un cierto poder de sugestión, una fuerte dosis de charlatanería; encontraremos algo bastante análogo en la historia del antonismo, a la que pensamos que es bueno consagrar un capítulo especial, en razón de la llamativa expansión de esta secta, y también porque es ese un caso verdaderamente típico, muy propio para hacer juzgar sobre el estado mental de algunos de nuestros contemporáneos. No queremos decir que todos los «curanderos» estén en eso: los hay, muy ciertamente, cuya sinceridad es muy respetable, y cuyas facultades reales no contestamos, aunque sí deploramos que casi todos busquen explicarlas por teorías más que sospechosas; es bastante curioso constatar también que estas facultades se encuentran desarrolladas sobre todo en gentes poco inteligentes. En fin, aquellos que no son más que «sugestionadores» pueden obtener, en algunos casos, resultados más durables que las curas del zuavo Jacob, y no hay puesta en escena apropiada que no sea susceptible de actuar efectivamente sobre algunos enfermos; uno puede inclusive preguntarse si los charlatanes más manifiestamente tales no acaban por sugestionarse ellos a sí mismos y por creer más o menos en los poderes extraordinarios que se atribuyen. Sea como sea, tenemos que repetir todavía una vez más que todo lo que es «fenómeno» no prueba absolutamente nada bajo el punto de vista teórico: es perfectamente vano invocar, en favor de una doctrina, curaciones obtenidas por gentes que la profesan, y, por lo demás, se podrían apoyar así las opiniones más contradictorias, lo que muestra suficientemente que esos argumentos carecen de valor; cuando se trata de la verdad o de la falsedad de las ideas, toda consideración extraintelectual debe ser tenida por nula y sin valor. [El Error Espírita]