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Obras: ciego

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Volviendo a lo que decíamos de la comprensión de las ideas, podríamos comparar una noción teórica con la visión de un objeto: de la misma manera que esta visión no revela todos los aspectos posibles, es decir, la naturaleza integral del objeto, cuyo perfecto conocimiento no sería otro que la identidad con él, igualmente una noción teórica no responde a la verdad integral de la que forzosamente no sugiere más que un aspecto, esencial o no (NA: En un tratado contra la filosofía racionalista, El-Gazzali habla de algunos ciegos que, no teniendo ningún conocimiento, ni siquiera teórico, del elefante, se encuentran un buen día en presencia de este animal y se ponen a palpar las distintas partes del cuerpo; de esta forma, cada uno se representa el animal según el miembro que ha tocado: para el primer ciego, que ha palpado una pata, el elefante se asemeja a una columna, mientras que para el segundo, que lo que ha palpado han sido las defensas, el elefante se asemejaría a una estaca, y así sucesivamente. Mediante esta parábola, El-Gazzali intenta mostrar el error consistente en querer encerrar lo universal en visiones fragmentarias o en aspectos o puntos e vista aislados y exclusivos. Shri Ramakrishna retoma la misma parábola para mostrar la insuficiencia del exclusivismo dogmático en lo que tiene de negativo. Se podría no obstante expresar la misma idea con la ayuda de una imagen todavía más adecuada: delante de un objeto cualquiera, los unos dirían que un objeto es tal forma y los otros que es tal materia; otros, en fin, sostendrían que es tal número o tal peso, y así sucesivamente.); el error, en este ejemplo, corresponde a una visión inadecuada del objeto, mientras que la concepción dogmatizante sería comparable a la visión exclusiva de un solo aspecto de este objeto, visión que supondría la inmovilidad del sujeto vidente. En cuanto a la concepción especulativa, o sea, intelectualmente ilimitada, sería aquí comparable al conjunto indefinido de las diferentes visiones del objeto considerado, visiones que presupondrían la facultad de desplazamiento o cambio de punto de vista del sujeto, por consiguiente, una cierta forma de identidad con las dimensiones del espacio que, de por sí, revelan precisamente la naturaleza integral del objeto, al menos desde el punto de vista de la forma que es la que está en causa en nuestro ejemplo. El movimiento en el espacio es, en efecto, una participación activa en las posibilidades de éste, mientras que la extensión estática en el espacio, la forma de nuestro cuerpo por ejemplo, es una participación pasiva en estas mismas posibilidades; de estas consideraciones se puede pasar fácilmente a un plano superior y hablar entonces de un «espacio intelectual», es decir, de la omniposibilidad cognoscitiva que no es otra, en el fondo, que la Omnisciencia divina, y por consiguiente también «dimensiones intelectuales» que son las modalidades «internas» de esta Omnisciencia; y el Conocimiento por el Intelecto no es otra cosa que la perfecta participación del sujeto en estas modalidades, lo que, en el mundo físico, está bien representado por el movimiento. Se puede, pues, hablando de la comprensión de las ideas, distinguir una comprensión dogmatizante, comparable a la visión que parte de un solo punto de vista, y una comprensión integral, especulativa, comparable a la serie indefinida de las visiones del objeto, visiones realizadas por cambios indefinidamente múltiples del punto de vista. Y de la misma manera que, para el ojo que se desplaza, las diferentes visiones de un objeto están ligadas por una perfecta continuidad que representa de alguna manera la realidad determinante del objeto, igualmente los diferentes aspectos de una verdad, por contradictorios que ellos puedan parecer entre sí, no hacen más que describir, conteniendo implícitamente aspectos posibles, la Verdad integral que los sobrepasa y los determina. Repetiremos lo que hemos dicho más arriba: la afirmación dogmatizante corresponde a un punto que, como tal, contradice por definición inclusive todo otro punto, mientras que la enunciación especulativa, por el contrario, es siempre concebida como un elemento de un círculo que, por su misma fuerza, indica principalmente su propia continuidad y, por esto, el círculo entero, o sea, la verdad entera. 53 DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES: I

La voluntad está para realizar, pero su realización está determinada por la inteligencia; el sentimiento está para amar - en cuanto a su naturaleza intrínseca y positiva -, pero su amor está también determinado por la inteligencia, sea racional, sea intelectual, sin la que sería ciego. El hombre es la inteligencia, luego la objetividad, y esta inteligencia objetiva determina todo lo que él es y todo lo que hace. 505 DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES: IX

Pretender, como han hecho algunos, que en la gnosis la inteligencia se pone orgullosamente en el lugar de Allâh, es ignorar que la inteligencia no puede realizar en el marco de su naturaleza propia lo que podríamos llamar el «ser» del Infinito; la inteligencia pura comunica de él un reflejo -o un sistema de reflejos- adecuado y eficaz, pero no transmite directamente el «ser» divino, sin lo cual el conocimiento intelectual nos identificaría de una manera inmediata con su objeto. La diferencia entre la creencia y la gnosis -la fe religiosa elemental y la certidumbre metafísica- es comparable a la que existe entre una descripción y una visión: al igual que la primera, la segunda no nos sitúa en la cima de una montaña, pero nos informa sobre las propiedades de ésta y sobre el camino que hay que tomar; no olvidemos, sin embargo, que un ciego que camina sin detenerse avanza más deprisa que un hombre normal que se detiene a cada paso. Sea como fuere, la visión identifica el ojo a la luz, comunica un conocimiento justo y homogéneo (87) y permite tomar atajos allí donde la ceguera obliga a andar a tientas, mal que les pese a los despreciadores moralizantes del intelecto que se niegan a admitir que este último es también una gracia, pero en modo estático y «naturalmente sobrenatural». (88) Sin embargo, ya lo hemos dicho, la intelección no es toda la gnosis pues ésta incluye los misterios de la unión y desemboca directamente en el Infinito, si cabe expresarse así; el carácter «increado» del sufí en el sentido pleno (al-sûfî lam yukhlaq) no concierne a priori más que a la esencia transpersonal del intelecto y no al estado de absorción en la Realidad que el intelecto nos hace «percibir», o del que nos hace «conscientes». La gnosis sobrepasa inmensamente todo lo que aparece en el hombre como «inteligencia», precisamente porque es un inconmensurable misterio de «ser»; en eso está toda la diferencia, indescriptible en lenguaje humano, entre la visión y la realización; en ésta, el elemento «visión» se convierte en «ser», y nuestra existencia se transmuta en luz. Pero incluso la visión intelectual ordinaria -la intelección que refleja, asimila y discierne sin operar ipso facto una trasmutación ontológica- supera ya inmensamente al simple pensamiento, al juego discursivo y «filosófico» de la mente. 1614 CI 6

Pero hay otra objeción que se ha de tener en cuenta: algunos dirán que siempre hubo máquinas y que las del siglo XIX son sencillamente más perfectas que las otras, pero es ése un error radical que se encuentra una y otra vez siempre bajo diversas formas; es una falta de sentido de las «dimensiones», o dicho de otro modo, es no saber distinguir entre diferencias cualitativas o eminentes y diferencias cuantitativas o accidentales. Por ejemplo, un telar antiguo, aunque fuese el más perfecto posible, es una especie de revelación y un símbolo cuya inteligibilidad permite al alma «respirar», mientras que la máquina es propiamente «sofocante»; la génesis del telar corre pareja con la vida espiritual - lo cual, por lo demás, resulta de su cualidad estética -, mientras que una máquina moderna presupone al contrario un clima mental y un trabajo de investigación incompatible con la santidad, sin hablar de su aspecto de artrópodo gigante o de caja mágica, el cual tiene igualmente valor de criterio; un santo podía construir o perfeccionar un molino de agua o de viento, pero ningún santo puede inventar una máquina, precisamente porque el progreso técnico implica una mentalidad contraria a la espiritualidad, criterio que aparece con una evidencia brutal, hemos dicho, en las propias formas de las construcciones mecánicas (NA: Las pruebas que, en la antigüedad y la edad media, más se acercaban a construcciones mecánicas servían de diversión y eran consideradas como curiosidades, como cosas, pues, cuyo propio carácter excepcional volvía legítimas. Los antiguos no eran como niños imprevisores que todo lo tocan, sino, al contrario, como hombres maduros que evitan ciertos órdenes de posibilidades cuyas consecuencias funestas prevén.). Precisaremos que en el campo de las formas, como en el del espíritu, es falso todo cuanto no concuerda ni con la naturaleza virgen, ni con un santuario; toda cosa legítima tiene algo de la naturaleza por una parte y de sagrado por otra. Un carácter asombroso de las máquinas, es que devoran materias - a menudo telúricas y tenebrosas - en vez de ser puestas en movimiento por el hombre solo o por una fuerza natural como el agua o el viento; se está obligando a saquear la tierra para hacerlas «vivir», lo que no es el menor aspecto de su función de desequilibrio. Hay que estar bien ciego para no ver que ni la velocidad ni la superproducción son bienes, sin hablar de la proletarización del pueblo y el afeamiento del mundo (NA: Ya nos imaginamos que algunos nos discutirían el derecho moral a usar inventos modernos como si la estructura económica y el ritmo de nuestra época permitiesen escapar a ellos, y como si fuese útil escapar a ellos en un mundo en el que nadie lo hace; por lo demás, discutir ese derecho sólo sería lógico si al mismo tiempo se nos diesen todos los valores que el mundo moderno ha destruido.); pero el argumento básico sigue siendo el que hemos enunciado en primer lugar, esto es, que la técnica no puede nacer más que de un mundo sin Dios: un mundo en el que la astucia ha substituido a la inteligencia y a la contemplación. 1762 CASTAS Y RAZAS: EL SENTIDO DE LAS CASTAS

Quisiéramos aprovechar esta ocasión para decir algunas palabras, al margen de nuestras consideraciones sobre las razas pero no sin relación con ellas, de la oposición - verdadera o falsa - entre Occidente y Oriente: en primer lugar, hay, por ambos lados, una oposición interna entre el patrimonio sagrado y lo que se aparta de él, bien activamente, bien de una manera pasiva; esto significa que la distinción Oriente-Occidente no tiene nada de absoluto, que hay un «Oriente occidental» como había - o como quizás hay todavía en ciertos ambientes - un «Occidente oriental», como el monte Athos o algún otro fenómeno más o menos aislado. Por lo que respecta a Oriente, hay que empezar, pues, por distinguir - so pena de contradicciones inextricables - entre los orientales que no deben nada, o casi, a Occidente y que tienen todos los motivos y todos los derechos para resistírsele, y los que, por el contrario, se lo deben todo - o se imaginan deberlo todo - y que con demasiada facilidad pasan el tiempo enumerando los crímenes coloniales de Europa, como si los europeos fuesen los únicos hombres que hubieran conquistado países y explotado pueblos. El ciego afán con el que los orientales occidentalizados, sea cual fuere su color político, impulsan la occidentalización de Oriente prueba indiscutiblemente hasta qué punto están convencidos de la superioridad de la civilización occidental moderna, la misma que ha engendrado el colonialismo, como también el maquinismo y el marxismo; ahora bien, hay pocas cosas tan absurdas como el antioccidentalismo de los occidentalizados, pues una de dos: o bien esta civilización es digna de ser adoptada, y entonces los europeos son superhombres a los que, por así decirlo, se debe un agradecimiento eterno, si está permitido emplear un abuso de lenguaje; o bien los europeos son unos malhechores dignos de desprecio, y entonces su civilización cae con ellos y no hay razón alguna para imitarla. De hecho, se imita a Occidente íntegramente, desde el fondo del corazón y en sus caprichos más inútiles; lejos de limitarse a un armamento moderno con miras a una legítima defensa, o a un equipamiento económico capaz de hacer frente a las situaciones creadas por la superpoblación y debidas en parte a los crímenes biológicos de la ciencia moderna, se adopta el alma misma del Occidente antitradicional, hasta el punto de pedir a la «ciencia de las religiones» y al psicoanálisis  , y hasta al surrealismo, las claves de la sabiduría milenaria de Oriente. En una palabra, se cree en la superioridad de Occidente, y se reprocha a los occidentales el que hayan creído en ella. 1882 CASTAS Y RAZAS: EL SENTIDO DE LAS RAZAS