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Obras: ceguera

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Pretender, como han hecho algunos, que en la gnosis la inteligencia se pone orgullosamente en el lugar de Allâh, es ignorar que la inteligencia no puede realizar en el marco de su naturaleza propia lo que podríamos llamar el «ser» del Infinito; la inteligencia pura comunica de él un reflejo -o un sistema de reflejos- adecuado y eficaz, pero no transmite directamente el «ser» divino, sin lo cual el conocimiento intelectual nos identificaría de una manera inmediata con su objeto. La diferencia entre la creencia y la gnosis -la fe religiosa elemental y la certidumbre metafísica- es comparable a la que existe entre una descripción y una visión: al igual que la primera, la segunda no nos sitúa en la cima de una montaña, pero nos informa sobre las propiedades de ésta y sobre el camino que hay que tomar; no olvidemos, sin embargo, que un ciego que camina sin detenerse avanza más deprisa que un hombre normal que se detiene a cada paso. Sea como fuere, la visión identifica el ojo a la luz, comunica un conocimiento justo y homogéneo (87) y permite tomar atajos allí donde la ceguera obliga a andar a tientas, mal que les pese a los despreciadores moralizantes del intelecto que se niegan a admitir que este último es también una gracia, pero en modo estático y «naturalmente sobrenatural». (88) Sin embargo, ya lo hemos dicho, la intelección no es toda la gnosis pues ésta incluye los misterios de la unión y desemboca directamente en el Infinito, si cabe expresarse así; el carácter «increado» del sufí en el sentido pleno (al-sûfî lam yukhlaq) no concierne a priori más que a la esencia transpersonal del intelecto y no al estado de absorción en la Realidad que el intelecto nos hace «percibir», o del que nos hace «conscientes». La gnosis sobrepasa inmensamente todo lo que aparece en el hombre como «inteligencia», precisamente porque es un inconmensurable misterio de «ser»; en eso está toda la diferencia, indescriptible en lenguaje humano, entre la visión y la realización; en ésta, el elemento «visión» se convierte en «ser», y nuestra existencia se transmuta en luz. Pero incluso la visión intelectual ordinaria -la intelección que refleja, asimila y discierne sin operar ipso facto una trasmutación ontológica- supera ya inmensamente al simple pensamiento, al juego discursivo y «filosófico» de la mente. 1614 CI 6

El problema de las castas nos induce a abrir aquí un paréntesis; ¿cómo definir la posición o la calidad del obrero moderno? Responderemos en primer lugar que el «mundo obrero» es una creación completamente artificial, debida a la máquina y la vulgarización científica que a ésta se vincula; dicho de otro modo, la máquina crea infaliblemente el tipo humano artificial que el «proletario» es, o más bien, crea un «proletariado», pues se trata esencialmente de una colectividad cuantitativa y no de una «casta» natural, esto es, con su fundamento en una determinada naturaleza individual. Si se pudiera suprimir las máquinas y volver a introducir el antiguo artesanado con todos sus aspectos de arte y dignidad, el «problema obrero» cesaría de existir; esto es cierto incluso para las funciones puramente serviles o los oficios más o menos cuantitativos, por la sencilla razón de que la máquina es inhumana y antiespiritual en sí. La máquina no sólo mata el alma del obrero, sino el alma como tal, luego también la del explotador: la pareja explotador-obrero es inseparable del maquinismo, pues el artesanado impide esta alternativa tosca por su propia calidad humana y espiritual. El universo maquinista, en resumidas cuentas, es el triunfo de la chatarra pesada y solapada; es la victoria del metal sobre la madera, de la materia sobre el hombre, de la astucia sobre la inteligencia (NA: Hemos leído en algún lado que sólo los progresos de la técnica explican el carácter nuevo y catastrófico de la primera guerra mundial, lo cual es muy acertado. Aquí fue la máquina quien fabricó la historia, como fabrica, por otro lado, hombres, ideas, un mundo.); expresiones tales como «masa», «bloque» y «choque», tan frecuentes en el vocabulario del hombre industrializado, son del todo significativas para un mundo que está más cerca de los insectos que de los humanos. Nada hay de asombroso en el hecho de que el «mundo obrero», con su psicología «maquinista-cientificista-materialista», sea particularmente impermeable a las realidades espirituales, pues presupone una «realidad ambiente» completamente ficticia: exige máquinas, luego metal, estrépito, fuerzas ocultas y pérfidas, un ambiente de pesadilla, un vaivén ininteligible, en una palabra: una vida de insecto en la fealdad y la trivialidad; en el interior de un mundo tal, o más bien de un «decorado» tal, la realidad espiritual aparecerá como una ilusión patente o un lujo desdeñable. En cualquier ambiente tradicional, por el contrario, es precisamente el problematismo «obrero» - luego maquinista - lo que no tendría ninguna fuerza persuasiva; para hacerlo verosímil, hay que comenzar, pues, por crear un mundo de bastidores que le corresponda, y cuyas formas mismas sugieran la ausencia de Dios; el Cielo ha de ser inverosímil, hablar de Dios ha de sonar a falso (NA: El gran error de quienes quieren conducir las masas obreras al seno de la iglesia es el confirmar al obrero en su «deshumanización» aceptando el universo maquinista como un «mundo» real y legítimo, y creyéndose incluso obligado a «quererlo por él mismo». Traducir el Evangelio en argot o disfrazar la sagrada familia de proletarios, es burlarse tanto de los obreros como de la religión; es, en cualquier caso, baja demagogia o, digamos, debilidad, pues todas esas tentativas revelan el complejo de inferioridad que siente «el intelectual» ante esa especie de «realismo brutal» que caracteriza al obrero; ese «realismo» es tanto más fácil cuanto que su ámbito es más limitado y tosco, luego más irreal.). Cuando el obrero dice que no tiene «tiempo para rezar», no está tan equivocado, pues no hace sino expresar con ello todo cuanto de inhumano, o digamos de «infrahumano», tiene su condición; los oficios antiguos, eran eminentemente inteligibles, y no quitaban al hombre la calidad humana, que implica por definición la facultad de pensar en Dios. Sin duda habrá quien objete que la industria es un «hecho» y como tal hay que aceptarlo, como si ese carácter de hecho prevaleciera sobre la verdad; fácilmente se toma por valentía y «realismo» lo que es exactamente su contrario; es decir: porque nadie puede impedir una calamidad tal, se llama a ésta un «bien» y se glorifica la incapacidad de escapar de ella. El error se convierte en verdad porque «existe», lo cual es bien conforme al «dinamismo» - y al «existencialismo» - de la mentalidad maquinista; todo cuanto existe por la ceguera de los hombres se llama «nuestro tiempo», con un matiz de «imperativo categórico». Es muy evidente que la imposibilidad de salir de un mal no impide que éste sea lo que es; para encontrar un remedio, llegado el caso, hay que considerar el mal independientemente de nuestras posibilidades de salir de él o de nuestro deseo de no verlo, pues un bien no puede producirse en contra de la verdad. Es un error común - y característico para la mentalidad «positiva» o «existencialista» de nuestra época - el creer que la comprobación de un hecho depende del conocimiento de las causas o remedios, según los casos, como si el hombre no tuviese derecho a ver lo que no puede explicar ni modificar; se llama «crítica estéril» al señalar un mal y se olvida que el primer paso hacia una posible curación es advertir la enfermedad. Sea lo que fuere, toda situación ofrece, si no la posibilidad de una solución objetiva, al menos la de un aprovechamiento subjetivo, de una liberación por la mente; quien comprende la verdadera naturaleza del maquinismo, escapará por ello mismo de todas las servidumbres psicológicas de la máquina, lo que ya es mucho. Decimos esto sin ningún «optimismo», y sin perder de vista que el mundo actual es un «mal necesario» cuya raíz metafísica, después de todo, está en la infinitud de la Posibilidad divina. 1760 CASTAS Y RAZAS: EL SENTIDO DE LAS CASTAS

Como quiera que sea, nos gustaría hacer notar aquí que el desequilibrio crónico que caracteriza a la humanidad occidental tiene dos causas principales: el antagonismo entre el paganismo ario y el Cristianismo semítico, por una parte, y el que existe entre la racionalidad latina y la imaginatividad germánica, por otra (NA: Desde el punto de vista del valor espiritual, es la contemplación la que decide, ya se combine con la razón o con la imaginación o con cualquier género de sensibilidad.). La iglesia latina, con su idealismo sentimental e irrealista ha creado una escisión bien inútil entre el mundo de los clérigos y el de los laicos, de ahí el perpetuo malestar de éstos respecto a aquéllos; ella, por otra parte, ha impuesto a los germanos, sin tener en cuenta sus necesidades ni sus gustos, demasiadas soluciones específicamente latinas, olvidando que para que un marco religioso y cultural sea eficaz debe adaptarse a las exigencias mentales de aquellos a quienes se impone. Y como en los europeos los dones creadores aventajan a los dones contemplativos - el papel del Cristianismo hubiera sido el de restablecer el equilibrio, acentuando la contemplación y canalizando la creatividad -, el Occidente se distingue por «quemar lo que ha adorado»; por eso la historia de la civilización occidental está hecha de traiciones culturales difícilmente comprensibles - uno se asombra de tanta incomprensión, tanta ingratitud y ceguera -y estas traiciones se presentan evidentemente de forma más visible en sus manifestaciones formas, es decir, en el ambiente humano que, en condiciones normales, debería sugerir una especie de Paraíso terrenal o de Jerusalén celestial, con todo su simbolismo beatífico y con toda su estabilidad. 3558 El esoterismo como principio y como vía: III EL PAPEL DE LAS APARIENCIAS

Si la fe es un misterio, es que su naturaleza es inexpresable en la medida en que es profunda, pues no es posible dar cuenta totalmente con palabras de esta visión que todavía es ciega y de esta ceguera que ya ve. 4025 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

En cualquier caso hay pocas cosas que este ser «insularizado» que es «el hombre de nuestro tiempo» soporte menos que el riesgo de parecer ingenuo; que perezca todo el resto con tal de que el sentimiento de no dejarse engañar por nada quede a salvo. En realidad, la más grande de las ingenuidades es creer que el hombre pueda escapar a cualquier ingenuidad en todos los planos y que le sea posible ser integralmente inteligente por sus propios medios; queriendo ganar todo por la astucia se acaba por perder todo en la ceguera y la impotencia. Los que reprochan a nuestros antepasados haber sido tontamente crédulos olvidan en primer lugar que igualmente se puede ser tontamente incrédulos y después que en materia de credulidad no hay nada como las ilusiones de las que viven los sedicentes destructores de ilusiones; pues se puede reemplazar una credulidad simple por una credulidad complicada, y adornada de meandros con una duda indispensable que forma parte del estilo, pero que es siempre credulidad; la complicación no hace al error menos falso, ni a la tontería menos tonta. 4963 Sobre los mundos antiguos: REFLEXIONES SOBRE LA INGENUIDAD LA VÍA DE LA UNIDAD

Los complejos de inferioridad y los reflejos de mimetismo son malos consejeros; cuántas veces debemos comprobar que se hacen reproches absurdos no sólo a la religión de la Edad Media, sino a la del siglo XIX, que tampoco era «atómico», como si todos los hombres que han vivido antes de nosotros hubiesen estado afectados por una inexplicable ceguera y como si hubiese sido necesario esperar a la llegada de tal filósofo ateo para descubrir una luz decisiva y misteriosamente ignorada por todos los santos. Con demasiada facilidad se olvida que si la naturaleza humana tiene hoy derecho a sus debilidades, lo que nadie discute, igualmente tenía derecho en otros tiempos; el «progreso», la mayoría de las veces no es más que una transferencia, el intercambio de un mal por otro, pues si no nuestra época sería perfecta y santa. En el mundo humano como tal casi no se puede escoger un bien; siempre se está reducido a escoger un mal menor, y para determinar qué mal es menor es forzoso referirnos a una jerarquía de valores que sean signo de las realidades eternas, lo que precisamente «nuestro tiempo» nunca hace. La Edad Media partía de la idea de que el hombre es malo puesto que es pecador, mientras que para nuestro siglo el hombre es bueno, ya que el pecado no existe, de suerte que el mal es ante todo lo que nos hace creer en el pecado; el humanitarismo moderno, persuadido de que el hombre es bueno, entiende proteger al hombre, pero ¿contra quién? Evidentemente contra el hombre, pero ¿contra qué hombre? Y si el mal no viene del hombre, ¿de quién viene, teniendo en cuenta la convicción de que nada inteligente existe fuera del ser humano ni sobre todo por encima de él? 5121 Sobre los mundos antiguos: UNIVERSALIDAD Y ACTUALIDAD DEL MONAQUISMO LA VÍA DE LA UNIDAD

Si la sabiduría de Cristo es «locura a los ojos del mundo» es porque el «mundo» está en oposición con el «reino de Dios, que está dentro de vosotros», y por ninguna otra razón; no es, ciertamente, porque reivindique un misterioso derecho al contrasentido, quod absit (NA: Mencionemos, a título de ejemplo, la contradicción siguiente: según la Biblia  , Dios elevó a Enoc junto a Sí, y Elías subió al cielo en un carro de fuego; pero, según el credo católico, Cristo «descendió a los infiernos» a fin de llevar al cielo a todos los hombres que habían vivido antes que él, incluidos Enoc y Elías, quienes también se encuentran «abajo» cuando Dios los había situado «arriba». Todo esto para decir que nadie se salva si no es por el divino Logos; pero este Logos es en realidad intemporal, actúa, pues, independientemente de la Historia, lo que no impide, evidentemente, que pueda manifestarse en forma humana, luego en la Historia. Observemos a este respecto que algunos Padres de la Iglesia, al hablar del «seno de Abraham», han añadido prudentemente: «sea lo que sea lo que pueda entenderse por esta palabra».). La sabiduría de Cristo es «locura» porque no favorece la perversión exteriorizante, y a la vez dispersante y endurecedora, que caracteriza al hombre de la concupiscencia, del pecado, del error; y es esta perversión la que precisamente constituye el «mundo», esta perversión, con su insaciable curiosidad científica y filosófica, la cual perpetúa el pecado de Eva y Adán y lo reedita en formas indefinidamente diversas (NA: Es muy extraño que la Iglesia no discierna esta perversión más que en los planos dogmático y moral; esta ceguera tiene algo de providencial en el sentido de que «es necesario que haya escándalo».). 5278 TRAS LAS HUELLAS DE LA RELIGION PERENNE: PREMISAS EPISTEMOLÓGICAS LA VÍA DE LA UNIDAD