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Obras: Burnouf

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Dicho esto, no vemos por qué se atribuiría al folklore, sin mayor examen, todo lo que pertenece a tradiciones distintas al Cristianismo, haciendo de éste la única excepción; tal parece ser la intención del Sr. Waite puesto que acepta esta denominación para los elementos «pre-cristianos» y particularmente célticos que se encuentran en las leyendas del Grial. No hay, bajo este punto de vista, forma tradicional privilegiada; la única distinción a hacer es la de las formas desaparecidas y las que están actualmente vivas; y, por consiguiente, toda la cuestión consistiría en saber si la tradición celta había cesado realmente de existir cuando se constituyeron las leyendas que tratamos. Esto es al menos discutible: por una parte, esta tradición puede haberse mantenido más tiempo del que se cree ordinariamente, con una organización más o menos oculta, y por otra parte, estas leyendas pueden ser más antiguas de lo que piensan los «críticos», no porque hayan existido textos hoy perdidos forzosamente, en los cuales creemos tan poco como el Sr. Waite, sino por una transmisión oral que puede haber durado muchos siglos, lo que está lejos de ser un hecho excepcional. Vemos en ello, por nuestra parte, la huella de una «unión» entre dos formas tradicionales, una antigua y otra entonces nueva, la tradición celta y la tradición cristiana, unión por la cual lo que debía ser conservado de la primera fue de alguna manera incorporado a la segunda, modificándose sin duda hasta cierto punto, en cuanto a la forma exterior, por adaptación y asimilación, pero no transponiéndose sobre otro plano, como lo querría el Sr. Waite, pues hay equivalencias entre todas las tradiciones regulares; ahí hay pues, algo diferente a una simple cuestión de «fuentes», en el sentido en que lo entienden los eruditos. Sería quizá difícil precisar exactamente el lugar y la fecha en que esta unión se operó, pero esto no tiene más que un interés secundario y casi únicamente histórico; por lo demás es fácil de entender que estas cosas son de las que no dejan huellas en los «documentos» escritos. Quizá la «Iglesia celta» o «culdeana» merezca, a este respecto, más atención que la que el Sr. Waite parece dispuesto a concederle; su misma denominación podría darlo a entender; y no hay nada inverosímil en que haya habido detrás algo de otro orden, no religioso sino iniciático, pues como todo lo que se refiere a los nexos existentes entre las diferentes tradiciones, lo que se trata aquí proviene necesariamente del dominio iniciático o esotérico. El exoterismo, ya sea religioso u otro, no va nunca más allá de los límites de la forma tradicional a la que pertenece en propiedad; lo que traspasa esos límites no puede pertenecer a la «Iglesia» como tal, sino que ésta puede solamente ser el «soporte» exterior; y esta es una puntualización sobre la que tendremos la ocasión de volver más adelante. Otra observación, que concierne más particularmente al simbolismo, se impone igualmente: hay símbolos que son comunes a las formas tradicionales más diversas y más alejadas unas de otras, no por «préstamos» que en la mayoría de casos serían totalmente imposibles, sino porque pertenecen en realidad a la Tradición primordial de la que todas derivan directa o indirectamente. Este caso es precisamente el de la vasija o la copa; ¿por qué cuando se trata de tradiciones «precristianas» no podría pertenecer más que al folklore? Estas no son las comparaciones consideradas por Burnouf o por otros que son aquí rechazables, sino interpretaciones «naturalistas» que han querido extenderse al Cristianismo como a todo el resto y que, en realidad, no son válidas en ninguna parte. Sería necesario pues hacer aquí exactamente lo contrario de lo que hace el Sr. Waite, que deteniéndose en las explicaciones exteriores y superficiales -que acepta con confianza mientras no se trate de Cristianismo- ve sentidos radicalmente diferentes y sin relación entre sí allí donde no hay más que aspectos más o menos múltiples de un mismo símbolo o sus diversas aplicaciones; sin duda sería de otra manera si no hubiese sido obstaculizado por su idea preconcebida de una especie de heterogeneidad del Cristianismo respecto a las demás tradiciones. Del mismo modo, el Sr. Waite rechaza muy justamente, en lo que concierne a la leyenda del Grial, las teorías que hacen alusión a pretendidos «dioses de la vegetación»; pero es lamentable que sea mucho menos claro respecto a los Misterios antiguos, que no tuvieron nunca nada en común con ese «naturalismo» de invención totalmente moderna; los «dioses de la vegetación» y otras historias del mismo género no han existido nunca más que en la imaginación de Frazer y similares, cuyas intenciones antitradicionales no son por lo demás nada dudosas. 1384 Esoterismo Cristiano: EL SANTO GRIAL

Hay todavía otra precisión que es bueno hacer: es que algunos psiquistas, sin poder ser sospechosos de estar ligados al espiritismo, tienen singulares afinidades con el «neoespiritualismo» en general, o con una u otra de sus escuelas; los teosofistas, en particular, se han jactado de haber atraído a muchos de ellos a sus filas, y uno de sus órganos aseguraba no hace mucho «que no todos los sabios que se han ocupado de espiritismo y que se citan como a clásicos, han sido llevados a creer en el espiritismo (NA: salvo uno o dos), que casi todos han dado una interpretación que se aproxima a la de los teósofos, y que los más célebres son miembros de la Sociedad Teosófica» (NA: Le Lotus, octubre de 1887.). Es cierto que los espiritistas reivindican con mucha mayor facilidad, como siendo de los suyos, a todos aquellos que han estado mezclados de cerca o de lejos con esos estudios y que no son sus adversarios declarados; pero los teosofistas, por su lado, quizás se han apresurado un poco a tomar por hecho algunas adhesiones que no tenían nada de definitivo; no obstante, debían tener presente entonces en la memoria el ejemplo de Myers y de diversos otros miembros de la Sociedad de investigaciones psíquicas de Londres, y también el del Dr. Richet, que no había hecho más que pasar por su organización, y que no había estado entre los últimos, en Francia, en hacer eco a la denuncia de las supercherías de Mme Blavastsky por dicha Sociedad de investigaciones psíquicas (NA: En una carta que hemos citado en otra parte (NA: El Teosofismo, p. 74, ed. francesa), el Dr. Richet dice que había conocido a Mme Blavastsky por la intermediación de Mme de Barrau; la misma persona jugó también un cierto papel junto al Dr. Gibier, como se puede ver por esta nota que viene después de un elogio al «gran y concienzudo sabio» Burnouf: «Debemos también una mención especial a la obra considerable de M. Louis Leblois, de Estrasburgo, cuyo conocimiento debemos a una dama de gran mérito, Mme Caroline de Barrau, madre de uno de nuestros antiguos alumnos, hoy día nuestro amigo, el Dr. Emile de Barrau» (NA: Le Spiritisme, p. 110). La obra de Leblois, titulada Les Bibles et les Initiateurs religieux de l’humanité, contribuyó, además de las de Jacolliot, a inculcar al Dr. Gibier las ideas falsas que ha expresado sobre la India y sus doctrinas, y que hemos señalado precedentemente.). Sea como sea, la frase que acabamos de citar contenía quizás una alusión a M. Flammarion, que, no obstante, estuvo siempre más cerca del espiritismo que de toda otra concepción; ciertamente contenía una alusión a Willian Crookes, que se había adherido efectivamente a la Sociedad Teosófica en 1883, y que fue incluso miembro del consejo director de la London Lodge. En cuanto al Dr. Richet, su papel en el movimiento «pacifista» muestra que siempre ha guardado algo en común con los «neoespiritualistas», en quienes las tendencias humanitarias se afirman no menos ruidosamente; para aquellos que están al corriente de estos movimientos, coincidencias como ésta constituyen un signo mucho más claro y más característico de lo que otros estarían tentados a creer. En el mismo orden de ideas, ya hemos hecho alusión a las tendencias anticatólicas de algunos psiquistas como el Dr. Gibier; en lo que concierne a éste, habríamos podido incluso hablar más generalmente de tendencias antireligiosas, a menos, no obstante, de que se trate de «religión laica», según la expresión tan querida a Charles Fauvety, uno de los primeros apóstoles del espiritismo francés; he aquí en efecto algunas líneas que extraemos de su conclusión, y que son una muestra suficiente de esas declamaciones: «Tenemos fe en la Ciencia y creemos firmemente que desembarazará para siempre a la humanidad del parasitismo de todas las especies de brahmes (NA: el autor quiere decir de sacerdotes), y que la religión, o más bien la moral devenida científica, será representada, un día, por una sección particular en las academias de las ciencias del porvenir» (NA: Le Spiritisme, p. 383.). No querríamos insistir sobre semejantes necedades, que desgraciadamente no son inofensivas; no obstante, habría que hacer un curioso estudio sobre la mentalidad de las gentes que invocan así a la «Ciencia» a propósito de todo, y que pretenden mezclarla a lo más extraño que hay a su dominio: se trata todavía de una de las formas que el desequilibrio intelectual toma de buena gana entre nuestros contemporáneos, y que quizás están menos alejadas unas de otras de lo que parecen; ¿no hay ahí un «misticismo cientificista», un «misticismo materialista» incluso, que son, lo mismo que las aberraciones «neoespiritualistas», desviaciones evidentes del sentimiento religioso? (NA: La «religión de la Humanidad», inventada por Augusto Comte, es uno de los ejemplos que mejor ilustran lo que queremos decir; pero la desviación puede existir perfectamente sin llegar a tales extravagancias.). 1773 El Error Espiritista: ESPIRITISMO Y PSIQUISMO

Es apropiado decir aquí algunas palabras en lo concerniente a lo que se llama la «ciencia de las religiones», ya que aquello de lo que se trata debe precisamente su origen   a los estudios indianistas; esto hace ver inmediatamente que la palabra «religión» no se toma ahí en el sentido exacto que le hemos reconocido. En efecto, Burnouf, que parece ser el primero en haber dado su denominación a esta ciencia, o supuesta tal, descuida hacer figurar la moral entre los elementos constitutivos de la religión, que reduce así a dos: la doctrina y el rito; es lo que le permite hacer entrar en ella cosas que no se relacionan de ninguna manera con el punto de vista religioso, ya que reconoce al menos, con razón, que no hay moral en el Vêda. Tal es la confusión fundamental que se encuentra en el punto de partida de la «ciencia de las religiones», que pretende reunir bajo este mismo nombre todas las doctrinas tradicionales, de cualquier naturaleza que sean en realidad; pero hay muchas otras confusiones que han venido a sumarse a esa, sobre todo desde que la erudición más reciente ha introducido en este dominio su temible aparato de exégesis, de «crítica de los textos» y de «hipercrítica», más propio para impresionar a los ingenuos que para conducir a conclusiones serias. 4200 IGEDH: La ciencia de las religiones

Se debe comprender por qué calificamos a un estudio de este género de «pretendida ciencia», y por qué nos es completamente imposible tomarla en serio; y es menester agregar también que, aunque afecte darse un aire de imparcialidad desinteresada, y aunque proclame incluso la necia pretensión de «dominar todas las doctrinas» (NA: E. Burnouf, La Science des Religions, p. 6.), lo que rebasa la justa medida en este sentido, esta «ciencia de las religiones» es simplemente, la mayor parte del tiempo, un vulgar instrumento de polémica entre las manos de gentes cuya intención verdadera es servirse de él contra la religión, entendida esta vez en su sentido propio y habitual. Este empleo de la erudición en un espíritu negador y disolvente es natural a los fanáticos del «método histórico»; es el espíritu mismo de este método, esencialmente antitradicional, al menos desde que se le hace salir de su dominio legítimo; y es por eso por lo que todos aquellos que dan algún valor real al punto de vista religioso son recusados aquí como incompetentes. No obstante, entre los especialistas de la «ciencia de las religiones», hay algunos que, en apariencia al menos, no van tan lejos: son aquellos que, pertenecen a la tendencia del «protestantismo liberal»; pero esos, aunque conservan nominalmente el punto de vista religioso, quieren reducirle a un simple «moralismo», lo que equivale de hecho a destruirle por la doble supresión del dogma y del culto, en el nombre de un «racionalismo» que no es más que un sentimentalismo disfrazado. Así, el resultado final es el mismo que para los no creyentes puros y simples, amantes de la «moral independiente», aunque la intención esté quizás mejor disimulada; y eso no es, en suma, más que la conclusión lógica de las tendencias que el espíritu protestante llevaba en él desde el comienzo. Se ha visto recientemente una tentativa, felizmente desmantelada, de hacer penetrar ese mismo espíritu, bajo el nombre de «modernismo», en el catolicismo mismo. Este movimiento se proponía reemplazar la religión por una vaga «religiosidad», es decir, por una aspiración sentimental que la «vida moral» bastaba para satisfacer, y que, para llegar a ella, debía esforzarse en destruir los dogmas aplicándoles la «crítica» y constituyendo una teoría de su «evolución», es decir, sirviéndose también de esa misma máquina de guerra que es la «ciencia de las religiones», que quizás no ha tenido nunca otra razón de ser. 4202 IGEDH: La ciencia de las religiones

En Francia mismo, el peligro que señalamos, con ser menos visible, no es desdeñable; lo es incluso tanto menos cuanto que el espíritu de imitación de lo extranjero, la influencia de la moda y la necedad mundana se unen para favorecer la expansión de semejantes teorías en algunos medios y para hacerlas encontrar los elementos materiales de una difusión más amplia todavía, por una propaganda que reviste hábilmente formas múltiples para alcanzar a los públicos más diversos. La naturaleza de este peligro y su gravedad no permite tener ningún miramiento hacia aquellos que son su causa; estamos aquí en el dominio del charlatanismo y de la fantasmagoría, y, si es menester compadecer muy sinceramente a los ingenuos que forman la gran mayoría de aquellos que se complacen en eso, las gentes que conducen conscientemente a esta clientela de engañados y les hacen servir a sus intereses, en cualquier orden que sea, no deben inspirar más que el desprecio. Por lo demás, en esta suerte de cosas, hay varias maneras de ser engañado, y la adhesión a las teorías en cuestión está lejos de ser la única; entre aquellos mismos que las combaten por razones diversas, la mayor parte están muy insuficientemente armados y cometen la falta involuntaria, pero no obstante capital, de tomar por ideas verdaderamente orientales lo que no es más que el producto de una aberración puramente occidental; sus ataques, dirigidos frecuentemente con las intenciones más loables, pierden por eso casi todo alcance real. Por otra parte, algunos orientalistas oficiales toman también estas teorías en serio; no queremos decir que las consideren como verdaderas en sí mismas, ya que, dado el punto de vista especial en el que se colocan, no se plantean siquiera la cuestión de su verdad o de su falsedad; pero las consideran erróneamente como representativas de una cierta parte o de un cierto aspecto de la mentalidad oriental, y es en eso en lo que están engañados, puesto que no conocen esta mentalidad, y eso tanto más fácilmente cuanto que no les parece encontrar en ella una competencia muy molesta. A veces, hay incluso extrañas alianzas, concretamente sobre el terreno de la «ciencia de las religiones», donde Burnouf dio el ejemplo de ello; quizás este hecho se explica muy simplemente por la tendencia antirreligiosa y antitradicional de esta pretendida ciencia, tendencia que la pone naturalmente en relaciones de simpatía e inclusive de afinidad con todos los elementos disolventes que, por otros medios, persiguen un trabajo paralelo y concordante. Para quien no quiere quedarse en las apariencias, habría que hacer observaciones muy curiosas y muy instructivas, ahí como en otros dominios, sobre el partido que es posible sacar a veces del desorden y de la incoherencia, o de lo que parece tal, en vista de la realización de un plan bien definido, y sin que lo sepan todos aquellos que no son más que sus instrumentos más o menos inconscientes; son, en cierto modo, medios políticos, pero de una política un poco especial, y por lo demás, contrariamente a lo que algunos podrían creer, la política, incluso en el sentido más estrecho en que se entiende habitualmente, no es completamente ajena a las cosas que consideramos en este momento. 4211 IGEDH: El teosofismo

Lo que ha de rechazarse aquí no son las asimilaciones, propuestas por Burnouf u otros, sino las interpretaciones "naturalistas" que ellos han querido extender al cristianismo como a todo el resto y que, en realidad, no son válidas en parte alguna. Sería preciso, pues, hacer aquí exactamente lo contrario de lo que el señor Waite, quien, deteniéndose en explicaciones exteriores y superficiales, confiadamente aceptadas en cuanto no se trata del cristianismo, ve sentidos radicalmente diferentes y sin mutua relación allí donde no hay sino aspectos más o menos múltiples de un mismo símbolo o de sus diversas aplicaciones; sin duda, otra cosa hubiese sido de no haberse visto impedido por su idea preconcebida de una especie de heterogeneidad entre el cristianismo y las demás tradiciones. Del mismo modo, el señor Waite rechaza acertadamente, en lo que concierne a la leyenda del Graal, las teorías que apelan a pretendidos "dioses de la vegetación" pero es lamentable que sea mucho menos neto con respecto a los misterios antiguos, que tampoco tuvieran jamás nada de común con ese "naturalismo" de invención absolutamente moderna; los "dioses de la vegetación" y otras historias del mismo género no han existido jamás sino en la imaginación de Frazer y sus análogos, cuyas intenciones antitradicionales, por lo demás, no son dudosas. 6996 SFCS  : EL SANTO GRAAL

En efecto, la verdad es que no ha habido nunca ningún «budismo esotérico» auténtico; si se quiere encontrar esoterismo, no es ahí donde es menester dirigirse, ya que el budismo fue esencialmente, en sus orígenes, una doctrina popular que servía de apoyo teórico a un movimiento social de tendencia igualitaria. En la India, no fue más que una simple herejía, que ningún lazo real pudo vincular nunca a la tradición brahmánica, con la que, al contrario, había roto abiertamente, no sólo desde el punto de vista social, al rechazar la institución de las castas, sino también desde el punto de vista puramente doctrinal, al negar la autoridad del «Veda  ». Por lo demás, el budismo representaba algo tan contrario al espíritu hindú que, desde hace mucho tiempo, ha desaparecido completamente de la región donde había tenido nacimiento; tan sólo en Ceylán y en Birmania existe todavía en estado casi puro, y, en todos los demás países donde se extendió, se ha modificado hasta el punto de devenir completamente irreconocible. Generalmente, en Europa se tiene una tendencia a exagerar la importancia del budismo, que, con mucho, es ciertamente la menos interesante de todas las doctrinas orientales, pero que, precisamente porque constituye para el Oriente una desviación y una anomalía, puede parecer más accesible a la mentalidad occidental y menos alejada de las formas de pensamiento a las que está acostumbrada. Esa es probablemente la razón principal de la predilección de que ha sido objeto siempre el estudio del budismo por parte de la gran mayoría de los orientalistas, aunque, en algunos de entre ellos, se hayan mezclado intenciones de otro orden, que consisten en intentar hacer de él el instrumento de un anticristianismo, al que, evidentemente, en sí mismo, es completamente extraño. Emile Burnouf, en particular, no estuvo exento de estas últimas preocupaciones, y es eso lo que le llevó a aliarse con los teosofistas, animados del mismo espíritu de competencia religiosa. Hace algunos años, hubo también en Francia una tentativa, por lo demás sin mucho éxito, de propagar un cierto «budismo ecléctico», bastante fantasioso, inventado por León de Rosny, a quien, aunque no fue teosofista, Olcott prodigó elogios en la introducción que escribió especialmente para la traducción francesa de su Catéchisme Bouddhique. 7841 El Teosofismo: X - EL BUDISMO ESOTÉRICO

Por lo demás, incluso si nos atenemos a lo que se encuentra en las obras que gozan de autoridad en la Sociedad Teosófica, se está bien forzado a constatar que la imparcialidad falta frecuentemente en ellas. Ya hemos señalado el anticristianismo confeso de Mme Blavatsky, que sin duda no era superado más que por su antijudaísmo; por lo demás, todo lo que le desagradaba en el cristianismo, es al judaísmo a quien atribuía su origen. Es así como escribía: «Toda la abnegación que es tema de las enseñanzas altruistas de Jesús se ha convertido en una teoría buena para ser tratada con la elocuencia del púlpito, mientras que los preceptos del egoísmo práctico de la Biblia   mosaica, preceptos contra los cuales Cristo predicó en vano, se han enraizado en la vida misma de las naciones occidentales ... Los cristianos bíblicos prefieren la ley de Moisés a la ley de amor de Cristo; el Antiguo Testamento, que se presta a todas sus pasiones, sirve de base para sus leyes de conquista, de anexión y de tiranía». Y también: «Es menester convencer a los hombres de la idea de que, si la raíz de la humanidad es una, también debe haber una sola verdad que se encuentra en todas las diversas religiones; excepción, no obstante, en la religión judía, pues esta idea no está ni siquiera expresada en la Kabala». Es el odio hacia todo lo que se puede calificar de «judeocristiano» el que llevó al entendimiento, al que hemos hecho alusión, entre Mme Blavatsky y el orientalista Burnouf: para ambos, el cristianismo no valía nada porque había sido «judaizado» por San Pablo  ; y se complacían en oponer esta pretendida deformación a las enseñanzas de Cristo, que presentaban como una expresión de la «filosofía aria», supuestamente trasmitida por los budistas a los esenios. Es sin duda esta comunidad de puntos de vista la que hizo decir a los teosofistas que «la brillante inteligencia de M. Emile Burnouf se había elevado por su propio vuelo a alturas que tocan con las excelsas altitudes desde donde irradia la enseñanza de los Maestros del Himalaya». 7873 El Teosofismo: XIII - El Teosofismo Y LAS RELIGIONES