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Guillermo Fraile – Ascensão ao Um em Plotino

quarta-feira 19 de julho de 2023, por Cardoso de Castro

  

1.° Supresión de la materia.—En el compuesto humano la última diferencia es la materia, que constituye el cuerpo. Por esto lo primero de todo es libertar el alma del cuerpo y de las sensaciones (aisthesis). «Hay que dejar el alma sola y separada de todas las cosas».

Es necesaria la liberación de los sentidos y de todas las sensaciones, especialmente las de la vista y del oído. El alma debe «cesar de inclinarse demasiado hacia las cosas inferiores e imaginarlas» (III 6,5). Y además emanciparse del atractivo de las cosas exteriores, «especialmente del apetito de dominio y de poder» (I 6,7). Los medios para conseguir esto son el recogimiento, la concentración dentro de sí mismo, la soledad, el desprendimiento de todo. Hay que cerrar los ojos del cuerpo para ver el brillo de la belleza inefable, su claridad solitaria, que brilla de súbito en nosotros. Porque las cosas sensibles no son más que imágenes y sombras ficticias de la verdadera realidad. Son sueños, fantasmas, apariencias de ser, juegos fugitivos, mentiras en acto. Los que creen en los cuerpos son «como soñadores, que toman como evidente lo que perciben entre sueños».

El estado a que llega el hombre después de esta etapa de purificación es la impasibilidad estoica (ataraxia, apatheia).

El mismo resultado se alcanza por la práctica de las virtudes, en un aspecto ético. Plotino   distingue entre virtudes políticas (politikai aretai), las cuales moderan la sensibilidad inferior. Son las cuatro virtudes cardinales platónicas: prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Y sobre ellas, en un plano más elevado, la sabiduría (sophia). Por encima de éstas están las virtudes purificativas (kathartikai), que no sólo moderan la parte inferior, sino que desprenden al hombre de las cosas sensibles. Son las mismas anteriores, pero consideradas en cuanto que ejercen una función superior. Y, por último, se hallan las virtudes paradigmáticas (paradeigmatikai), que no sólo desprenden al hombre de las cosas sensibles, sino que lo ponen en disposición de contemplar las inteligibles.

2.° Supresión de la forma discursiva (dianoia).—El segundo esfuerzo tiene por objeto el desprendimiento de otra «diferencia», que es la razón discursiva, la cual está todavía sujeta a la multiplicidad, a la división y a la sucesión. Es necesario esforzarse por suprimir todo discurso y todo raciocinio, hasta llegar a contemplar la verdad, con un solo acto único e inmutable de intuición. Hay que prescindir de las demostraciones (apodeixis), de las persuasiones (pistis) e incluso del mismo lenguaje ". Podemos servirnos de raciocinios hasta llegar al Noûs, que es la fuente de toda inteligibilidad, pero después hay que trascenderlos también.

Es de notar que Plotino no establece una diferencia esencial entre sensación y razón discursiva (que viene a reducir a la imaginación). Entre ambas cosas hay una continuidad rigurosa. «Lo que nosotros llamamos sensación, porque se refiere a los cuerpos, es más oscura que la sensación que tiene lugar en lo inteligible y no es más clara sino en apariencia. Nosotros llamamos sensitivo al hombre de aquí abajo, porque él percibe menos bien y percibe imágenes inferiores a sus modelos; así las sensaciones son pensamientos oscuros (amydrai noeseis) y los pensamientos son sensaciones claras (enargeis aistheseis).

Pero la misma sensación es ya inteligible en potencia. Es un acto del alma, aunque producido con ocasión de las impresiones de los cuerpos. La razón discursiva, en cuanto tal, no trasciende el campo de la sensación. Solamente le compete «recibir las impresiones sensibles e inteligibles, discernir las imágenes procedentes de la sensación, hacer la síntesis o la división y establecer el puente entre estas imágenes y las ideas inteligibles».

Por esto es necesario trascender la razón discursiva, renunciando a la ciencia y a los objetos de ciencia.

3.° Supresión de la forma intelectiva (noûs).—Una vez purificada el alma de la forma discursiva prevalece la forma intelectiva y el acto de la intuición sobre el raciocinio. Pero con esto no hemos llegado todavía al término, pues la Inteligencia contempla las Ideas, pero por encima de las Ideas está el Uno. Para llegar a la intuición del Uno es necesario purificar también la Inteligencia, que está compuesta de ousia (unidad) y diferencia (heterotes). «Es necesario saltar a un grado todavía más alto de la vida que la Inteligencia».

La esencia del hombre, como la de todos los seres, es la unidad, que subsiste por debajo de todas las diferencias. Es la huella del Uno (iknos tou enos). Por esto para llegar a la unidad perfecta es necesario suprimir toda clase de diferencias, incluso la misma forma intelectiva. «No por el camino de la ciencia ni por medio del pensamiento se tiene conciencia de El, sino por una presencia mejor que la ciencia... Pues El no está ausente de ninguno, y es, sin embargo, de todos; por lo cual está presente y no está, pero sí para quien es capaz y se halla pronto para recibirlo, como para lograr estar en armonía y ponerse en contacto con él; en contacto por semejanza y por la potencia que existe en él, innata a quien procede de El, cuando se encuentra en el mismo estado en que se hallaba cuando ha venido de El; entonces puede El ser visto, en la medida en que es posible por su naturaleza».

El Uno, que es el objeto de la contemplación, está más allá del pensamiento. Solamente puede alcanzarse en la intuición, o en el éxtasis, que consiste en un contacto suprainteligible con el Uno (Enéada V, 1, 1), y se alcanza en el momento en que quedan anuladas todas las diferencias. «El Uno, que no tiene diferencia, está siempre presente, y nosotros estamos presentes a El desde el momento en que ya no tenemos ninguna diferencia».

Para llegar a ese estado es necesario perder la conciencia de sí mismo: «Sí, en el estado de inconsciencia, los seres que llegan a la sabiduría tienen una vida más intensa, una vida que no se dispersa en las sensaciones, sino que se concentra en sí misma y en el mismo punto». Es más, incluso es necesario libertarse de la propia personalidad: «Abandonando tu individualidad es como tú llegas a ser el Todo, y, no obstante, antes tú eras también el Todo (estha pas), pero por el hecho de que alguna cosa extraña (allo ti) se había añadido a ti, por esta adición tú eras inferior». De esta manera se logra el hombre interior (o eiso anthropos). «Dios viene entonces a ti trayendo su propio mundo unido a todos los dioses que están en él. Todos son cada uno y cada uno es todos; unidos juntamente son diferentes por su potencia, pero todos ellos son un ser único con una potencia múltiple».

En ese momento el pensamiento no ve ningún objeto, sino simplemente una luz pura. «El ve sin ver nada, y entonces es cuando ve sobre todo. Así, la inteligencia, recogiéndose en su intimidad, ve una luz que se aparece súbitamente, sola, pura y existente en sí misma». Esa visión es un acto suprasensible, suprarracional, suprainteligible. Es una contemplación viviente (theoria zosa). Un pensamiento puro, sin objeto. Es la unidad del pensamiento pensante, es el no pensar (te eauton me no), porque el pensamiento puro es el pensamiento no pensante (o me noûs = noûs katharos). En el alma llega a ser una misma cosa el ser y el pensar.

El hombre que llega a esas alturas «ya no sabe qué es él». «Toda nuestra actividad se dirige al objeto contemplado; nosotros nos hacemos ese objeto, nos ofrecemos a él como una materia que él informa; nosotros ya no somos nosotros mismos sino en potencia».


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