Entralgo: relação médico-paciente

Para el hombre, ¿cuándo una cosa es importante? Indudablemente, cuando puede dolerle. Nos muestra nuestro cuerpo su importancia cuando nos duele; y una amistad o un amor valen cuando pueden ser causa de dolor, y sólo entonces. ¿Será exagerado decir que a la humanidad actual le duele la relación entre el médico y el paciente? Hasta bien entrado nuestro siglo, sólo excepcionalmente presentaba problemas esa relación: cuando el médico faltaba a las reglas de juego o cuando el enfermo, por una razón o por otra, llegaba a perder la confianza en el hombre que le atendía. Pero desde hace algunos decenios, no parece exagerado decir que se han invertido las cosas, y que la normalidad misma de la relación entre el paciente y su médico posee, en una u otra medida, algún carácter conflictivo. Varias son las razones del cambio; por lo menos, las siguientes:

1 La tecnificación extremada del diagnóstico y el tratamiento —radiografías, análisis químicos, trazados gráficos, etc.— impide con frecuencia que entre el médico y el enfermo se establezca un contacto suficientemente «humano».

2 La práctica de la psicoterapia —o, más simplemente, la relación terapéutica con la «persona» del enfermo— da lugar en otros casos a la producción de fenómenos de transferencia, en el sentido con que los psicoanalistas usan esta palabra, y tales fenómenos son siempre ocasión de conflicto.

3 La creciente socialización de la asistencia médica y su consecutiva masificación despersonalizan con frecuencia la relación entre el médico y el enfermo, acentúan su carácter contractual y limitan abusiva y perturbadoramente el tiempo que aquél puede dedicar a éste.

[10] 4 Ilustrado por los recursos de la llamada «cultura de masas» —en la cual tanta importancia tiene la propaganda de los productos farmacéuticos—, el enfermo suele intervenir en su tratamiento, no pocas veces en colisión con el médico.

Juntas todas estas causas, la relación entre el paciente y el médico ha perdido la naturalidad —si es que se puede decir así— que durante siglos tuvo o pareció tener; con lo cual ha venido a demostrar la importancia que posee para un correcto ejercicio de la medicina. Un buen diagnóstico y unas prescripciones terapéuticas correctamente establecidas son la condición necesaria de un buen tratamiento, pero no son su condición suficiente. Esta exige, en efecto, que la relación entre el enfermo y su médico —el primero de los medicamentos, según la ya tópica expresión de Bálint— sea satisfactoria. (p. 9-10)

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