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EH: Kanâda

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Debemos ahora entrar en algunos detalles sobre las propiedades de cada uno de los cinco elementos, y para comenzar estableceremos que el primero de entre ellos, âkâsha o el éter, es un elemento enteramente real y distinto de los demás. En efecto, como lo hemos señalado ya más arriba, algunos, y entre ellos los budistas, no reconocen el éter como tal elemento, y, bajo pretexto de que el mismo es nirûpa, es decir, sin «sin forma», en razón de su homogeneidad, le miran como una «no-entidad» y le identifican al vacío, ya que, para ellos, lo homogéneo no puede ser más que un puro vacío. La teoría del «vacío universal» (NA: sarva-shûnya) se presenta por lo demás aquí como una consecuencia directa y lógica del atomismo, ya que, si no hay cosa ninguna en el mundo además de los átomos que tengan una existencia positiva, y si esos átomos deben moverse para agregarse los uno a los otros y formar así todos los cuerpos, ese movimiento no podría efectuarse más que en el vacío. No obstante, esta consecuencia no es aceptada por la escuela de Kanâda, representativa del Vaishêshika, pero heterodoxa precisamente en aquello de que admite el atomismo, doctrina de la cual, bien entendido, ese punto de vista «cosmológico» no es de ningún modo solidario en él mismo; inversamente, los «filósofos griegos» que no contaban el éter entre los elementos quedan lejos no obstante de ser todos atomistas, y parecen por lo demás ignorarle y rechazarle expresamente. Sea lo que ello fuere, la opinión de los budistas se refuta fácilmente haciendo observar que no puede haber en punto ninguno espacio vacío, siendo una tal concepción enteramente contradictoria: En todo el dominio de la manifestación universal, dominio del cual es espacio forma parte, no puede haber, como decimos, un punto de vacío, ya que el vacío, no puede ser concebido más que negativamente, pues que no es una posibilidad de manifestación; además, esta concepción de un espacio vacío sería la concepción de un continente sin contenido, lo que, evidentemente, está desprovisto de todo sentido. Por consiguiente, es el éter el que ocupa todo el espacio, pero por ello no se confunde con el espacio, ya que este, pues que no es más que un continente, es decir, en suma una condición de existencia y no una entidad independiente, no puede, como tal, ser el principio substancial de los cuerpos, ni dar nacimiento a los demás elementos; el éter no es pues el espacio, sino antes bien es el contenido del espacio considerado preliminarmente a toda diferenciación. Y es así que en esta indiferenciación primordial, que es como una imagen de la «indistinción» de Prakriti relativa a ese dominio especial de manifestación que es el mundo corpóreo, el éter encierra en potencia, no solamente los elementos todos, sino también todos los cuerpos, y su homogeneidad misma le vuelve apto para recibir todas las formas en sus modificaciones. Pues que es el principio de las cosas corpóreas, el éter posee la cantidad, que es un atributo fundamental común a todos los cuerpos; además, es mirado como esencialmente simple, siempre en razón de su homogeneidad, y también como impenetrable, porque es él el que todo lo penetra. ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO  : LA TEORÍA HINDÚ DE LOS CINCO ELEMENTOS ( [Publicado en V.J., agosto-septiembre de 1935].)

La cualidad sensible que pertenece al éter es el sonido; esto necesita algunas explicaciones, las que serían fácilmente comprendidas si se considera el modo de producción del sonido por le movimiento vibratorio, lo que queda muy lejos de ser un descubrimiento reciente como algunos podrían creerlo, ya que Kanâda declara expresamente que «el sonido es propagado mediante ondulaciones, ola tras ola, u onda luego de onda, irradiando en todas las direcciones, a partir de un centro determinado». Un tal movimiento se propaga alrededor de su punto de partida mediante ondas concéntricas, uniformemente repartidas siguiendo en ello todas las direcciones del espacio, lo que da nacimiento a la figura de un esferoide indefinido y no cerrado. Es este el movimiento menos diferenciado de todos, y ello, en razón de lo que podemos denominar su «isotropismo», y es esto por lo que este mismo movimiento podrá dar nacimiento a todos los demás movimientos, los que se distinguirán de este en tanto que no se efectúen ya de una manera uniforme siguiendo todas las direcciones; y, del mismo modo, todas las formas más particularizadas procederán de la forma esférica original. Es así que la diferenciación del éter primitivamente homogéneo, diferenciación que engendra los demás elementos, tiene por origen   un movimiento elemental que se produce de la manera en que lo acabamos de describir, a partir de un punto inicial cualquiera, en ese medio cósmico indefinido; pero ese movimiento elemental no es otra cosa que el prototipo de la ondulación sonora. La sensación auditiva es por lo demás la única que nos hace percibir directamente un movimiento vibratorio; y si uno admite inclusive, con la mayoría de los físicos modernos, que las demás sensaciones provienen de una transformación de semejantes movimientos, no es por ello menos verdad que los mismos difieren de aquel, cualitativamente, en tanto que se perciben mediante sensaciones diferentes, lo que es aquí la sola consideración esencial. Por otra parte, luego de lo que acaba de ser dicho, diremos también que es en el éter donde reside la causa del sonido, pero, bien entendido que esta causa debe ser distinguida de los medios diversos que pueden servir secundariamente a la propagación del sonido, y que contribuyen a hacérnosle perceptible amplificando las vibraciones etéricas elementales, y esto tanto más cuanto que los medios en cuestión sean más densos; en fin, a este propósito, añadiremos que la cualidad sonora es igualmente sensible en los otros cuatro elementos, en tanto que estos proceden todos del éter. A parte de esas consideraciones, la atribución de la cualidad sonora del éter, es decir, al primero de los elementos, tiene todavía una razón más profunda, razón que se vincula a la doctrina de la primordialidad y de la perpetuidad del sonido; pero es este un punto al cual no podemos hacer aquí más que una simple alusión de pasada. ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO: LA TEORÍA HINDÚ DE LOS CINCO ELEMENTOS ( [Publicado en V.J., agosto-septiembre de 1935].)

El segundo elemento, es decir, el que se diferencia en primer lugar a partir de éter, es vâyu o el aire; el término vâyu, derivado de la raíz verbal vâ que significa «ir» o «moverse», designa propiamente el soplo o el viento, y, por consiguiente, la movilidad es considerada como el carácter esencial de este elemento. De una manera más precisa, el aire es, como ya lo hemos dicho, mirado como dotado de un movimiento transversal, movimiento en el cual todas las direcciones del espacio no juegan ya la misma función como en el movimiento esferoidal que hemos debido considerar precedentemente, sino que se efectúa, antes al contrario, siguiendo una cierta dirección particular; es por consiguiente el movimiento rectilíneo, movimiento al cual da nacimiento en suma la determinación de esta dirección. Esta propagación del movimiento siguiendo algunas direcciones determinadas implica una ruptura de la homogeneidad del medio cósmico; y tenemos desde ese entonces un movimiento complejo, que, no siendo más «isótropo», debe, por lo mismo, ser constituido por una combinación o una coordinación de movimientos vibratorios elementales. Un tal movimiento da nacimiento a formas igualmente complejas, y, como la forma es lo que afecta en primer lugar al tacto, la cualidad tangible puede ser atribuida al aire como perteneciéndole en propiedad, en tanto que este elemento es, por su movilidad, el principio de la diferenciación de las formas. Es pues por efecto de la movilidad que el aire nos es vuelto sensible; analógicamente, por lo demás, el aire atmosférico no deviene sensible al tacto más que por su desplazamiento; pero, siguiendo la observación que hemos hecho más atrás de una manera general, es menester guardarse de identificar el elemento aire con este aire atmosférico, que es un cuerpo, como algunos han pecado en hacerlo al constatar algunas aproximaciones de este género. Es así que Kanâda declara que el aire es incoloro; pero es fácil comprender que ello debe ser así, sin que una deba referirse por eso a las propiedades del aire atmosférico, pues que el calor es una de las propiedades del fuego, y todavía más precisamente es su cualidad especifica y propia, y este es lógicamente posterior al aire en el orden de desarrollo de los elementos; por consiguiente esta cualidad del color no es todavía manifestada en el estado que es representado por el fuego. ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO: LA TEORÍA HINDÚ DE LOS CINCO ELEMENTOS ( [Publicado en V.J., agosto-septiembre de 1935].)

Para terminar, diremos algunas palabras de la manera en que la doctrina hindú considera los órganos de los sentidos en relación con los elementos: Pues que cada cualidad sensible procede de un elemento, elemento en el cual ella reside esencialmente, es menester que el órgano mediante el cual la cualidad en cuestión es percibida le sea conforme, es decir, es menester que ese órgano sea el mismo de la naturaleza del elemento correspondiente. Es así como están constituidos los verdaderos órganos de los sentidos, y es menester, contrariamente a la opinión de los budistas, distinguir los de los órganos exteriores, es decir, de las partes del cuerpo humano que no son, con respecto a los mismos, otra cosa que sus asientos y sus instrumentos. Es así que el verdadero órgano del oído no es el pabellón de la oreja, no, sino la porción de éter que está contenida en el oído interno, y que entra en vibración bajo la influencia de una ondulación sonora; y Kanâda hace observar que no es en punto ninguno la primera onda ni las ondas intermediarias las que hacen oír el sonido, sino antes la última onda que entra en contacto con el órgano del oído, esa es la hace oír. De igual modo, el verdadero órgano de la vista no el globo del ojo, no la pupila, y ni siquiera es l retina, sino que lo es un principio luminoso que reside en el ojo, y que entra en contacto o en comunicación con la luz emanada de los objetos exteriores o reflejada por los mismos; la luminosidad del ojo no es ordinariamente visible, pero puede devenir tal en algunas circunstancias, particularmente entre los animales que ven en la obscuridad de la noche. Es menester precisar además que el rayo luminoso mediante el cual se efectúa la percepción visual, y que se extiende entre el ojo y el objeto percibido, puede ser considerado en ambos sentidos, es decir, de una parte como partiendo del ojo para alcanzar el objeto, y de otra parte, recíprocamente, como viniendo del objeto hacia la pupila del ojo; una teoría similar de la visión se encuentra entre los pitagóricos, y esto concuerda igualmente con la definición que Aristóteles da de la sensación concebida como «el acto común de lo sintiente y de lo sentido». Uno podría librarse a consideraciones del mismo género para cada uno de los sentidos restantes; pero pensamos, mediante estos ejemplos, haber dado a este respecto indicaciones suficientes. ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO: LA TEORÍA HINDÚ DE LOS CINCO ELEMENTOS ( [Publicado en V.J., agosto-septiembre de 1935].)