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Cassirer: Excertos da «Tragédia da Cultura»

quarta-feira 23 de março de 2022, por Cardoso de Castro

Lo que la cultura promete al hombre, lo único que puede darle, no es la dicha misma, sino lo que hace digno de merecerla. La finalidad de la cultura no es la realización de la dicha sobre la tierra, sino la realización de la libertad, de la auténtica autonomía, que no representa el dominio técnico del hombre sobre la naturaleza, sino el dominio moral del hombre sobre si mismo.

Kant cree, con ello, haber convertido el problema de la teodicea de un problema metafísico en un problema puramente ético, y haberlo resuelto críticamente gracias a esta transformación. Pero no todas las dudas que contra el valor de la cultura pueden alegarse quedan esfumadas, ni mucho menos. Un nuevo y más profundo conflicto parece surgir inmediatamente en cuanto se trata de definir y precisar la nueva meta asignada a la cultura. ¿Puede, realmente, llegar a alcanzarla? ¿Es seguro que el hombre pueda rechazar en la cultura y gracias a ella su verdadera naturaleza "inteligible", que puede llegar, por este camino, si no a la satisfacción de todos sus deseos, sí al desarrollo de todas sus capacidades y dotes espirituales?

Así sucedería, en efecto, si el hombre pudiese saltar por encima de las fronteras de la individualidad, y pudiese ensanchar su propio yo hasta proyectarlo sobre la totalidad de la humanidad. Pero cuando intenta precisamente lograr esto, es cuando siente más rotunda y dolorosamente las barreras que se le oponen. No debemos perder de vista, en efecto, que hay aquí un aspecto que amenaza y coarta la espontaneidad, la autonomía pura del yo, en vez de estimularla y exaltarla. Y quien ahonde en este aspecto del problema, lo comprenderá en toda su gravedad. En un ensayo titulado El concepto y la tragedia de la cultura, Georg Simmel   ha planteado este problema con toda precisión. Pero duda de que pueda llegar a resolverse. Según este autor, la filosofía no puede hacer otra cosa que señalar el conflicto, pero sin prometer su solución.

La reflexión nos revela con mayor claridad, a medida que va ahondando en el problema, la estructura dialéctica de la conciencia de la cultura. Los progresos de la cultura van depositando en el regazo de la humanidad nuevos y nuevos dones; pero, el individuo se ve excluido de su disfrute en medida cada vez mayor. Y ¿para qué sirve, en realidad, una riqueza que jamás el yo puede llegar a transformar en acervo vivo? ¿No contribuye más bien a entorpecerle, en vez de liberarle?

Esta clase de reflexiones despliega ante nosotros el pesimismo cultural bajo su forma más aguda y más radical. Hemos dado con el punto más vulnerable, apuntando a un defecto del que ningún desarrollo espiritual puede liberarnos, pues va implícito en la esencia misma de este desarrollo. Los bienes creados por él crecen sin cesar, en cuanto al número, pero precisamente este crecimiento hace que dejen de sernos útiles. Conviértense, así, en algo meramente objetivo, en algo existente y dado de un modo real, pero que el individuo, el yo, no puede ya abarcar y captar. El yo se siente abrumado bajo su variedad y su peso, que crecen sin cesar. El individuo no extrae ya de la cultura la conciencia de su poder, sino solamente la certeza de su impotencia espiritual.


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