La segunda parte del libro es una exposición extensa, aunque no exhaustiva, del significado de la Liebre en las mitologías del mundo. Me sorprende y me deleita encontrar en un «Introductorio» (p. 105), la afirmación taxativa de que «es un tópico el hecho de que jamás se ha inventado ningún símbolo; es decir, que nadie ha “pensado” jamás acertadamente un símbolo y lo ha usado para expresar una verdad. Tales esfuerzos artificiales están condenados al fracaso, y jamás han logrado atraerse el poder de los símbolos reales, puesto que no son más que símiles basados en un proceso mental que no toca nunca las profundidades de la personalidad humana. Tales son los símiles “didácticos”, que nosotros conocemos tan bien, y contra los cuales reaccionamos tan sabiamente. Por otra parte, los símbolos verdaderos son aquellos que vienen a la mente sin ningún esfuerzo consciente». En otras palabras, ellos se «dan» o se «revelan», y, ciertamente, no son ni «convencionales» ni inconvencionales. He hecho, los símbolos tradicionales son los términos técnicos de la Philosophia Perennis, y forman el vocabulario y el idioma de un universo de discurso común: un universo de discurso del que está automáticamente excluido, y con ello de toda comprensión real de los mitos, quienquiera que ya no es capaz de usar estas «figuras de pensamiento», o quienquiera que, como los «simbolistas» modernos, recurre sólo a analogías basadas en asociaciones de ideas privadas. La postura del Dr. Layard es como la del asiriólogo Walter Andrae, «El que encuentra maravilloso que las formas de los símbolos no sólo persisten durante milenios, sino que, como se verá todavía, incluso vienen a la vida de nuevo después de una interrupción de miles de años, debe decirse a sí mismo que el poder que procede del mundo espiritual y que forma una parte del símbolo, es eterno… Es el poder espiritual el que aquí conoce y quiere, y se revela a sí mismo cuando llega su tiempo» (Dieionische Säule, Bauform oder Symbol, 1933, p. 66).
Si el Dr. Layard hubiera conocido la importante obra de Karl von Spiess sobre «Die Hasenjagd», publicada en Marksteine der Volkskunst, es decir, el Jahrbuch fur historische Volkskunde, V, VI Bd., 1937, pp. 243-267, podría haber penetrado, aún más profundamente de lo que lo ha hecho, en la significación de la Liebre. Más especialmente en relación con los contrarios, o pares de opuestos, los cuales examina en las páginas 46 a 69 y a los cuales alude en otras partes. Pues el simbolismo de la Liebre se relaciona muy estrechamente con el de las Simplegades, un motivo arquetípico de distribución mundial, y notablemente americano, céltico e indio tanto como griego. Hace mucho que se ha reconocido que las Simplegades, o «Rocas Entrechocantes», son las jambas de la Janua Coeli, la Puerta del Sol y Puerta del Mundo de la Chandogya (VIII.6.5, 6) y de la Maitri (VI.30) Upanishads, donde estas Puertas son una entrada para el sabio pero una barrera para el ignorante. En las palabras de Karl von Spiess, «Más allá de las Rocas Entrechocantes, en el Otromundo, está la Maravilla de Belleza, la Planta y el Agua de Vida», y en las de Whitman, «Todo espera insoñado en esa región, en esa Tierra inaccesible», una Tierra de la que no hay «retorno» por una necesidad u operación de las causas mediatas (ananke, karma) sino sólo como «Movedores a voluntad» (kamacarin).
Las jambas de la puerta, que son también las autooperativas y automáticas Fauces de Muerte, son los pares de opuestos, o de contrarios (enantia, dvandvau) a los que nuestros gustos nos atraen o de los que nuestros disgustos nos repelen, y de cuya tiranía el peregrino busca escapar (dvandvair vimuktah sukhaduhkhair sanjnair gacchanti padam avyayam, Bhagavad Gita XV.5). Como dice Nicolás de Cusa, de estos contrarios está construida la muralla del Paraíso; y quien quiere entrar, debe pasar por el portal del más alto espíritu de razón («Yo soy la puerta de la grey; por mí…»), es decir, entre las Rocas Entrechocantes, pues, en las palabras de una Upanishad, «no hay ningún atajo aquí en el mundo». Es por esto, también, por lo que muchos ritos se cumplen en la aurora o el crepúsculo, «cuando no es noche ni día», y con medios que no son descriptivos, por ejemplo «ni húmedo ni seco». De hecho, sólo desde este punto de vista puede comprenderse porqué la palabra india para theosis, «deificación» (brahma-bhuti, literalmente «devenir Brahma»; en el budismo, sinónimo de la obtención de la budeidad, es decir, el estado del «Completamente Despierto»), es también una denotación del crepúsculo (samdhi, literalmente «síntesis», o estado de estar «en samadhi). Nuevamente, el peligro de ser aplastado por los contrarios, es la razón de cruzar a la esposa en brazos por el umbral de la casa nueva, pues el Esposo corresponde al Psycopompo que cruza al alma a través del umbral del otro mundo, donde ambos «vivirán felizmente para siempre». Ciertamente, la vía es «estrecha» porque los contrarios «se entrechocan», haciendo un contacto inmediato e incesante. Por ejemplo, si consideramos los contrarios pasado y futuro, la vía pasa evidentemente a través del ahora eterno sin duración, un momento cuya experiencia empírica es imposible y que no nos da ningún tiempo para proceder; o si usamos símbolos espaciales, la vía pasa a través del punto sin dimensiones que separa cada aquí de cada allí, y que no nos deja ningún sitio por el que pasar; o si los términos son éticos, entonces la vía es la que demanda una espontaneidad y una inocencia que trascienden el «conocimiento del bien y del mal», y que no puede definirse en los términos de los valores de virtud y de vicio que se aplican a todo comportamiento humano. Así, sólo está cualificado para pasar «a través del medio del Sol» el que está ya virtualmente pasado; hablando lógica y humanamente la vía es un «no paso»; y no hay que sorprenderse de que todas las tradiciones hablen de un Dios-Vía, un Dios-Puerta y Psicopompo que conduce en la vía y abre la puerta a aquellos que quieren seguirla.
En todas las historias de lo que los folkloristas llaman la «Puerta Activa», ya sean esquimales, célticas o griegas, encontramos que una parte, la parte obstructiva o accesoria de la persona, a saber, el vehículo, el barco o el caballo en el que se hace el viaje, es cortada y dejada atrás. Así, en el caso de los héroes irlandeses, el rastrillo del Castillo del Otromundo cae tan rápidamente que corta las vestiduras de la espalda y las espuelas de los pies del jinete, y divide en dos su caballo, caballo cuya parte trasera se pierde; y puesto que la entrada es a lo que es a la vez Inmortal y Desconocido, está claro que lo que se corta es la parte mortal del que entra, a saber, el sí mismo o la personalidad conocida que nunca tuvo ser, porque siempre estuvo cambiando y nunca conoció un ahora ni escapó de la red lógica de las alternativas polares.
El Dr. Layard recalca acertadamente que la Liebre es un animal sacrificial y que, por consiguiente, encuentra característicamente una muerte fogosa, de la cual, como un ejemplo pertinente, cita el salto del Boddhisattva adentro del fuego; y, de hecho, el paso de la Puerta del Sol, como la auto-inmolación simbólica del Sacrificador ritual, es una ordalía del fuego en el sentido de que «toda resurrección es de las cenizas». Si, como parece, hay un pequeño fundamento en los hechos que indicarían la auto-inmolación fogosa de Liebres (pp. 105, 106), esto es sólo otra ilustración de lo que Filón llama las «leyes de la analogía», a saber, el principio exegético de que los significados anagógicos están contenidos en el sentido literal, y de que nunca «se leen» en él.
La Liebre es uno de los muchos tipos del ganador del Grial o Héroe de la gesta de la Vida, y su apropiada asociación con Soma y el Alimento de la Inmortalidad, se ilustra admirablemente en el espejo Tang de la Fig. 6 del Dr. Layard, «que muestra a la Liebre machacando la Hierba de la Inmortalidad en la Luna». Por otra parte, el Perro es uno de los muchos tipos del Defensor del Árbol o de la Planta de la Vida. El drama se representa cada día cuando el perro del campesino caza a la liebre que ha entrado por un agujero de la cerca, para robar sus coles o sus lechugas, o como ocurre, en otros términos, cuando el campesino mismo, con su arco y sus flechas o su escopeta, protege su huerto contra los pájaros predadores; ciertamente, las verdades espirituales sólo pueden expresarse por medio de parábolas caseras tales como éstas. Toda expresión es realmente figurativa; excepto para el esteta, las figuras son figuras de pensamiento, y en modo alguno tropos sin significado; y lo mismo es válido para aquellos sueños y visiones que son significativos; ignorar el contenido y considerar sólo las superficies estéticas de cualquiera de estas imágenes, es «contribuir a la suma de nuestra mortalidad». Las figuras tienen dos caras como Jano, y quien mira sólo a una de sus caras, pasando por alto que en el símbolo subsiste un «equilibrio polar de lo físico y lo metafísico», está viviendo una vida unilateral, no enteramente humana, sino de «solo de pan», de «las mondas que comían los cerdos». Los sentidos aludidos arriba se encuentran también en el motivo «decorativo», es decir, «apropiado», de la caza de la Liebre en el arte, e incluso en el juego todavía superviviente de la Liebre y los Sabuesos, aunque aquí, de la misma manera que en el caso de otros ornamentos y juegos tradicionales, se ha olvidado el sentido y sólo queda el divertimento o el ejercicio; lo cual es una parte de lo que algunos filósofos entienden cuando hablan del mundo moderno como un mundo de «realidad empobrecida». Como todos los demás símbolos, el sentido de la Liebre depende en parte del contexto: pero en el sentido en que la Liebre, como Cristo y como el alma que «se entrega a la muerte», es a la vez un Sacrificio voluntario y el ganador de la Gesta de la Vida, el significado del simbolismo difícilmente puede expresarse mejor que en las palabras de Karl von Spiess: «Esta es la situación, a saber, que la Liebre ha entrado en otro mundo a coger algo — la Planta de la Inmortalidad. A lo cual el Perro guardián, al perseguir a la Liebre, está a punto de alcanzarla. Pero justo donde se encuentran ambos mundos, y donde acaba el dominio del Perro, el Perro sólo es capaz de morder la cola de la Liebre, de manera que la Liebre vuelve a su propio mundo mutilada. En este caso las fauces del Perro son las “Rocas Entrechocantes”. Esta historia de la Liebre se cuenta usualmente en la forma de un mito etiológico para explicar la razón de su corto rabo».
El autor toca, o en algunos casos pasa por alto, otros muchos problemas fascinantes. Aquí sólo aludiré muy brevemente a dos de éstos. La historia de la Liebre (p. 161) tomada de fuentes africanas (Banyanja), es una versión particularmente interesante de los «juegos de cuerda» que, como en otras partes, solo puede comprenderse en los términos de la doctrina ampliamente distribuida del «hilo del espíritu» (sutratman), acordemente a la cual todas las cosas bajo el Sol están y permanecen conectadas con él como su fuente, o de otro modo se dispersarían y se perderían como las cuentas de un collar cuando se rompe la cuerda; es por la vía de este luminoso hilo pneumático, o cadena de oro, como si fuera por una escala, como el espíritu vuelve a su propia casa cuando se ha desechado el fardo de los apegos materiales. En la historia africana el Hombre representa el papel del Perro; aquí la oposición es entre la razón y la intuición. Puede establecerse una comparación con la versión irlandesa del Juego de cuerda como lo hace Manannan mac Lir, el maestro mago y malabarista que, en la mitología céltica, corresponde a Indra, que por su arte malabar (indrajala), por así decir, «saca este mundo de su sombrero». En la historia del Gilla Decair u O’Donnel’s Kern, Manannan arroja su hilo, el cual se ata a una nube en el aire, y saca una Liebre y un Sabueso de su zurrón de engaños; la Liebre trepa por el hilo y el Sabueso la persigue; cuando el mago recoge el hilo de nuevo, el Sabueso está royendo los huesos de la Liebre. Desde el punto de vista del Dr. Layard, esto representaría la destrucción de la intuición por la lógica, como en el caso de la matanza de la madre de la Liebre por el hombre en la versión africana.
En otra historia irlandesa que habría interesado al Dr. Layard, un O’Cronagan levanta una Liebre y suelta un par de sus sabuesos tras de ella; la Liebre se vuelve, y cuando los sabuesos están cerca de ella, salta dentro del seno del O’Cronagan con un grito de «¡Santuario!», transformándose al mismo tiempo en una bella doncella; entonces le lleva a casa con ella dentro de un sidh, lo cual equivale a decir que ella es realmente un hada. Después de aquello, vuelve con O’Cronagan al mundo y vive con él como su esposa, y él prospera grandemente; su esposa anterior y humana ha desaparecido. El Dr. Layard está indudablemente acertado al considerar a la Liebre como un principio esencialmente femenino, y quizás el emblema superviviente de una Diosa (Fig. 14) de la Aurora y de la Fertilidad o del Amor, igualmente en los sentidos espiritual y literal de las formas; y al Perro como esencialmente masculino (pp. 176, 186, 197). Esto es corroborado no sólo por las transformaciones de mujeres (entre otras, las brujas, que pueden haber sido originalmente sacerdotisas y curanderas cuyos ritos degeneraron sólo cuando cayeron del estado de gracia, de la misma manera que los Dioses de una religión antigua devienen los Demonios de la que la reemplaza) en Liebres, sino aún más por el hecho de que es la Liebre la que trae o prepara el Agua de la Vida. Preparar y ofrecer el Elixir por el que se entusiasma el Dios o el Héroe es siempre una función femenina; como en Rig Veda Samhita VIII.91, donde Apala prepara Soma para Indra masticando (como las mujeres de las Islas de los Mares del Sur preparan el Kava) y ha de ser igualada con «Fe, la hija (y esposa) del Sol» a cuyo poder se atribuye en Satapatha Brahmana XII.7.3.11 la transubstanciación de los substitutos rituales en el verdadero Elixir, que nadie sobre la tierra saborea. En relación con esto mismo, es significativo el hecho de que la Liebre es «un símbolo del Pecador Arrepentido» (p. 205); pues el sí mismo o el alma es siempre femenino y, como lo he mostrado en un artículo sobre el sacrificio del sí mismo, sus poderes sensoriales pueden igualarse con los tallos de Soma de los que se filtra el verdadero Elixir para que pueda ofrendarse diariamente en el altar del fuego del corazón. Tampoco debe olvidarse que la Sabiduría, Hochma, Sophia, Maya, Natura naturans, la Madre de Dios y de todos los vivos es una «mujer»; y el misterioso problema de los «Huevos de Pascua» puede ser relacionado con el de Leda y su impregnación por Zeus en la forma de un cisne. Todas estas consideraciones se aprestan a explicar al mismo tiempo la ambigüedad elusiva y verdaderamente femenina de la Liebre: el alma puede ser nuestro más peligroso enemigo o nuestro más querido amigo: «el que quiera salvarla, que la pierda», es decir, que la sacrifique.
Sólo tengo que ofrecer una crítica específica. El Dr. Layard relaciona acertadamente el alemán Hasen (liebre) y el inglés hare (liebre) con el sánscrito sasa, literalmente el «saltador». Pero intenta relacionar también el griego lagos con el sánscrito langh, «saltar» (y así con laghu, «luz»). Esto parece ser imposible: puesto que para cualquier emparentado de langh uno debería esperar en griego la presencia de chi más bien que gamma. La relación apropiada de lagos es con la raíz lag, «adherirse», «agarrar», «chocar», donde la implicación es erótica.
Los materiales disponibles, de los que el Dr. Layard ha recogido tantos, son inagotables. Pero quizás he dicho suficiente para mostrar que, como ha dicho también el profesor Mircea Eliade, «la memoria de los pueblos conserva sobre todo aquellos símbolos que se refieren a “teorías”, aunque estas teorías ya no se comprendan», y para mostrar que estos símbolos, que el psicoanalista está redescubriendo, no sólo pueden comprenderse, sino que pueden usarse efectivamente en esa obra de curación de almas a la que las filosofías tradicionales se han dirigido siempre.