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baptismos / βαπτισμός / batismo / baptisma / βαπτισμα / baptizo / βαπτίζω / batizar

  

Dupont-Roc et ali.

Como el verbo baptein, de donde se deriva, baptizein significa en primer lugar «mojar», pero también «sumergirse». En la voz pasiva, este verbo se utiliza para decir que un hombre «se ahoga», que un barco «se hunde» y, metafóricamente, que un deudor «está sumido» en deudas. Entre las 4 ocasiones en que se usa el verbo en los Setenta, sólo vale la pena recordar una: Naamán el Sirio, leproso, se bañó siete veces, como había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño (2 Re 5,14). Pero esto sólo se recoge en la liturgia bautismal de algunos Padres de la Iglesia.

Pablo utiliza 13 veces la palabra baptizein, esencialmente en la primera carta a los Corintios; bap-tisma sólo se utiliza en Rom 6,4; Ef 4,5 y Col 2,12. El uso paulino de baptizein ignora toda determinación por medio de la partícula «en» (en), como sería «bautizar en el Espíritu, en el agua, en el fuego». Pablo no conoce el bautismo «en» (en) el Nombre del Señor Jesús. Los usos paulinos de baptizein, seguido 7 veces de eis, establecen por medio de esta preposición una relación de pertenencia o de inclusión entre el bautizado y un término: Cristo, un solo cuerpo, la muerte de Cristo (Rom 6,3; Gál 3,27). (Véase el recuadro sobre las preposiciones, p. 64).

En polémica con los corintios, divididos por reivindicaciones de pertenencia a uno u otro apóstol, incluso a Cristo, pero simplemente considerado como el elemento preferido de una serie, Pablo pregunta: Pero, ¿es que está dividido Cristo? ¿Ha sido crucificado Pablo por vosotros, o habéis sido bautizados en su nombre? (1 Cor 1,13). Aunque objeto de una hipótesis imposible, la expresión en el nombre de Pablo demuestra que el apóstol conoce la fórmula: «ser bautizado en el nombre de...». Eis to ónoma (en el nombre) traduce sin duda una locución hebrea o aramea (leshem) que rige al destino o al destinatario de un acto y puede servir para indicar «a cuenta de quién» se pone ese acto, lo cual lleva a una relación de pertenencia por medio de un deslizamiento semántico.

El eis empleado por Pablo parece ser una reducción de eis to ónoma. Como el apóstol concibe el bautismo como una entrada en el paso muerte-resurrección de Cristo (Rom 6,1-11), la condición bautismal queda perfectamente definida por estos versículos: Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así pues, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor (es decir, le pertenecemos). Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y de muertos (Rom 14,8-9).

A la luz de estos versículos podemos releer de una nueva forma Rom 6,3-4: ¿Ignoráis acaso que todos los que hemos sido bautizados en (eis) Cristo, lo hemos sido en (eis) su muerte? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo en (eis) su muerte, para que, así como Cristo ha resucitado de entre los muertos, por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva... Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios, en Cristo Jesús (Rom 6,33-4.11).

Los dos usos de baptisma en Col y Ef profundizan o enriquecen la enseñanza de las grandes epístolas (Rom, 1 Cor, Gál). Col 2,11-15 lo afirma más claramente que Rom 6,1-11: por el bautismo, hemos sido ya vivificados con Cristo. La segunda de las fórmulas de unidad de Ef 4,4-6, un solo Señor, una fe, un bautismo, enmarcada por las otras dos (un solo cuerpo y un solo Espíritu y un solo Dios), le da todo su relieve a 1 Cor 12,13: en un solo Espíritu hemos sido bautizados para (pertenecer a) un solo Cuerpo. De la misma manera. Col 2,11-15 es una ampliación de Gál 3,27: Todos los que habéis sido bautizados para (pertenecer a) Cristo, os habéis revestido de Cristo. A los ojos de Pablo, la pertenencia a Cristo y a la Iglesia es una misma y única pertenencia. [Excertos de Roselyne Dupont-Roc, Michel de Goedt, Charles Perrot, Chantal Reyner. Vocabulario de las epístolas paulinas]

50 Palavras da Bíblia

La palabra «bautismo» procede el verbo griego bapto, que significa «hundir, sumergir». Su sentido depende del triple simbolismo del agua: la vida, la muerte y la pureza.

Los tres simbolismos del agua

La vida. El agua es indispensable para la vida; ella es su fuente primordial. Según el Génesis, mientras que Dios no hace llover sobre la tierra, ésta permanece estéril (Gn 2,5). En el desierto, el pueblo de Israel, que muere de sed, es salvado por la fuente de agua viva que Dios ordena a Moisés que haga brotar de una roca (Ex 17,1-7).

La muerte. Pero, cuando el agua es demasiado abundante, puede causar la muerte. Durante el diluvio se tragó a todos los seres vivientes salvo a un justo, Noé y su familia (Gn 6,13-17). Con el paso del mar Rojo se manifiesta el doble simbolismo: mientras que es causa de muerte para los egipcios, el agua se convierte en salvación para los israelitas (Ex 14,19-31).

La pureza. Finalmente, el agua sirve para lavar, tanto en la vida cotidiana como en los ritos de purificación. Eliseo cura al general leproso Naamán enviándole a lavarse siete veces en el Jordán (2 Re 5,10-14). En los rituales judíos, la inmersión en el agua tiene un sentido a la vez purificador y salvador; por ejemplo para la admisión de los prosélitos, los paganos convertidos al judaísmo, o bien en Qumrán, en los baños diarios de los esenios, que expresaban así su camino espiritual de conversión permanente.

Juan Bautista

Invita a los judíos creyentes a venir a «sumergirse en el Jordán y confesar sus pecados» (Mc   1,5). Para él, este rito del baño purificador es único. Significa una conversión definitiva para prepararse ante la llegada del Mesías: «Arrepentios, porque está llegando el reino de los cielos» (Mt   3,2). En efecto, el Jordán es la frontera que hay que franquear para entrar en la tierra prometida; significa la entrada en el Reino de Dios, ya muy próximo, recordando el paso del mar Rojo. Jesús se hace bautizar por Juan Bautista en el Jordán para significar su solidaridad con los pecadores. El bautismo cristiano retoma los elementos fundamentales del bautismo de Juan Bautista: la remisión de los pecados y la entrada en el Reino siguiendo a Jesús Mesías. «Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu» (Jn   3,5).

El sacramento del bautismo

Después de la muerte y la resurrección de Cristo, el bautismo adquirió su dimensión cristiana de sacramento. Es el signo eficaz que hace entrar al catecúmeno en la «nueva creación», regenerándole por su pertenencia definitiva a Cristo (2 Cor 5,17). Por eso es el primero de los sacramentos, el que nos abre a los otros.

El catecúmeno es marcado en primer lugar con el signo de la cruz, signo trinitario en el nombre del cual es bautizado (Mt 28,19-20). La inmersión purificadora en el agua le lava del pecado y le sumerge en la muerte de Cristo, que lleva en ese momento los pecados del mundo. Esta inmersión significa el ahogamiento, el fin del «hombre viejo», pecador. Después, la salida del agua expresa la entrada en la vida nueva del Resucitado (Rom 6,11). Finalmente, la unción con el aceite (el santo crisma) significa que el bautizado recibe los dones del Espíritu y se convierte en miembro de Cristo, «sacerdote, profeta y rey». La vestidura blanca expresa que el bautizado se ha «revestido de Cristo» (Gál 3,27). Después recibe la luz del cirio pascual para ser «la luz del mundo» (Mt 5,14). (excertos de 50 Palavras da Bíblia)