Antonio Orbe
Parábolas Evangélicas em São Irineu
Sin la abundancia de Tertuliano , el Stromata - Stromateús cita repetidas veces la parábola.
«No conviene, pues, que abusemos de los dones del Padre — disolutos a imagen del hijo rico del Evangelio —, sino que usemos (simplemente, bien) de ellos, como quien manda (sobre ellos), sin desviación (aprosklinos)».
Los dones del Padre representan la parte de la herencia que pasó a manos del hijo. Clemente llama a éste «el hijo rico», e indirectamente «disoluto» por haber abusado, entre lujurias, de los dones paternos. Condena el abuso de las riquezas, singularmente en los banquetes.
El padre era rico, y, no obstante, usó bien de las riquezas antes de la partida del hijo y a su vuelta.
Dice poco la alusión de los Stromata. Conviene allegarse a la salud por amor al bien, no por miedo al castigo ni por la promesa de un don. Quienes miran a los dones buscan interesadamente la propia «incorrupción».
«Quien así obra está a la diestra del templo (cf. Mt 25,33). En cambio, quienes a cambio de lo corruptible creen tener derecho a las cosas incorruptibles, fueron llamados ‘mercenarios’ en el símil de los dos hermanos (cf. Lc 15,17). Por tal camino la cláusula ‘ser a semejanza e imagen’ revela cómo los unos son conciudadanos según la semejanza con el Salvador , mientras los que se hallan a la izquierda (son conciudadanos) según su imagen (de ellos)».
Los que se hallan a la diestra del templo obran por amor y se asemejan directamente al Salvador. Los que a la izquierda, obran por temor y lucro, imágenes directas de los anteriores, e indirectas del Salvador, «terceros» en verdad. Primero, el Salvador; segundo, el gnóstico, que elige conforme a gnosis ; tercero, el que elige por imitación (del gnóstico).
Los dos hijos — Clemente lo enseña en forma implícita — vivían en la casa del Padre por amor purísimo, como hijos, hasta que el menor pidió la parte de la herencia. A título de hijos, ocupaban la diestra del Padre. El menor pasa, a raíz de su alejamiento, a la izquierda y aún más allá, fuera del régimen de los «jornaleros».
Mayor interés presenta un capítulo del Quis dives salvetur:
«Si alguien escapa al exceso de las riquezas y la vida difícil y puede reportar frutos de los bienes eternos; pero, sea por ignorancia o por infortunio involuntario, viene a caer — después de (recibido) el sello y la redención — en pecados y delitos hasta sucumbir por completo a ellos, ese tal fue reprobado enteramente por Dios. En efecto, a quien de veras se convierte de todo corazón a Dios, se le abren las puertas, y el Padre recibe gustosísimo (prisasmenos) al hijo que hace verdadera penitencia. Mas la verdadera penitencia está en no caer más en lo mismo y arrancar totalmente del alma los pecados con que se reconoció reo de muerte . Porque, quitados éstos, al punto inhabitará Dios en ti. Grande e incomparable según El (cf. Lc 15,2) la alegría y fiesta del Padre y de los ángeles en los cielos a raíz de la conversión y penitencia de un pecador. Por eso también clamó (Os 6,6; Mt 9,13...)... Porque sólo Dios puede condonar pecados y no imputar delitos. Agréguese que también a nosotros nos exhorta el Señor a perdonar cada día a los hermanos que hacen penitencia (cf. Mt 6,14). Y si nosotros, con ser malos, sabemos dar buenos dones, ¿cuánto más el Padre de las misericordias, el Padre bueno de toda consolación, el entrañabilísimo y de mucha misericordia, será de natural pacientísimo para aguardar a quienes se convierten (a El)? Convertirse, empero, es cesar de veras de los pecados (todos) y no mirar más hacia atrás».
El fragmento equivale a una exégesis de Lc 15,11ss. Más particularmente, de la misericordia y paciencia del Padre, en espera de la conversión del hijo, con los brazos y el corazón abiertos. Las ideas no ofrecen dificultad. Al igual que Tertuliano eclesiástico, Clemente urge uno de los caracteres de la verdadera conversión y penitencia: el abandono de la vida anterior de pecados y el deseo íntimo — de todo corazón — de arrancarlos, para acoger al Dios inhabitante. En otra forma, para volver a la casa de Dios. Tanto da, en nuestro caso, abrir uno las puertas para que Dios se le meta dentro, como que Dios nos abra las puertas para admitirnos en su casa.
Dios a nadie rechaza, por muchas faltas que haya cometido aun después del bautismo, si le ve sinceramente converso.
Queda, por fin, entre los Excerpta ex Theodoto, una referencia marginal. El fragmento pertenece a Clemente. Habla de los grados de la fe. Distingue entre los llamados y los escogidos, y señala algunos oráculos del Salvador relativos a los «llamados» (cf. Mt 22,14).
«De nuevo, cuando dice (el Salvador): ‘Salid de la casa de mi Padre’ (cf. lo 2,16), habla a los ‘llamados’ (tois kletois). Nuevamente, con el (hijo) que venia de (larga) ausencia (ex apodemias) y había malgastado los bienes (ta hyparkonta) ( para quien (el padre) sacrificó el ternero cebado, alude a ‘la vocación’ (ten klesin legei) Y (lo mismo) cuando el rey (de Mt 22,9) mandó llamar para el banquete de bodas a los (que estaban) en los caminos (aludía a los ‘llamados’)».
La distinción clementina entre «llamados» y «escogidos» nos distraería. Sin hacerlos de linaje diverso, como los gnósticos heterodoxos [1], Clemente concebíalos distintos, en natura única, con arreglo a la fe, cualitativamente distinta, de unos y de otros 85.
El Evangelio le depara tres ejemplos de «llamados» (kletoi). Primero, los vendedores de palomas, a quienes ordenó Jesús abandonasen el templo. Vivían de una fe (-maris) vulgar , poco eximia; mas al fin creían.
«Llamados» eran asimismo los que habitaban «en los caminos» (Mt 22,9) cuando los criados del rey los invitaron al banquete de bodas. Algo significa haber sido convocados. Haberlo sido en segundo lugar, conviene a creyentes de «segunda clase».
El tercer ejemplo — Clemente le da en segundo lugar-entra derecho en nuestro tema.
El hijo pródigo simboliza «la vocación», llamados, mas no escogidos. La razón se vislumbra: el contraste implícito entre él y el mayor. Si el pródigo simboliza a los «llamados», el mayor a los «escogidos» (resp. a la «elección»).
El hijo pródigo creía. Por tener fe, en medio de su vida de crápula sintió remordimientos, evocó al padre y el régimen perdido, se arrepintió y volvió a la casa paterna. Pero su fe no era — siempre según discurso implícito de Clemente — perfecta, como la de los «escogidos». De donde su delito y apartamiento (temporal) de casa.
El hijo mayor quedóse en casa. Su fe, incompatible con una vida de disipación, le incluía entre los «escogidos».
Clemente, conciso, deja mucho al lector. Los expulsados con azotes del templo (= los cambistas) no eran «llamados» ni «escogidos». Los discípulos, con quienes Jesús quedó en el templo, pertenecían a los «escogidos». Los vendedores de palomas — intermedios entre los cambistas y los discípulos — a los «llamados»; creyentes, mas no perfectos en la fe.
En la parábola de los convocados al banquete nupcial caben también tres categorías: los que rechazaron la invitación: no «llamados» ni «escogidos»; los que llevaron al banquete la vestidura nupcial: «escogidos»; los que se presentaron sin vestido de bodas: simplemente «llamados». A éstos pertenecían los que al recibir la aceptación vagaban por los caminos, y no hallaron tiempo para vestirse convenientemente.
La parábola del hijo pródigo da lugar a análoga reflexión.
Los compañeros disolutos del pródigo no entran en la categoría de «llamados» ni «escogidos». Los «mercenarios» de la casa del padre — a juzgar por Strom. IV 6,30,1 — eran de los «llamados». Los hijos que siempre viven con el padre, de los «escogidos». El pródigo no supo ser hijo; pero su conversión le revela creyente.
El Alejandrino testimonia, pues, un simbolismo nuevo. Los dos hijos representan: el mayor, a los «escogidos», y el menor, a los «llamados». Admite por verdaderas las palabras que el Salvador pone en labios del hijo mayor; con su vida habría demostrado la fe eximia (exairetos), característica de los «elegidos».
Los valentinianos, habilísimos exegetas, sabían multiplicar analogías. Apunto una, que enlaza la exégesis heterodoxa de nuestra parábola con la clementina de Exc. ex Theod. 9,2.
Según el eclesiástico Clemente, el hijo pródigo simboliza «la vocación» (he klesis ), los «llamados», creyentes de fe vulgar; el mayor, en cambio — según idea implícita —, «la elección» (he ekloge ), «los escogidos», de fe notable.
Según los valentinianos — en comentario a Gen 2,22 (sobre el origen de Eva) —, lo femenino (resp. Eva) representa «la vocación»; mientras lo masculino , remanente en Adán , simboliza «la elección». Lo femenino serían los gnósticos o espirituales humanos. Lo masculino, los ángeles del Salvador o espirituales angélicos.
«Así también en Adán, lo masculino quedó para él; y todo el esperma femenino que arrancaron de él hízose Eva, de la cual proceden los seres femeninos, como de aquél (Adán) los masculinos.
Los masculinos, según eso, concentráronse con el Logos , mientras los femeninos, una vez masculinizados, se unen (de nuevo en el cielo ) a los ángeles (= masculinos) y penetran en el pleroma . Por eso dícese que la mujer se transforma en varón, y la Iglesia de acá (femenina, humana) en ángeles (= Iglesia masculina, celeste)».
Lo masculino quedóse en Adán. Los ángeles, satélites del Salvador, no abandonaron la casa del Padre. Lo femenino arrancóse de Adán y se hizo Eva: los hombres espirituales, femeninos, salieron de la casa del padre a la tierra; para en su día, masculinizados por el Salvador, unirse a los ángeles; como si Eva se reintegrara, al fin, por obra de Jesús, al Adán de que salió.
Empleemos otro vocabulario. La elección (he ekloge) quedóse en Adán. La vocación (he klesis), desprendida de Adán, se hizo Eva. Todo lo demás sigue igual. Pero el vocabulario nos allega — a través de la exégesis de Exc. ex Theod. 9,2 94 — a nuestra parábola. El pródigo — símbolo de la vocación — salió de la casa del padre, mientras el hijo mayor — símbolo de la elección — perseveró en ella.
El tránsito de la exégesis clementina a la valentiniana de ambos hermanos (mayor y menor), alegoría de los «escogidos» y de los «llamados», fluye espontáneo:
«Según los valentinianos, aquello (de Gén 1,27): ‘Hízolos a imagen de Dios, macho y hembra los hizo’, alude a la emisión mejor de Sofía. Lo masculino de ella es la ‘elección’ (he ekloge), y lo femenino la ‘vocación’ (he klesis). A lo masculino llámanlo ‘angélico’, a lo femenino — a sí mismos — la simiente superior».
He ahí expresamente formuladas las dos series, masculina y femenina, de elementos espirituales, con origen en el Adán primitivo andrógino — a nivel celeste —: la ekloge o «los escogidos», (espíritus) angélicos (del Salvador); la klesis o «los llamados», hombres (espirituales) = simiente superior.
Armonizando tales datos — «mutatis mutandis» — con la exégesis de «llamados-escogidos», vinculada en ET 9,2 a la parábola del pródigo, fluye la antítesis «llamados-escogidos», o su equivalente «hijo pródigo-hijo mayor», entre los discípulos de Valentín.
Envolvieron éstos el origen misterioso (por separación) de Eva, con la alegoría del pródigo-femenino y débil en sus inclinaciones- que abandona la casa del padre, reino de los perfectos (= ángeles = masculinos). De donde Adán = casa del Padre; Eva = pródigo (= Iglesia espiritual humana), región de los «llamados».
También ellos — como el Clemente de ET 9,2 — descubrían en el hijo mayor a los «escogidos», en el pródigo a los «llamados». Con un fondo herético, ajeno al Stromateús. Los «escogidos» son: a) para Clemente, los cristianos de fe eximia; para los valentinianos de Exc. ex Theod. 21,1, los ángeles espirituales, satélites del Verbo. Los «llamados» significan: b) para Clemente, cristianos de fe vulgar; para los valentinianos, hombres (físicamente) espirituales 96.
En conclusión. La exégesis de la parábola del pródigo fue vinculada por los valentinianos y por Clemente (eclesiásticos alejandrinos) al oráculo (Mt 20,16 et par.): «Muchos son los llamados, y pocos los escogidos». Y según él, al binomio llamados-escogidos. Los discípulos de Valentín inauguraron el simbolismo angélico-humano de los dos hijos: el mayor, alegoría de los ángeles, continuos moradores de la casa paterna; y el menor, alegoría de los hombres (espirituales). O bien el mayor, símbolo de la Iglesia masculina angélica; el menor, de la Iglesia femenina humana 97. Es posible que, andando el tiempo, la antítesis ángeles ¡hombres, oculta en el símbolo de los dos hermanos, se haya robustecido con otro símbolo, inspirado en el mismo c.15 (99/1 ovejas), Los eclesiásticos neoplatonizantes, amigos de contrastar la región celeste (resp. angélica) con la «regio egestatis», traducida por «regio dissimilitudinis» pudieron inclinarse ahí.