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Koyré (MEA:79-88) – Paracelso, sobre Homem - Astros - Deus

terça-feira 29 de março de 2022

  

El hombre comprende [1] todo: el mundo sensible y material, los astros y Dios. Por tanto, debe tener partes, elementos constitutivos que corresponden a los tres grados del universo: el universo material, el universo astral, y Dios. Porque, de hecho, el hombre es triple, está compuesto de cuerpo, de alma y de espíritu. Es un auténtico microcosmos: además, hasta la Escritura lo afirma: ¿No se ha dicho, en efecto, que el hombre fue creado del légamo de la tierra, y no es evidente que con este término «tierra», el Génesis significa el mundo, el universo entero. Por tanto, el hombre ocupa en realidad una posición de privilegio; según la Escritura, ha sido creado a «imagen y semejanza» de la divinidad; y también ha sido creado a imagen y semejanza del mundo. Y si se examina más de cerca veremos que la imagen y la semejanza de Dios no es otra cosa que el espíritu, mientras que el alma y el cuerpo representan el universo, del que, además, han sido hechos. Alma, cuerpo y universo se corresponden con toda exactitud; es posible establecer una relación precisa entre los componentes del organismo humano y el del organismo del mundo. Se puede determinar a qué organismos corresponden los planetas, porque es evidente que los planetas y las constelaciones juegan en el universo el mismo papel que los órganos internos en el organismo: así como unos regulan y dirigen la marcha del universo, así los otros regulan y dirigen la vida, el desarrollo, el crecimiento y la muerte incluso del individuo [2].

No hay que olvidar, sin embargo, que todo en este mundo es doble: visible y tangible, por un lado; por otro, invisible e intangible. En el hombre (haciendo, por ahora, abstracción del espíritu) hay un alma invisible que gobierna, dirige y habita el cuerpo visible y tangible. Y lo mismo sucede con el universo: detrás de este universo de cuerpos, detrás de este mundo visible y tangible de la tierra y de los cielos hay una entidad invisible e intangible, Gestirn o Astrum, que en relación con el universo desempeña el mismo papel que el alma desempeña con el cuerpo. Hay que ir más lejos: el Astrum, el Gestirn es, en efecto, el alma del mundo que lo habita, lo dirige, lo conduce y que se expresa por la posición de los «astros» como el alma humana se expresa o expresa sus estados interiores por la mediación de su cuerpo. Es, por tanto, el cuerpo del universo lo que vemos, como es el cuerpo de nuestros semejantes lo que percibimos con nuestros sentidos exteriores. Y de igual forma que al percibir el cuerpo «leemos» en el alma que se expresa por ese cuerpo, el universo entero no es más que un libro donde podemos «leer» y que «expresa» la realidad astral. Además, cuanto acabamos de comprobar para el hombre y el universo se encuentra por doquier, porque cada parte del universo reproduce y refleja la estructura inicial del todo. Por tanto, es preciso admitir en todos los cuerpos, incluso en los inertes, en los elementos, en las piedras, en los metales, etc., la existencia de un «alma» invisible que se expresa por los cuerpos materiales. Es, por otro lado, evidente que todos los cuerpos — al igual que el universo entero — han sido construidos y son mantenidos por fuerzas, de las que los cuerpos materiales y los fenómenos exteriores no son más que «cuerpos», «habitáculos», «expresiones».

En esta doctrina donde todo lo exterior es ein Gleichrtiss no hay que ver, sin embargo, el mundo material como un Gleichniss solamente [3], símbolo sin realidad propia, si fuerza ni existencia real. El mundo y el cuerpo no son puros símbolos, no son imágenes. Paracelso   no es idealista. Al contrario, la relación de expresión a fuerza o esencia expresada plantea necesariamente la realidad de dos términos. Lo cual, es cierto, implica y entraña en la concepción del mundo paracelsista una nueva complicación: la acción de los astros sobre la tierra y sobre nosotros se realiza de dos maneras; en primer lugar, los astros, cuerpos que actúan sobre nuestros cuerpos de igual forma que actúan sobre todos los cuerpos del universo; luego, el alma humana en tanto que tal, influida por el Astrum, es decir, por el «alma» de los astros, por el Gestirn incorporal.

Además, esta influencia se ejerce en doble sentido. Por un lado, el alma humana sufre la influencia del Astrum y cuando se libera un poco de los lazos del cuerpo se va a «fa-bular» con el alma del mundo y a relacionarse mediante sueños maravillosos, hecho que se produce especial, aunque no únicamente, durante el sueño. Por otro lado, está la influencia inversa, la del alma humana, que a su vez puede influir en el alma del mundo, puede «sugerirle» ideas y sueños. Esta entonces las piensa y las imagina por sí misma y, al pensarlas e imaginarlas, las realiza en el mundo. De esta forma el alma puede ordenar a los astros, puede dirigir los acontecimientos, puede incluso, con su ayuda, producir o hacer producir seres nuevos.

Como acabamos de decir, Paracelso no es idealista; lo es tan poco que para él esta relación del alma con su cuerpo o su «casa», habitación exterior de una fuerza (principio) interior es una relación absolutamente general. Nada de exterior sin interior, nada de «cuerpo» sin «alma»; pero también, nada de alma sin cuerpo, nada de interior sin exterior. Nada de expresión sin sentido, pero también nada de sentido, de pensamiento, sin expresión. La noción de un espíritu incorpóreo, de un espíritu no encarnado le parece absurda y, de hecho, el doble punto de vista de Paracelso, el del dinamismo vital y el de la expresión (signatura), hace aparecer la necesidad absoluta de la «encarnación». En efecto, siendo el alma a un tiempo una fuerza mágica y un pensamiento, un centro de fuerza y un centro de conciencia, o mejor, un centro de fuerza-conciencia, evidentemente no puede producirse, no puede actuar, no puede expresarse. Un centro de fuerza no puede, evidentemente, poseer un «punto que esté en él», una región donde se ejercería libremente y a la vez estaría «en sí». Ese «en sí», esa región de dominación (Haus), ese dominio donde el ser fuerza habita, que le sirve al mismo tiempo de «punto inicial» y de medios de acción ad extra, y de «tejido» en el que y por el cual se expresa es el cuerpo, primer «producto» del alma.

Tales o análogas son las consideraciones que llevan a Paracelso a desdoblar una vez más las tres «esencias» de que se compone su mundo. El cuerpo material es perecedero; desaparece, pero el alma, el alma humana al menos, subsiste; sin embargo, tiene necesidad de un cuerpo; de un cuerpo astral, por supuesto. Y el espíritu, que es eterno, ¿cómo pasaría sin un cuerpo espiritual? El cuerpo animado, el cuerpo humano no se contenta con tener como centro dinámico un alma; recibe un doble «espiritual»: el espíritu corporal. Y el mundo paracelsista se complica cada vez más, y las viejas fantasías, los antiguos cuentos populares, los hechos de la experiencia (no olvidemos que en el siglo XVI la magia era una ciencia, y las apariciones, hechos de la experiencia) vienen a enriquecerlo más. Hay que explicar todo, hay que dar cuenta de los sueños proféticos, y de las casas frecuentadas por las apariciones, y de la acción mágica de la voluntad, y del hecho de que se pueda comunicar a distancia, y del hecho de hacerse traer en pleno invierno hasta Berna rosas cubiertas de rocío recientemente cortadas en Valencia.

Paracelso no se embaraza por tan poco. Nadie, además, se embaraza en su época. Ni Porta, ni Telesio, ni Agrippa   ni Trithemius. Todo es posible, en efecto, porque nada puede superar el poder creador y productor de la naturaleza. Además, ¿cómo dudar de la posibilidad de un hecho? [4]

Según ejemplos ilustres, y con toda seriedad, nos explica que las cosas ocurren de un modo muy sencillo y que no hay por qué extrañarse y creen en el milagro o en una acción diabólica. El cuerpo físico se disuelve en la tumba, pero incluso para el cuerpo físico hay aún tiempo antes de que sus elementos retornen al caos; y de igual forma el espíritu corporal [5] subsiste durante cierto tiempo después de la muerte, y es completamente natural que este espíritu, que era en cierto modo el motor (subordinado al alma) del cuerpo, continúe «caminando» un tiempo todavía (por inercia, por costumbre, por decirlo de alguna forma) y que, por tanto, frecuente los lugares donde su cuerpo ha habitado, realice los simulacros de gestos que había realizado durante su vida, vuelva al tesoro que antes había ocultado. No hay que creer, sin embargo, que esta sombra (Schatten) posee algo más que la sombra de la vida. Las larvae no son más que simulacros; no son más que imagen flotante de la vida pasada, costumbre que ha tomado cuerpo, o para ser más exacto, que ha conservado un simulacro de cuerpo. El alma no está ya allí y, por tanto, no tienen ni fuerza, ni voluntad, ni consciência. Otra cosa muy distinta es, por el contrario, el evestrum, el cuerpo astral del alma, el alma provista de su cuerpo astral. Por ser una fuerza y un centro de acción y de pensamiento, ese ser puede actuar, puede determinar acciones físicas, puede atravesar con velocidad extrema las regiones más alejadas del espacio, puede también actuar directamente, es decir, sin pasar por lo físico, sobre las almas. Y es el evestrum quien trae nuevas y permite a los verdaderos magos comunicarse entre sí (se sabe que Agrippa de Nettesheim enseñaba alguna cosa semejante).

Además, los magos tienen otros medios a su disposición. En efecto, no olvidemos que todos los elementos están habitados y, de hecho no hay razón para que la vida no pueda crear centros subordinados en otra parte distinta a la superficie de la tierra o a la profundidad de las aguas; no hay razón para que seres, menos perfectos, evidentemente que el hombre [6], no puedan construirse un cuerpo con la ayuda de elementos distintos a él y a los animales. De ser así sería, además, completamente contrario a la filosofía. En efecto, los elementos visibles, tanto la tierra como el agua y el fuego no son, hablando con propiedad, «elementos»; no son, como ya antes hemos visto más que «cuerpos» de verdaderos «elementos» no materiales pero dinámicos. Ahora bien, dado que los cuatro elementos provienen de uno solo, ¿cómo es posible que lo que está en uno no esté en otro? Hay, además, la demostración de la experiencia: todo el mundo sabe que hay ondinas en el agua y gnomos en la tierra de igual forma que elfos en el elemento aire. La verdadera ciencia no puede negar hechos comprobados. Tiene que explicarlos [7]. La sana filosofía demuestra, pues, que los gnomos, las salamandras y los elfos no son seres comparables al hombre, como con demasiada frecuencia se cree: son seres mono-elementales.

Hay, además, otros elementos que se encarnan en dos elementos, cuyo cuerpo se compone de dos elementos físicos. Los magos se sirven de esos espíritus o seres elementales que hay que guardarse mucho de confundir con los demonios. Los demonios son ángeles caídos, mientras que los espíritus naturales son, como se acaba de ver, de naturaleza totalmente distinta. No han pecado y, por tanto, no son condenados. Por tanto, tampoco serán salvados ni participarán de la inmortalidad. No hay que temerles como a los demonios; hay que desconfiar de ellos sin embargo: les encanta jugar malas pasadas a los hombres. Por otro lado, pueden revelarles secretos importantes, porque — al menos los más elevados — conocen a fondo las propiedades de su elemento. Es, sin embargo, una solemne tontería querer hacer necromancia y tratar, entre otras cosas, de recibir de los espíritus de los muertos revelaciones sobre el mundo de ultratumba. Ya hemos visto que las larvae, los aparecidos no saben nada; ni siquiera piensan, aunque den maquinalmente una respuesta maquinal, a no ser en el caso en que un demonio se apodere de su cuerpo-simulacro para cazar a quienes se entregan a estas prácticas deplorables.


Ver online : Alexandre Koyré


[1«Comprender» ademas, ¿no quiere decir lo mismo que «abarcar»?

[2Paracelso explica que el «Astrum» interior del hombre está regulado como un reloj. Tiene un número determinado de revoluciones que dar, y la vida humana tiene, en consecuencia, una duración natural, determinada individualmente para cada hombre. Por otro lado, la concepción vitalista de la evolución exigía un término natural a esta evolución. Cuando el hombre muere antes de su término, continuaba Paracelso, cuando la fuerza vital no es totalmente empleada (verbraucht, abgelaufen), ocurre que el resto se «encarna» en el cuerpo astral, formando una «numia» que posee propiedades vitalizadoras utilizables en medicina. Por un lado, además, los espíritus de los ejecutados frecuentan los lugares donde fueron colgados o decapitados (Paracelso lo comprobó por sí mismo, pues, como él mismo decía, quejándose, «todos mis alumnos me han tomado por el verdugo»); y, por otro, los objetos que les tocaron y que quedaron impregnados de la fuerza vital no empleada son remedios eficaces. Resulta divertido ver como Paracelso «explica» un dato de la superstición popular, así como el uso médico del polvo de momia.

[3Hay que distinguir cuidadosamente las actitudes y los conceptos del mundo, «revelación natural de Dios», de los racionalistas cristianos de los siglos XI y XII y los de los místicos naturalistas de los siglos XVI y XVII. Los términos a menudo idénticos provocan fácilmente una confusión, y, no obstante, hay una diferencia muy profunda. No se puede decir que para los teólogos filósofos del siglo XII el mundo sea «irreal», ni que para los teósofos del siglo XVI haya sido una realidad independiente de Dios. Para unos y otros, el mundo — Quodam-modo — refleja y revela a Dios, pero parece que el «modo» es diferente. El mundo, en el siglo XVI, no es un «símbolo», una «teofanía», un «reflejo» del Creador; es una «manifestación», una «expresión orgánica». Dios está en el mundo no como «el autor está en su obra», sino como «el espíritu está en su cuerpo». No se confunde con el mundo, pero, no obstante, está más «cerca» del mundo, más «dentro», aunque simultáneamente el mundo se vuelva más «real», más «in se», por no decir más «a se». El lazo exlusivamente espiritual (pensamiento y voluntad) se refuerza con un lazo orgánico (alma y vida).

[4La crítica del hecho (crítica histórica y crítica de testimonio) sólo ha podido constituirse sobre la base de una ontología nueva, a partir del momento en que la noción de la imposibilidad tomó un nuevo sentido. Se ha llegado al non esse partiendo del non posse y no a la inversa.

[5Cf. supra: la fuerza vital incorporada en la mumia.

[6El hombre habita en los cuatro elementos y es «habitado» por los cuatro elementos. Los expresa todos, y ésta es la razón por la cual es expresión total y perfecta del universo entero bajo todas sus formas y bajo todos sus aspectos.

[7Uno de los rasgos más curiosos y más característicos de la época es esta ausencia total en el pensamiento de la categoría de lo imposible. Todo es posible, de lo que se deriva una credulidad sin límite y sin crítica.