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Chenique Nomes Divinos

segunda-feira 28 de março de 2022

  

Excertos em versão em espanhol de «Le Culte de la Vierge ou La Métaphysique au féminin»

LOS NOMBRES DIVINOS

«Dios y su Nombre son idénticos» [1]. Para aquel que no comprende esto en ningún grado, el Rosario no puede tener ningún sentido. Es evidente que el «simple» que recita su Rosario lo comprende ya en un cierto grado. Es el increyente el que no comprende nada, ya que un Nombre divino no es nada para él. Las palabras de Cristo son formales: hay que orar en su Nombre, pedir en su Nombre, reunirse en su Nombre. El Nombre divino no es «manifestación de Dios», sino que es «Dios en su manifestación», ya que es antes que nada «Dios» antes que ser otra cosa. El Nombre divino es inexpresable en su esencia, pero en su Misericordia, Dios revela un Nombre que es su Presencia en medio de los hombres: este Nombre es el soporte de todas las cualidades divinas que nosotros podemos conocer y realiza en nosotros estas cualidades en la medida en la que nosotros hacemos presente a nosotros mismos este Nombre por la invocación. Jesús es «Dios que salva»; si él a dejado a los hombres su Nombre, es para que los hombres sean salvados por este Nombre, ya que «quienquiera que invoque el Nome do Senhor - Nombre del Señor será salvado» (Joel 3,5; Rom 10,13).

Hay por lo tanto que aceptar la «técnica» de la invocación de los Nombres sagrados. Jesucristo mismo ha dicho: «Todo lo que pidáis a mi Padre en mi Nombre, él os lo dará» (Jn  . 15,16) y además: «Ahí donde dos o tres estén reunidos en mi Nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt. 18, 20). El Nombre divino es entonces dejado tras la Ascensión, como un «memorial», una llamada y una verdadera «presencia» del Señor.

En efecto, puesto que el Nombre divino no es solamente «manifestación del Principio», sino antes que nada el «Principio manifestado», este Nombre divino es una «presencia real», análoga a la de la Eucaristía. Además las técnicas de comunión y de invocación eran utilizadas simultáneamente en la Iglesia primitiva. El Nombre divino tiene por lo tanto los mismos efectos «transformantes» que la Eucaristía, y hay que subrayar que la comunión y la invocación utilizan el mismo órgano: la boca. La comunión es más bien pasiva en tanto que ella es «recibida»; la invocación es activa en tanto que es «hecha» y es el complemento indispensable de la comunión [2].

La invocación del Nombre de Jesús se ha desarrollado primeramente en los desiertos del Oriente cristiano utilizando cortas fórmulas en las que estaba insertado el Nombre divino. Después, la plegaria de invocación ha sido transportada al Monte Athos donde ha nacido esa forma de espiritualidad llamada «hesicasmo». A pesar de los ataques de que ha sido objeto, sobre todo en el momento de la querella Palamita, el hesicasmo ha continuado dando sus frutos hasta nuestros días. El interés despertado en Occidente por la publicación de las Relatos del peregrino ruso muestra que el hesicasmo no es un simple accidente en el desarrollo de la espiritualidad crística. En la Iglesia ortodoxa, nunca se ha cesado de invocar el Nombre divino a través de la plegaria de Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi pecador»; como lo explican los Padres, todo el misterio de la salvación esta encerrado en esta fórmula. Traducciones de los principales pasajes de la Filocalia han sido igualmente publicados. Los católicos se interesan por la cuestión, y la invocación del Nombre divino es susceptible de aportar un apoyo a Occidente para su restauración espiritual.

El Edad Media latina ha conocido ciertas formas de invocación, aunque solo fuera el Kyrie eleison de la misa y en las letanías, pero no ha conocido lo que Oriente llama la «Oración de Jesús», formula indefinidamente repetida, susceptible de producir maravillosos efectos espirituales, a condición de que la recitación esté acompañada de una ascesis conveniente y sea hecha bajo la dirección de un guía espiritual experimentado. No obstante San Buenaventura   y San Bernardino de Siena   han escrito sobre el Nombre de Jesús, y la devoción de San Francisco de Asís hacia el Nombre divino es bien conocida.

Parece que la Edad Media en su final haya querido condensar en una sola fórmula a la vez lo que había descubierto de mejor como método espiritual, y lo que hay de más alto como doctrina. El Rosario es por excelencia un método de invocación y un resumen de la doctrina metafísica, tal como lo hemos expuesto en capítulos precedentes [3].

El Rosario se compone esencialmente del Pater y del Ave. El Pater es la oración revelada por Jesucristo mismo, y el Ave es la oración aportada por el cielo a través del ngel. Ambas dos tienen por lo tanto un origen   no humano. La piedad moderna parece caracterizarse por el rechazo de toda «forma» y de toda «fórmula». Ciertamente, el formalismo es siempre algo a evitar, pero se olvida que la oración espontánea, surgida del corazón, es ya un estado espiritual elevado, y que no conviene comenzar por ahí. Cuando los apóstoles han pedido un «método de orar» han recibido una fórmula, el Pater.

El Pater es una fórmula de alabanza y de purificación, ya que pide perdón por las ofensas. El Ave es la fórmula de invocación de los Nombres sagrados. La salutación del ngel y la de Isabel no contienen, en efecto, los Nombres de Jesús y de María; se insertaron a continuación, como joyas en el noble joyero de la escritura.

Por el saludo «Ave María», el alma entra en relación con la Virgen o Substancia universal, de la que quiere realizar sus perfecciones, gracias al nombre sagrado de María que es eficaz, como lo hemos explicado más arriba.

María, o la Substancia, es «gratia plena» [4]. Inmaculada desde su concepción, María está colmada de la gracia de lo alto. El alma desea recibir esta gracia y conformarse lo más posible a la perfección de la Virgen.

Dominus tecum: el Señor está siempre presente en la Substancia, puesto que es él el que actúa en ella, o por ella, y la hace producir. Por lo mismo, la presencia divina es adquirida por el alma que se conforma en tanto que substancia individual a las cualidades de la Substancia universal de la que está separada por la caída original.

Benedicta tu in mulieribus: cuando la Substancia se manifiesta, ella es bendecida entre todas las mujeres. La misma bendición es adquirida en el alma en la cual Dios reconoce la imagen divina impresa en ella por su presencia. En realidad, solo Dios puede ser dicho «bendito» y es su presencia en la Substancia la que le da a esta su bendición.

Et benedictus fructus ventris tui: la Substancia se vuelve fecunda por la presencia divina, y el fruto que ella engendra se dice «bendito». Por lo mismo, el alma individual debe engendrar en ella la imagen del Verbo y este fruto de ella será bendecido. En realidad, cuando el alma produce, es que ella muere en Dios. El fruto del alma es así más real que ella misma, puesto que ella se extingue en este fruto divino por reintegración esencial.

En su conjunto, el Rosario describe las principales etapas de la vida espiritual: la purificación, la perfección y la unión; todo ello por el Pater que purifica de las faltas, por el Nombre de María que es la «creatura perfecta» y por el nombre de Jesús que nos reintegra en la unidad divina.

Por el Ave nos ponemos en correspondencia con la Madre universal y realizamos las cualidades virginales por la invocación de su Nombre: el alma se vuelve «pura», es decir «virgen» y Dios puede reflejarse ahí como el Espíritu que planeaba sobre la superficie de las aguas; puede el alma pronunciar el «Fiat Lux» que engendra el Verbo divino en el alma; esta dará a luz a Dios y podrá escuchar la palabra de adopción: «Este es mi Hijo bienamado» (Mat, 3,17)

El nombre de María realiza en nosotros las cualidades virginales; el de Jesús realiza las cualidades crísticas: cada virtud es un «ojo que contempla a Dios», y cada una de ellas es asimilable a un Nombre divino. Finalmente el alma recibirá un Nombre que ella sola podrá leer (Apoc, 2,17), lo que quiere decir que se identificará con el Nombre divino al cual está predestinada desde toda la eternidad.

Por el Pater, el alma se purifica: se pone afinada con la voluntad divina y pide perdón por sus faltas. Por el Ave atrae sobre ella la bendición contenida en los Nombres sagrados y realiza en ella los misterios contenidos en esos Nombres, lo que nos llevará a hablar de los misterios del Rosario [5].



Ver online : François Chenique


[1Ramakrishna: «¡Y bien! ¿Cree usted que el Nombre de Dios sea insignificante? El y Su Nombre son idénticos», La Enseñanza de Ramakrishna.

[2Sobre esta cuestión capital ver Schuon - F. SCHUON, Communion et invocation en Etudes traditionnelles, mayo de 1940 , y De la unidad transcendente de las religiones, p171 de la edición francesa.

[3Se refiere a los capítulos precedentes del libro del que está extraído este fragmento: «Le Culte de la Vierge, ou la Metaphysique au Feminin, Editions Dervy 2000, ISBN 2-84454-054-6.

[4El perfecto griego kecharitopee indica la perfección de una acción realizada. Tenemos en cuenta que este texto presenta dificultades exegéticas que no minimizamos.

[5Los lectores a quienes estas consideraciones pudieran extrañar, encontrarán una referencia útil en el final de la «Introducción a la vida devota» donde San Francisco de Sales enseña un método análogo de recitación del Rosario:
«En cada decena, pensareis en uno de los misterios del Rosario, según el tiempo que tengas, acordándote del misterio que te propongas, principalmente pronunciando los muy santos nombres de Jesús y María, pasándolos por tu boca con una gran reverencia de corazón y de cuerpo. Si te viene cualquier otro sentimiento, como el dolor de tus pecados pasados, o el propósito de enmendarte, lo puedes meditar a lo largo de todo el rosario, lo mejor que puedas, y recordarás este sentimiento, o cualquier otro que Dios te inspire, principalmente cuando pronuncies esos dos muy santos nombres de Jesús y María»