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Didache / Διδαχή / Didakhé

  

La antigua sistemática cristiana, al igual que la escolástica, nació principalmente de las necesidades de la escuela. Sólo que la sistemática antigua, a diferencia de la escolástica, no tendía de manera tan exclusiva a la formación científico-teológica, sino que buscaba más bien la conversión e instrucción de los no cristianos; y así, en cuanto catequesis, era continuación y prolongación natural del kerygma, de la predicación misional cristiana. Pero ya antes de que se hubiesen organizado escuelas de catequistas, esta necesidad misional de disponer de un grupo doctrinal completo y ordenado oficial y autoritativamente, había provocado dos formas de predicación total que debemos calificar de canónicas: primero, el Símbolo de los Apóstoles, que encierra la suma histórica del contenido de la fe (ya haya sido compuesto realmente en tiempo de los Apóstoles, como quieren Bardenhewer, Kihn y Loofs, o que haya nacido por el interés apologético de fijar los hechos en contra del gnosticismo   en el siglo II, según pretenden Ehrardt y Harnack). El caso es que hasta Santo Tomás de Aquino y hasta nuestros días el Símbolo de los Apóstoles ha sido siempre la base de la predicación de la doctrina cristiana. A su lado tenemos, en segundo lugar, una suma embrionaria de la reglamentación cristiana de la vida, compuesta quizá alrededor del año 100, la Didache, la Doctrina del Señor por medio de sus 12 Apóstoles a los cristiano-paganos. Desde el punto de vista de la sistematización formada orgánicamente, la Didache es una pequeña obra maestra, y entraña singularísimo interés para la actual consideración filosoficocultural, que, al lado de la predicación doctrinal, sabe otra vez valorar plenamente la enorme importancia de la reglamentación de la vida práctica. La Didache contiene (cap. 1-4) un resumen de la moral cristiana, y en él pone de manera magistral la esencia del cristianismo (quizá superando un posible modelo judío de propaganda) en los dos mandamientos fundamentales del amor a Dios y al prójimo y, además, en el amor a los enemigos; profundiza e interioriza en sentido cristiano el decálogo; agrega al cuarto mandamiento el acatamiento al rey y sus servidores; presenta el catálogo de los vicios, de tan enorme trascendencia para el desarrollo ulterior de la ética, y se adentra también en la faceta vital de la vida mediante prescripciones alimenticias; es decir, ofrece una exposición integral, sólo raras veces alcanzada después, del orden moral cristiano. La segunda parte contiene una reglamentación sacramental del bautismo, ayuno, oración y eucaristía. Con esto queda abierto un orden cristiano de la vida cuya total significación e importancia modeladora de la vida apenas puede comprenderse con nuestros actuales conceptos morales, que siguen dependiendo aún de la antigua ética erudita. Y es que en la ética actual, carente todavía de orientación sociológica, sigue sin apreciarse apenas el enorme influjo de las reglamentaciones eticorreligiosas del culto divino. Ahora bien, desde el punto de vista de una ética auténtica, los ritos, las costumbres jurídicas y los usos económicos forman parte de la moral. Nos vemos obligados aquí a emplear ya el concepto de ética en este sentido amplio.

A esta segunda parte litúrgica de la Didache (cap. 7-10) sigúese otra tercera parte de derecho eclesiástico (cap. 11-15; el cap. 16 es escatológico), una doctrina de los estados, sobre todo, de las personas privilegiadas «por derecho sacramental» : obispos, evangelistas, profetas y maestros, y derecho propiamente canónico como las prescripciones sobre diezmos, fiestas dominicales y elecciones episcopales. Este es el germen que iba a desarrollarse hasta convertirse en el imponente edificio del derecho canónico. (En cuanto la doctrina de los estados constituye la primera forma de la primitiva ética personalista, de la plasmación de la vida en tipos personales representativos, es parte integrante de la moral.)

Así, la Didache contiene la esencia del orden cristiano de la vida según la moralidad fundada en principios y en cuanto costumbre litúrgica y profesional; es, por consiguiente, con toda su sencillez, un sistema perfecto de la moral cristiana. (Excertos de Alois Dempf, La concepcion del mundo en la Edad Media)