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HDV: evolución póstuma

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Debemos abordar ahora la cuestión de lo que se llama ordinariamente la "evolución póstuma" del ser humano, es decir, de las consecuencias que entraña, para este ser, la muerte o, para precisar mejor cómo entendemos esta palabra, la disolución de este compuesto del que hemos hablado y que constituye su individualidad actual. Es menester destacar, por lo demás, que, cuando esta disolución ha tenido lugar, ya no hay ser humano hablando propiamente, puesto que es esencialmente el compuesto el que es el hombre individual; el único caso donde se pueda continuar llamándole humano en un cierto sentido es aquel donde, después de la muerte corporal, el ser permanece en algunos de esos prolongamientos de la individualidad a los que hemos hecho alusión, porque, en ese caso, aunque esta individualidad ya no esté completa bajo la relación de la manifestación (puesto que en adelante le falta el estado corporal, dado que las posibilidades que le corresponden han terminado el ciclo entero de su desarrollo), alguno de sus elementos psíquicos o sutiles subsisten de una cierta manera sin disociarse. En todo otro caso, el ser ya no puede decirse humano, puesto que, del estado al cual se aplica este nombre, ha pasado a otro estado, individual o no; así, el ser que era humano ha dejado de serlo para devenir otra cosa, del mismo modo que, por el nacimiento, había devenido humano al pasar de otro estado al que es al presente el nuestro. Por lo demás, si se entiende el nacimiento y la muerte en el sentido más general, es decir, como cambio de estado, uno se da cuenta inmediatamente de que son modificaciones que se corresponden analógicamente, puesto que son el comienzo y el fin de un ciclo de existencia individual; e incluso, cuando se sale del punto de vista especial de un estado determinado para considerar el encadenamiento de los diversos estados entre ellos, se ve que, en realidad, son dos fenómenos rigurosamente equivalentes, puesto que la muerte a un estado es al mismo tiempo el nacimiento en otro. En otros términos, es la misma modificación la que es muerte o nacimiento según el estado o el ciclo de existencia en relación al cual se la considera, puesto que es propiamente el punto común a los dos estados, o el paso de uno al otro; y lo que es verdad aquí para estados diferentes lo es también, a un grado diferente, para modalidades diversas de un mismo estado, si se considera que estas modalidades constituyen, en cuanto al desarrollo de sus posibilidades respectivas, otros tantos ciclos secundarios que se integran en el conjunto de un ciclo más extenso (Estas consideraciones sobre el nacimiento y la muerte son aplicables por lo demás tanto desde el punto de vista del "macrocosmo" como del "microcosmo"; sin que nos sea posible insistir más en ello al presente, sin duda se podrán entrever las consecuencias que resultan de esto en lo que concierne a la teoría de los ciclos cósmicos.). En fin, es necesario agregar expresamente que la "especificación", en el sentido en que hemos tomado esta palabra más atrás, es decir, el vinculamiento a una especie definida, tal como la especie humana, que impone a un ser algunas condiciones generales que constituyen la naturaleza específica, no vale más que en un estado determinado y no puede extenderse más allá; ello no puede ser de otro modo, desde que la especie no es en modo alguno un principio transcendente en relación a ese estado individual, sino que depende exclusivamente del dominio de éste, puesto que ella misma está sometida a las condiciones limitativas que la definen; y es por eso por lo que el ser que ha pasado a otro estado ya no es humano, dado que ya no pertenece de ninguna manera a la especie humana (Entiéndase bien que, en todo esto, no tomamos la palabra "humano" más que en su sentido propio y literal, ése donde se aplica únicamente al hombre individual; aquí no se trata de la transposición analógica que hace posible la concepción del "Hombre Universal". ). 265 HDV XVII

Debemos hacer reservas también sobre la expresión de "evolución póstuma", que podría dar lugar muy fácilmente a diversos equívocos; y, primeramente, puesto que la muerte se concibe como la disolución del compuesto humano, es bien evidente que el término "evolución" no puede tomarse aquí en el sentido de un desarrollo individual, puesto que se trata, al contrario, de una reabsorción de la individualidad en el estado no manifestado [NA: No puede decirse por lo demás que se trate de una destrucción de la individualidad, puesto que, en lo no manifestado, las posibilidades que la constituyen subsisten en principio, de una manera permanente, como todas las demás posibilidades del ser; pero no obstante, puesto que la individualidad no es tal más que en la manifestación, se puede decir que, al entrar en lo no manifestado, desaparece verdaderamente o deja de existir en tanto que individualidad: no es aniquilada (puesto que nada de lo que es puede dejar de ser), sino que es "transformada".]; así pues, sería más bien una "involución" bajo el punto de vista especial del individuo. Etimológicamente en efecto, estos términos de "evolución" y de "involución" no significan nada más que "despliegue" y "repliegue" (En este sentido, pero en este sentido solamente, se podrían aplicar estos términos a las dos fases que se distinguen en todo ciclo de existencia, así como lo hemos indicado precedentemente.); pero sabemos bien que, en el lenguaje moderno, la palabra "evolución" ha recibido corrientemente una acepción diferente, que ha hecho de ella casi un sinónimo de "progreso". Ya hemos tenido la ocasión de explicarnos suficientemente sobre estas ideas muy recientes de "progreso" o de "evolución", que, amplificándose más allá de toda medida racional, han llegado a falsear completamente la mentalidad occidental actual; no volveremos de nuevo sobre ello aquí. Recordaremos solo que no puede hablarse válidamente de "progreso" más que de una manera completamente relativa, teniendo cuidado siempre de precisar bajo cuál relación se entiende y entre cuáles límites se considera; reducido a estas proporciones, ya no tiene nada de común con ese "progreso" absoluto del que se ha comenzado a hablar hacia finales del siglo XVIII, y que nuestros contemporáneos se complacen en decorar con el nombre de "evolución", supuestamente más "científico". El pensamiento oriental, como el pensamiento antiguo de occidente, no podría admitir esta noción de "progreso", sino en el sentido relativo que acabamos de indicar, es decir, como una idea completamente secundaria, de un alcance extremadamente restringido y sin ningún valor metafísico, puesto que es de las que no pueden aplicarse más que a posibilidades de orden particular y que no son transponibles más allá de algunos límites. El punto de vista "evolutivo" no es susceptible de universalización, y no es posible concebir el ser verdadero como algo que "evoluciona" entre dos puntos definidos, o que "progresa", ni siquiera indefinidamente, en un sentido determinado; tales concepciones están enteramente desprovistas de toda significación, y probarían una completa ignorancia de los datos más elementales de la metafísica. Todo lo más, de una cierta manera, se podría hablar de "evolución" para el ser en el sentido de paso a un estado superior; pero todavía sería menester hacer entonces una restricción que conserve a este término toda su relatividad, ya que, en lo que concierne al ser considerado, en sí mismo y en su totalidad, jamás puede tratarse ni de "evolución" ni de "involución", en cualquier sentido que se quiera entender, puesto que su identidad esencial no es alterada de ninguna manera por las modificaciones particulares y contingentes, cualesquiera que sean, que afectan solamente a tal o a cual de sus estados condicionados. 266 HDV XVII

Dicho todo eso para que nadie esté tentado de acordar a la expresión de "evolución póstuma", si se tiene que emplear a falta de otra más adecuada y para conformarse a algunos hábitos, una importancia y una significación que no tiene y que no podría tener en realidad, volveremos de nuevo al estudio de la cuestión a la que se refiere, cuestión cuya solución, por lo demás, resulta casi inmediatamente de todas las consideraciones que preceden. La exposición que va a seguir está tomada de los Brahmas-Sûtras (4º Adhyâya, 2º, 3er y 4º Pâdas. — El 1er Pâda de este 4º Adhyâya está consagrado al examen de los medios del Conocimiento Divino, cuyos frutos serán expuestos en lo que sigue.) y de su comentario tradicional (y por eso entendemos sobre todo el de Shankarâchârya), pero debemos advertir que no es una traducción literal; a veces nos ocurrirá resumir el comentario [NA: Colebrooke ha dado un resumen de este género en sus Ensayos sobre la Filosofía de los hindúes (IV Ensayo), pero su interpretación, sin estar deformada por una toma de partido sistemática como se encuentra muy frecuentemente en otros orientalistas, es extremadamente defectuosa desde el punto de vista metafísico, por incomprehensión pura y simple de este punto de vista mismo.], y a veces también comentarle a su vez, sin lo cual el resumen permanecería casi incomprehensible, así como ocurre lo más frecuentemente cuando se trata de la interpretación de los textos orientales (Haremos destacar a este propósito que, en árabe, el término tarjumah significa a la vez "traducción" y "comentario", puesta que la una se considera como inseparable del otro; su equivalente más exacto sería pues "explicación" o "interpretación". Se puede decir incluso que, cuando se trata de textos tradicionales, una traducción en lengua vulgar, para ser inteligible, debe corresponder exactamente a un comentario hecho en la lengua misma del texto; la traducción literal de una lengua oriental en una lengua occidental es generalmente imposible, y cuanto más esfuerzo hay en seguir estrictamente la letra, más riesgo se corre de alejarse de su espíritu; esto es lo que los filósofos son desafortunadamente incapaces de comprender) 268 HDV XVII