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Protágoras

quinta-feira 25 de janeiro de 2024

  

No Protágoras  , ou os Sofistas, Protágoras define a sofística como uma arte de educar os homens. Ao contrário de Hípias, que ensina o cálculo, a geometria, a música, a astronomia e todas as outras ciências, Protágoras pretende unicamente ensinar a prudência e o bom conselho (euboulia) relativamente à vida dentro da família e da cidade. Deste modo, Protágoras parece não confundir a técnica e a educação e é isso que vemos no famoso mito deste diálogo (320 c). Quando os deuses criaram os mortais, encarregaram Epimeteu e Prometeu de lhes dar um certo número de qualidades. Epimeteu dá a uns a força, a outros a agilidade, a resistência ao frio, asas, cascos, etc. Quando chega a altura de dar alguma coisa aos homens não resta nada. Prometeu decide então roubar a Hefeste e a Atena o fogo e o conhecimento das artes. No entanto, apesar das suas técnicas, os homens não foram capazes de viver em cidades porque não possuíam a ciência política. Zeus envia-lhes então Hermes que lhes traz a veneração e a justiça (aido te kai diken, 322 c), fundamentos da política, e é por isso, conclui Protágoras, que se ouve indiferentemente toda a gente nas assembleias públicas.

Protágoras, mestre da virtude, tem assim o comportamento de um sociólogo à maneira de Durkheim. Para ele, de fato, a moralidade nasce da pressão constante que os diferentes grupos exercem sobre o indivíduo (325 c). Assim, a sociedade ensina-nos a virtude tal como nos ensina a nossa língua materna, de modo que toda a gente é professor de virtude; pode eventualmente dizer-se que uns ultrapassam os outros na ajuda à virtude e Protágoras considera-se como um desses, por isso não hesita em pedir dinheiro em troca das lições que dá. Depois de uma acérrima discussão, Sócrates   vai mostrar que a consciência coletiva e popular assimila o agradável e o bem e reduz o mal à dor; no entanto, simultaneamente, admite-se que o homem se deixa desviar do bem pela dor ou se deixa levar para o mal em busca do prazer. O homem que age assim, erradamente, é portanto vítima de um erro de cálculo e de uma ignorância; falta-lhe uma ciência da medida (357 a), da justa medida. Por isso, diz Sócrates ironicamente, a multidão precisa desses professores de virtude que são Protágoras, Pródico e Hípias, precisa de aprender com eles uma ciência que lhe faz falta (357 e). Os interlocutores de Sócrates, que aprovam essas afirmações lisonjeadoras, são apanhados na ratoeira: se a multidão precisa de aprender a virtude desses professores, é porque a virtude não é um dado social, como pretendia Protágoras, mas antes um saber que se procura. Por isso não é na tradição da multidão que se irá encontrar a medida de que necessitamos, visto que essa multidão precisa de aprendê-la com professores de virtude. [JBRUN]


Protágoras (o de los sofistas)

Protágoras, el último de los diálogos socráticos pero de extensión mayor y más desarrollado en sus temáticas, trata un tema que en su formulación lo acerca ya al Menón, al Eutidemo  , al Gorgias y al Menéxeno. ¿Son enseñables las diversas virtudes, como por ejemplo la virtud política? No, si no sabemos qué es la virtud.

Podemos considerarla [esta obra, con Nestle, como el último de los diálogos socráticos, en el sentido de que, a pesar de llevar la argumentación más allá que los otros, mantiene la «pura terrenalidad» de la actitud socrática y no muestra ningún indicio de los intereses matemáticos, metafísicos y escatológicos que vinculan a Platón con los pitagóricos, y que es razonable pensar que se desarrollaron a raíz de su primer viaje al Sur de Italia, a Sicilia. Por esta razón lo situó Nestle en el grupo inicial y lo separó nítidamente del Gorgias y del Menón.

La introducción es sensacional, literaria y psicológicamente. Sócrates cuenta a un amigo que, la noche anterior, Hipócrates aporreó la puerta de su casa diciéndole que el gran sofista   Protágoras de Abdera había venido a Atenas y se hospedaba en casa del rico Calias, y que fueran a verle y a escuchar sus enseñanzas. En el camino, Sócrates pregunta a Hipócrates qué es y qué enseña un sofista; ante el entusiasmo del joven, Sócrates lanza la primera andanada: «viene a ser un traficante o un tendero de las mercancías de que se nutre el alma» (Protágoras, 313c). Llegan a casa de Calias y se encuentran el siguiente panorama: Protágoras paseando por el vestíbulo, Hipias de Élide instalado en un alto asiento y Pródico, todos rodeados de sus respectivos discípulos; por otro lado, en torno a Sócrates se hallan sus seguidores habituales: Alcibíades, Critias  , Hipócrates. (¡Vaya personajes! Vid. J. Solana Dueso, Ciudadano Sócrates.) El cuadro es de un impresionismo fascinante. Protágoras afirma que él enseña la ciencia política (téchné politiké), y que hace buenos ciudadanos a los habitantes de la pólis. Protágoras afirma que la areté es enseñable y, por tanto, también la téchné politiké, tal como hacen él y otros sofistas, y pasa a demostrarlo con una epídeixis, un mito que es una reinterpretación del de Prometeo, donde explica el origen   de la civilización y cómo la historia es un proceso de perfeccionamiento, donde los hombres son capaces de convivencia civilizatoria, sobre todo si son mejorados mediante una adecuada enseñanza (la que se atribuían los sofistas). Sócrates no comulga con esa tajante afirmación protagorea de la enseñabilidad de la virtud política, ni tampoco con su manera «macrológica» de argumentarla, por lo que le reclama discutir «braquilógicamente» (de brachylogía, discurso breve) por medio de preguntas y respuestas cortas: el método dialéctico, la famosa mayéutica socrática. Pero antes, Sócrates quiere demostrar al abderita que también él es capaz de declamar una epídeixis «macrológica», comentando un poema del poeta Simónides de Ceos, aunque ahí no radica el verdadero saber. Hay que volver a las preguntas y respuestas. Ahora es Sócrates quien afirma que la virtud (areté) se ha de fundamentar en el conocimiento; es, por tanto, una ciencia y es enseñable. Protágoras no lo tiene claro; con lo cual se han invertido las posiciones iniciales. La inversión paradójica no lo es en el fondo,

[…] pues si la virtud fuese lo que Protágoras y el vulgo llaman con ese nombre, si fuera lo que aquél enseña a sus alumnos, con toda seguridad no sería ciencia, y no cabría enseñarla. En cambio, si es lo que piensa Sócrates, es decir, si fuese ciencia intuitiva de los valores y del bien, se la podría enseñar, aunque es evidente que Protágoras no sería capaz de hacerlo.

¿Quién lo hará? El filósofo. [GREDOS]