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hebdômada

quinta-feira 25 de janeiro de 2024

  

Gnosticismo  
Guillermo Fraile  

Es el reino animal (psíquico), que corresponde a los siete cielos de los planetas. Al frente de cada uno hay un Arconte - arconte. En esos cielos se escalonan otros tantos coros de ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, deidades, reinos y liturgias. La hebdómada de los ángeles psíquicos está presidida por el demiurgo, que es el Demiurgo - Yavé de los judíos, dios de naturaleza ígnea, y que, a diferencia del abismo, es esencialmente activo y trabajador. El demiurgo es de naturaleza psíquica, y, por lo tanto, inferior a las entidades del mundo espiritual. No puede conocer el Pleroma - pléroma, del cual está separado por el límite (horus), ni tampoco la hebdómada celeste, que está por encima de él. Solamente conoce la hebdómada a la cual pertenece y el cosmos sensible (kosmos aisthetos), que es obra suya.

Es fácil reconocer en el demiurgo valentiniano una reminiscencia del platónico. Pero con la diferencia de que el primero no contempla el mundo de las ideas, ni siquiera tiene ideas propias. Para crear el mundo sensible será movido por Sofia - Sophía como instrumento más o menos inconsciente. Y ésta le prestará además la idea ejemplar de la creación, que ella a su vez recibe del logos-Salvador. El demiurgo no sólo ignoraba la existencia del mundo supraceleste, sino también la venida del Salvador. Viendo su propio poder, se creyó Dios y proclamó: «Ego Deus, et praeter me nemo» [1]. Fue el inspirador de los profetas del Antiguo Testamento, pero éstos no anunciaron la venida del Filho de Deus - Hijo de Dios, porque ni el demiurgo lo sabía ni aquél necesitaba para nada de sus profecías.


Observações

[1Contra Heresias - Adv. haer. I 5,4. «El demiurgo, dicen, no sabe absolutamente nada, sino que es amente y estúpido, según ellos; y no sabe lo que hace o produce. Sofia - Sophía, pues, operaba y dejaba sentir en él su virtud, no sabiendo él lo que hacía. De forma que, operando ella, creía el demiurgo realizar por sí solo la creación del mundo. Por donde comenzó a decir: «Yo soy el Dios, y fuera de mí no hay otro» (Hipólito - San Hipólito, Refutatio - Ref. VI 33,1: trad. de Antonio Orbe - Orbe, En los albores... p.258).