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barreiras

quinta-feira 25 de janeiro de 2024

  

El primer movimiento del hombre que busca la Vía debe ser el de destruir la imagen habitual que él tiene de sí mismo. Sólo entonces él podrá comenzar a decir Yo, cuando a la palabra mágica le corresponda la imaginación interior de sentirse sin límites de espacio, de edad y de potencia.

Los hombres deben alcanzar el sentido de la realidad de sí mismos. Por ahora ellos tan sólo se limitan y se coartan, sintiéndose diferentes y más pequeños de lo que son; todo pensamiento propio, todo acto es un barrote más para su prisión, un velo más para su visión, una negación de su potencia. Se cierran en los límites de su cuerpo, se apegan a la tierra que los conduce: es como si un águila se imaginara serpiente y se arrastrara por el piso ignorando sus alas.

Y no sólo el hombre ignora, deforma, reniega de sí mismo, sino que repite también el mito de la Medusa y vuelve de piedra todo lo que lo circunda; observa y calcula la naturaleza en su peso y medida; limita la vida alrededor de él en pequeñas leyes; supera los misterios con las pequeñas hipótesis; fija el universo en una unidad estática y se ubica en la periferia del mundo tímidamente, humildemente, como una secreción accidental, sin potencia y sin esperanza.
El hombre es el centro del universo. Todas las masas materiales frías e incandescentes de las miríadas de mundos no pesan en la balanza de los valores como la más simple mutación en su conciencia. Los límites de su cuerpo no son sino ilusión; no se apoya sólo en la tierra, sino que él se proyecta a través de la tierra y en los espacios cósmicos. Sea moviendo su pensamiento como sus brazos, es todo un mundo el que se mueve con él; son mil fuerzas misteriosas que se lanzan hacia él con un gesto creativo, y todos sus actos cotidianos no son sino la caricatura de lo que fluye hacia él divinamente.

Así también él debe dirigirse a su alrededor y liberar de la petrificación todo aquello que lo rodea. Antes de saberlo, él deberá imaginar que en la tierra, en las aguas, en el aire y en el fuego hay fuerzas que saben que son y que las llamadas fuerzas naturales no son sino modalidades de nuestra sustancia proyectadas hacia afuera. No es la tierra la que hace vivir a la planta, sino que son las fuerzas que están en la planta las que arrancan a la tierra elementos para la propia vida. En el sentido de la belleza de las cosas debe asentarse el sentido del misterio de las cosas como una realidad aun oscura pero presentida. Pues no sólo lo que podemos ver y conocer debe actuar en nosotros, sino también lo desconocido, afirmado valerosamente y sentido en su fuerza.
Es oportuno hacer notar la necesidad de un especial hábito ante este punto de vista como ante cualquier otro del esoterismo. Se trata de fundar aquello que luego servirá muchas veces en la vida del desarrollo espiritual, un modo de poseer un concepto que no es sólo comprender o recordar. Hay que centro del universoritmar; es decir, presentar a la propia conciencia, que atrapa con una actitud volitiva, el mismo concepto periódica y rítmicamente; y no sólo como pensamiento, sino también como sentimiento. La contemplación del propio ser y del mundo, en el modo que ha sido enunciado antes, suscita un sentido de grandeza y de potencia: hay que retener en nosotros este sentido en modo de hacemos compenetrar por el mismo intensamente.

Así podremos establecer una relación realizativa con esta nueva visión, la cual antes se referirá al subconsciente hasta que después de un cierto tiempo se encuadrará en modo siempre más definido en el sentimiento del que hemos hablado; se presentará entonces una nueva condición en la cual lo que antes era concepto podrá convertirse en presencia de una fuerza y se alcanzará así un estado de liberación sobre el cual será posible edificar la nueva vida.

Todos los ejercicios de desarrollo inferior serán paralizados si no se rompe la cáscara-límite que la vida cotidiana forma alrededor del hombre y que también persiste de manera variada en el subconsciente humano.