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Hildegard de Bingen (LDO:I,2,2) – Ouvi uma voz do céu...

sexta-feira 14 de outubro de 2022

      

[I, 2,2] Oí una voz del cielo   que me decía: «Dios, que por la gloria de su nombre construyó el mundo con los elementos  , lo consolidó con los vientos y lo iluminó engastando en él las estrellas, lo llenó también de las restantes criaturas, envolviendo y fortaleciendo al hombre con todas estas cosas, y le infundió por todas partes un supremo poder, por cuanto ellas lo asistirían siempre e intervendrían en todas sus obras, de manera que él atendería a sus obras con su ayuda, ya que el hombre sin ellas no puede vivir ni existir, como se te pondrá de manifiesto en la presente   visión».

En efecto, sobre el pecho de la ya mencionada imagen apareció una rueda, admirable de ver, con signos semejantes poco más o menos a aquella construcción que hace veintiocho años viste en una figura oval de valor   semántico — como te fue mostrado en las visiones precedentes —; pues con tal imagen se quiere decir que la forma del mundo existe inmersa, sin olvido, en la ciencia del verdadero amor que es Dios; tal forma gira eternamente sin deshacerse nunca (lo cual es admirable en comparación con la naturaleza humana) y... no es susceptible de aumento mediante novedad alguna, sino que, tal como fue creada la primera vez por Dios, así durará hasta el fin de los siglos. La divinidad, en efecto, en su presciencia y su obra, está siempre intacta en su totalidad y no está dividida en modo alguno, pues no tiene principio ni fin, y no puede ser comprendida ni abarcada por nada, dado que se encuentra en una esfera   intemporal y eterna. Lo mismo que el círculo abarca todo lo escondido y guardado dentro de sus límites, así la divinidad sacrosanta comprende en su infinitud todas las cosas y es excelsa sobre todo, pues nadie pudo nunca dividirla ni fragmentarla en su potencia, ni superarla o agotarla.


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