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Origenes Calunias
domingo 20 de março de 2022
Excertos da tradução espanhola de Daniel Ruiz Bueno, publicada pela BAC
VI-27. Las viejas calumnias anticristianas
Después de lo que dice del diagrama, se inventa cosas extrañas, que no toma siquiera de malas inteligencias, acerca del que los autores eclesiásticos llaman el sello (2 Cor 1, 22; Eph 1,13; Apoc 7,3-8; 9,4) y ciertas voces alternas o diálogo , en que "el que imprime el sello es llamado padre , y el que lo recibe se llama joven e hijo, y responde: Estoy ungido con el ungüento blanco del árbol de la vida" (cf. Recognitiones Clem. 1,45). Cosa que no hemos oído se haga ni entre los herejes. Luego define el número dicho por los que administran el sello "de los siete ángeles que asisten a cada lado del alma cuando está el cuerpo para morir; de ellos, unos son ángeles de la luz; otros, de los que se llaman arcónticos". Y añade que "el principal de los que tienen nombre de arcónticos de llama Dios maldito". Luego, atacando esa expresión, condena con razón a los que osan hablar de ese modo. En este punto, también nosotros compartimos la indignación de los que reprenden a los tales, supuesto haya quienes llamen maldito al Dios de los judíos, al Dios que llueve y truena y es creador de este mundo, al Dios de Moisés y de la creación del mundo narrada por él.
Sin embargo, parece que Celso no tuvo en estas palabras buena intención, sino la más perversa que le inspiró el odio, indigno de un filósofo, contra nosotros. Quiso, en efecto, que quienes no conocen de cerca nuestra religión, al leer su libro, nos declaren la guerra , como a gentes que llaman maldito al Dios, artífice bueno de este mundo. Y paréceme ha hecho algo semejante a aquellos judíos que, a los comienzos de la predicación del cristianismo, esparcieron calumnias contra nuestra doctrina, como la de que sacrificábamos un niño y luego nos repartíamos sus carnes. Otra, que, cuando los que profesaban la doctrina de Cristo querían cometer pecados tenebrosos, apagaban la luz (en sus reuniones) y cada uno se ayuntaba con la primera que topara. Estas calumnias, por muy insensatas que fueran, dominaron antaño a muchísima gente y persuadieron a los extraños a nuestra religión que así eran los cristianos (cf. Arist., 17 (siríaco); Iustin., Apol. I 27; II 12; Dial, cum Tat. 25; Athen., Leg. III 31; Theoph., Ad Autol. III 4; Min. Fel., IX 28; Eus., HE V 1,14.52; Tertull., Apol. IV 11). Y aun ahora engaña a algunos, que por esa causa se abstienen de entablar la más sencilla conversación con los cristianos [1].
[1] Sobre estas calumnias anticristianas que envenenaron el ambiente del siglo ii y eran materia inflamable de las persecuciones traté ampliamente en mis Apologistas griegos del siglo II, donde cabe consultar los textos citados. Orígenes no se las atribuye a Celso, y es honor de éste que no las sacara a relucir en su obra. Infestaban más bien las fantasías papulares, aunque un Frontón, maestro de Marco Aurelio, se hizo odiosamente eco de ellas (cf. Labriolle, o.c., p.87ss). Las obras de Frontón fueron descubiertas modernamente; su editor, Naber, dijo que "para la gloria de Frontón hubiera sido mejor no se hubieran descubierto". El discurso en que recogía las calumnias populares contra los cristianos no se ha descubierto. Y ello es, sin duda, mejor para su gloria.