Así pues, nosotros estamos a merced de nuestra propia volición característica: cuando se da rienda suelta a los poderes sensitivos, siempre que nosotros estamos haciendo lo que nos gusta o pensando volitivamente, y en la medida en que todo nuestro comportamiento —bien sea bueno o malo— es sin principios, nosotros no somos agentes libres, sino sujetos pasivos de lo que se llama acertadamente nuestras «pasiones». Esta es la única doctrina ortodoxa, a saber, que el hombre como es en sí mismo, «este hombre» que no sabe lo que es verdadero sino solo lo que quiere pensar , que no sabe lo que es recto sino solo lo que quiere hacer, y que no sabe nada de arte sino solo lo que quiere, no es un hombre libre y no hace ninguna elección, sino que es empujado y arrastrado por fuerzas que no son suyas propias debido a que no las ha dominado. San Agustín pregunta así, «¿Por qué, entonces, los hombres miserables se aventuran a enorgullecerse de su "libre albedrío" antes de liberarse?» (De spiritu et littera 52); y Boecio explica que «Toda cosa es tanto más libre del Fatum cuanto más se acerca al Pivote [Pivot] (cardo) [1]. Y si está fijada a la estabilidad de la Mente Suprema, transciende la necesidad del Fatum» (De consolatione philosophiae IV.6); y Santo Tomás de Aquino dice, «La voluntad es libre en la medida en que ella obedece a la razón, no cuando nosotros estamos haciendo "lo que queremos"» (Summa Theologica 1.26.1). «El espíritu está presto, pero la carne es débil» (San Mateo 26:41); es decir, en términos de los símbolos clásicos, los caballos no están domados.
Así pues, el Libre Albedrío no es nuestro por naturaleza, sino solo potencialmente; nuestro sí mismo volitivo es solamente una avidez , un hambre y una sed, y todo menos un Libre Albedrío. Sin embargo, hay un Libre Albedrío en nosotros, que puede ser nuestro si nosotros sabemos Quien somos, y podemos decir a ese Sí mismo, «Hágase Tu voluntad»; pero solo puede ganarse con este consentimiento, pues «quien no ha escapado de la volición propia, no tiene libre albedrío» (Rumi , Diwan, Oda XIII); nada excepto la práctica perfecta del Islam («resignación») es libertad perfecta [2]. El hombre sólo es libre cuando la victoria sobre el placer ha sido ganada (Leyes 840C); solo «donde es el Espíritu del Señor, hay libertad» (II Corintios 3:17); «si vosotros sois conducidos por el Espíritu, ya no estáis bajo la Ley» (Gálatas 5:18). «Otra que esa Vida simple, omni-inclusiva, toda otra vida es obscuridad, miserable, opaca y pobre » (Plotino VI.7.15); «Eso (Brahma ) es vuestro Sí mismo; otro que Eso es solo miseria» (Brhadaranyaka Upanishad III.4.2). En otras palabras, nuestro Hombre Interior está en el mundo pero no es de él, está en nosotros pero no es de nosotros; en cambio, nuestro Hombre Exterior está a la vez en el mundo y es de él, y debe sufrir en consecuencia.
El problema es una cuestión de conflicto interno; y su resolución, es una cuestión de guerra y paz [3]: conflicto interno porque, como toda nuestra tradición está de acuerdo, hay «dos en nosotros», el alma y el espíritu, el rey y el sacerdote, la hembra y el macho , el mortal y el inmortal [4]; y, como dice Platón , se trata de «cuál gobernará, el mejor o el peor» (República 431ABC, Leyes 644E, etc.).
Este es el problema del auto-dominio, por cuya causa se ensena la psicología tradicional, y al cual Platón vuelve tan a menudo. Cuando el gobierno interior es de la parte mejor del alma por la parte peor, es decir, de la mente por la turba de las pasiones, entonces decimos que un hombre es «esclavo de sí mismo» (etto autou) y así le censuramos; pero cuando, inversamente, el gobierno interior es de la parte peor del alma por la parte mejor, entonces decimos que es «mestre de sí mismo» (kreitto autou), a modo de alabanza; y lo mismo se aplica al recto gobierno de los Estados (República 431; Leyes 645B, 841C; Protágoras 358, etc.). En otras palabras, «este hombre y su esposa, la razón y la carne. están comprometidos en contiendas y altercados día y noche» (Rumi , Mathnawi I.2617); «El Sí mismo es a la vez el único amigo y el único enemigo del sí mismo: El Sí mismo es el amigo del sí mismo en el caso de aquel cuyo sí mismo ha sido vencido por el Sí mismo, pero siempre está en guerra como el enemigo del no-Sí mismo» (Bhagavad Gita VI. 5.6). Esta es, míticamente, la batalla de los Dioses y los Titanes , los Devas y los Asuras dentro de vosotros, único lugar donde el Dragón puede ser matado; y, éticamente, es la psicomaquía de las Virtudes y los Vicios [5]. El resultado es literalmente de victoria o muerte, pues, como toda nuestra tradición asume, hay una división real entre los salvados y los condenados [6].