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Antropología de San Ireneo

Orbe (ASI:33-38) – Criação pelas Mãos de Deus

C.2 Orígen del cuerpo

terça-feira 25 de outubro de 2022, por Cardoso de Castro

      

Probablemente, ni entre judíos ni entre eclesiásticos pensó nadie en asignar al Creador manos humanas...

      

Dos partes cabe distinguir   en la formación de Adán   (Gen 2,7): la plasis   del barro y el Soplo divino sobre el plasma. Analicemos la primera. ¿Hubo algún misterio en ella?

Hoy apenas le vemos. En los días de San Ireneo le veían muchos, y grande, arrancando de la propia Escritura. «Tus manos me hicieron y fabricaron, ¿y me vas a destruir por entero? Recuerda que como arcilla me hiciste y al polvo me harás volver» (Iob 10,8s).

A la circunstancia, conocida desde Gen 2,7 — la plasis de arcilla — , añadía Job otra, implícita en Moisés: la formación por las manos de Dios. Sobre esto último tornaba el salmista (Ps 118,73): «Tus manos me crearon y plasmaron; ilústrame y que aprenda tus mandatos». Antes de que San Hilario y San Ambrosio   relacionasen los tres pasajes había visto Orígenes   lo que aquí interesa, en réplica a Celso.

Nos echa en cara (Celso) — escribe el Alejandrino — que introducimos un hombre plasmado por las manos de Dios. El libro del Génesis, ni en la hechura del hombre (Gen 1,26s), ni en la plasis, aduce las manos de Dios. (Sólo) Job y David   dijeron aquello: «Tus manos me hicieron y me plasmaron». Sobre lo cual sería largo exponer el pensamiento de quienes esto dijeron. (Y) no solamente sobre la diferencia entre poiesis   y plasis, sino también sobre las manos de Dios...

Celso ridiculizaba la noticia por antropomórfica. Orígenes creyóse obligado a responder urgiendo la alegoría.

Probablemente, ni entre judíos ni entre eclesiásticos pensó nadie en asignar al Creador manos humanas. A Celso, no obstante, se le ocurrió atacar por ahí. Vale la pena   transcribir al Alejandrino:

Luego, como si tal dijeran las Escrituras  , o nosotros mismos lo expusiéramos así, hablando de Dios que descansó por cansancio, dice que: ‘No es posible que se canse el Dios primero, ni trabaje con las manos, ni mande’. Afirma, pues, Celso: Es imposible que el Dios primero se fatigue. Nosotros llegamos a decir que ni el Verbo Dios se cansa ni (uno solo de) cuantos pertenecen al orden superior y divino. Porque el fatigarse es de los que viven en cuerpo. Preguntarás (por ventura) si es de los que viven en cuerpo, cualquiera que sea, o de los en terreno y (en cuerpo) poco mejor que éste. Tampoco va bien que el Dios primero trabaje de manos. Y tomando el trabajo manual (keirourgein) en sentido riguroso, ni siquiera el (Dios) segundo o algún otro de los (seres) divinos. El trabajo de manos se dice (sólo) abusivamente o por tropo, para declarar asimismo aquello (Ps 18,1): ‘El firmamento, empero, anuncia la hechura de sus manos’. Y (Ps 101,26): ‘Sus manos afirmaron el cielo  ’ y los demás lugares a éstos semejantes, donde aludimos por alegoría a las manos y miembros de Dios. Pues ¿qué absurdo hay en que así trabaje de manos Dios?.

Aunque Gen 2,7 no haya   mencionado a las manos divinas, ningún inconveniente hay en que la Escritura asigne a Dios el trabajo manual (keirourgia). El hecho mismo de serle atribuido con frecuencia indica su alcance alegórico.

El Alejandrino aduce nuevos ejemplos. El firmamento es hechura de las manos divinas. Lo mismo el cielo. Pudo haber agregado textos. Un recuento sistemático de las ‘manos de Dios’ en la Escritura bastaría a sugerir infinidad de temas, con arreglo a la aplicación — al universo  , a los cielos, a la tierra..., al hombre — y a la forma — en singular (una sola mano, la mano derecha, la mano del Señor...), en plural (las manos, obra u obras de sus manos...) — o a las combinaciones plausibles entre la aplicación y la forma.

La cosa hubo de tentar a los judíos, y también a los eclesiásticos desde los primeros siglos. Nadie se creía obligado a poner en juego todos los testimonios antes de sacar conclusiones. Bastábales un corto número   para contrastar la acción divina sobre el mundo, con la que adoptó para formar al hombre. Así San Hilario.

Versos hay en el Antiguo Testamento que habrían holgadamente justificado el trabajo manual (keirourgia) de Dios sobre el mundo. La doctrina del demiurgo   de Platón apoya, al parecer, semejante genérica aplicación. Aristóteles  , a fiarnos de un testimonio filoniano, impugnaba el mundo manu   factus del Timeo. La idea   del cosmos, fabricado por manos de Dios, hallábase, pues, en el ambiente helenístico y armonizaba bien con la Escritura.

Posiblemente, entre el mundo hecho por manos divinas y el hombre ‘manufacto’ mediaba la noción, muy general, del cosmos zoon  , utilizado en el Timeo (30B). Aun entonces, dijérase o no keiropoiesis, evocaba un sentido alegórico.

En esta línea de pensamiento, y dentro ya de los eclesiásticos, las manos de Dios hubieron de indicar simplemente las virtudes prácticas, la eficacia de Dios y también su ejército (stratiotike dynamis  ). El último significado halló, sin embargo, seria oposición entre los primeros escritores.

El contexto imponía el alcance, genérico o específico, dejando a salvo la exégesis para aplicar la keiropoiesis al firmamento, o reservándola en sentido pleno a la plasis del hombre. Era un modo de salvar la teología de las manos de Dios, cuya divalencia asoma en el propio Tertuliano  , harto conocedor de la Escritura para dejarse sorprender por una exégesis preconcebida.

Hablando de la causalidad ‘por la palabra’ y ‘por las manos’, en su aplicación escrituraria al hombre, escribe:

‘Todo fue hecho mediante la palabra de Dios y nada sin ella’ (lo 1,3). Pero la carne   cuajó con la palabra de Dios a causa   de la forma (’propter formam’), para que nada surgiera sin la palabra —’Hagamos al hombre’, comienza por decir—, y además con su mano a causa de la primacía (’propter praelationem’), para que no fuese comparada al resto de las cosas. Ύ plasmó Dios al hombre’, dice. Gran diferencia sin duda conforme a la condición de los seres. Porque las cosas creadas eran menores que aquel para quien fueron creadas, y eran creadas para el hombre, a quien después fueron entregadas por Dios. Con razón, pues, como siervas, todas las cosas surgieron con un mandato y una orden y la sola autoridad oral; en cambio, el hombre, como señor de ellas, fue establecido por Dios precisamente para que pueda ser señor, mientras dependa del Señor.

El africano compagina las dos creaciones, oral ‘por la palabra’ y manual ‘por medio de la mano de Dios’. La una, a causa de la forma, porque el Verbo, origen de todas las formas, tuvo que intervenir para dar origen a la forma del hombre. La otra, a causa de la primacía, por un privilegio condigno al rey de la creación.

Esta segunda idea enlaza con las líneas de San Ireneo en la Epideixis:

El (— el Padre  ) es quien, mediante su palabra, dio existencia al mundo entero. Y en este mundo hay también ángeles. Empero, al hombre, El lo plasmó con sus propias manos, tomando de la tierra lo que hay de más puro y fino y mezclando con (justa) medida en la tierra su potencia. Y, en efecto, dibujó sobre la carne modelada su propia forma, de suerte que aun lo que es el aspecto suyo visible llevara la forma de Dios. Porque el hombre creado ha sido puesto sobre la tierra como imagen de Dios.

El cuerpo humano contrasta con las demás creaturas, incluso angélicas. A éstas las llamó el Creador a la existencia   mediante la sola palabra, al conjuro   de su poderosa voz. Al cuerpo del hombre le modeló entre sus manos, con un mimo particular. No quiso Dios encomendar a su Palabra omnipotente—forma universal   de todas las formas—la configuración de lo más humilde, el cuerpo, del hombre. Ni se la delegó a los ángeles o arcángeles, ministros suyos naturales.

La eficacia universal del Verbo sigue su camino.

Hay que creer primeramente que hay un Dios, el Padre, el cual creó y organizó el conjunto   de los seres e hizo existir lo que no era, y conteniendo el conjunto de los seres es el único incontenible. En tal conjunto se halla igualmente este mundo nuestro, y en el mundo, el hombre. También, pues, este mundo fue formado por Dios.

Ireneo no tiene reparo, al parecer, en generalizar la plasis divina al mundo sensible  , en el que vive el hombre. El término ‘Demiurgo’ o ‘Fabricator (mundi)’ lo confirma. Todo lo material y sensible requiere, en el tránsito de lo informe a lo formado, una verdadera plasis. Las plantas y animales fueron así modelados.

¿Dónde está el privilegio del cuerpo humano?

El mundo sensible fue plasmado; no el invisible, intelectual o angélico. A título de material, tuvo necesidad de demiurgo. ¿Es ello prerrogativa o triste necesidad?

La plasis, como tal, extensiva a la formación de los elementos   corpóreos, no puede constituir privilegio alguno humano.

¿Estará el misterio en que sólo el cuerpo del hombre fue modelado per manus Dei  ?

Así lo indican algunos textos patrísticos. El mundo habría sido plasmado ‘sin las manos divinas’, o con una sola mano; mas no, como el cuerpo humano, ‘mediante las dos manos de Dios’.

Los pasajes de Escritura crearían dificultad. Como obras de las manos (en plural) de Dios se mencionan otras creaturas, fuera del hombre, destacando la nota de omnipotencia. En su aplicación genérica, la mano de Dios señala el poder que a todo se extiende reteniéndolo como en el puño, adentrándose en las cuatro dimensiones del universo para medirlo, aprehenderlo, iluminarlo y conservarlo, sin que nada escape a su providencia. El hombre no comprende la plenitud y majestad de la mano de Dios, como no entiende el misterio de su universal poder y providencia.

La mano de Dios asistió milagrosamente a los tres jóvenes del horno para que no les abrasara el fuego y salieran ‘ad ostensionem virtutis eius’.

Ireneo confiere a la mano de Dios una eficacia más general que la rigurosa plasis; equivale a la ‘Virtus Dei’, en cualesquiera manifestaciones externas, máxime de poder. La demiurgía del cosmos es una aplicación, todavía amplia, de la misma. Dondequiera interviene el poder divino, asiste la mano. Aquí podrían insinuarse los testimonios escriturarios del ‘brazo de Dios’. San Cipriano   los junta, en un solo capítulo, con los de la ‘mano de Dios’, bajo el título significativo: «Quod Christus idem Manus et Brachium Dei sit», subrayando la tónica de Poder, cristológicamente entendido, propia de ambos sustantivos en singular.

El autor del Adversus haereses conoce de sobra tan obvia teología. Y, no obstante, a la hora de contraponer la humana plasis a la creación misma de los ángeles, descubre en aquélla un privilegio exclusivo del humano cuerpo, hecho per manus Dei. Los ángeles, genéricamente creados por Dios mediante el Verbo, no conocieron tan soberano origen. ¿Simplemente porque ‘los ángeles son sin carne’? (III 20,4). Tal motivo, insuficiente, dejaría por explicar el título de nobleza que Ireneo ve en la materialidad misma de la plasis de Adán. En el mundo, creado por Dios, hay ángeles. Incorpóreos o no, también ellos se allanan al nivel de los demás seres evocados por la sola voz de Dios: ‘Hágase la luz... Haya un firmamento en medio de las aguas... Reúnanse las aguas... Haya lumbreras en el firmamento de los cielos... Pululen las aguas en un pulular de seres vivientes... Produzca la tierra seres vivientes’.

La actitud divina cambia al llegar al hombre. Ya no dice: ‘Hágase el hombre...’ Sino ‘hagamos al hombre...’, y en seguida: ‘Formó el Señor Dios al hombre (adam) del polvo del suelo (adama)’.

Tertuliano indicaba uno de los motivos: ‘propter praelationem’. El hombre, no el ángel, es el rey de la creación.


Ver online : Antonio Orbe