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O HOMEM DE LUZ NO SUFISMO IRANIANO

Corbin (HLSI:12-14) – Geografia Sagrada

domingo 18 de dezembro de 2022, por Cardoso de Castro

      

La determinación de un lugar susceptible de corresponder efectivamente a este «Invariable Medio» dependía esencialmente de la ciência sagrada - ciencia tradicional que ya hemos designado en otras ocasiones bajo el nombre de «geografía sagrada». [Guénon, Ming-tang]

      

La orientación es un fenómeno   primario de nuestra presencia en el mundo. Lo propio de la presencia humana es espacializar un mundo a su alrededor, y este fenómeno implica una cierta relación del hombre con, el mundo, con su mundo, de tal manera que esa relación está determinada por el modo mismo de su presencia en el mundo. Los cuatro puntos cardinales, este y oeste  , norte y sur, no son cosas que esta presencia encuentre, sino direcciones que expresan su sentido, la aclimatación a su mundo, su familiaridad con él. Tener este sentido es orientarse en el mundo. Las líneas imaginarias de oriente a occidente, de septentrión a mediodía, forman una red de evidencias espaciales a priori  , sin las que no habría orientación geográfica ni antropológica. Los contrastes entre el oriental y el occidental, entre el hombre del norte y el del sur, regulan también nuestras clasificaciones ideológicas y caracterológicas.

La organización, el plan, de toda esta red depende, desde tiempos que desbordan la memoria de los hombres, de un punto único: el punto de orientación, el norte celeste, la estrella polar. ¿Basta decir entonces que la espacialización desarrollada horizontalmente hacia los cuatro puntos cardinales se completa con la dimensión vertical de arriba abajo, del nadir al cenit? ¿No habrá quizá diferentes modos   de percepción de esta misma dimensión vertical, tan diferentes entre sí que modifiquen la orientación de la presencia humana no sólo en el espacio sino también en el tiempo? La orientación en el tiempo nos remite a las diferentes maneras en que el hombre experimenta su presencia en la tierra, a la continuidad de esa presencia en algo así como una historia   y al problema de si esa historia tiene un sentido; pero, en caso afirmativo, ¿cuál es ese sentido? Ello equivale a preguntarse si la percepción del polo celeste, de la dimensión vertical que apunta al norte cósmico, es un fenómeno uniforme, fisiológicamente regulado por leyes constantes, o si se trata de un fenómeno no regulado y diversificado por el modo mismo de la presencia humana que se orienta. De ahí, entonces, la importancia primordial del norte y del concepto de norte: según la manera en que el hombre experimente interiormente la dimensión «vertical» de su presencia, adquirirán su sentido las dimensiones horizontales.

Uno de los leitmotiv de la literatura del sufismo iranio es la «búsqueda de Oriente»; pero se nos advierte, por si acaso no lo comprendemos desde el primer momento, que se trata de un Oriente que no se encuentra en nuestros mapas geográficos ni puede ser situado en ellos. Este Oriente no está incluido en ninguno de los siete climas (los keshvar  ); es, de hecho, el octavo clima. Y la dirección en la que este «octavo clima» debe ser buscado no está en la horizontal sino en la vertical. Ese Oriente místico suprasensible, lugar del Origen   y el Retorno, objeto de la búsqueda eterna, está en el polo celeste; es el polo, un extremo norte, tan extremo como el umbral de la dimensión del «más allá». Por eso se revela sólo en un determinado modo de presencia en el mundo, y no puede revelarse más que por ese modo de presencia. Hay algunos a los que no se revelará nunca. Ese modo de presencia es precisamente lo que caracteriza el modo de ser del sufí, tanto de su persona como de toda la familia espiritual a la que se vincula el sufismo, y especialmente el sufismo iranio. El Oriente que busca el místico, Oriente no situable en nuestros mapas, está en dirección norte, más allá del norte. Sólo una marcha ascendente puede acercar a ese norte cósmico, elegido como punto de orientación.

Una primera consecuencia que ya se intuye es la dislocación de los contrastes que regulan las clasificaciones de la geografía y la antropología exotéricas, es decir, que no van más allá de las apariencias. No se podrá hablar ya de orientales y occidentales, de nórdicos y hombres del sur, según los caracteres que les eran atribuidos; no serán ya situables en función de las coordenadas habituales. Queda por preguntarse en qué momento el hombre de Occidente pierde la dimensión individual irreductible a las clasificaciones basadas en el mero sentido geográfico exotérico. Puede entonces ocurrir que así como hemos aprendido a entender la alquimia   como algo muy distinto a un capítulo de la historia o la prehistoria de las ciencias, también la cosmología geocéntrica nos revele su verdadero, sentido, un sentido que tampoco corresponde a la historia de nuestras ciencias. Quizás, habida cuenta la percepción del mundo y la concepción del universo   en que descansa, convendría meditar y valorar esencialmente el geocentrismo a la manera de un mandala.

Este mandala es, pues, lo que debemos meditar para encontrar la dimensión del norte en su potencia simbólica, potencia capaz de abrir el umbral del más allá. Este norte «se perdió» cuando por una revolución de la presencia humana, revolución del modo de esta presencia en el mundo, la tierra se encontró «perdida en el cielo  ». «Perder el norte» es no poder distinguir   entre el cielo y el infierno, el ángel y el demonio, la luz y la sombra, la inconsciencia y la transconciencia. Presencia sin dimensión vertical, reducida a buscar el sentido de una historia que impone obligatoriamente los términos de referencia, impotente para captar las formas en el sentido de la altura, para renovar el impulso inmóvil de los arcos de ojivas, pero experta en superponer absurdos paralelepípedos. Y el occidental se asombra ante la espiritualidad islámica, fascinada por la rememoración del «pacto preeterno» y por la asunción celestial (mi’râj) del Profeta  ; no sospecha siquiera que, por el contrario, su obsesión por lo histórico, su materialización de los «acontecimientos en el cielo», pueda provocar otros asombros. De la misma manera, los «cielos de luz» de que habla el sufismo serán por siempre inaccesibles a las ambiciones de la «astron  áutica», que ni siquiera los presiente. «Si quienes os guían os dijeran: ¡Mirad, el Reino está en el cielo!, entonces los pájaros del cielo os precederán... Pero el Reino está en vuestro interior y en vuestro exterior.» (Evangelho de Tomé - Logion 3)


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