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Serafita

Balzac (Serafita) – fragmentos de visão

Séraphita

sábado 19 de novembro de 2022, por Cardoso de Castro

      

Cada mundo tenía un centro   al que tendían todos los puntos de la esfera. Estos mundos eran a su vez puntos que tendían al centro de su especie. Y cada especie poseía, igualmente, su centro dirigido hacia las grandes regiones celestes que comunicaban con el intangible y flameante motor de cuanto existe.

      

El espíritu llama a la PUERTA   SANTA. «¿Qué quieres?», responde un coro cuya pregunta resuena por todos los mundos. «Llegar a Dios». «¿Has vencido?» «He vencido la carne   por la abstinencia, las falsas palabras por el silencio, la falsa ciencia por la humildad, el orgullo por la caridad, la tierra por el amor; he pagado mi tributo de sufrimientos, me he purificado ardiendo en la fe, he deseado la vida por la oración; espero adorando y me resigno.»

Ninguna respuesta se dejó oír.

«Que Dios sea bendito  », respondió el ESPIRITU, creyendo que iba a ser rechazado.

Sus lágrimas brotaron y cayeron como un rosario sobre los dos testigos arrodillados que gemían ante la justicia de Dios.

De pronto, bruscamente, sonaron las trompetas de la victoria comunicada por el ÁNGEL en esta última prueba: sus notas llenaron los espacios como un sonido en su eco e hicieron temblar el universo   que Wilfrid y Minna sintieron que se achicaba bajo sus pies y temblaron, agitados por la angustia que les producía la aprehensión del misterio que debía cumplirse.

Se produjo un gran movimiento, como si las legiones eternas se pusieran en marcha, disponiéndose en espiral  . Los mundos se arremolinaban, semejantes a nubes lanzadas por viento   huracanado. Todo ocurrió muy rápidamente.

Súbitamente los velos se rasgaron y vieron en lo alto una especie de astro   incomparablemente más brillante que cualquiera de los más luminosos de los cuerpos celestes materiales, que se separó y cayó como un rayo   brillando como un relámpago y ante cuyo paso palideció todo lo que hasta entonces habían considerado como la LUZ.

Éste era el mensajero encargado de anunciar la buena nueva, y en su casco, como penacho, portaba una llama de vida.

Dejaba tras sí surcos que llenaban inmediatamente las olas de los puntos particulares por los que pasaba.

Llevaba una palma y una espada  . Tocó el ESPÍRITU con la palma y éste se transfiguró, sus alas blancas se desprendieron sin ruido.

La comunicación de la LUZ que transformó al ESPIRITU en SERAFÍN, lo revistió de su forma gloriosa, la armadura celeste, que lanzaba tales rayos   que los dos videntes quedaron deslumbrados.

Como los tres apóstoles ante cuyos ojos se mostró Jesús, Wilfrid y Minna sintieron que el peso de sus cuerpos se oponía a una completa intuición, sin nubes, de la PALABRA y de la VERDADERA VIDA.

Comprendieron la desnudez de sus almas y se dieron cuenta de lo escaso de su luminosidad en comparación con la aureola del serafín en la que se encontraban como una vergonzosa mancha.

Se vieron llenos de un ardiente deseo de refugiarse en el fango del universo para sufrir más pruebas, con el fin de poder un día proferir victoriosamente ante la PUERTA SANTA las palabras dichas por el radiante serafín.

El ángel se arrodilló delante del SANTUARIO, que podía por fin contemplar cara a cara, y dijo, señalándolos: «Permitidles que vean más adelante, aman al Señor y proclaman sus palabras».

Ante esta oración, cayó un velo. Sea que, por la fuerza desconocida que pesaba sobre los dos videntes, éstos vieron momentáneamente anonadadas sus formas corporales, sea que la oración hiciera surgir   su espíritu fuera de las formas, el caso es que sintieron que se dividía en ellos lo puro, separándose de lo impuro.

Las lágrimas del serafín se elevaron a su alrededor en forma de vapor que les ocultó los mundos inferiores, los envolvió y trasladó, comunicándoles al mismo tiempo el olvido de las significaciones terrestres y prestándoles la potencia de comprender el sentido de las cosas divinas.

Apareció la verdadera luz, iluminó las creaciones, que les parecieron áridas cuando contemplaron la fuente   de los mundos terrestres, espirituales y divinos, en donde ellos toman el movimiento.

Cada mundo tenía un centro al que tendían todos los puntos de la esfera. Estos mundos eran a su vez puntos que tendían al centro de su especie. Y cada especie poseía, igualmente, su centro dirigido hacia las grandes regiones celestes que comunicaban con el intangible y flameante motor de cuanto existe.

De esta forma, desde el mayor al más minúsculo de los mundos, y desde el más insignificante de los mundos hasta la más pequeña porción de los seres que lo componen, todo era individual y, sin embargo, todo era uno.

¿Cuál era el designio de este ser fijo en su esencia y en sus facultades, que las transmitía sin perderlas, que las manifestaba fuera de sí sin separarlas de él, que mostraba fuera de él todas estas creaciones fijas en su esencia y mudables en sus formas? Los dos convidados a esta fiesta no podían más que ver el orden y disposición de los seres, y admirar el fin inmediato. Los ángeles solamente iban más allá, conocían los medios y comprendían el fin.

Pero lo que los dos elegidos pudieron contemplar, les dio testimonio y aclaró sus almas para siempre, fue la prueba de la acción de los mundos y de los seres, la conciencia del esfuerzo con el que tendían al resultado.

Escucharon las diversas partes del infinito  , formando una melodía viva, y en cada momento en que un acorde   se hacía oír como una inmensa respiración, los mundos afectados por movimiento unánime se inclinaban hacia el ser   inmenso que, desde su centro impenetrable, hacía que todo brotase y todo lo atraía hacia sí.

Esta incesante alternativa de voz y silencio parecía ser la medida del himno santo que retumbaba y se prolongaba por los siglos de los siglos.

Wilfrid y Minna comprendieron entonces algunos de los misterios de las palabras de Aquel que sobre la Tierra se había aparecido a cada uno de ellos bajo la forma que se hacía comprehensible, para uno como Serafit o para la otra como Serafita, cuando vieron que allí todo era homogéneo.

La luz originaba una melodía, la melodía producía luz  , los colores eran luz y melodía, el movimiento era un número   dotado de palabra; en fin, todo era al mismo tiempo sonoro, diáfano, móvil, de suerte que cada cosa se penetraba en las demás, la extensión no tenía obstáculos y podía ser recorrida por los ángeles en la profundidad del infinito.

Reconocieron la puerilidad de las ciencias humanas, de las que habían oído hablar.

Aquello fue para ellos una vista sin horizontes, un abismo   en el cual un devorador deseo les forzaba a lanzarse, pero, unidos a un cuerpo miserable, tenían el deseo sin tener el poder.

El serafín replegó ligeramente sus alas para reemprender el vuelo y no se volvió hacia ellos; nada tenía de común con la tierra.

Se lanzó al espacio, la inmensa envergadura de su resplandeciente plumaje cubrió a los dos videntes como una sombra bienhechora que les permitía elevar los ojos y verlo marchar en su gloria, acompañado del alegre arcángel.

Se elevó como un sol radiante que surge del seno de las olas; pero más majestuoso que el astro y prometido para los más hermosos destinos, no debía verse encadenado como las creaciones inferiores en una vida cíclica; siguió la línea del infinito y tendió sin desviación hacia el centro único para sumergirse en la vida eterna, para recibir en sus facultades y en su esencia el poder de gozar por el amor, y el don de comprender por la sabiduría.


Ver online : Excerto original de Serafita de Balzac