Para limitarnos al caso que aquí nos interesa en especial y para hacer la cosa más fácilmente comprensible, podemos tomar términos de comparación en el orden matemático, sirviéndonos de los dos simbolismos, el geométrico y el aritmético, entre los cuales hay a este respecto perfecta concordancia. Así, el punto geométrico es cuantitativamente nulo [1] y no ocupa ningún espacio, aunque es el principio por el cual se produce el espacio íntegro, que no es sino el desarrollo de las virtualidades propias de aquél, ya que la "efectuación" del espacio resulta de la irradiación del punto según las "seis direcciones" [2]. Del mismo modo, la unidad aritmética es el menor de los números si se la encara como situada en la multiplicidad, pero es el mayor en principio, pues los contiene virtualmente a todos y produce su serie íntegra por la sola repetición indefinida de sí misma. Y del mismo modo también, para volver al simbolismo de que tratábamos al comienzo, el yod es la menor de las letras del alfabeto hebreo, y sin embargo de ella derivan las formas de todas las demás [3]. A esta doble relación se refiere también el doble sentido jeroglífico del yod, como "principio" y como "germen": en el mundo superior, es el principio, que contiene todas las cosas; en el mundo inferior , es el germen, que está contenido en todas las cosas; son el punto de vista de la trascendencia y el de la inmanencia, conciliados en la única síntesis de la armonía total [4]. El punto es a la vez principio y germen de las extensiones; la unidad es a la vez principio y germen de los números; igualmente, el Verbo divino, según se lo considere como eternamente subsistente en sí o como haciéndose "Centro del Mundo" [5], es a la vez principio y germen de todos los seres [6].
El Principio divino que reside en el centro del ser está representado por la doctrina hindú como un grano o semilla ( dhâtu ), como un germen ( bhija ) [7], porque, en cierto modo, solo esta virtualmente en ese ser, hasta tanto la "Unión" se haya realizado de modo efectivo [8]. Por otra parte, ese mismo ser, y la manifestación íntegra a la cual pertenece, no son sino por el principio, no tienen realidad positiva sino por participación en su esencia, y en la medida misma de esta participación. El Espíritu divino ( atman ), siendo el Principio único de todas las cosas, sobrepasa o trasciende inmensamente toda existencia [9]; por eso se lo califica de mayor que cada uno de los "tres mundos ", terrestre, intermedio y celeste ( los tres términos del Tribhúvana ), que son los diferentes modos de la manifestación universal , y también de mayor que estos "tres mundos" en conjunto , puesto que está más allá de toda manifestación, siendo el Principio inmutable, eterno, absoluto e incondicionado [10].