Henry Corbin : O HOMEM DE LUZ NO SUFISMO IRANIANO
Podemos seguir el rastro de esta idea del «hombre de luz » hasta el sufismo de Najm Kobrâ, donde las expresiones árabes shakhs min nûr, shakhs nûrânî proporcionan el equivalente de la expresión griega que figura en los documentos herméticos que nos han sido transmitidos gracias a Zósimo de Panópolis (siglo III), célebre alquimista cuya doctrina medita las operaciones metalúrgicas reales como tipos o símbolos de procesos invisibles, es decir, de transmutaciones espirituales. Esta doctrina se refiere a la vez a un gnosticismo cristiano representado para ella por los «Libros de los Hebreos», y a un platonismo hermetizante representado por los «Libros santos de Hermes ». Es común a unos y a otros una antropología que plantea la idea del hombre de luz de la manera siguiente: está el Adán terrenal, el hombre exterior carnal sometido a los elementos , las influencias planetarias y el destino; las cuatro letras que componen su nombre «cifran» los cuatro puntos cardinales del horizonte terrenal. Está, por otra parte, el hombre de luz, el hombre espiritual oculto, polo opuesto al hombre corporal: Phôs. Hay una homonimia que atestiguaba así, en la lengua misma, la existencia del hombre de luz: el individuo por excelencia (el héroe espiritual, que corresponde en este sentido al persa javânmard). Adán es el arquetipo de los hombres de carne ; Phôs (cuyo nombre propio personal no fue conocido más que por el misterioso Nicotheos) es el arquetipo no de los humanos en general, sino de los hombres de luz.
Phôs preexistía, inocente y apacible, en el Paraíso; los arconte s le persuadieron, mediante la astucia, para que se revistiera con el Adán corporal. Ahora bien, este último, explica Zósimo, es aquel al que los helenos llaman Epimeteo, y a quien Prometeo–‘Phôs, su hermano , aconsejó no aceptar los dones de Zeus , es decir, el lazo que sometió al Destino a las Potencias de este mundo. Prometeo es el hombre de luz orientado y que orienta hacia la luz, pues sigue a su propio guía de luz. No pueden oírlo quienes sólo tienen un oído corporal, pues éstos están sometidos a la potencia del destino, a las potencias colectivas; sólo oyen su demanda y su consejo quienes tienen un oído espiritual, es decir, sentidos y órganos de luz. Y ya aquí podemos percibir la indicación de una fisiología del hombre y sus órganos sutiles.
En cuanto a las precisiones relativas al guía de luz, las recogemos a la vez de Zósimo y de los gnósticos a los que éste se refería. Es, en efecto, este hombre de luz el que habla por boca de María Magdalena, cuando asume, en el curso de las conversaciones iniciáticas del Resucitado con sus discípulos, el papel preponderante que le confiere el libro de la Pístis Sophía, Nuevo Testamento de la religión del hombre de luz: «La potencia que ha salido del Salvador y que es ahora el hombre de luz en nuestro interior... ¡Mi Señor!, no sólo el hombre de luz en mí tiene oídos, sino que mi alma ha oído y comprendido todas las palabras que tú has dicho... El hombre de luz en mí me ha guiado; se ha regocijado y ha borboteado en mí interior como si deseara salir de mí y pasar a ti». Así como Zósimo opone, por un lado, Prometeo–‘Phôs y su guía de luz que es el «hijo de Dios », y por otro el Adán terrenal y su guía, el Antimimos, el «falsificador», así también se dice en el libro de Pístis Sophía: «Soy yo, afirma el Resucitado, el que nos ha otorgado la potencia que se encuentra en vosotros y el que procede de los doce salvadores del Tesoro de Luz».
Por la misma inversión y la misma reciprocidad que, en el sufismo, hará del «testigo celestial» simultáneamente el contemplado y el contemplador, el hombre de luz aparece a la vez como guía y guiado; esta communicatio idiomatum nos advierte ya de que la biunidad, la unidad dialógica, no puede ser la asociación de Phôs y el Adán carnal, que sigue a otro guía. La luz no se mezcla con la tiniebla demoníaca; ésta es la prisión de Phôs, de la que lucha por separarse y que volverá a su negatividad primera. La sicigia de luz es Prometeo–‘Phôs y su guía, el «hijo de Dios». Así se precisa una estructura que se ha visto expuesta sin embargo a toda clase de errores. Se desprende de «la potencia que se encuentra en vosotros», en cada uno de vosotros, que no puede tratarse de un guía colectivo, de una manifestación y una relación colectivamente idénticas para todas y cada una de las almas de luz. Tampoco puede referirse ni al macrocosmo ni al Hombre universal (Insân kollî), que asumen el papel de complemento celestial de cada microcosmo. El precio infinito acordado a la individualidad espiritual hace inconcebible que su salvación consista en la absorción en una totalidad, por muy mística que sea. Lo importante es ver que se trata de una analogía de relaciones que supone cuatro términos, y esto es en el fondo lo que ha expresado admirablemente la angelología de la gnosis valentiniana: los ángeles de Cristo son Cristo mismo, porque cada ángel es Cristo referido a la existencia individual. Lo que Cristo es para el conjunto de las almas de luz, lo es cada ángel para cada alma. Cada vez que aparecen estas diadas, se reproduce la relación constitutiva del pleroma de luz. Esta relación tan fundamental se encuentra en el maniqueísmo, y es ella también la que en la «teosofía oriental» de Sohravardî nos permitirá concebir la relación entre la Naturaleza Perfecta del místico y el ngel arquetipo de la humanidad (identificado con el Espíritu Santo, el ángel Gabriel de la revelación coránica, la Inteligencia activa de los filósofos avicenianos). Lo que esta figura es para el conjunto de las almas de luz emanadas de ella misma, cada Naturaleza Perfecta lo es respectivamente para cada alma. A la concepción de esta relación nos conducen los textos herméticos en lengua árabe relativos a la Naturaleza Perfecta.