El conocimiento de que el mundo de la creación no es sino una manifestación de lo Absoluto corresponde a la segunda fase, que Ibn Arabi describe de la siguiente manera:
Tras el primer estadio viene el segundo, en que la experiencia de la «revelación» nos hacer tomar consciencia de que lo Absoluto en sí (y no el mundo) es el indicador de sí mismo y no de su ser Dios (para el mundo). (También advertimos, en este estadio) que el mundo no es sino una manifestación de lo Absoluto en las formas de los arquetipos permanentes de las cosas del mundo. La existencia de los arquetipos sería imposible si no fuera por la (constante) manifestación de lo Absoluto, mientras que lo Absoluto, por su parte, sigue adoptando diversas formas, de acuerdo con las realidades de los arquetipos y sus estados. Es lo que sucede después de (ese primer estadio en que llegamos al saber que lo Absoluto es Dios.
Ya en la primera fase, lo Absoluto dejaba de ser Algo incógnito e incognoscible para ser «nuestro Señor». Sin embargo, había una brecha esencial entre lo Absoluto como Dios y el mundo como objeto para el que aparece como Dios. El único lazo real entre ambos era la consciencia de que nosotros, el mundo, no somos autosubsistentes, sino esencialmente dependientes de Dios, y de que, como correlatos de lo Absoluto en cuanto Dios, somos indicadores de los Nombres y Atributos y, por lo tanto, de forma indirecta, de lo Absoluto.
En la segunda fase, esa brecha esencial entre Dios y el mundo desaparece. Ya somos conscientes de nosotros mismos como manifestación de lo Absoluto. Mirando hacia atrás desde este punto, nos damos cuenta de que lo que creíamos ser, en la primera fase, una relación indicador-indicado entre Dios y el objeto para el que lo Absoluto aparece como Dios no es sino una relación indicador-indicado entre lo Absoluto en su aspecto manifiesto y lo Absoluto en su aspecto oculto. Al-Qâshânî da una formulación más filosófica de la cuestión:
Cuando, por guía divina, la Razón llega a la conclusión de que debe haber un Ser Necesario que exista de por sí, sin los demás, puede, si la acompaña la buena suerte, alcanzar la intuición de que no es sino este Ser Necesario real lo que se manifiesta bajo la forma de la esencia del mundo. Seguidamente, advierte que la primera aparición de ese Ser Necesario es su manifestación en la Substancia Única o en la Entidad Única [1] en que se prefiguran todas las formas de los arquetipos permanentes en la Consciencia divina, y (advierte) que éstos no tienen existencia independiente respecto al Ser Necesario [2], sino que poseen una existencia eterna y perpetua en éste. Y a esos arquetipos se adscriben todos los Atributos del Ser Necesario como Nombres de éste o, mejor dicho, como sus determinaciones particularizadoras. De este modo, sólo a través de los arquetipos pueden los Nombres tornarse (realmente) distinguibles y, a través de su aparición, puede la Divinidad (o sea el Ser Necesario en cuanto Dios) manifestarse. Todo ello ocurre en las formas del mundo. Así, lo Absoluto es lo Exterior (al aparecer explícitamente bajo la forma del mundo y lo Interior (al aparecer de modo invisible) bajo las formas de las esencias individuales del mundo. Pero se trata siempre de la misma Entidad que aparece (en diversas formas). Aquí, lo Absoluto actúa como su propio indicador. Y tras haber tomado conocimiento (en el primer estadio) de que lo Absoluto es nuestro Dios, sabemos ahora (en el segundo estadio) que se diversifica en muchas clases y adquiere diversas formas, de acuerdo con las realidades de los arquetipos y sus diferentes estados, ya que, en el fondo, esas cosas no son sino lo Absoluto en sí (en sus diversas formas).
En este interesante párrafo, al-Qâshânî utiliza la expresión «la primera aparición» (al-zuhûr al-awwal), es decir la primera manifestación de lo Absoluto, y dice que se refiere a lo Absoluto manifiesto en la «Substancia Única». De hecho, nos remite a un punto muy importante de la metafísica de Ibn Arabi, a saber, la distinción básica entre dos tipos de manifestación (tay’alliyyân): 1) la manifestación en lo invisible (tayallî gayb) y 2) la manifestación en lo visible (tayaIlî shahâda).
La primera de ambas es la manifestación de la Esencia en el interior de ella misma. Aquí, lo Absoluto se revela a sí mismo. Es, en otras palabras, la primera aparición de la autoconsciencia de lo Absoluto. Y el contenido de esa consciencia lo constituyen los arquetipos permanentes de las cosas antes de que éstas se realicen en el mundo exterior, las formas eternas de las cosas tal como existen en la Consciencia divina. Como veremos más adelante en detalle, Ibn Arabi denomina este tipo de manifestación de lo Absoluto «la santísima emanación » (al-fayd al-aqdas), considerando siempre el término «emanación» (fayd) como sinónimo de «manifestación» (tayalî) [3].
Ésta es una manifestación (directa) de la Esencia (tayallî dzâtî), de la cual la invisibilidad es la realidad. A través de dicha manifestación, se realiza su «Ipseidad» [4]. Es justo atribuirle «Ipseidad» dado que (en el Corán) lo Absoluto se refiere a sí mismo con el pronombre «Él». Lo Absoluto (en este estadio) es eterna y perpetuamente «Él» por sí mismo.
Obsérvese que la palabra «Él» es, como dice Ibn Arabi, un pronombre de «ausencia». Ello implica naturalmente que, si bien ya ha habido manifestación, el sujeto de ese acto sigue estando «ausente», o sea sigue siendo invisible para los demás. Implica asimismo que, dado que es «Él», la tercera persona, lo Absoluto ya se ha dividido en dos y ha establecido el segundo «sí mismo» como algo distinto que su primer «sí mismo». No obstante, todo ello ocurre únicamente en el interior de la Consciencia de lo Absoluto. En esa fase, es «Él» sólo para sí mismo, y para nadie ni nada más. La Consciencia de lo Absoluto sigue siendo el mundo de lo invisible (‘âlam al-gayb).
El segundo tipo de manifestación, el tayallî shahâda, es distinto del anterior . Se refiere al fenómeno de los arquetipos permanentes que forman el contenido de la Consciencia divina al pasar de la fase de potencialidad al mundo exterior de la «realidad». Corresponde a la actualización de los arquetipos en formas concretas. A diferencia del primer tipo de manifestación, lbn Arabi la denomina «la santa emanación» (al-fayd al-muqaddas). Y el mundo del Ser así realizado constituye el mundo de la experiencia sensible (‘âlam al-shahâda).
Hasta aquí llega la segunda fase, en que «el hombre conoce a su Señor mediante el conocimiento de sí mismo». Veamos la tercera y última de las tres fases.