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Cassirer: Excertos da «Tragédia da Cultura»

quarta-feira 23 de março de 2022, por Cardoso de Castro

  

Excertos da « Tragédia da Cultura »

Dice Hegel que la historia universal no es precisamente el albergue de la dicha; que los períodos pacíficos y venturosos son hojas en blanco, en el libro de la historia. No creía, ni mucho menos, que esto estuviera en contradicción con aquella su fundamental convicción de que "todo, en la historia, carece de un modo racional, antes al contrario, veía precisamente en ello la confirmación y corroboración de esta tesis".

Ahora bien, ¿para qué sirve el triunfo de la idea en la historia universal, si ha de lograrse necesariamente a costa de renunciar a todo lo que es la dicha humana? ¿No suena casi a burla semejante teodicea, y no tendría razón Schopenhauer   cuando decía que el "optimismo" hegeliano era, en el fondo, una manera de pensar absurda y, además, infame?

Preguntas como éstas han torturado siempre al espíritu humano, y precisamente en las épocas más ricas y más brillantes de la cultura. En vez de ver en la cultura algo que enriquece al hombre, se la considera como algo que lo aleja más y más de la verdadera meta de la existencia. En pleno "Siglo de las Luces" pronuncia Rousseau   su inflamada requisitoria contra "las artes y las ciencias". Nos dice de ellas que sólo han servido para enervar y reblandecer al hombre en lo moral, a la par que en lo físico, en vez de satisfacer sus necesidades, habían venido a despertar en él innumerables afanes nuevos que jamás pueden verse saciados. Los valores de la cultura, nos dice Rousseau, son todos fantasmas a los que debemos renunciar, si no queremos vernos perennemente condenados a beber del tonel de las Danaidas.

Estas acusaciones russonianas conmovieron profundamente los cimientos del racionalismo del siglo XVIII. En esto estriba precisamente la gran influencia que sobre Kant   ejerció Rousseau. Gracias a éste, se cree el filósofo de Konigsberg libre del mero intelectualismo y encaminado por una senda nueva. Ya no cree que la exaltación y el refinamiento de la cultura intelectual pueda llegar a resolver todos los enigmas de la existencia y a curar todos los males de la sociedad humana. La simple cultura del entendimiento no puede fundamentar el supremo valor de la humanidad; debe ser sobornada y tenida a raya por otros poderes.

Pero aun cuando se haya logrado el equilibrio moral-espiritual, aun cuando se garantice a la razón práctica su primacía sobre la razón teórica, no por ello dejará de ser vana la esperanza de poder saciar la sed de dicha del hombre. Kant está profundamente convencido del "fracaso de todos los intentos filosóficos en materia de teodicea". No le queda, pues, otra solución que aquella extirpación radical del hedonismo que intenta llevar a cabo, en la fundamentación de su ética. Si la dicha constituyese la verdadera meta de las aspiraciones humanas, la cultura quedaría condenada inapelablemente. Sólo hay un camino para justificarla, y es aplicarle otro criterio de valor. Lo verdaderamente valioso no son los bienes mismos, que el hombre recibe como un verdadero regalo de la naturaleza y la Providencia. No, el verdadero valor debe buscarse en los propios actos del hombre y en aquello que, gracias a esos actos, llega a ser. De este modo, hace suya Kant la premisa de que parte Rousseau, pero no la conclusión a que éste llega. El grito russoniano de "¡Vuelta a la naturaleza!" podría devolver y asegurar la dicha al ser humano, pero con ello el hombre se divorciaría, al mismo tiempo, de su verdadero destino. Este destino, en efecto, no reside en lo sensible, sino en lo inteligible.


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