Gredos
357a Después de haber dicho estas cosas, creía yo haber puesto fin a la conversación; pero, al parecer, había sido sólo el preludio. Glaucón, en efecto, quien solía ser el más valeroso de todos, en esta ocasión no consintió la retirada de Trasímaco y exclamó:
—Sócrates , ¿quieres que parezca que hemos quedado convencidos bo que verdaderamente nos convenzamos de que lo justo es mejor que lo injusto en todo sentido?
—Yo preferiría —contesté— convenceros verdaderamente, si de mí dependiera.
—En tal caso —insistió Glaucón—, no haces lo que quieres. Dime, pues: ¿no crees que hay una clase de bienes que no deseamos poseer por lo que de ellos resulta, sino que nos agradan por sí mismos, tales como el regocijo y aquellos placeres inocentes, por medio de los cuales nada se produce en un momento posterior , sino sólo el disfrute de poseerlos?
—Creo que sí —respondí.
c—Pero hay bienes que anhelamos tanto por sí mismos como por lo que de ellos se genera, tales como la comprensión, la vista y la salud. Esas cosas, en efecto, nos agradan por ambos motivos.
—Así es.
—¿Adviertes una tercera clase de bienes, en la cual se encuentran la práctica de la gimnasia, el tratamiento médico que recibe un enfermo, el ejercicio de la medicina y cualquier otro modo de ganar dinero? Pues de estas cosas diríamos que son penosas pero que nos benefician, dy que no las deseamos poseer por sí mismas, sino por los salarios y demás beneficios que se generan de ellas.
—Es cierto —repuse—, es una tercera clase de bienes. Pero ¿y después qué?
—¿En cuál de esas tres clases —preguntó— colocas a la justicia?
—Pienso —respondí— que habría que colocarla en la clase 358a más bella, la de los bienes que anhelamos tanto por sí mismos como por lo que de ellos se genera, al menos para quien se proponga ser feliz.
—Pues la mayoría no opina así —dijo—, sino que la coloca en la clase de bienes penosos, que hay que cultivar con miras a obtener salarios y a ganarse una buena reputación, pero que, si fuera por sí mismos, habría que evitarlos, por ser desagradables.
—Ya conozco esa opinión —dije—, y hace rato que, en base a ella, la justicia es censurada por Trasímaco y alabada en cambio la injusticia. Pero yo he sido lerdo en darme cuenta, según parece.
A INJUSTIÇA
—Escúchame, entonces —dijo Glaucón—, para ver si estás de bacuerdo conmigo; pues Trasímaco, me parece, se ha rendido demasiado pronto, encantado por ti como por una serpiente . Pero aún no se ha hecho una exposición de una y otra a mi gusto. Deseo escuchar, en efecto, qué es cada una de ellas y qué poder tienen por sí mismas al estar en el alma , con independencia de los salarios y de las consecuencias que derivan de ellas. Esto es lo que haré, si tú estás de acuerdo: retomaré el argumento de Trasímaco, y primeramente te diré qué es lo que se cdice que es la justicia y de dónde se ha originado; en segundo lugar, cómo todos los que la cultivan no la cultivan voluntariamente sino por necesidad, pero no por ser para ellos un bien; y en tercer lugar, por qué es natural que obren así, ya que dicen que es mucho mejor el modo de vivir del injusto que el del justo. En lo que a mí concierne, Sócrates, no soy de esa opinión, pero tengo la dificultad de que los oídos se me aturden al escuchar a Trasímaco y a muchos otros, en tanto que de nadie he escuchado el argumento que quisiera oír en favor de la justicia y de dsu superioridad sobre la injusticia. Desearía escuchar un elogio de la justicia en sí misma y por sí misma; y creo que de ti, más que de cualquier otro, podría aprenderlo. Por eso hablaré poniendo todas mis energías en defender el modo de vida del injusto; y después de ello te mostraré de qué modo quisiera oírte censurando la injusticia y alabando la justicia. Pero ahora mira si te place lo que digo.
—Más que cualquier otra cosa —respondí—. ¿Hay acaso algo sobre lo cual alguien con sentido común gozaría más al hablar y escuchar euna y otra vez?
—Perfectamente —dijo Glaucón—; óyeme hablar sobre aquello que afirmé que lo haría en primer lugar: cómo es la justicia y de dónde se ha originado. Se dice, en efecto, que es por naturaleza bueno el cometer injusticias, malo el padecerlas, y que lo malo del padecer injusticias supera en mucho a lo bueno del cometerlas. De este modo, cuando los hombres cometen y padecen injusticias entre sí y 359a experimentan ambas situaciones, aquellos que no pueden evitar una y elegir la otra juzgan ventajoso concertar acuerdos entre unos hombres y otros para no cometer injusticias ni sufrirlas. Y a partir de allí se comienzan a implantar leyes y convenciones mutuas, y a lo prescrito por la ley se lo llama «legítimo» y «justo». Y éste, dicen, es el origen y la esencia de la justicia, que es algo intermedio entre lo mejor, que sería cometer injusticias impunemente, y lo peor, no poder desquitarse cuando se padece injusticia; por ello lo justo, que está en bel medio de ambas situaciones, es deseado no como un bien, sino estimado por los que carecen de fuerza para cometer injusticias; pues el que puede hacerlas y es verdaderamente hombre jamás concertaría acuerdos para no cometer injusticias ni padecerlas, salvo que estuviera loco. Tal es, por consiguiente, la naturaleza de la justicia, Sócrates, y las situaciones a partir de las cuales se ha originado, según se cuenta.
»Veamos ahora el segundo punto: los que cultivan la justicia no la cultivan voluntariamente sino por impotencia de cometer injusticias. Esto lo percibiremos mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente cmodo: demos tanto al justo como al injusto el poder de hacer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos para observar adónde conduce a cada uno el deseo. Entonces sorprenderemos al justo tomando el mismo camino que el injusto, movido por la codicia, lo que toda criatura persigue por naturaleza como un bien, pero que por convención es violentamente desplazado hacia el respeto a la igualdad. El poder del que hablo sería efectivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fuerza tal como la que se dice que cierta vez tuvo Giges, del antepasado del lidio. Giges era un pastor que servía al entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto, descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de un hombre, según parecía, y que eno tenía nada excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el anillo y salió del abismo. Ahora bien, los pastores hacían su reunión habitual para dar al rey el informe mensual concerniente a la hacienda, cuando llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse entre los demás, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Al suceder esto se tornó invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron a hablar de él como si se hubiera ido. Giges se 360aasombró, y luego, examinando el anillo, dio la vuelta al engaste hacia fuera y tornó a hacerse visible. Al advertirlo, experimentó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y comprobó que así era: cuando giraba el engaste hacia dentro, su dueño se hacía invisible, y, cuando lo giraba hacia fuera, se hacía visible. En cuanto se hubo cerciorado de ello, maquinó el modo de formar parte de los que fueron a la residencia del rey como informantes; y una vez allí sedujo a la reina, y con ayuda de ella bmató al rey y se apoderó del gobierno. Por consiguiente, si existiesen dos anillos de esa índole y se otorgara uno a un hombre justo y otro a uno injusto, según la opinión común no habría nadie tan íntegro que perseverara firmemente en la justicia y soportara el abstenerse de los bienes ajenos, sin tocarlos, cuando podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera del mercado , como, al entrar en las casas, cacostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros, según su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres. En esto el hombre justo no haría nada diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso se diría que esto es una importante prueba de que nadie es justo voluntariamente, sino forzado, por no considerarse a la justicia como un bien individual, ya que allí donde cada uno se cree capaz de cometer injusticias, las comete. En efecto, todo hombre piensa dque la injusticia le brinda muchas más ventajas individuales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría. Y si alguien, dotado de tal poder, no quisiese nunca cometer injusticias ni echar mano a los bienes ajenos, sería considerado por los que lo vieran como el hombre más desdichado y tonto, aunque lo elogiaran en público, engañándose así mutuamente por temor a padecer injusticia. Y esto es todo sobre este punto.
»En cuanto al juicio sobre el modo de vida de los dos hombres que ehemos descrito, pondremos aparte al más justo del más injusto; de ese modo podremos juzgar correctamente. ¿Qué clase de separación efectuaremos? La siguiente: no quitaremos al injusto nada de la injusticia, ni al justo nada de la justicia, sino que supondremos a uno y otro perfectos en lo que hace al comportamiento que les es propio. En primer lugar, el hombre injusto ha de actuar como los artesanos expertos. El mejor piloto o el mejor médico, por ejemplo, discriminan lo que es imposible de lo que es posible, en sus respectivas artes, para intentar la 361a empresa en el último caso, abandonarla en el primero. Incluso si en algún sentido dan un paso en falso, son capaces de enmendarlo. De este modo, el hombre injusto intentará cometer delitos correctamente, esto es, sin ser descubierto, si quiere ser efectivamente injusto: en poco es tenido quien es sorprendido en el acto de delinquir, ya que la más alta injusticia consiste en parecer justo sin serlo. Que se confiera al que es perfectamente injusto la perfecta injusticia, sin quitarle nada, pero a la vez que se conceda al que comete las mayores injusticias la mejor reputación que, en cuanto a justicia, se le pueda procurar. Y si da un bpaso en falso, que lo pueda enmendar y ser capaz de hablar de modo que convenza de su inocencia si es denunciado en alguno de sus delitos; o bien hacer violencia cuantas veces sea necesaria la violencia, por medio de su fuerza y su coraje, o por medio de sus amigos y de la fortuna que se haya procurado. Una vez supuesto semejante hombre, coloquemos en teoría junto a él al hombre justo, simple y noble, que no quiere, al decir de Esquilo, parecer bueno sino serlo. Por consiguiente, chay que quitarle la apariencia de justo; pues si parece que es justo, su apariencia le reportará honores y recompensas, y luego no quedará en claro si es justo con miras a lo justo o con miras a las recompensas y honores. Despojémoslo de todo, pues, excepto de la justicia, y concibámoslo en la condición opuesta a la del anterior: que, sin cometer injusticia, posea la mayor reputación de injusticia, a fin de que, tras haber sido puesta a prueba su consagración a la justicia en no haberse ablandado por causa de la mala reputación y de todo lo que de ésta se deriva, dpermanezca inalterable hasta la muerte , pareciendo toda la vida injusto aun siendo justo. De esta suerte, llegados ambos al punto extremo, de la justicia uno, de la injusticia el otro, se podrá juzgar cuál de ellos es el más feliz.
—¡Es maravilloso, querido Glaucón —exclamé—, el modo vigoroso con que has pulido a estos dos hombres, como si fueran estatuas, para poder juzgarlos!
—Hago lo mejor que puedo —respondió—. Y me parece que, por ser ambos de tal índole, no hay dificultad alguna en describir qué clase ede vida aguarda a cada uno. Hablemos, pues. Y si lo que digo resulta chocante, Sócrates, no pienses que soy yo quien habla, sino aquellos que alaban a la injusticia por sobre la justicia. Ellos dirán que el justo, tal como lo hemos presentado, será azotado y torturado, puesto en prisión, se le quemarán los ojos y, tras padecer toda clase de castigos, será 362a empalado, y reconocerá que no hay que querer ser justo, sino parecerlo. En ese caso lo dicho por Esquilo sería mucho más correcto si se refiriera al injusto. En efecto, dirán que el injusto es el que en realidad se ocupa de lo suyo ateniéndose a la verdad y no viviendo según la apariencia: no quiere parecer injusto sino serlo,
cosechando en los surcos profundos que atraviesan su corazón,de donde brotan sus nobles propósitos. [b]
»En primer lugar, al parecer que es un justo, gobierna en el Estado ; después, se casa allí donde le plazca, da sus hijos en matrimonio a quienes prefiera, y se asocia concertando contratos con quienes desee; y saca ventaja de todo esto, en cuanto aprovecha el obrar injustamente sin tener escrúpulos. Cuando entabla una contienda en forma privada o pública, predomina y supera a sus adversarios. Y al obtener ventaja se enriquece y puede beneficiar a sus amigos y perjudicar a sus enemigos, así ccomo también ofrecer sacrificios a los dioses, consagrándoles ofrendas en forma adecuada y magnífica, y puede honrar a los dioses y a los hombres que quiera, mucho más que el justo; de modo que, con toda probabilidad, le corresponde ser más amado por los dioses que el justo. Así dicen, Sócrates, que el hombre injusto es provisto tanto por los dioses como por los hombres para llevar una vida mejor que la del justo.
IMORALIDADE E HIPOCRISIA
Una vez que Glaucón dijo estas cosas, me propuse responderle, [d] pero su hermano Adimanto me preguntó:
—¿Tú no crees, Sócrates, que el tema ha quedado suficientemente expuesto, verdad?
—¿Qué? ¿Hay algo más aún? —exclamé.
—Lo que no ha sido expuesto es lo que era más necesario exponer —respondió.
—Pues bien —dije—, como dice el proverbio, que el hermano ayude al hermano; de modo que, si a tu hermano le falta algo, acude en su socorro. Aunque lo expuesto por él ha sido suficiente para abatirme y tornarme incapaz de salir en auxilio de la justicia.
—No es cierto lo que dices —replicó Adimanto—, aún tienes que eoír más, pues es necesario que examinemos los argumentos opuestos a los que enunció Glaucón: los de quienes alaban la justicia y censuran la injusticia, para que resulte más claro lo que me parece querer decir Glaucón. Los padres dicen y exhortan a sus hijos cuán necesario es ser 363a justo, y cuantos velan por alguien, aunque no es por sí misma por lo que alaban la justicia, sino por la buena reputación que de ella se deriva, con el fin de que, al parecer que se es justo, se obtengan cargos, casamientos convenientes y todo lo que Glaucón acaba de describir, cosas que corresponden al justo por su buena reputación. Y en cuestión de fama, van más lejos en sus argumentaciones. Afirman, en efecto, que, al gozar de buena reputación ante los dioses, cuentan con los abundantes bienes que, según dicen, los dioses confieren a los que los reverencian. Así el noble Hesíodo habla como Homero . Hesíodo bafirma que los dioses hacen, para los justos, que los
porten bellotas en sus copas y abejas en el medio
y las ovejas estén cargadas de lana
y muchos otros bienes que se añaden a éstos. Y en forma similar se expresa Homero:
Tal como la gloria de un rey irreprochable y temeroso de los dioses,
que mantiene recta justicia, la negra tierra le aporta
ctrigo y cebada, mientras los árboles se cargan de frutos,
el ganado pare sin cesar y el mar lo provee de peces.
»Museo y su hijo, por su parte, conceden a los justos, de parte de los dioses, bienes más resplandecientes que los de Homero y Hesíodo. Según lo que se narra, en efecto, los llevan al Hades , coronadas sus cabezas, dles preparan un banquete de santos y les hacen pasar todo el tiempo embriagados, con el pensamiento de que la retribución más bella de la virtud es una borrachera eterna. Y otros prolongan más aún que ellos las recompensas con que los dioses retribuyen: dicen que, tras el varón pío y fiel a sus juramentos, quedan hijos de sus hijos y, de allí en adelante, toda una estirpe. Estas y otras cosas análogas refieren en favor de la justicia. En cuanto a los sacrílegos e injustos, en cambio, los esumergen en el fango en el Hades y los obligan a llevar agua en una criba, haciéndolos portadores de mala reputación mientras viven y de todos los castigos que Glaucón describió respecto de los justos que han adquirido fama de injustos; y estos castigos, y no otros, tienen en cuenta al hablar acerca de los injustos. Tal es el elogio y tal la censura de la justicia y de la injusticia.
»Considera, además, Sócrates, otra especie de discursos respecto de la justicia y de la injusticia, dichos tanto por poetas como por profanos. 364a Todos a una voz, en efecto, cantan a la sobriedad y a la justicia por ser algo bello, aunque también difícil y penoso; la intemperancia y la injusticia, en cambio, son algo agradable y fácil de adquirir, vergonzoso sólo para la opinión y la convención. Afirman que la injusticia es más ventajosa, por lo general, que lo justo; y que los perversos son ricos y cuentan con otros poderes, por lo cual están dispuestos a considerarlos felices y a honrarlos inescrupulosamente, tanto en público como en privado, y a subestimar e ignorar a quienes son débiles y pobres, aun bcuando reconozcan que éstos son mejores que los otros. Pero los relatos que cuentan acerca de los dioses y de la excelencia son los más asombrosos de todos: los dioses han acordado, a la mayoría de los buenos, infortunios y una vida desdichada, en tanto que a los malos la suerte contraria. Sacerdotes mendicantes y adivinos acuden a las puertas de los ricos, convenciéndolos de que han sido provistos por los dioses de un poder de reparar, mediante sacrificios y encantamientos acompañados de festines placenteros, cualquier delito cometido por uno mismo o por csus antepasados; o bien, si se quiere dañar a algún adversario por un precio reducido, trátese de un hombre justo lo mismo que de uno injusto, por medio de encantamientos y ligaduras mágicas, ya que, según afirman, han persuadido a los dioses y los tienen a su servicio. Como testigos de todas estas narraciones ponen a los poetas. Unos confieren a la maldad fácil acceso, de modo que
también en abundancia se puede alcanzar a la perversidadfácilmente; el camino es liso y ella mora muy cerca. [d]
»Frente a la excelencia, en cambio, los dioses han impuesto el sudor, y un camino largo y escarpado. Otros invocan a Homero como testigo de la persuasión de los dioses por los hombres, porque también él dijo:
los dioses mismos son también accesibles a los ruegos,por medio de sacrificios y tiernas plegarias,econ libaciones y aroma de sacrificios los conmueven los hombresque imploran, cuando se ha cometido alguna transgresión o alguna falta.
»Proveen, por otra parte, un fárrago de libros de Museo y de Orfeo, descendientes de la Luna y de las Musas , según afirman, y llevan a cabo sacrificios de acuerdo con tales libros. Y persuaden no sólo a individuos sino a Estados de que, por medio de ofrendas y juegos de placeres, se producen tanto absoluciones como purificaciones de crímenes , 365a tanto mientras viven como incluso tras haber muerto: y a estas cosas las llaman “iniciaciones”, que nos libran de los males del más allá. A los que no han hecho esos sacrificios, en cambio, aguardan cosas terribles.
»Si se cuentan todas estas cosas, de tal índole y tanta cantidad, acerca de la excelencia y del malogro, así como del modo en que hombres y dioses las estiman, mi querido Sócrates —añadió Adimanto—, ¿cómo pensaremos que, una vez escuchadas, afectarán las almas de jóvenes bien dotados y capaces de revolotear, por así decirlo, de una a otra sobre btodas estas leyendas, y de inferir de ellas de qué modo se ha de ser y por dónde hay que encaminar la vida para pasarla lo mejor posible? Probablemente, siguiendo a Píndaro , se dirá a sí mismo aquello de
¿por cuál de las dos vías ascenderé a la alta ciudadela,por la justicia o por las trapacerías tortuosas,para atrincherarme allí y así pasar toda la vida?
APARÊNCIA DE JUSTIÇA
»Pues se me dice que, si soy justo realmente y no lo parezco, no obtendré ventaja alguna, sino penas y castigos manifiestos; en cambio, si soy injusto y me proveo de una reputación de practicar la justicia, se dice que lo que me espera es una vida digna de los dioses. Ahora, puesto que, según muestran los sabios, el parecer prevalece sobre la verdad y cdecide en cuanto a la felicidad , debo abocarme por entero a eso. He de trazar a mi derredor una fachada exterior que forje una ilusión de virtud, y arrastrar tras de mí al astuto y sutil zorro del sapientísimo Arquíloco. “Pero —dirá alguien—, no siempre es fácil al malo pasar inadvertido.” Por nuestra parte responderemos que nada de envergadura es de fácil obtención. No obstante, si hemos de ser felices, debemos dmarchar por el camino que trazan los pasos de estos argumentos. En cuanto a lo de pasar inadvertidos, nos reuniremos en ligas secretas y hermandades; y hay maestros que enseñan a persuadir mediante una sabiduría adecuada a las asambleas populares o a las cortes judiciales. Con estos recursos persuadiremos en algunos casos, en otros ejerceremos la violencia, para prevalecer sin sufrir castigo . “Pero no es posible ocultarse de los dioses ni hacerles violencia.” Ahora bien, si los dioses no existen o no se mezclan en los hechos humanos, ¿por qué preocuparse en ocultarnos de ellos? Si existen y se preocupan por nosotros, no esabemos de ellos ni hemos oído nada que proceda de alguna otra parte que de las leyendas y de los poetas que han hecho su genealogía: los mismos poetas que dicen que los dioses son de tal índole que se les puede hacer mudar de opinión convenciéndolos “por medio de sacrificios y tiernas plegarias” y ofrendas. Hay que creer a los poetas en ambos puntos o en ninguno de ellos. Si hemos de creerles, debemos obrar injustamente y hacer sacrificios por los crímenes cometidos. Ciertamente, si somos justos no sufriremos castigos de los dioses, pero rechazaremos 366a las ganancias de la injusticia. Si somos injustos, en cambio, obtendremos esas ganancias y, cuando cometamos transgresiones o faltas, implorando persuadiremos a los dioses para evitar ser castigados. Se nos dirá: “Pero en el Hades expiaremos la culpa de los delitos que hemos cometido en esta vida y, si no nosotros, al menos los hijos de nuestros hijos”. “Sin embargo, mi amigo —responderá haciendo sus cálculos—, es mucho lo que pueden las ‘iniciaciones’ y los dioses absolutorios, según afirman los Estados más importantes y los hijos de bdioses, convertidos en poetas y en intérpretes de los dichos divinos, quienes han revelado que estas cosas son así.”
»En tal caso, ¿qué razón nos llevaría aún a preferir la justicia antes que la máxima injusticia, si podemos practicar ésta con un disfraz de respetabilidad y obrar a nuestro gusto tanto en lo concerniente a los dioses como a los hombres, tal como lo afirma no sólo la multitud sino también la élite? Pues bien, Sócrates, una vez dichas estas cosas, ¿por cqué artificio estaría dispuesto a venerar a la justicia alguien que contara con algún poder mental o físico, o con riquezas o noble linaje, en lugar de echarse a reír al oír que se la elogia? Porque incluso si alguien pudiera demostrar que es falso lo que hemos dicho y tuviese un conocimiento satisfactorio de que la justicia es lo mejor, tendría mucha indulgencia con los hombres injustos y no se encolerizaría con ellos: sabría que sólo por inspiración divina a uno le repugna cometer injusticia, o bien que se abstiene de ello por haber tenido acceso a la ciencia; pero que, en dlos demás casos, nadie es justo voluntariamente y que sólo por cobardía, por vejez o por cualquier otro tipo de debilidad, censura la acción injusta, al ser incapaz de llevarla a cabo. Que es así es evidente , ya que el primero de tales censores que acceda al poder será el primero en cometer injusticias tanto cuanto le sea posible. Y la causa de todo esto no es otra que aquello de lo que partió el argumento que Glaucón, aquí presente , y también yo, te exponemos a ti, Sócrates, a saber:
»“Admirable amigo: entre todos cuantos recomendáis la justicia, ecomenzando por los héroes antiguos cuyos discursos se han conservado, hasta los de los hombres de hoy en día, jamás alguno ha censurado la injusticia o alabado la justicia por otros motivos que la reputación, los honores y dádivas que de ellas derivan. Pero en cuanto a lo que la justicia y la injusticia son en sí mismas, por su propio poder en el interior del alma que lo posee, oculto a dioses y a hombres, nadie jamás ha demostrado, ni en poesía ni en prosa, que la injusticia es el más grande de los males que puede albergar el alma dentro de sí misma, ni que la 367a justicia es el supremo bien. Pues si desde un comienzo hubierais hablado de este modo y desde niños hubiésemos sido persuadidos por todos vosotros, no tendríamos que vigilarnos los unos a los otros para no cometer injusticias, sino que cada uno de nosotros sería el propio vigilante de sí mismo, temeroso de que, al cometer injusticia, quedara conviviendo con el peor de los males”.
»Estas cosas, Sócrates, y probablemente muchas otras más las podría decir Trasímaco o cualquier otro a propósito de la justicia y de la injusticia, invirtiendo groseramente, me parece, la propiedad de una y otra. bEn lo que a mí respecta, me siento obligado a no ocultarte nada. Si hablo con toda la vehemencia que me es posible, es porque deseo escuchar de ti lo contrario. Por lo tanto, no sólo debes demostrar con tu argumento que la justicia es superior a la injusticia, sino qué produce, el mal en un caso, el bien en el otro, sobre su portador cada una por sí sola, despojada de su reputación, tal como Glaucón reclamaba. En efecto, si no suprimes en ambos casos la reputación verdadera y añades en cambio la falsa, cdiremos que no elogias lo justo sino lo que parece ser justo, y que no censuras lo que es injusto sino lo que parece ser injusto, y que recomiendas ser injusto ocultamente. Y también, que estás de acuerdo con Trasímaco en que lo justo es un bien ajeno para quien lo practica, ventajoso para el más fuerte; lo injusto, en cambio, es ventajoso y útil en sí mismo, pero desventajoso para el más débil. Has convenido en que la justicia es uno de los bienes supremos, o sea, de los que merecen ser poseídos por las consecuencias que de ellos se derivan, pero mucho más por sí mismos, como, por ejemplo, ver, escuchar, comprender, estar sano, y todos aquellos bienes genuinos por su naturaleza y no por lo que se juzgue de dellos. Elogia, pues, la justicia por lo que por medio de ella se beneficia el que la posee, mientras se perjudica por la injusticia, y deja a otros el encomio de honores y recompensas. Yo admitiría que otros elogiaran la justicia y censuraran la injusticia de ese modo, así como que alabaran o vituperaran los honores y recompensas correspondientes, pero no que lo hagas tú, salvo que lo ordenes, ya que has pasado toda tu vida examinando esólo esto. No sólo debes demostrar con tu argumento, por ende, que la justicia es superior a la injusticia, sino qué produce, el bien en un caso, el mal en el otro, sobre el portador cada una por sí sola, pase inadvertido o no a los hombres y a los dioses.
Chambry
Pour ce qui me concernait, après avoir dit cela, je croyais m’être débarrassé de la charge de parler . Mais cela ne devait être, apparemment, qu’un prélude. Car si de toute façon Glaucon se montre toujours le plus viril pour faire face à toutes choses, à ce moment-là en particulier il n’accepta pas la reculade de Thrasymaque, mais dit :
— Socrate, ce que tu veux, est-ce sembler nous avoir persuadés, ou nous persuader vraiment, que de quelque façon qu’on tourne les choses, il vaut mieux être juste qu’injuste ?
— Vous en persuader vraiment, dis-je : c’est du moins ce que je choisirais, si cela dépendait de moi.
— Eh bien alors, dit-il, ce que tu fais là n’est pas ce que tu veux faire. Dis-moi en effet : te semble-t-il y avoir un genre de bien auquel nous ferions bon accueil non par désir de ce qui en découle, mais par affection pour ce qu’il est lui-même, comme c’est par exemple le cas du contentement, ainsi que de tous les autres plaisirs innocents, "ceux qui ultérieurement ne produisent rien d’autre que le contentement de les avoir ?
— Oui, dis-je, à mon avis en tout cas il y a quelque chose de tel.
— Mais alors, existe aussi un type de bien que nous aimons à la fois pour lui-même et pour ce qui en découle, comme par exemple avoir son bon sens, y voir clair, et être en bonne santé ? car les biens de ce genre, nous les aimons, n’est-ce pas, pour les deux raisons à la fois.
— Oui, dis-je.
— Et vois-tu, dit-il, une troisième espèce de bien, où se rangeraient l’exercice gymnastique, les soins que vous donne un médecin quand on est malade, la pratique de la médecine, et toute autre façon d’acquérir de l’argent ! Car nous avons tendance à affirmer que ces choses-là sont sans doute pénibles, mais qu’elles nous rendent service, et si nous leur faisons bon accueil, ce n’est pas pour elles-mêmes, mais pour les compensations et les autres bénéfices qu’elles rapportent.
— Oui, dis-je, existe aussi cette troisième espèce. Et alors ?
— Dans laquelle des trois, dit-il, places-tu la justice ?
— Pour moi je crois, dis-je, que c’est dans la plus belle, celle du bien que doit aimer à la fois pour lui-même, et pour ce qu’il produit, l’homme qui aspire à être bienheureux.
— Ce n’est pourtant pas l’avis de la masse des gens, dit-il ; eux la rangent dans l’espèce du bien pénible, celui auquel il faut s’appliquer à cause des compensations qu’il procure et de la bonne réputation que l’opinion y associe, mais qui par lui-même ferait fuir, parce qu’il est difficile à supporter.
— Je sais, dis-je, que cette opinion existe, et il y a longtemps que la justice est dénigrée par Thrasymaque comme étant une chose de cet ordre, alors qu’il fait l’éloge de l’injustice. Mais moi, apparemment, j’ai du mal à comprendre.
— Eh bien allons, dit-il, écoute-moi aussi, pour voir si tu seras du même avis que moi. Car il me semble que Thrasymaque a succombé à ton charme, comme un serpent, plus tôt qu’il n’aurait fallu, et la démonstration concernant justice et injustice n’a pas encore été menée comme je l’entends. Je désire en effet entendre ce qu’est chacune des deux, et quelle puissance elle a en elle-même quand elle se trouve dans l’âme, en laissant de côté les compensations et les effets qu’elles produisent. C’est donc de la façon suivante que je procéderai, si tel est ton avis à toi aussi : je redonnerai de la jeunesse à l’argument de Thrasymaque, et pour commencer je répéterai sur la justice ce que les gens affirment qu’elle est, et d’où elle provient ; en second lieu je montrerai que tous ceux qui la pratiquent le font de mauvais gré, la pratiquant comme une nécessité, non comme un bien ; et troisièmement que c’est avec toute apparence de raison qu’ils agissent ainsi. Car la vie de l’homme injuste est sans aucun doute bien meilleure que celle du juste, à ce qu’ils disent. Moi personnellement, Socrate, tel n’est pas mon avis. Cependant je suis dans une impasse : j’ai les oreilles assourdies à force d’entendre Thrasymaque et dix mille autres ; mais le discours en faveur de la justice, d celui qui montrerait qu’elle est chose meilleure que l’injustice, je n’ai encore entendu personne le tenir tel que je le veux — or ce que je désire entendre faire, c’est l’éloge de la chose même en elle-même — et je crois que c’est surtout par toi que j’aurai des chances de l’entendre prononcer. C’est pourquoi je vais faire un effort pour faire l’éloge de la vie injuste ; mais en parlant ainsi je te montrerai de quelle façon je veux en retour t’entendre, toi, blâmer l’injustice, et faire l’éloge de la justice. Allons, vois si ce que je propose est aussi ce que tu désires.
— Plus que tout, dis-je. Car de quoi e quelqu’un qui a son bon sens se réjouirait plus de parler et d’entendre parler ?
— Tu parles tout à fait comme il faut, dit-il. Alors écoute ce dont j’ai annoncé que je parlerais en premier, à savoir ce qu’est la justice, et d’où elle vient. Eh bien les gens affirment que commettre des injustices est par nature un bien, et que les subir est un mal ; mais que subir l’injustice comporte un excédent de mal sur le bien qu’il y a à la commettre. En conséquence une fois qu’ils se sont infligé mutuellement des injustices, et en ont subi les uns des autres, et qu’ils ont ainsi goûté à l’un et à l’autre, il paraît profitable à ceux qui ne sont capables 359 ni d’éviter (de les subir) ni de prendre le parti (de les commettre), de convenir entre eux de ne pas commettre d’injustices, de façon à ne pas en subir. Et on dit que c’est à partir de ce moment qu’ils ont commencé à instituer leurs propres lois et conventions, et à nommer ce qui est prescrit par la loi à la fois "légal" et "juste". Telle serait tout à la fois la genèse et l’essence de la justice, qui est à mi-chemin entre ce qui est le mieux — commettre l’injustice sans en être châtié — et le pire — subir l’injustice sans être capable de s’en venger. Le comportement juste étant au milieu entre ces deux points, on l’aurait en affection non pas b comme un bien, mais comme ce qu’on n’estime que par manque d’énergie pour commettre l’injustice. Car celui qui est capable de la commettre et qui est vraiment un homme n’irait jamais conclure une convention avec quiconque pour ne pas commettre ni subir d’injustice. Sinon, c’est qu’il serait fou. Voilà donc la nature de la justice, Socrate, voilà son espèce, et voilà d’où elle est née, à ce qu’ils disent.
Or, que ceux qui pratiquent la justice la pratiquent de mauvais gré, par incapacité à commettre l’injustice, nous pourrions le percevoir le mieux si par la pensée nous réalisions ce qui suit : c nous donnerions à chacun des deux, à l’homme juste comme à l’injuste, licence de faire tout ce qu’il peut vouloir, puis nous les suivrions, pour observer où son désir poussera chacun d’eux. Et alors "nous pourrions prendre l’homme juste sur le fait, en train d’aller dans la même direction que l’homme injuste, poussé par son envie d’avoir plus que les autres : c’est là ce que chaque nature est née pour poursuivre comme un bien, alors que par la loi elle est menée, de force, à estimer ce qui est égal. La licence dont je parle serait réalisée au plus haut point, si ces deux hommes recevaient un pouvoir tel que celui que, dit-on, reçut jadis l’ancêtre de Gygès d le Lydien. On dit en effet qu’il était berger, aux gages de celui qui alors dirigeait la Lydie ; et qu’après qu’une forte pluie se fut abattue, causant un glissement de terrain, un endroit de la terre se déchira et que s’ouvrit une béance dans le lieu où il faisait paître. La voyant, il s’émerveilla, et y descendit ; et il y aurait vu, parmi d’autres merveilles que rapporte l’histoire, un cheval de bronze évidé, percé d’ouvertures. S’y penchant, il aurait vu que s’y trouvait un cadavre, apparemment plus grand que n’aurait été un homme, et qui ne portait rien, si ce n’est, à la main, une bague en or. Il s’en serait emparé, et serait ressorti. Or, comme avait lieu le rassemblement habituel aux bergers, destiné à rapporter chaque mois au roi l’état des troupeaux, lui aussi y serait venu, portant la bague en question. S’étant assis avec les autres, il aurait tourné par hasard le chaton de la bague vers lui-même, vers l’intérieur de sa main, et dès lors serait devenu invisible pour ceux qui siégeaient à côté de lui, et qui dialoguaient à son sujet comme s’il avait été parti. Il s’en serait émerveillé, et manipulant la bague en sens inverse, aurait tourné le chaton vers l’extérieur, et une fois le chaton tourné, il serait redevenu visible. Ayant compris cela, il aurait mis la bague à l’épreuve pour voir si elle avait réellement ce pouvoir, et la même chose lui serait "arrivée : en tournant le chaton vers l’intérieur il devenait invisible, vers l’extérieur, visible. Dès qu’il s’en serait aperçu, il aurait fait en sorte d’être parmi les messagers qui allaient auprès du roi, et une fois là-bas, ayant commis l’adultère avec la femme du roi, aurait comploté avec elle pour tuer le roi et ainsi s’emparer du pouvoir. Eh bien donc, s’il existait deux bagues de ce genre, et que l’homme juste en enfile l’une, l’homme injuste l’autre, il n’y aurait personne, semblerait-il, qui aurait un caractère d’acier assez indomptable pour persister dans la justice, avoir le cœur de s’abstenir de ce qui est à autrui, et de ne pas y toucher ; c’est qu’il lui serait possible de prendre ce qu’il voudrait, sans crainte, y compris sur la place publique, de pénétrer dans c les maisons pour s’unir à qui il voudrait, de tuer ou de délivrer de leurs liens ceux qu’il voudrait, et d’agir à l’avenant parmi les hommes, étant l’égal d’un dieu . Celui qui en profiterait ne ferait rien de différent de l’homme injuste : l’un et l’autre iraient dans la même direction. À coup sûr on pourrait affirmer avoir là une preuve éclatante que personne n’est juste de son plein gré, mais parce qu’il y est contraint, persuadé que cela n’est pas un bien pour soi personnellement ; puisque chaque fois que quelqu’un croit qu’il sera en mesure de commettre une injustice, il la commet. C’est que chaque homme croit d que l’injustice lui rapporte personnellement beaucoup plus que la justice, et ce qu’il croit là est vrai, affirmera celui qui parle en ce sens. Car si quelqu’un, qui s’avisait d’une telle possibilité, ne consentait à commettre aucune injustice et ne touchait à rien de ce qui est à autrui, il passerait, aux yeux de ceux qui s’en rendraient compte, pour l’homme le plus à plaindre et le plus dépourvu d’intelligence ; ils feraient néanmoins son éloge les uns devant les autres, pour se tromper mutuellement, par peur de subir l’injustice. Sur ce point, voilà ce qui en est.
Pour en venir au jugement lui-même sur la vie des hommes dont nous parlons, c’est si nous savons distinguer l’un de l’autre l’homme le plus juste et l’homme le plus injuste, que nous serons capables de juger correctement. Sinon, nous ne le serons pas. Or comment opérer cette distinction ! Voici : n’enlevons rien ni à l’injustice de l’homme injuste, ni à la justice du juste, mais posons chacun des deux comme parfait dans ce qu’il pratique. Que pour commencer l’homme injuste agisse comme les hommes compétents dans leur art : comme un pilote, ou un médecin exceptionnel, distingue ce qui est impossible dans son art et ce qui est possible, pour 361 entreprendre le second, en renonçant au premier ; et comme ensuite, si jamais il échoue sur quelque point, il se montre capable de se corriger ; il faudrait de même que l’homme injuste, entreprenant de façon correcte de commettre des injustices, sache passer inaperçu, si l’on veut qu’il soit tout à fait injuste. Quant à celui qui se fait prendre, il faut le considérer comme imparfait. Car l’extrême injustice, c’est de donner l’impression d’être juste, quand on ne l’est pas réellement. Il faut donc attribuer à celui qui est parfaitement injuste l’injustice la plus parfaite, sans rien en soustraire, et permettre qu’au moment où il commet les plus grandes injustices, la plus grande réputation de justice lui soit assurée ; et si cependant il échouse sur quelque point, le rendre capable de se corriger, en étant à la fois apte à parler pour convaincre, au cas où l’une de ses injustices serait dénoncée, ou à user de violence, dans tous les cas où il est besoin de violence, grâce à sa virilité, à sa force, et à sa provision d’amis et de richesses. L’ayant ainsi posé, dressons en paroles à côté de lui l’homme juste, un homme simple et noble, qui entend, comme le dit Eschyle, "non pas sembler, mais être" homme de bien . Oui, il faut "enlever ce "sembler". Car s’il semble être juste, ui viendront les honneurs et les prébendes, qui vont à celui qui semble être tel. On ne pourrait plus voir alors si c’est en visant ce qui est juste, ou en visant les prébendes et les honneurs, qu’il serait te). Il faut donc le dénuder de tout, sauf de justice, et faire qu’il soit dans une situation contraire à celle du précédent. Lui qui ne commet aucune injustice, qu’il ait la plus grande réputation d’injustice, de façon qu’on mette sa justice à l’épreuve, pour savoir si elle n’est pas émoussée par la mauvaise réputation et par ce qui en découle ; et qu’il aille sans se déjuger jusqu’à la mort, d donnant l’impression, tout au long de sa vie, d’être injuste, alors qu’en réalité il est juste. Ainsi, l’un et l’autre étant allés jusqu’à l’extrême, l’un de la justice, l’autre de l’injustice, qu’on les juge pour savoir lequel d’entre eux est le plus heureux.
— Eh bien ! dis-je, mon ami Glaucon, avec quelle vigueur tu nettoies chacun de ces deux hommes, comme une statue, en vue de ce jugement !
— Autant que je le peux, dit-il. Une fois que ces deux hommes sont tels, il n’y a plus aucune difficulté, à ce que je crois, à explorer dans le détail, en paroles, la vie qui attend chacun d’eux. Alors e il faut le dire : et surtout si mon expression est trop brutale, considère que ce n’est pas moi qui parle, Socrate, mais bien ceux qui louent l’injustice au lieu de la justice. Ils diront ceci : qu’avec de telles dispositions l’homme juste sera fouetté, torturé, mis dans les liens, qu’on lui brûlera les deux yeux, et que pour finir, 362 après toutes ces souffrances, il sera empalé, et reconnaîtra qu’il faut non pas être juste, mais donner l’impression de l’être. L’expression d’Eschyle, par conséquent, il aurait été beaucoup plus correct de l’employer pour parler de l’homme injuste. Car en réalité, "affirmeront-ils, c’est l’homme injuste, puisqu’il s’applique à une affaire qui touche à la vérité des choses, et que ce n’est pas par rapport à sa réputation qu’il vit, qui n’entend pas "sembler" injuste mais l’être, récoltant en son cœur le fruit du sillon profond d’oùerment les nobles desseins;
pour commencer, disent-ils, il accède à la direction de la cité, puisqu’il donne l’impression d’être juste ; ensuite il prend une épouse du rang qu’il veut, et marie ses filles à qui il veut, conclut des contrats et s’associe avec ceux dont il veut bien ; et en tout cela il est avantagé, parce qu’il tire profit du fait que commettre des injustices ne le gêne pas. Par conséquent, quand il entre dans des compétitions aussi bien personnelles que publiques, il l’emporte, et en retire plus que ses ennemis ; ce "plus " lui permet de s’enrichir, de faire du bien à ses amis, et de nuire à c ses ennemis ; aux dieux il offre des sacrifices et consacre des offrandes comme il convient et même avec magnificence, et il prodigue ses soins, bien mieux que ne le fait l’homme juste, aux dieux et à ceux des hommes qu’il veut ; si bien que d’après toutes les apparences c’est à lui, plus qu’à l’homme juste, qu’il convient d’être aussi plus aimé des dieux. C’est ainsi, dit-on, Socrate, que les dieux et les hommes procurent à l’homme injuste une vie meilleure qu’à l’homme juste.
Quand Glaucon eut dit cela, moi d j’avais en tête quelque chose à dire en réponse, mais son frère Adimante :
— Tu ne crois quand même pas, Socrate, dit-il, que l’argument ait été exposé de façon satisfaisante ?
— Mais pourquoi pas ? dis-je.
— C’est, répondit-il, que n’a pas été dit cela même qu’il aurait surtout fallu dire, "Eh bien donc, dis-je, que son frère, comme on le dit, vienne assister le combattant. Dès lors toi aussi, s’il est insuffisant sur quelque point, viens le soutenir. Cependant, moi, ce qu’il a dit a déjà été suffisant pour me mettre à terre, et me rendre incapable d’aller au secours de la justice. Et lui :
— Tu ne dis rien qui vaille, répondit-il. Allons, écoute encore ce qui suit : il faut que nous exposions en détail aussi les arguments contraires à ceux que Glaucon a énoncés, ceux qui font l’éloge de la justice, et blâment l’injustice, de façon qu’apparaisse plus clairement ce que, selon moi, veut dire Glaucon. Les pères, n’est-ce pas, dans leurs discours, rappellent à leurs fils, comme le font tous ceux qui ont des personnes à leur charge, la nécessité d’être juste : ils font là dans la justice l’éloge non pas de la chose elle-même, mais de la bonne réputation qui en découle, voulant que celui qui semble être juste puisse se procurer, grâce à sa réputation, charges de direction, mariages et tout ce que Glaucon vient d’énumérer, et que sa bonne réputation rapporte à l’homme juste. Mais ces gens-là en disent encore plus sur les avantages qui découlent des réputations. Car ils font intervenir la bonne réputation qu’on gagne auprès des dieux, et peuvent parler de biens que, prétendent-ils, les dieux donnent sans compter aux hommes pieux. Ils parlent comme le brave Hésiode et comme Homère ; le premier qui dit que pour les justes, b les dieux font que les chênes "à leur sommet portent des glands et dans leur milieu des abeilles " , et "les brebis laineuses, dit-il, sont alourdies par leur toison " , et qu’ils offrent beaucoup d’autres biens semblables. Quant à l’autre poète, il dit à peu près de même. C’est ainsi qu’il parle de celui-là, roi parfait qui, respectant les dieux, soutient la bonne justice ; et la terre noire porte " les orges et l’es blés, les arbres sont chargés de fruits, les brebis prolifèrent sans faute et la mer donne du poisson...
Quant aux biens que Musée et son fils attribuent aux justes de la part des dieux, iIs sont encore plus affriolants que cela. Ils les conduisent — en paroles — chez Hadès, les font s’étendre, et préparant un banquet des hommes pieux, leur font d passer tout le reste de leur temps couronnés, et ivres, comme s’ils considéraient que le plus beau salaire de la vertu est une ivresse éternelle. Et d’autres allongent encore plus la durée des salaires donnés par les dieux. Ils prétendent en effet que des enfants nés de ses enfants, et toute une race à la suite, voilà ce que laisse derrière lui l’homme pieux et qui respecte les serments, C’est par ces avantages et par des avantages semblables qu’ils font l’éloge de la justice. Les hommes impies, en revanche, et injustes, ils les plongent dans une sorte de boue, dans l’Hadès, et les contraignent à porter de l’eau dans un tamis ; et dès leur vivant e ils les amènent à avoir de mauvaises réputations ; les châtiments que Glaucon a décrits pour les hommes justes qui ont la réputation d’hommes injustes, eux les allèguent pour les hommes injustes ; ils n’en ont pas d’autres à évoquer. Voilà donc ce qu’est l’éloge, et ce qu’est le blâme, pour l’un et pour l’autre comportement.
Outre cela, examine, Socrate, une autre espèce d’arguments sur la justice et l’injustice, qui est avancée à la fois par de simples particuliers et par des poètes. 364 Tous, d’une seule voix, entonnent des poèmes solennels : que c’est une belle chose que la sagesse, et que la justice, mais dure et pénible, alors que l’intempérance et "l’injustice, c’est chose douce et facile à acquérir, et déshonorante seulement selon la réputation et selon la loi ; et que les actes injustes sont. pour la plupart plus profitables que les justes, lls consentent aisément, à la fois en public et en privé, à féliciter les hommes malhonnêtes qui sont riches et qui ont d’autres sources de puissance, et à les honorer, et au contraire à refuser leur estime aux autres et à les dédaigner, pour peu qu’ils b se trouvent être force et pauvres, tout en tombant d’accord que les seconds sont meilleurs que les premiers. Mais de tous ces arguments, ceux qui sont avancés au sujet des dieux et de l’excellence sont les p! us merveilleux : selon eux les dieux eux-mêmes attribuent à maints hommes de bien malheurs et vie mauvaise, et aux hommes opposés un lot opposé. Et voilà que des charlatans et des devins viennent aux portes des riches, et les persuadent qu’ils ont obtenu des dieux, à force de sacrifices et d’incantations, un pouvoir consistant, si quelque acte injuste c a été commis par quelqu’un, nu par ses ancêtres, à l’en guérir au moyen de plaisirs et de fêtes ; et si au contraire on veut causer un détriment à quelque ennemi que ce soit, à nuire, pour une petite dépense, à l’homme juste aussi bien qu’à l’injuste, par certaines évocations et envoûtements ; car, à ce qu’ils prétendent, ils savent persuader les dieux de se mettre à leur service. Pour soutenir tous ces discours ils produisent comme témoins des poètes; les uns, pour montrer combien le vice est facile à acquérir, chantent que La méchanceté, on peut aller en masse s’en emparer, et sans peine: la route qui y mène est plane elle loge tout près de nous.
Mais devant la vertu, les dieux ont plarcé la sueur... et, ajoutent-ils, c’est une route longue, difficile, et adverse. Les autres prennent Homère comme témoin de "la subornation des dieux par les humains, parce que ce grand poète, lui aussi, a dit : les dieux eux-mêmes, on peut les supplier, les hommes les fléchissent avec des sacrifices, des douces prières, des libations et la fiimée des sacrifices, quand ils viennent les implorer après quelque faute ou erreur... et ils présentent un amas de livres de Musée et d’Orphée, descendants de Sélénè et des Muses, à ce qu’ils déclarent. C’est d’après ces livres qu’ils conduisent leurs sacrifices, tâchant de persuader non seulement des individus, mais aussi des cités, qu’il existe vraiment des moyens de se délivrer et de se purifier de son vivant des injustices grâce à des sacrifices et à des enfantillages plaisants, 365 et qu’il en existe aussi d’autres, qui valent pour quand on aura fini sa vie ; ils les appellent des "initiations", qui nous délivrent des maux de là-bas. Mais ceux qui n’ont pas offert de sacrifice, c’est la terreur qui les attendrait.
Tous les arguments de ce style et de cette qualité, mon cher Socrate, dit-il, que l’on avance au sujet de l’excellence et du vice, pour expliquer quelle valeur les humains et les dieux leur accordent, quel effet croyons-nous qu’ils peuvent avoir sur les âmes des jeunes gens qui les ont entendus, quand ils ont une bonne nature, et sont pour ainsi dire aptes à butiner tout ce qu’on leur dit, et à en déduire quel homme b il faut être et où il faust se diriger pour passer sa vie de la façon la meilleure ? Selon toute apparence ce jeune homme se dirait à lui-même, avec les "mots de Pindare, cette phrase célèbre : "La haute muraille, l’escaladerai-je selon la justice, ou par des ruses torses ?", pour ainsi passer ma vie bien retranché ? Car ce que l’on en dit indique que je n’aurai aucun profit à être juste, à moins d’en avoir aussi l’apparence, tandis que les souffrances et les punitions qui en découleraient sont évidentes. En revanche, l’homme injuste qui s’est procuré une semblance de justice, une vie bénie des dieux lui est attribuée, Donc, puisque le "sembler", comme les sages me le font voir, "peut faire violence même à la vérité ", et qu’il est le maître du bonheur, c’est vers lui qu’il faut entièrement se tourner. En guise de façade et de décor il me faut dessiner en cercle tout autour de moi une image en trompe l’œil de l’excellence, et par-derrière tirer le renard avide et changeant du très sage Archiloque "Mais, dira-t-on, il n’est pas facile de toujours passer inaperçu, quand on est méchant." Rien d’autre de ce qui est important, dirons-nous, n’est non plus d’accès aisé. Et cependant, d si nous voulons être heureux, c’est par là qu’il faut passer, en suivant la trace qu’indiquent les arguments. Pour ce qui est de passer inaperçu, nous formerons des conspirations et des sociétés de camarades, et il existe des professeurs de persuasion, qui donnent le savoir-faire spécialisé pour s’adresser à l’assemblée populaire et au tribunal ; avec cette aide, dans "certains cas nous persuaderons, dans les autres nous ferons violence, et réussirons à nous assurer l’avantage sans en être châtiés, "Mais les dieux, il n’est possible ni d’échapper à leur regard, ni de leur faire violence !" Et alors ? s’ils n’existent pas, ou s’ils ne se soucient en rien des affaires humaines, pourquoi devrions-nous nous soucier e d’échapper à leur regard ? Et s’ils existent, et qu’iIs s’en soucient, nous ne les connaissons, ou n’avons entendu parler d’eux, par aucune autre source que par les lois’, et par les poètes qui ont composé leurs généalogies ; or ce sont justement les mêmes qui assurent qu’ils sont susceptibles d’être subornés, de se laisser convaincre "par des sacrifices, de douces prières faut ou bien croire en l’une et en l’autre de ces thèses, ou bien en aucune. Et donc s’il faut y croire, il faut aussi commettre des injustices et offrir des sacrifices avec les bénéfices de ces injustices. 366 Car en étant justes, nous gagnerons seulement de ne pas être châtiés par les dieux, mais nous renoncerons aux profits qui naissent de l’injustice. Tandis qu’en étant injustes, nous gagnerons les profits et, grâce à nos supplications, tout en continuant à transgresser les lois et à commettre des fautes, nous persuaderons les dieux de nous laisser échapper au châtiment. "Mais chez Hadès, les injustices que nous pourrons avoir commises ici, nous en serons châtiés, nous-mêmes ou les enfants de nos enfants,"
— Mais, mon ami, dira celui qui calcule ainsi, les initiations, elles aussi, ont une grande puissance, ainsi que les dieux salvateurs, à ce que disent les plus grandes des cités et ces enfants de dieux "qui, devenus poètes et porte-parole des dieux, révèlent qu’il en est bien ainsi.
Quel autre argument, par conséquent, pourrait nous faire préférer la justice à la plus grande injustice ? Si nous acquérons cette dernière en la parant d’une bonne pré- sentation trompeuse, nous réussirons comme nous l’entendons à la fois auprès des dieux et auprès des hommes, aussi bien pendant notre vie qu’après, selon l’argument avancé par la masse des gens comme par les gens éminents. À partir de tout ce qui a été dit, quel procédé utiliser, Socrate, pour qu’un homme c qui dispose de quelque puissance de l’âme, du corps, d’argent ou de naissance, consente à honorer la justice, au lieu de se mettre à rire quand il entend en faire l’éloge ? À coup sûr, s’il existe quelqu’un qui peut démontrer qu’est faux ce que nous avons dit, et qui sait suffisamment que ce qu’il existe de meilleur, c’est la justice, il a sans doute une grande indulgence, et ne se met pas en colère contre les hommes injustes; il sait que, sauf si quelqu’un, doué d’une nature divine, s’en abstient parce que la pratique de l’injustice le tourmente, ou parce qu’il a une connaissance des choses, parmi les autres hommes d aucun n’est juste volontairement ; c’est par manque de virilité, ou à cause de l’âge, ou du fait d’une autre faiblesse, qu’on désapprouve de commettre des injustices, dont on est de fait incapable. Comment cela se produit, on le voit bien : parmi les hommes ainsi disposés, le premier à acquérir le pouvoir de commettre l’injustice est le premier à la commettre dans toute la mesure où il en est capable. Or la seule cause de tout cela, c’est cela même d’où est parti tout l’argument qui nous a donné envie, à mon frère ici et à moi-même, de te parler en ces termes, Socrate : "Homme admirable ! Parmi vous tous qui affirmez e être laudateurs de la justice, en commençant par les héros des origines — tous ceux dont les paroles nous ont été transmises -, et en allant jusqu’aux hommes d’à présent, "jamais aucun n’a blâmé l’injustice ni n’a fait l’éloge de la justice autrement qu’en visant les réputations, les honneurs, et les prébendes qui en proviennent. Mais l’effet que chacune des deux choses en elle-même produit par sa puissance propre, quand elle est dans l’âme de celui qui 1a possède, et quand elle reste inaperçue à la fois des dieux et des hommes, jamais aucun ne l’a exposé à fond suffisamment, ni en poésie, ni dans des paroles individuelles, dans un discours qui montrerait que l’une est le plus grand des maux que l’âme puisse contenir en elle-même, et que la justice est le bien le plus grand. Car si les choses nous étaient présentées ainsi depuis le début par vous tous, et si vous saviez nous en persuader dès notre jeunesse, nous n’aurions pas chacun à nous garder des injustices des autres, mais chacun serait lui-même le meilleur gardien de lui-même, parce qu’il craindrait, en commettant des injustices, d’avoir à cohabiter avec le plus grand des maux." Voilà, Socrate, ce que diraient peut-être Thrasymaque et quelque autre sur la justice et l’injustice — et peut-être même iraient-ils plus loin encore -, inversant grossièrement, en tout cas à mon avis, leurs pouvoirs à l’une et à l’autre. Mais moi — car je n’ai besoin de rien te b cacher — c’est parce que je désire entendre de toi le contraire que je parle, en faisant effort sur moi-même le plus que je peux. Ne te contente donc pas de nous montrer, par ton argument, que la justice est chose plus forte que l’injustice, mais montre-nous l’effet de chacune sur qui la possède, et qui fait de l’une un mal en elle-même, de l’autre un bien. Et écarte les réputations, comme Glaucon te l’a prescrit. Car si tu n’écartes pas de part et d’autre les réputations vraies, et que tu y ajoutes les fausses, nous pourrons affirmer que ce n’est pas du juste que tu fais l’éloge, mais du sembler juste, que ce n’est pas être c injuste que tu blâmes, mais le sembler, que tu prescris à celui qui est injuste de passer inaperçu, et que "tu es d’accord avec Thrasymaque que le juste est un bien pour autrui, l’intérêt du plus fort, tandis que l’injuste rapporte intérêt et profit à soi-même, et opère au détriment du plus faible. Par conséquent, puisque tu as accordé que la justice est l’un des biens les plus grands, qui méritent certes d’être acquis à cause de ce qui en découle, mais beaucoup plus pour eux-mêmes, comme le sont le fait de voir, d’entendre, de penser, et évidemment d’être en bonne santé, d et tous les autres biens qui sont féconds par leur nature propre et non par la réputation qu’ils apportent, loue donc dans la justice cela même qu’elle apporte par elle-même à qui la possède, et dis en quoi l’injustice est nuisible ; quant aux compensations et aux réputations, laisse à d’autres le soin d’en faire l’éloge. Car pour moi j’accepterais d’autres que toi qu’ils fassent de cette façon-là l’éloge de la justice et le blâme de l’injustice, à savoir en encensant et en dénigrant les compensations et les réputations qui y sont attachées ; mais de toi non, sauf si tu m’en donnais l’ordre, parce que tu as passé toute ta vie e à n’examiner rien d’autre que cela. Ne te contente donc pas de nous démontrer, par la parole, que la justice est supérieure à l’injustice, mais, à travers l’effet que chacune cause, par elle-même, chez celui qui la possède, qu’elle passe inaperçue ou non des dieux et des hommes, montre-nous aussi que l’une est un bien, et l’autre un mal.
Jowett
With these words I was thinking that I had made an end of the discussion ; but the end, in truth, proved to be only a beginning. For Glaucon, who is always the most pugnacious of men, was dissatisfied at Thrasymachus’s retirement ; he wanted to have the battle out. So he said to me : Socrates, do you wish really to persuade us, or only to seem to have persuaded us, that to be just is always better than to be unjust ?
I should wish really to persuade you, I replied, if I could.
Then you certainly have not succeeded. Let me ask you now : How would you arrange goods — are there not some which we welcome for their own sakes, and independently of their consequences, as, for example, harmless pleasures and enjoyments, which delight us at the time, although nothing follows from them ?
I agree in thinking that there is such a class, I replied.
Is there not also a second class of goods, such as knowledge, sight, health, which are desirable not only in themselves, but also for their results ?
Certainly, I said.
And would you not recognize a third class, such as gymnastic, and the care of the sick, and the physician’s art ; also the various ways of money -making — these do us good but we regard them as disagreeable ; and no one would choose them for their own sakes, but only for the sake of some reward or result which flows from them ?
There is, I said, this third class also. But why do you ask ?
Because I want to know in which of the three classes you would place justice ?
In the highest class, I replied — among those goods which he who would be happy desires both for their own sake and for the sake of their results.
Then the many are of another mind ; they think that justice is to be reckoned in the troublesome class, among goods which are to be pursued for the sake of rewards and of reputation, but in themselves are disagreeable and rather to be avoided.
I know, I said, that this is their manner of thinking, and that this was the thesis which Thrasymachus was maintaining just now, when he censured justice and praised injustice. But I am too stupid to be convinced by him.
I wish, he said, that you would hear me as well as him, and then I shall see whether you and I agree. For Thrasymachus seems to me, like a snake, to have been charmed by your voice sooner than he ought to have been ; but to my mind the nature of justice and injustice has not yet been made clear. Setting aside their rewards and results, I want to know what they are in themselves, and how they inwardly work in the soul. If you please, then, I will revive the argument of Thrasymachus. And first I will speak of the nature and origin of justice according to the common view of them. Secondly, I will show that all men who practise justice do so against their will, of necessity, but not as a good. And thirdly, I will argue that there is reason in this view, for the life of the unjust is after all better far than the life of the just — if what they say is true, Socrates, since I myself am not of their opinion. But still I acknowledge that I am perplexed when I hear the voices of Thrasymachus and myriads of others dinning in my ears ; and, on the other hand, I have never yet heard the superiority of justice to injustice maintained by anyone in a satisfactory way. I want to hear justice praised in respect of itself ; then I shall be satisfied, and you are the person from whom I think that I am most likely to hear this ; and therefore I will praise the unjust life to the utmost of my power, and my manner of speaking will indicate the manner in which I desire to hear you too praising justice and censuring injustice. Will you say whether you approve of my proposal ?
Indeed I do ; nor can I imagine any theme about which a man of sense would oftener wish to converse.
I am delighted, he replied, to hear you say so, and shall begin by speaking, as I proposed, of the nature and origin of justice.
They say that to do injustice is, by nature, good ; to suffer injustice, evil ; but that the evil is greater than the good. And so when men have both done and suffered injustice and have had experience of both, not being able to avoid the one and obtain the other, they think that they had better agree among themselves to have neither ; hence there arise laws and mutual covenants ; and that which is ordained by law is termed by them lawful and just. This they affirm to be the origin and nature of justice ; it is a mean or compromise, between the best of all, which is to do injustice and not be punished, and the worst of all, which is to suffer injustice without the power of retaliation ; and justice, being at a middle point between the two, is tolerated not as a good, but as the lesser evil, and honored by reason of the inability of men to do injustice. For no man who is worthy to be called a man would ever submit to such an agreement if he were able to resist ; he would be mad if he did. Such is the received account, Socrates, of the nature and origin of justice.
Now that those who practise justice do so involuntarily and because they have not the power to be unjust will best appear if we imagine something of this kind : having given both to the just and the unjust power to do what they will, let us watch and see whither desire will lead them ; then we shall discover in the very act the just and unjust man to be proceeding along the same road, following their interest, which all natures deem to be their good, and are only diverted into the path of justice by the force of law. The liberty which we are supposing may be most completely given to them in the form of such a power as is said to have been possessed by Gyges, the ancestor of Croesus the Lydian. According to the tradition , Gyges was a shepherd in the service of the King of Lydia ; there was a great storm, and an earthquake made an opening in the earth at the place where he was feeding his flock. Amazed at the sight, he descended into the opening, where, among other marvels, he beheld a hollow brazen horse, having doors, at which he, stooping and looking in, saw a dead body of stature, as appeared to him, more than human and having nothing on but a gold ring ; this he took from the finger of the dead and reascended. Now the shepherds met together, according to custom, that they might send their monthly report about the flocks to the King ; into their assembly he came having the ring on his finger, and as he was sitting among them he chanced to turn the collet of the ring inside his hand, when instantly he became invisible to the rest of the company and they began to speak of him as if he were no longer present. He was astonished at this, and again touching the ring he turned the collet outward and reappeared ; he made several trials of the ring, and always with the same result — when he turned the collet inward he became invisible, when outward he reappeared. Whereupon he contrived to be chosen one of the messengers who were sent to the court ; where as soon as he arrived he seduced the Queen, and with her help conspired against the King and slew him and took the kingdom. Suppose now that there were two such magic rings, and the just put on one of them and the unjust the other ; no man can be imagined to be of such an iron nature that he would stand fast in justice. No man would keep his hands off what was not his own when he could safely take what he liked out of the market, or go into houses and lie with anyone at his pleasure, or kill or release from prison whom he would, and in all respects be like a god among men. Then the actions of the just would be as the actions of the unjust ; they would both come at last to the same point. And this we may truly affirm to be a great proof that a man is just, not willingly or because he thinks that justice is any good to him individually, but of necessity, for wherever anyone thinks that he can safely be unjust, there he is unjust. For all men believe in their hearts that injustice is far more profitable to the individual than justice, and he who argues as I have been supposing, will say that they are right. If you could imagine anyone obtaining this power of becoming invisible, and never doing any wrong or touching what was another’s, he would be thought by the lookers-on to be a most wretched idiot, although they would praise him to one another’s faces, and keep up appearances with one another from a fear that they too might suffer injustice. Enough of this.
Now, if we are to form a real judgment of the life of the just and unjust, we must isolate them ; there is no other way ; and how is the isolation to be effected ? I answer : Let the unjust man be entirely unjust, and the just man entirely just ; nothing is to be taken away from either of them, and both are to be perfectly furnished for the work of their respective lives. First, let the unjust be like other distinguished masters of craft ; like the skilful pilot or physician, who knows intuitively his own powers and keeps within their limits, and who, if he fails at any point, is able to recover himself. So let the unjust make his unjust attempts in the right way, and lie hidden if he means to be great in his injustice (he who is found out is nobody) : for the highest reach of injustice is, to be deemed just when you are not. Therefore I say that in the perfectly unjust man we must assume the most perfect injustice ; there is to be no deduction, but we must allow him, while doing the most unjust acts, to have acquired the greatest reputation for justice. If he have taken a false step he must be able to recover himself ; he must be one who can speak with effect, if any of his deeds come to light, and who can force his way where force is required by his courage and strength, and command of money and friends. And at his side let us place the just man in his nobleness and simplicity, wishing, as Aeschylus says, to be and not to seem good. There must be no seeming, for if he seem to be just he will be honored and rewarded, and then we shall not know whether he is just for the sake of justice or for the sake of honor and rewards ; therefore, let him be clothed in justice only, and have no other covering ; and he must be imagined in a state of life the opposite of the former. Let him be the best of men, and let him be thought the worst ; then he will have been put to the proof ; and we shall see whether he will be affected by the fear of infamy and its consequences. And let him continue thus to the hour of death ; being just and seeming to be unjust. When both have reached the uttermost extreme, the one of justice and the other of injustice, let judgment be given which of them is the happier of the two.
Heavens ! my dear Glaucon, I said, how energetically you polish them up for the decision, first one and then the other, as if they were two statues.
I do my best, he said. And now that we know what they are like there is no difficulty in tracing out the sort of life which awaits either of them. This I will proceed to describe ; but as you may think the description a little too coarse, I ask you to suppose, Socrates, that the words which follow are not mine. Let me put them into the mouths of the eulogists of injustice : They will tell you that the just man who is thought unjust will be scourged, racked, bound — will have his eyes burnt out ; and, at last, after suffering every kind of evil, he will be impaled. Then he will understand that he ought to seem only, and not to be, just ; the words of Aeschylus may be more truly spoken of the unjust than of the just. For the unjust is pursuing a reality ; he does not live with a view to appearances — he wants to be really unjust and not to seem only —
“His mind has a soil deep and fertile,Out of which spring his prudent counsels.”
In the first place, he is thought just, and therefore bears rule in the city ; he can marry whom he will, and give in marriage to whom he will ; also he can trade and deal where he likes, and always to his own advantage, because he has no misgivings about injustice ; and at every contest, whether in public or private, he gets the better of his antagonists, and gains at their expense, and is rich, and out of his gains he can benefit his friends, and harm his enemies ; moreover, he can offer sacrifices, and dedicate gifts to the gods abundantly and magnificently, and can honor the gods or any man whom he wants to honor in a far better style than the just, and therefore he is likely to be dearer than they are to the gods. And thus, Socrates, gods and men are said to unite in making the life of the unjust better than the life of the just.
I was going to say something in answer to Glaucon, when Adeimantus, his brother, interposed : Socrates, he said, you do not suppose that there is nothing more to be urged ?
Why, what else is there ? I answered.
The strongest point of all has not been even mentioned, he replied.
Well, then, according to the proverb, “Let brother help brother” — if he fails in any part, do you assist him ; although I must confess that Glaucon has already said quite enough to lay me in the dust, and take from me the power of helping justice.
Nonsense, he replied. But let me add something more : There is another side to Glaucon’s argument about the praise and censure of justice and injustice, which is equally required in order to bring out what I believe to be his meaning. Parents and tutors are always telling their sons and their wards that they are to be just ; but why ? not for the sake of justice, but for the sake of character and reputation ; in the hope of obtaining for him who is reputed just some of those offices, marriages, and the like which Glaucon has enumerated among the advantages accruing to the unjust from the reputation of justice. More, however, is made of appearances by this class of persons than by the others ; for they throw in the good opinion of the gods, and will tell you of a shower of benefits which the heavens, as they say, rain upon the pious ; and this accords with the testimony of the noble Hesiod and Homer, the first of whom says that the gods make the oaks of the just —
“To bear acorns at their summit, and bees in the middle ;And the sheep are bowed down with the weight of their fleeces,”
and many other blessings of a like kind are provided for them. And Homer has a very similar strain ; for he speaks of one whose fame is
“As the fame of some blameless king who, like a god,Maintains justice ; to whom the black earth brings forthWheat and barley, whose trees are bowed with fruit,And his sheep never fail to bear, and the sea gives him fish.”
Still grander are the gifts of heaven which Musaeus and his son vouchsafe to the just ; they take them down into the world below, where they have the saints lying on couches at a feast, everlastingly drunk, crowned with garlands ; their idea seems to be that an immortality of drunkenness is the highest meed of virtue. Some extend their rewards yet further ; the posterity, as they say, of the faithful and just shall survive to the third and fourth generation. This is the style in which they praise justice. But about the wicked there is another strain ; they bury them in a slough in Hades, and make them carry water in a sieve ; also while they are yet living they bring them to infamy, and inflict upon them the punishments which Glaucon described as the portion of the just who are reputed to be unjust ; nothing else does their invention supply. Such is their manner of praising the one and censuring the other.
Once more, Socrates, I will ask you to consider another way of speaking about justice and injustice, which is not confined to the poets, but is found in prose writers. The universal voice of mankind is always declaring that justice and virtue are honorable, but grievous and toilsome ; and that the pleasures of vice and injustice are easy of attainment, and are only censured by law and opinion. They say also that honesty is for the most part less profitable than dishonesty ; and they are quite ready to call wicked men happy, and to honor them both in public and private when they are rich or in any other way influential, while they despise and overlook those who may be weak and poor, even though acknowledging them to be better than the others. But most extraordinary of all is their mode of speaking about virtue and the gods : they say that the gods apportion calamity and misery to many good men, and good and happiness to the wicked. And mendicant prophets go to rich men’s doors and persuade them that they have a power committed to them by the gods of making an atonement for a man’s own or his ancestor’s sins by sacrifices or charms, with rejoicings and feasts ; and they promise to harm an enemy, whether just or unjust, at a small cost ; with magic arts and incantations binding heaven, as they say, to execute their will. And the poets are the authorities to whom they appeal, now smoothing the path of vice with the words of Hesiod :
“Vice may be had in abundance without trouble ; the way is smooth and her dwelling-place is near. But before virtue the gods have set toil,”
and a tedious and uphill road : then citing Homer as a witness that the gods may be influenced by men ; for he also says :
“The gods, too, may be turned from their purpose ; and men pray to them and avert their wrath by sacrifices and soothing entreaties, and by libations and the odor of fat, when they have sinned and trangressed.”
And they produce a host of books written by Musaeus and Orpheus , who were children of the Moon and the muses — that is what they say — according to which they perform their ritual, and persuade not only individuals, but whole cities, that expiations and atonements for sin may be made by sacrifices and amusements which fill a vacant hour, and are equally at the service of the living and the dead ; the latter sort they call mysteries, and they redeem us from the pains of hell, but if we neglect them no one knows what awaits us.
He proceeded : And now when the young hear all this said about virtue and vice, and the way in which gods and men regard them, how are their minds likely to be affected, my dear Socrates — those of them, I mean, who are quick-witted, and, like bees on the wing, light on every flower, and from all that they hear are prone to draw conclusions as to what manner of persons they should be and in what way they should walk if they would make the best of life ? Probably the youth will say to himself in the words of Pindar :
“Can I by justice or by crooked ways of deceit ascend a loftier tower which may be a fortress to me all my days ?”
For what men say is that, if I am really just and am not also thought just, profit there is none, but the pain and loss on the other hand are unmistakable. But if, though unjust, I acquire the reputation of justice, a heavenly life is promised to me. Since then, as philosophers prove, appearance tyrannizes over truth and is lord of happiness, to appearance I must devote myself. I will describe around me a picture and shadow of virtue to be the vestibule and exterior of my house ; behind I will trail the subtle and crafty fox, as Archilochus, greatest of sages, recommends. But I hear someone exclaiming that the concealment of wickedness is often difficult ; to which I answer, Nothing great is easy. Nevertheless, the argument indicates this, if we would be happy, to be the path along which we should proceed. With a view to concealment we will establish secret brotherhoods and political clubs. And there are professors of rhetoric who teach the art of persuading courts and assemblies ; and so, partly by persuasion and partly by force, I shall make unlawful gains and not be punished. Still I hear a voice saying that the gods cannot be deceived, neither can they be compelled. But what if there are no gods ? or, suppose them to have no care of human things — why in either case should we mind about concealment ? And even if there are gods, and they do care about us, yet we know of them only from tradition and the genealogies of the poets ; and these are the very persons who say that they may be influenced and turned by “sacrifices and soothing entreaties and by offerings.” Let us be consistent, then, and believe both or neither. If the poets speak truly, why, then, we had better be unjust, and offer of the fruits of injustice ; for if we are just, although we may escape the vengeance of heaven, we shall lose the gains of injustice ; but, if we are unjust, we shall keep the gains, and by our sinning and praying, and praying and sinning, the gods will be propitiated, and we shall not be punished. “But there is a world below in which either we or our posterity will suffer for our unjust deeds.” Yes, my friend, will be the reflection, but there are mysteries and atoning deities, and these have great power. That is what mighty cities declare ; and the children of the gods, who were their poets and prophets, bear a like testimony.
On what principle, then, shall we any longer choose justice rather than the worst injustice ? when, if we only unite the latter with a deceitful regard to appearances, we shall fare to our mind both with gods and men, in life and after death, as the most numerous and the highest authorities tell us. Knowing all this, Socrates, how can a man who has any superiority of mind or person or rank or wealth, be willing to honor justice ; or indeed to refrain from laughing when he hears justice praised ? And even if there should be someone who is able to disprove the truth of my words, and who is satisfied that justice is best, still he is not angry with the unjust, but is very ready to forgive them, because he also knows that men are not just of their own free will ; unless, peradventure, there be someone whom the divinity within him may have inspired with a hatred of injustice, or who has attained knowledge of the truth — but no other man. He only blames injustice, who, owing to cowardice or age or some weakness, has not the power of being unjust. And this is proved by the fact that when he obtains the power, he immediately becomes unjust as far as he can be.
The cause of all this, Socrates, was indicated by us at the beginning of the argument, when my brother and I told you how astonished we were to find that of all the professing panegyrists of justice — beginning with the ancient heroes of whom any memorial has been preserved to us, and ending with the men of our own time — no one has ever blamed injustice or praised justice except with a view to the glories, honors, and benefits which flow from them. No one has ever adequately described either in verse or prose the true essential nature of either of them abiding in the soul, and invisible to any human or divine eye ; or shown that of all the things of a man’s soul which he has within him, justice is the greatest good, and injustice the greatest evil. Had this been the universal strain, had you sought to persuade us of this from our youth upward, we should not have been on the watch to keep one another from doing wrong, but everyone would have been his own watchman, because afraid, if he did wrong, of harboring in himself the greatest of evils. I dare say that Thrasymachus and others would seriously hold the language which I have been merely repeating, and words even stronger than these about justice and injustice, grossly, as I conceive, perverting their true nature. But I speak in this vehement manner, as I must frankly confess to you, because I want to hear from you the opposite side ; and I would ask you to show not only the superiority which justice has over injustice, but what effect they have on the possessor of them which makes the one to be a good and the other an evil to him. And please, as Glaucon requested of you, to exclude reputations ; for unless you take away from each of them his true reputation and add on the false, we shall say that you do not praise justice, but the appearance of it ; we shall think that you are only exhorting us to keep injustice dark, and that you really agree with Thrasymachus in thinking that justice is another’s good and the interest of the stronger, and that injustice is a man’s own profit and interest, though injurious to the weaker. Now as you have admitted that justice is one of that highest class of goods which are desired, indeed, for their results, but in a far greater degree for their own sakes — like sight or hearing or knowledge or health, or any other real and natural and not merely conventional good — I would ask you in your praise of justice to regard one point only : I mean the essential good and evil which justice and injustice work in the possessors of them. Let others praise justice and censure injustice, magnifying the rewards and honors of the one and abusing the other ; that is a manner of arguing which, coming from them, I am ready to tolerate, but from you who have spent your whole life in the consideration of this question, unless I hear the contrary from your own lips, I expect something better. And therefore, I say, not only prove to us that justice is better than injustice, but show what they either of them do to the possessor of them, which makes the one to be a good and the other an evil, whether seen or unseen by gods and men.